miércoles, 27 de septiembre de 2023

 

[ 472 ]

 

HISTORIAS DE ALMANAQUE

Bertolt Brecht

 

 

 

 

Patriotismo: odiar las patrias

 

El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:

 

—En cualquier parte puedo morirme de hambre. Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto de que deseaba que un terremoto lo borrase de la superficie de la tierra. «¿Por qué razón —se preguntó el señor K.— me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella.»

 

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Hambre

 

A una pregunta acerca de la patria, el señor K. había dado la siguiente respuesta:

 

—En cualquier parte puedo morirme de hambre. Alguien que le escuchaba atento le preguntó entonces por qué decía que se moría de hambre cuando en realidad tenía qué comer. El señor K. se justificó diciendo:

 

—Seguramente quise decir que puedo vivir en cualquier parte si es que acepto vivir donde reina el hambre. Admito que hay una gran diferencia entre pasar uno mismo hambre y vivir donde reina el hambre. Permítaseme, no obstante, aclarar en mi descargo que, para mí, vivir donde reina el hambre, si bien no es tan grave como pasar hambre, no deja por ello de ser grave. El hecho de que yo pasara hambre no tendría demasiada importancia para otros; es, sin embargo, importante el que me oponga a que reine el hambre.

 

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Propuesta para el caso

de que la propuesta no sea aceptada

 

El señor K. recomendaba acompañar, siempre y cuando fuera posible, toda propuesta conciliadora de una segunda propuesta para el caso de que aquélla no fuera aceptada. En cierta ocasión, por ejemplo, tras haber aconsejado a alguien que se encontraba en un aprieto que procediera de determinada manera, pues así perjudicaría al menor número posible, el señor K. le señaló un segundo modo de proceder que, aunque menos inofensivo que el primero, no llegaba, sin embargo, a ser brutal.

 

—A quien no puede hacerlo todo —dijo— no se le debe dispensar de hacer al menos parte.

 

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El funcionario indispensable

 

El señor K. oyó unos comentarios elogiosos a propósito de un funcionario que tenía ya bastante antigüedad en su cargo y del que se decía que, por su eficacia, resultaba indispensable.

 

—¿Qué significa eso de que es indispensable? —preguntó el señor K. irritado.

—El servicio no funcionaría sin él —explicaron quienes le habían ensalzado.

—¿Cómo puede ser un buen funcionario si el servicio no funciona sin él?

—preguntó el señor K.—. Ha tenido tiempo más que suficiente para organizar el servicio de tal forma que su persona no sea indispensable. ¿En qué ocupa entonces su tiempo? Yo mismo os lo diré: ¡en hacer chantaje!

 

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Preguntas convincentes

 

—He observado —dijo el señor K.— que mucha gente se aleja, intimidada, de nuestra doctrina por la sencilla razón de que tenemos respuesta para todo. ¿No sería conveniente que, en interés de la propaganda, elaborásemos una lista de los problemas para los que aún no hemos encontrado solución?

 

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Las fatigas de los mejores

 

—¿En qué trabaja usted? —preguntaron al señor K. El señor K.

respondió:

—Me está costando una fatiga enorme preparar mi próximo error.

 

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Afrenta soportable

 

Alguien acusó a un colaborador del señor K. de adoptar una actitud hostil hacia éste.

—Sí, pero sólo a mis espaldas —dijo el señor K., defendiéndole.

 

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Dos ciudades

 

El señor K. prefería la ciudad B. a la ciudad A. «En la ciudad A. —decía— se me quiere; pero en la ciudad B. me trataban con amabilidad. En la ciudad A. todos procuraban serme útiles; pero en la ciudad B. me necesitaban. En la ciudad A. me invitaban a la mesa; en la ciudad B. me invitaban a la cocina.»

 

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El reencuentro

 

Un hombre que hacía mucho tiempo que no veía al señor K. le saludó con estas palabras:

—No ha cambiado usted nada.

—¡Oh! —exclamó el señor K., empalideciendo.

 

 

 

[ Fragmento de: Bertolt Brecht. “Historias de almanaque” ]

 

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2 comentarios:

  1. "En la ciudad A. me invitaban a la mesa; en la ciudad B. me invitaban a la cocina". ¡Cuán acertada y entrañable preferencia!

    Salud y comunismo

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  2. ¡Qué grandes y sustanciosos relatos los inmensos y sugerentes microrrelatos de Brecht!

    Salud y comunismo

    *

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