viernes, 25 de agosto de 2023

 

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EL ORIGEN DEL CAPITALISMO

Una mirada de largo plazo

 

Ellen Meiksins Wood

 

( 07 )

 

 

 

PRIMERA PARTE

HISTORIAS DE LA TRANSICIÓN

 

 

 

 

II. LOS DEBATES MARXISTAS

 

 

(…) Es decir, aparentemente Dobb y Hilton no cuestionan todos los supuestos básicos del modelo mercantilista, y Sweezy plantea algunas cuestiones que van a la raíz del problema que ellos dejaron sin resolver. Cabe destacar un aspecto en las argumentaciones de Dobb y Hilton: la transición al capitalismo depende de la capacidad de librarse o «desprenderse» de una lógica económica que ya estaba presente en la producción simple de mercancías. Todo parece indicar entonces que el campesino (y el artesano) productor de mercancías se convertirá necesariamente en un capitalista en cuanto tenga la oportunidad de hacerlo, lo cual resulta bastante abrumador. Según este planeamiento el centro de gravedad se desplaza de la ciudad al campo, y se asigna otro papel, por tanto, a la lucha de clases; sin embargo, ¿hasta qué punto los supuestos que subyacen difieren del modelo mercantilista? ¿Se aleja este planteamiento de la premisa de que el mercado capitalista es más una oportunidad que un imperativo, y de que el capitalismo emerge toda vez que puedan eliminarse los posibles obstáculos que impiden su avance y liberarse las cadenas, en lugar de suponer la implantación de una lógica económica completamente nueva? Con certeza, la lucha de clases es un elemento central aquí, pero en el sentido de que sir­ve para eliminar los obstáculos que impiden el desarrollo de algo inmanente.

 

El modelo mercantilista, al igual que otras interpretaciones, dan por sentada la existencia del capitalismo, o de una racionalidad capitalista, a la hora de explicar su emergencia. El feudalismo se enfrentaría entonces a un capitalismo previamente existente, o por lo menos a una lógica capitalista previamente existente en este proceso, cuya emergencia no acaba nunca de explicarse del todo. Si bien es cierto que la explicación que ofrecen algunos marxistas, como Hilton y Dobb, echa en cierto sentido por tierra el modelo mercantilista y sus supuestos sobre la relación antitética entre el feudalismo y el comercio, la realidad es que no acaban de salir de la trampa puesto que, de alguna manera, dan por sentado precisamente aquello que requiere una explicación profunda.

 

Tampoco logran ofrecer una explicación totalmente convincente a la cuestión planteada por Sweezy sobre el «fracaso» de algunos centros de comercio avanzados como el de Italia y el de Flandes. De nuevo aquí nos encontramos con la tendencia a dar por hecho el capitalismo mediante la mera explicación de los obstáculos que evitaron que estas ciudades mercantiles alcanzaran la madurez en su desarrollo. El aspecto fundamental con respecto a Flandes e Italia no es tanto por qué y bajo qué circunstancias los imperativos capitalistas se impusieron sobre los actores económicos, como en el caso de Inglaterra, sino más bien por qué y de qué maneras en las transiciones «fallidas» los actores económicos se resistían o eran incapaces de librarse de sus vínculos con el orden feudal para dar paso a un nuevo orden social.

 

Con respecto a las dudas que albergaba Sweezy relativas «al camino verdaderamente revolucionario», avanzado el debate abandonó algunas de las objeciones que le suscitaba la interpretación convencional sobre los planteamientos de Marx, pero no necesariamente dejó de cuestionar la idea en sí. No llegó a explicar nunca totalmente las razones por las que le planteaba dudas la idea de que la emergencia del capitalismo se debiera a la transformación de los productores de mercancías simples en capitalistas, pero lo cierto es que le parecía inherentemente poco convincente.

 

Fueran cuales fueran las reservas de Sweezy, había razones de sobra para justificar su escepticismo. Desde nuestra posición de ventaja aquí, el problema no reside en que «el camino verdaderamente revolucionario» atribuya a los propietarios rurales en ascenso el mérito de haber generado el capitalismo. El problema más bien reside en que, por lo general, pudiera parecer que gozaron de más o menos libertad para elegir la senda capitalista, en cuanto se liberan de los impedimentos feudales, a la par que el capitalismo se desarrolla a partir de la producción simple de mercancías en un proceso más o menos orgánico, incluso a pesar de que fueran necesarias las revoluciones burguesas para eliminar los últimos obstáculos. Sea lo que fuere que tenía Sweezy en mente para cuestionar «el camino realmente revolucionario», lo razonable en todo caso sería asumir que la disposición de los productores a comportarse como capitalistas merece una explicación algo más compleja que la simple liberación de las limitaciones existentes o su simple transformación desde «medianos» a grandes propietarios. Es decir, hay una diferencia cualitativa, y no meramente cuantitativa, entre la producción simple de mercancías y el capitalismo que aún requiere una explicación.

 

 

PERRY ANDERSON SOBRE EL ABSOLUTISMO Y EL CAPITALISMO

 

Perry Anderson, otro influyente marxista de la década de los setenta y editor de New Left Review, publicó dos volúmenes magistrales de lo que iba a ser una trilogía, que arrancaban con el estudio de la transición desde la Antigüedad grecorromana hasta el feudalismo europeo (Transiciones de la Antigüedad al feudalismo) y continuaba con un análisis del absolutismo europeo (El Estado absolutista), para culminar con el estudio de las revoluciones burguesas y el desarrollo del capitalismo. Si bien ese tercer volumen no ha visto la luz, son muchas las enseñanzas que podemos extraer de los otros dos, sobre todo del segundo, y de otras aportaciones dispersas del autor.

 

Para lo que nos ocupa en estas páginas, partiremos de la definición de Anderson del feudalismo como un modo de producción que se define por constituir «una unidad orgánica de economía y política» que adoptó la forma de una «cadena de soberanías fragmentadas», unida a una jerarquía de propiedad condicional. El poder del Estado estaba fragmentado y repartido entre los señores feudales, que representaban unidades de poder político y económico. El fragmento del Estado que poseían los señores feudales, sus poderes políticos, judiciales y militares, constituía a la par su capacidad económica para apropiarse de la plusvalía del trabajo de los campesinos dependientes. Los señoríos contaban con un «mecanismo de extracción del excedente», la servidumbre, que fundía «la explotación económica y la coerción político-legal».

 

Sin embargo, tuvo lugar un acontecimiento que desestabilizó este orden feudal. Los vínculos feudales se debilitaron a medida que se conmutaban los servicios en trabajo por rentas en dinero y sobre todo por el crecimiento de una economía de mercado.

 

«Con la conmutación generalizada de las cargas por una renta en dinero», decía Anderson, «la unidad celular de la opresión política y económica del campesinado se vio gravemente debilitada y en peligro de disolución […]. El resultado fue un desplazamiento de la coerción política en un sentido ascendente hacia una cima centralizada y militarizada: el Estado absolutista».

 

Es decir, lo señores feudales, al ver debilitado su control sobre el campesinado, concentraron sus fuerzas coactivas anteriormente fragmentadas o parcializadas dando pie a un nuevo tipo de monarquía centralizada.

 

 

Mientras tanto, una esfera económica fuera del control de la aristocracia emergía en los intersticios del sistema feudal fragmentado, en la ciudad. A su vez, estas ciudades se convirtieron en espacios apropiados para el desarrollo de los avances técnicos. Anderson concluye que

 

«el orden estatal siguió siendo feudal mientras la sociedad se hacía cada vez más burguesa».

 

 

La emergencia del absolutismo es un elemento clave en el enfoque de Anderson a la hora de abordar el origen del capitalismo. El absolutismo no constituía en sí mismo un Estado capitalista o precapitalista. En todo caso, su estructura básica era esencialmente feudal, «un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal, destinado a mantener a las masas campesinas en su posición social tradicional». Pero constituyó un acontecimiento crucial para el desarrollo del capitalismo.

 

Irónicamente, este desplazamiento ascendente del poder coercitivo feudal –que como mínimo, según Anderson, fue la principal contribución a la evolución del capitalismo–, provocó una fractura de la unidad entre la economía y la política característica del feudalismo. Por un lado, el poder político se concentró en un Estado monárquico. Por otro, la economía logró cierta autonomía. A medida que se producía dicho «desplazamiento ascendente» del poder coercitivo político-legal, la economía de mercado y la «sociedad burguesa» que había evolucionado en los intersticios del feudalismo se liberó y pudo desarrollarse en sus propios términos.

 

Esta es, a grandes rasgos, la concepción de Anderson del feudalismo. Y cabe añadir que resulta muy esclarecedora. Su caracterización del Estado absolutista como esencialmente feudal es de especial utilidad, si bien es cierto que requiere un análisis más detallado. Recordemos lo que Anderson quiere transmitir. El Estado absolutista es esencialmente feudal, insiste, porque representa un desplazamiento ascendente y centralizado del poder coercitivo político-legal de los señores feudales, y que escinde esos poderes de la explotación económica. En otras palabras, el Estado absolutista escindió los dos momentos de la explotación: el proceso de la extracción de excedente, por un lado, y el poder coercitivo que lo sustenta, por el otro. A partir de ahí, ambos forman parte de diferentes esferas. La fusión feudal de la economía y la política dio paso a la escisión característica del capitalismo, que deja a la «economía» desarrollarse en función de su propia lógica interna.

 

Ahora bien, el absolutismo también puede analizarse desde la perspectiva de que representa una centralización del poder feudal en otro sentido: en particular, que el Estado monárquico se convierte en sí mismo en una forma de propiedad, un instrumento de apropiación, similar al del señorío feudal. Los poderes económico y político siguen fusionados, pero el señor se apropia de las rentas y el Estado y sus burócratas se apropian del excedente del campesinado a través de los impuestos.

 

Anderson, en algunas ocasiones, parece entender el absolutismo en estos términos también, como una unidad a su vez de las esferas política y económica. No obstante, toda su argumentación se basa en que el absolutismo desempeña un papel crucial en la transición al capitalismo porque el Estado absolutista logró separar las esferas política y económica. El autor defendió insistentemente que la «centralización ascendente» en el contexto del Estado absolutista no afectaba tanto a la fusión de las esferas política y económica, como a que el poder político-legal o coercitivo del feudalismo fuera un aspecto diferenciado de la explotación. El Estado absolutista sencillamente representa para él la capacidad del poder coercitivo político-legal para imponer una explotación económica que se produce en un plano distinto.

 

De hecho, el desplazamiento ascendente del poder político feudal desempeña un papel similar al de la liberación de las ataduras en otras versiones del antiguo modelo. Es más, pudiera parecer que el absolutismo es un mecanismo, por no decir el principal mecanismo, mediante el cual la economía se libera de las cadenas del feudalismo. Y es, por lo tanto, un elemento necesario para la transición del feudalismo al capitalismo. En cualquier caso, la economía de mercado pudo crecer, liberada por fin de las ataduras políticas directas, y la «economía» pudo seguir sus propias inclinaciones. El capitalismo fue resultado de la liberación de la economía, que soltó el lastre del feudalismo y dejó en libertad a los portadores de la racionalidad económica, los burghers o burgueses, si bien aparentemente el proceso no culminó del todo hasta que la burguesía pudo hacerse con el poder político gracias a las revoluciones burguesas y adaptar el Estado a sus necesidades específicas.

 

No obstante, esta centralidad del absolutismo como fase aparentemente fundamental para la transición al capitalismo plantea algunos problemas empíricos importantes. Cabe destacar, en este sentido, por un lado, el hecho de que en Inglaterra el capitalismo no se benefició del absolutismo, y que en el caso de Francia, el absolutismo no diera pie al desarrollo del capitalismo (aspecto que abordaremos en la segunda parte del libro). Teniendo esto en cuenta, quizá sea más plausible argumentar que el absolutismo no fue una fase de la transición sino, más bien, una vía alternativa para abandonar el feudalismo. En todo caso, lo que al menos debería quedarnos claro es que la interpretación de Anderson, como otras explicaciones anteriores sobre la transición al capitalismo, se funda sobre todo en la eliminación de las ataduras de una organización social que ya anidaba –sin que se acierte a explicar del todo– en los intersticios del feudalismo.

 

Sin embargo, la argumentación de Anderson, por muy fina y compleja que sea, es una versión más sofisticada –fascinante y en muchos sentidos esclarecedora, pero no por ello deja de ser una versión más sofisticada– del modelo mercantilista. Dicho modelo resuena aún más en algunas de sus últimas aportaciones, como por ejemplo, la crítica al libro de Robert Brenner, Mercaderes y revolución. A continuación, Anderson opina sobre el enfoque de Brenner que, en un principio, considera el capitalismo un fenómeno específicamente inglés:

 

La idea de que el capitalismo emergiera en un solo país, en un sentido literal, es tan solo un poco más plausible que la idea del socialismo. Para Marx, las diferentes etapas de la moderna biografía del capital se sucedían en una secuencia acumulativa, desde las ciudades italianas a las ciudades de Flandes y de Holanda, y a los imperios de Portugal y España y los puertos de Francia, hasta que «todas coincidieron sistemáticamente en Inglaterra a finales del siglo XVII». Tiene más sentido en términos históricos entender la emergencia del capitalismo como un proceso de valor añadido que adquiere mayor complejidad a medida que recorre una serie de etapas encadenadas. Las ciudades siempre desempeñaron un papel protagonista en esta historia. Los propietarios de la tierra ingleses jamás habrían emprendido su conversión a la agricultura de mercado sin que previamente se hubiera generado un mercado para la lana en las ciudades flamencas, de la misma manera que en la época de los Estuardo la agricultura holandesa era más avanzada que la inglesa, sin olvidar que además iba unida a una sociedad urbana más rica.

 

 

Lo primero que cabe destacar es que, en esta cita de Anderson, Marx explica la «génesis del capitalismo industrial» y no los orígenes del capitalismo; no se refiere a la emergencia de unas «leyes del movimiento» específicamente capitalistas ni a unas relaciones sociales específicamente capitalistas ni a una forma de explotación específicamente capitalista, ni a los imperativos del desarrollo económico autosostenible. Marx pretende explicar cómo bajo las circunstancias adecuadas –es decir, en unas circunstancias sociales capitalistas previas (en Inglaterra)–, la acumulación de la riqueza pasaba de ser mero beneficio improductivo derivado de la usura y el comercio a capital industrial. Con respecto a los orígenes del sistema capitalista, la llamada acumulación originaria –en términos de Marx, la expropiación de los productores directos, sobre todo del campesinado–, que dio pie a unas relaciones de producción específicamente capitalistas y a las dinámicas asociadas a ellas, Marx no duda en situarlo en Inglaterra y en el ámbito rural.

 

En ese caso también se dieron las condiciones de un mercado interno sin precedente hasta el momento que Marx consideraba sine qua non para la emergencia del capitalismo industrial. Marx, y Bren­ner después de él, admite la necesidad de explicar las peculiaridades del desarrollo inglés. Entre las más importantes, como señala Brenner, el hecho de que mientras que otros centros de producción, incluso en la etapa medieval, habían tenido picos de exportación, la incipiente Inglaterra moderna era única en su capacidad para mantener un crecimiento industrial incluso en el contexto de los mercados exteriores en declive. Es decir, aunque inmerso en una red de comercio internacional, el capitalismo en efecto se produjo en un país en concreto.

 

No obstante, no deberíamos distraernos aquí con las especulaciones sobre la opinión de Marx respecto a la relación entre el capitalismo agrario y el capitalismo industrial (ni sobre las preguntas que dejara sin contestar y las cuestiones que dejara sin resolver). Podemos limitarnos a destacar que las observaciones de Anderson en este caso son una petitio principii. Una cosa es decir, por ejemplo, que la emergencia de la agricultura mercantil inglesa dependiera de un mercado flamenco lanar previo, y otra muy distinta es explicar cómo «la agricultura mercantilista» pasó a ser una agricultura capitalista, o cómo la posibilidad de un comercio se convirtió no solo en una realidad, sino en una necesidad de la producción competitiva, o cómo las oportunidades del mercado se convirtieron en imperativos del mercado, y cómo este tipo específico de agricultura puso en marcha el desarrollo de un sistema capitalista.

 

Podemos afirmar con seguridad que el sistema mercantil europeo fue una condición esencial para la emergencia del capitalismo, pero no basta con dar por supuesto que el comercio y el capitalismo son una y la misma cosa, ni que el uno se convirtió en el otro por un mero proceso de crecimiento. Anderson ha dado por supuesto precisamente el aspecto cuya veracidad requiere ser demostrada, fundamentalmente, que el comercio, o de hecho la producción para el mercado (una práctica extendida a lo largo de la mayor parte de la historia documentada), se convirtió en capitalismo por pura expansión, una expansión que alcanzó cierto tipo de masa crítica en un determinado momento. En otras palabras, su argumentación adolece de la misma circularidad que ha afectado siempre al modelo mercantilista…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: “EL ORIGEN DEL CAPITALISMO. Una mirada de largo plazo” / Ellen Meiksins Wood ]

 

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