viernes, 29 de septiembre de 2023

 

[ 473 ]

 

LA LUCHA DE LA CULTURA

 

Michael Parenti

 

( 11 )        

 

 

 

MITOS RACISTAS

 

 

ESCLAVITUD Y CABALLEROS IMPERIALISTAS

 

Friederich Engels señaló una vez que la antigua esclavitud deja su “picadura venenosa” una vez que ha pasado a la historia. Lo mismo puede decirse de la esclavitud practicada en nuestro propio país en el Sur anterior a la guerra. Uno de los efectos venenosos posteriores de la esclavitud  es el racismo, algo tan obvio que  a menudo se olvida. Con la llegada de la esclavitud el racismo se convierte en parte de la ley, de la ideología y del folclore de la sociedad. En  la  antigua Attica la mayoría de los esclavos eran extranjeros despreciables, más conocidos como “bárbaros”. Se les mencionaba con el término despectivo de andrópodas (criatura con patas), una designación racista y subhumana. En la antigua Roma el rico senador y propietario de esclavos Cicerón, estigmatizó a los sirios y a los judíos como “pueblos nacidos para la esclavitud”, dando a la servidumbre un carácter racial  y de sangre, en vez de tratarla como algo circunstancial y de mala fortuna.

 

En el viejo Sur, hacia al año 1750, cuando la utilización del trabajo de los esclavos se incrementó, la necesidad de defender la esclavitud se hizo más urgente.

 

“La curiosidad y las hipótesis sobre las distinciones raciales dieron paso a la certeza y al dogmatismo ; el respeto por las diferencias se convirtió en desprecio e incluso odio; los intentos de razonar abrieron camino al racismo”.

 

Se diseñaron numerosas leyes para reforzar la cultura de la esclavitud, dando cobertura legal a la supremacía racial. El estatus de esclavo se redujo a los no blancos y se prohibió el matrimonio interracial. Se elaboraron toda clase de teorías pseudo-científicas autoconfirmando la psicología y la fisiología de las respectivas razas.

 

Al esclavo africano se le retrataba como irresponsable congénito, indolente, como un niño, taimado, peligroso, inferior en inteligencia y no completamente humano.

 

Durante mucho tiempo se mantuvo —incluso entre algunos abolicionistas— que el esclavo no estaba preparado para la libertad inmediata. Por tanto la emancipación debía hacerse gradualmente. Pero si no estaban preparados para la libertad, los esclavos debían permanecer siempre en cautiverio, porque era el propio sistema de la esclavitud el que evitaba que pudieran mostrar su habilidad para algo que no fuera ser esclavo. En realidad, incluso en régimen de esclavitud, los esclavos demostraron una serie de habilidades artesanas o para la agricultura y la ganadería, y un deseo de alfabetización, de instrucción religiosa, de formar familias estables y un hogar seguro, cosas que raras veces se les concedían. Incluso antes de la emancipación hubo numerosos hombres libres en el Norte que probaron su eficiencia en la educación, en hablar en público, en organizarse políticamente, en el periodismo, los negocios, la artesanía y el trabajo duro en general. El verdadero problema para el esclavista no era que sus propiedades no estuvieran preparadas para ser libres, sino que se mostraran demasiado aptos y dispuestos para serlo. Después de la emancipación el “no preparados para la libertad” se convirtió en “no preparados para la igualdad”.

 

La esclavitud y el racismo van juntos porque ambos alientan la misma relación social opresiva. ¿Por qué los colonizadores llevaron a la fuerza a gente africana al hemisferio occidental? ¿Fue porque nuestros antepasados calvinistas querían añadir calidez y color a sus vidas monótonas? Más bien fue porque los propietarios de esclavos necesitaban disponer de una mano de obra rentable para que ellos pudieran vivir bien de la explotación de los africanos. Los colonizadores blancos secuestraron a los hombres de raza negra para hacerles trabajar las tierras que habían expoliado a los hombres de piel roja y morena.

 

El racismo por tanto es un producto no solo de la esclavitud, sino del imperialismo, la internacionalización de la explotación de clase. Como señalé en el capítulo 5, el imperialismo es el proceso por el cual la clase dirigente de un país o región expropia las tierras, el trabajo, los recursos naturales y los mercados de otros. Lo que se intenta es imponer sobre el pueblo colonizado una condición de carencia, pobreza y sub- empleo, para así explotar mejor sus recursos naturales y beneficiarse de su trabajo.

 

Los imperialistas no hacen sus víctimas a la gente de color per se. El racismo no es el objeto central del imperialismo, sino simplemente un apoyo útil. Los imperialistas han explotado a la gente de cualquier color, incluidos los europeos blancos. La primera región sobre la que los poderes occidentales impusieron el subdesarrollo económico fue Europa del este, con sus habitantes caucasianos, en el siglo XVI. De igual modo la colonia británica más antigua, Irlanda, remontándonos a más de siete siglos atrás, estaba poblada enteramente por europeos blancos.  Hoy día, desde la caída de los estados comunistas, el subdesarrollo forzado se ha reintroducido en Europa oriental y, más recientemente, en la antigua Yugoslavia, otro país caucásico.

 

Cuando los imperialistas explotaron a las gentes de color fue por motivos económicos, aunque rápidamente racionalizaron sus atrocidades en términos racistas. Cuando invadieron África, Asia y América, saquearon las tierras, quemaron cosechas, destruyeron ganados, masacraron pueblos y ciudades y aplastaron o esclavizaron a sus habitantes, los colonizadores tenían que negar la humanidad de sus victimas y achacarles el salvajismo homicida que ellos mismos habían practicado.

 

Hubo raras excepciones. Un vecino de la colonia de Plymouth Bay desde 1627 hasta 1645, el bueno de Thomas Morton, se tomó la molestia de confraternizar con los nativos americanos y les encontró “más llenos de humanidad que los cristianos”. No eran ni peligrosos ni dañinos “como algunos habían pensado”. De hecho Morton comprobó que los “indios” eran sutiles e inteligentes, admirablemente competentes en la agricultura, la caza, la atención a los partos y la medicina, y vivían vidas ricas y plenas.

 

 

Morton también celebró las maravillas de su tierra, la belleza de sus colinas, los bosques limpios de maleza y transformados en territorios de caza por los indios, las grandes bandadas de patos y pavos salvajes y las manadas de venados que pasaban, los ríos y costas llenos de peces, los bancos de ostras de una milla de largo, las bancadas sin fin de mejillones y almejas, las “ fuentes cristalinas y los arroyos de agua clara.

 

Pero donde Morton vio una tierra hermosa y fecunda “con todo lo necesario”, los puritanos vieron solamente un salvajismo sin dios, lleno de espíritus malignos y “bestias peligrosamente salvajes”, una tierra que ellos odiarían hasta que pudieran sojuzgarla y transformarla en una propiedad personal. Donde Morton vio unos indígenas amistosos e inteligentes, los puritanos vieron “brutos” “demonios” y “adoradores del mal”, cuyas almas estaban destinadas al infierno por un proceso de exterminación. Los nuevos colonos abusaron de la hospitalidad de los nativos, profanaron sus tumbas, masacraron sus tribus y exaltaron a ese Dios que estaba contento de castigar a sus odiados enemigos y “dejarnos sus tierras en herencia”, pasando a propiedad de los Endicotts, Winthrops, Underhills, Bradfords y otros cuyos nombres patricios de Nueva Inglaterra todavía nos son familiares hoy. Es notable lo a menudo que a través de la historia “agradar a Dios” se ha convertido en un asunto de muerte y destrucción.

 

La exterminación total de la tribu de los Pequot por parte de los puritanos fue un acto de genocidio repetido una y otra vez durante çasi tres siglos por otros colonizadores contra los indios nativos americanos y otros pueblos del Tercer Mundo. Según eran exterminadas las víctimas del imperialismo, eran satanizadas con la terminología racista. Durante la guerra de los Halcones Negros de 1832, en la cual fueron masacrados sistemáticamente hombres, mujeres y niños de la tribu sauk, se habló de “eliminar a esos demonios con forma humana” y exterminar a esos “miserables vagabundos” que eran “más como las bestias que como los hombres”. En esa misma guerra un soldado americano, disparando sobre un niño sauk, mencionó una de las metáforas más deshumanizadoras del imperialismo: “Matad a las liendres y no tendréis piojos”.

 

George Washington comparaba a los “salvajes pieles rojas” con los lobos, “ambos son bestias de rapiña, aunque difieren en la forma”. En su poema “La carga del hombre blanco”, Rudyard Kipling se refería a las víctimas asiáticas del imperialismo británico como “medio demonios, medio niños”. En 1897 Winston Churchill opinó que los afganos eran “peligrosos y tan sensibles como perros locos, por lo que deben ser tratados como tales” y recomendó el uso de gas venenoso contra ellos. El primer ministro británico Lloyd George dijo que su gobierno se reservaba el derecho de “matar a los negros” (se refería a asiáticos y africanos), y los imperialistas alemanes, mientras colonizaban y aplastaban a la gente en África del Sudoeste en 1900- 1910, les describían como “mandriles”.

 

Para justificar el expansionismo de los Estados Unidos más allá de los mares, los presidentes americanos hablaron de la obligación “anglosajona” de “inspirar y civilizar” a los pueblos inferiores, como dijo el presidente William Wilson Mckinley de los filipinos y el presidente Wooddrow Wilson de los latinoamericanos. “El futuro pertenece al hombre blanco”, anunció el kaiser Guillermo II en 1908. “No pertenece a los amarillos, negros o cobrizos. Pertenece al hombre rubio y pertenece a la cristiandad y al protestantismo. Nosotros somos los únicos que podemos salvarlo”.

 

Así los saqueadores sanguinarios se presentan a sí mismos como los salvadores de la civilización.

 

 

Debemos recordar que los pronunciamientos racistas no siempre provienen de individuos incultos, sino que a veces vienen de los personajes más eminentes de la sociedad occidental, aquellos que han interiorizado más su cultura: los líderes y patricios, los caballeros de la clase superior, los imperialistas.

 

Hasta el día de hoy los racistas todavía tratan de subordinar el estatus social de la gente de color como una manifestación segura de sus capacidades biológicas y mentales inferiores, más que como algo debido al propio sistema socio-económico. Desde la emancipación las creencias racistas han persistido tanto por causa como por justificación de las condiciones de raza-clase opresivas. El linchamiento, la pobreza, los niveles de educación y vivienda precarios, las oportunidades limitadas o inexistentes de trabajo y la discriminación en todas las facetas de la vida no son sólo sintomáticos de las actitudes racistas de siempre, sino también de las condiciones sociales de escasez, competencia, poder de clase y explotación laboral. Como señalamos en el capítulo anterior, el racismo no es solo una actitud personal interiorizada, sino una relación social exteriorizada que alienta continuamente las condiciones que parecen prestarle confirmación y hacerlo tan funcional.

 

Las elites económicas a menudo se preocupan de minar la unidad de la clase trabajadora e incitar la competencia interétnica. Su objetivo es divide y vencerás.

 

En la antigüedad algunos escritores griegos y romanos, incluyendo a Platón y Aristóteles, mencionaron que era deseable importar esclavos de diferentes nacionalidades y lenguas como un medio necesario para evitar que se unieran y pudieran rebelarse. Aristóteles escribe:

 

“El esposo debería tener esclavos que no fueran de la misma nación o forma de pensar, porque así serán laboriosos en sus tareas y seguros en cuanto a no intentar nada inadecuado”.

 

Los invasores europeos de África y Norteamérica utilizaban sobornos, engaños, tretas y regalos de armas de fuego para enfrentar deliberadamente a unos pueblos contra otros.

 

En la América del siglo XVII, antes de que se desarrollaran las leyes e ideologías de la esclavitud y el racismo, los sirvientes blancos y negros no solo trabajaban juntos, sino que confraternizaban y parecían no preocuparse en absoluto de las diferencias de color. Las leyes que se dictaron prohibiendo la mezcla interracial testifican la vigencia de estas relaciones. Los propietarios de esclavos tenían un “vivo temor” de que sus sirvientes blancos se unieran con los negros o indios para ofrecer resistencia ante los patronos, cosa que ocurrió más de una vez. Así que los gobiernos coloniales siguieron deliberadamente la política de crear aversión entre los tres grupos raciales, volviendo a los indios contra los negros y a los blancos pobres contra ambos.

 

Después de la guerra civil el Ku Klux Klan lo crearon los propietarios de fábricas para aterrorizar a las asociaciones de trabajadores (sindicatos) y mantener a los negros lejos de los blancos. A finales del siglo XIX y principios de XX, las firmas industriales promovieron activamente la desunión y la hostilidad entre los grupos de inmigrantes en las ciudades, incluso llegando a mezclar deliberadamente en equipos de trabajo a suecos, polacos, húngaros, irlandeses y otros a la manera aconsejada por Aristóteles. En algunas ocasiones en las prisiones de los Estados Unidos los funcionarios han promovido conscientemente la fricción entre presos blancos, negros y latinos, haciendo lo posible para evitar la unión entre ellos. Las mismas estrategias las ha utilizado la policía urbana respecto a las bandas callejeras.

 

Como señalé en el último capítulo, el racismo desvía la rabia de los trabajadores blancos de sus empleadores ricos y privilegiados y la dirige hacia los otros trabajadores que tienen una etnia diferente. El racismo también sirve a los intereses de los líderes políticos conservadores que siempre están ojo avizor de asuntos “culturales” tales como el crimen en las calles, los predicadores en las escuelas, la quema de banderas, el aborto, los derechos de los gays, los valores de la familia y la pornografía, temas que difuminan las líneas de clase y distraen la atención de las realidades económicas.

 

En conclusión, el racismo generalmente se considera un resultado aberrante e irracional de un sistema social básicamente racional. Realmente suele ser justo lo contrario: el racismo es el resultado racional de un sistema injusto y torcido irracionalmente de privilegios y explotación. Gran parte de la política es la manipulación racional de símbolos irracionales. Los sentimientos racistas los orquestan conscientemente las elites en el poder siempre que puedan sacar algo de ello.

 

Hace algunas décadas fuimos testigos de gobiernos estatales que promocionaban a Jim Crow y toleraban la ley de Lynch, mientras el gobierno federal no hacía nada y miraba para otro lado, temeroso de “ofender al Sur”. Hoy todavía hay fuerzas institucionales que viven a costa del racismo. Los estereotipos racistas todavía los difunden los noticieros y los medios del entretenimiento. Y una Casa Blanca reaccionaria hace todo lo que puede por maximizar las desigualdades sociales que soportan la mayoría de los grupos minoritarios. El único rayo de esperanza contra esta terrible historia es la tímida e incompleta progresión de la servidumbre hacia la liberación, de la esclavitud y la segregación hacia la democracia económica y la igualdad. Contra todos los obstáculos hubo y todavía hay gente que se organiza, se forma y se mueve por la justicia social, y que consigue victorias; negros y blancos juntos luchando con determinación, no solo a  favor de la gente de color, sino por la humanidad común, nuestra hermandad universal…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: “La lucha de la cultura” / Michael Parenti ]

 

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3 comentarios:

  1. "Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.

    Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno".

    Una modesta proposición: Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público.

    Jonathan Swift
    ________________________

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    1. Muy certera y oportuna la cita del “amargo pesimismo” de Jonathan Swift, que confirma una vez que los clásicos permanecen gracias a que, como señaló Lukács, han demostrado su capacidad para aprehender de forma pura las determinaciones realmente decisivas de su época y para representarlas en su encadenamiento. De ahí sin duda, tras el paso del tiempo: de la emergencia del capitalismo a su actual estado terminal, su inapelable vigencia.

      Casualmente el párrafo de Losurdo sobre Marcuse, nos ofrece, hace ahora 60 años, una actualizada visión totalizadora:

      “Aparte de la «inhumana violencia destructiva» que se ha puesto en práctica en este país (Marcuse, 1967), lo que revela la naturaleza opresiva de la República norteamericana (considerada en conjunto) es el trato que le reserva a la población de origen colonial: en el Sur «el asesinato y el linchamiento de los negros [comprometidos con la lucha contra la discriminación racial] quedan impunes aun cuando se sabe quiénes son los culpables» (Marcuse, 1967). NO HAY QUE PERDER DE VISTA LA TOTALIDAD, NI SIQUIERA CUANDO SE EXAMINA EL PROBLEMA DE LA RIQUEZA Y LA POBREZA:
       
      «Solo unas pocas regiones de las sociedades industriales avanzadas han superado la escasez. Y su prosperidad oculta un infierno, dentro y fuera de sus fronteras», esconde áreas de pobreza en la metrópoli capitalista y, sobre todo, la desesperada pobreza de las colonias y semicolonias (Marcuse, 1964). “

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    2. "Me ha asegurado un americano..." Lúcido y premonitorio, Jonathan Swift.

      Losurdo es uno de esos "extremistas" (¡cielos, defiende a Stalin!) que, cual brújula insumisa, nos sirve para no perder el rumbo, los hay que han acabado, con su hoz y su martillo, segando y clavando para la OTAN.

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