viernes, 27 de octubre de 2023


[ 483 ]


EL MOVIMIENTO COMUNISTA DE LA HUMANIDAD


PRIMERA PARTE

por ANDRÉS PIQUERAS



CLASE, CONCIENCIA DE CLASE Y ACCIÓN TRANSFORMADORA.


“En 1847 el socialismo era un movimiento de la clase media, el comunismo lo era de la clase trabajadora. El socialismo era de recibo en los ‘salones’, al menos en el continente; el comunismo, justo lo contrario. Y como desde el principio fuimos de la opinión que ‘la emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de la clase trabajadora’, no podía caber duda sobre cuál de los dos nombres debíamos elegir. Aún más: desde entonces, no se nos ha pasado nunca por la cabeza cambiárnoslo” 


(Engels, prólogo a la edición de 1888 del Manifiesto del Partido Comunista).  



I     

Materialismo histórico-dialéctico, ciencia-praxis, 

metaciencia, ¿ultraciencia?


El materialismo histórico-dialéctico es hasta el momento la expresión más desarrollada, completa y eficiente de comprehensión del mundo humano, desvelando mecanismos, formas y procesos de explotación, dominación, alienación y marginación, y por tanto proporcionando más y mejores elementos y posibilidades para que las grandes mayorías puedan incidir en el terreno social de manera satisfactoria para ellas mismas (en función de sus propios intereses objetivos). Una teoría en acción para transformar el mundo, que alberga, al mismo tiempo que potencia, el camino a una integración del conocimiento para acabar con la división de las ciencias, integrando cada vez más dimensiones de la complejidad de lo existente[1] [¿podría la “ciencia”, tal como la entendemos en el presente, constituir un paso precursor en el camino a ser superada por formas más completas de comprender el mundo y actuar sobre él (ultraciencia)?].  


Hoy por hoy el materialismo histórico-dialéctico tiene una traducción práxica, una proyección explícitamente política, que se ha venido reivindicando como marxismo. El cual entraña un compromiso con la realidad que se desvela y (re)construye, para su transformación de cara al proceso de emancipación de la humanidad.


Eso significa que el marxismo se plasma a través del movimiento comunista de la humanidad (el que tiene al comunismo como objetivo), en cuanto quehacer de la propia humanidad por emanciparse de la necesidad producida por la desigualdad, de la explotación entre sí y de la dominación y subordinación estructurales.


El movimiento comunista de la humanidad es el que a lo largo de la historia ha pugnado por la igualdad y la dignidad (libertad respecto de carencias materiales o inmateriales básicas) de los seres humanos, adquiriendo distintas expresiones, dimensiones y alcance en función de los tipos de comunidad y de los modos de producción, desarrollo de las fuerzas productivas y conciencia social de cada momento histórico[2]. Adquiere en el presente, con el modo de producción capitalista mundializado, una potencial dimensión también mundial y, por ende, susceptible de ser más abarcadora y transformadora.


Para comprehender el mundo y poder actuar sobre él (con conciencia teleológica), el marxismo escoge como punto de entrada ontológico el materialismo-dialéctico, y como punto de entrada epistemológico el materialismo-histórico, a partir de la relación de clase.


Es decir, que la ontología de la dialéctica marxiana radica en los procesos y las relaciones, que sustentan su explicación raigal, material, del mundo histórico.


La pertinencia, la validez social de un proyecto teórico-práctico se calibra por cuánto del todo podemos conocer a partir del punto de observación o de entrada al mundo escogido, si permite a la teoría adentrarse en su particular formulación, en su propio proceso de elaboración (metaciencia), así como en la disección de las condiciones y relaciones que comprende esa construcción que llamamos “realidad” -o totalidad social-, como manera de abordar con alguna coherencia lo que está infinitamente conectado y por tanto, resulta incomprensible, “incoherente” en sí mismo. Cuánto, además, puede extenderse (fenómenos y dimensiones que abarca de la realidad) la explicación a partir de ese punto.


Otra cuestión decisiva es dónde debemos situar la proyección de totalidad, o al menos el nivel mayor de generalidad que nos explique como sociedad e individuos. En el análisis de la realidad social presente, Marx eligió al capitalismo como tal totalidad. Como punto de entrada a esa “totalidad” buscó las relaciones de clase (que implican antagonismo, poder, subordinación, lucha, pero también cooperación, solidaridad, simbiosis, colaboración, relaciones de interés y de diferencia, de desigualdad y de reconocimiento, etc…) porque las entendió como las que tenían un mayor potencial explicativo del todo social.


La dialéctica marxiana supone combinar en el análisis distintos niveles de abstracción, tanto de escala como de las formas en que se manifiesta el todo (la “realidad” escogida). Marx procedió desde lo abstracto a lo concreto: de la mercancía-valor a las relaciones y personificaciones concretas que se expresan en la superficie de la realidad. No sólo porque el todo nos puede proporcionar un conocimiento más profundo de las partes que al revés, sino porque cada parte es una concreción del todo. La totalidad, en el sentido dialéctico-materialista, es el conjunto de procesos, de conexiones internas entre categorías que constituyen un fenómeno. La “realidad” es concebida, así, como una “totalidad concreta” que se convierte en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos. Los hechos, a su vez, deben comprenderse como hechos de un todo dialéctico, interconectado, es decir, como partes de una estructura que se relaciona dialécticamente y no como átomos inmutables del conjunto. En consecuencia, desde el punto de vista ontológico, la realidad posee su propia estructura, se desarrolla y se va auto-creando, es un todo estructurado y dialéctico. La totalidad se manifiesta en infinidad de cambiantes expresiones concretas; por eso la realidad es también cambiante e inabarcable.


De ahí que no tenga sentido especular con supuestas “vueltas al marxismo”, sino que lo que resulta imprescindible es renovarlo permanentemente en función de la evolución del todo, para ser fieles al método materialista-dialéctico que le da razón de ser.



II

La relación de clase y las clases


Sintetizando. El elemento fundamental que da su razón de ser al materialismo histórico-dialéctico es la organización de la vida material y de la reproducción social. Para entender esa organización el materialismo histórico-dialéctico en su expresión marxista escoge las clases y sus relaciones como factor más explicativo.


La relación de clase entra en escena cuando una parte de cualquier colectivo humano o sociedad está compelida, mediante un acceso desigual a los medios de producción y vida, a transferir una parte o la totalidad de su trabajo en beneficio de otra parte de ese colectivo o sociedad, o de otros ajenos. La relación de clase entraña, por tanto, el hecho de que unos seres humanos se apropien de parte o de la totalidad del hacer y de lo hecho por otros (quienes son expropiados de su hacer y de lo hecho, ya sea mediante la fuerza explícita y directa, la servidumbre o la dependencia aceptada, ya mediante un salario, por ejemplo). Es decir, cuando entre unos y otros seres humanos media un proceso de explotación.


La relación de clase es pues una relación de explotación en este sentido amplio. Implica un antagonismo básico: el beneficio de unos depende de algún grado de expropiación de otros, de usurpar y por tanto menguar sus oportunidades de vida, expresadas a través de su desigual acceso a los recursos y por tanto al poder dentro de una determinada sociedad. Condicionando, por consiguiente, la capacidad de acción y decisión de unas u otras personas y, en conjunto, sus posibilidades de autonomía y autogestión de su vida. Lo que quiere decir, entonces, que la relación de clase no es sólo extracción de plusvalía o de plustrabajo, es también siempre dominación, control de la vida ajena (del tiempo de vida de otros). Materialidad negada, en cuanto que negación de la realización humana para sí misma.


Tal circunstancia, como se ha dicho, entraña un antagonismo estructural inserto en las raíces de cualquier sociedad desigualitaria, haciendo aquél las veces de dinamo o motor de su movimiento histórico.


Las relaciones de clase dan lugar a diferentes estratificaciones sociales en unos u otros modos de producción. Es en el modo de producción capitalista en el que se forman clases sociales propiamente dichas en función de la desigual relación con los medios de producción y la consiguiente explotación a través del trabajo abstracto –asalariado-. La clase social como propia del modo de producción capitalista, hace referencia a la población que queda a un lado y otro de la relación Capital/Trabajo según la detentación o no de los medios de producción de una sociedad y, en consecuencia, según se compre o se tenga que vender la fuerza de trabajo (la capacidad física e intelectual de trabajar que toda persona tiene a lo largo de su vida).


La clase que ha expropiado de medios de vida al resto de la sociedad es la clase capitalista, que como tal ha de vivir de la explotación del trabajo ajeno. Para ello trata de mantener la escasez (relativa o absoluta) de los demás, de manera que se vean obligados a vender su fuerza de trabajo, y con ello su autonomía e independencia como seres humanos (subordinación social).


La «lucha de clases» es una construcción práxica que tiene como objetivo impulsar las luchas de clase que seres humanos concretos realizan con más o menos conciencia explícita para perpetuar, trascender o al menos para buscar una mejor situación y posibilidades dentro de esa relación. Por eso, no hay que perder de vista que las clases no son sujetos, son una “realidad dormida” (que cobra vida al expresarla), una conceptualización, una idea-fuerza que puede proporcionar conciencia colectiva y por tanto constituir sujetos colectivos –acción y organización colectivas- para explicitar los antagonismos en forma de luchas.


En el modo de producción capitalista la relación de clase se expresa fundamentalmente por medio de la plusvalía que la mayoría (la clase parcial o totalmente desposeída de medios de producción que tiene que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario) genera para beneficio de una minoría (la clase capitalista). La plusvalía como trabajo no pagado, se transforma en beneficio capitalista cuando la mercancía producida (sea material o inmaterial) es vendida en el mercado.


La dificultad de desentrañar (los mecanismos de) la explotación capitalista y lo que significa la subsunción real a sus procesos productivos, conduce a una alienación general de la sociedad inherente a este modo de producción, pues apenas alcanza a comprender (incluida gran parte de la fuerza de trabajo cualificada) las bases o causas profundas, raigales, de su sometimiento (tampoco de su malestar), de cómo es explotada con intermediación del salario, en razón de qué funciona su orden social ni en qué consiste la dinámica del elemento que le da razón de ser (el valor-capital).


Pero el materialismo histórico-dialéctico aplicado como marxismo sí lo sabe. El movimiento ampliado del valor como plusvalor realizado (como ganancia) en forma de dinero y reinvertido para generar más plusvalía traducida en el mercado como más dinero, es el capital. En sí mismo no es, por tanto, sino plusvalía reinvertida, trabajo no pagado listo para generar beneficio. El capital es una relación social y una forma de expresar la riqueza producida y acumulada por la sociedad a costa de la explotación interna a ella. Una relación que moldea la vida de los individuos, constituye las relaciones entre ellos, “hace” a sus propios seres humanos; se transforma, por tanto, también, en conciencia social dominante.


El que esa sea la expresión fundamental de la explotación capitalista en sentido histórico-dialéctico, no significa que otras formas de explotación no sean importantes, al contrario, pueden ser imprescindibles para mantener esa forma fundamental de explotación y por tanto la posibilidad de mantenimiento del metabolismo social capitalista, pero no son inmanentes (ni por tanto caracterizadoras) del capitalismo. En este modo de producción quedan integradas en su relación de clase fundamental, subsumidas por el capital a ella.


Para comprender esto la condición clave es no concebir más las partes de la sociedad y las relaciones al interior de ella de manera separada. Veamos. 


El proletariado alude al conjunto absolutamente mayoritario de población que ha sido desposeída de medios de producción y que por tanto se ve forzada para sobrevivir a vender su fuerza de trabajo (a cambio de un salario) en un mercado muy particular que lleva el nombre de “mercado laboral” (donde se compra y vende esa fuerza de trabajo, es decir seres humanos), y es la que da toda su amplitud a la realidad de la clase trabajadora. La condición proletaria es consecuencia de la movilidad absoluta que el capitalismo provoca para los seres humanos, resultante del paso del nexo no capitalista al capitalista (con su consiguiente conversión en mercancía fuerza de trabajo y de ahí en clase trabajadora). Dentro de la clase trabajadora se puede tener el atributo de:

Ocupado

Activo             

Salariado (total o parcial) 

Desempleado

Inactivo


Dentro de la fuerza de trabajo “inactiva” tenemos: 

 

autoapartada temporalmente de la relación salarial en el proceso de autoconstitución como fuerza de trabajo cualificada (estudiantes)…  [aunque también una parte de ella puede combinar asalarización y formación]


fuerza de trabajo reproductora, mantenedora y productora de fuerza de trabajo (sobre todo mujeres -puede estar “autoapartada” temporal, intermitente o totalmente, de la relación salarial, aunque no de otras modalidades de trabajo además del “doméstico”-)



fuerza de trabajo retirada de los procesos productivos (jubilada; aunque este retiro ha comenzado a ser parcial o intermitente, en cada vez más ocasiones)


autoapartada definitivamente de la relación salarial -por otros diversos motivos que el de la reproducción, manutención y producción de fuerza de trabajo-


La población desempleada y buena parte de la inactiva constituyen un ejército laboral de reserva a disponibilidad inmediata (sobre todo en el primer caso) o activado a discreción ante determinadas circunstancias o bajo ciertos nuevos requerimientos. Por eso puede contar bien como fuerza de trabajo de reemplazo lista para ello, o bien como fuerza de trabajo excedente ya sea desechable o no necesariamente desechable. En ambos casos se trata de condiciones resultantes de una sobreproducción de fuerza de trabajo en el capitalismo. La condición de “excedente” puede atañer además de a buena parte de la fuerza de trabajo “inactiva”, a la desempleada de larga duración y a la desempleada crónica o permanente.


En conjunto propician la extensión de una base irregular de empleo, subempleo o paraempleo, bien bajo formas “atípicas” (todavía por lo general jurídicamente reguladas è en las formaciones socioestatales de capitalismo avanzado o primigenio), bien bajo formas “informales” (no reguladas è formaciones socioestatales de capitalismo atrasado o posterior). Cuanto más grande es ese excedente de fuerza de trabajo, más aumenta el despotismo patronal y el deterioro de las condiciones sociales y laborales. Hasta el punto de que la propia fuerza de trabajo puede llegar a hacer de ejército laboral de reserva de sí misma: asumirá cada nueva contratación con un listón reivindicativo más bajo (incrementando en alto grado su nivel de aceptación laboral), rebajándose sus propias condiciones laborales-salariales anteriores.


Además hay que contar, dentro de ese ejército laboral de reserva, con una fuerza de trabajo totalmente exogenizada como esclava (hoy probablemente más de 80 millones de personas en el mundo, si bien la ONU reconoce sólo algo más de 20 millones) o por condición de servidumbre, indeture o engagement, peonaje, fuerza de trabajo migrante bajo religación a determinadas mafias patronales. Una fuerza de trabajo crónicamente (sub)empleada por debajo de su valor como tal (aquí las cifras se disparan).


En total, proletariado y clase trabajadora así considerada son, pues, sinónimos. Si bien no todo el proletariado es convertido en salariado, por ejemplo, todo el salariado sí forma parte del proletariado, y así con los demás atributos de la clase. La clase obrera es la parte asalariada del proletariado empleada en el sector productivo industrial[3].


La fuerza de trabajo que ha venido siendo integrada o “fidelizada” por el Sistema a través de la opción reformista, a su vez promovida por las luchas de clase históricas (logro de la ciudadanía y extensión de los derechos anexos a ella -civiles, políticos, socioeconómicos…-), es fuerza de trabajo endógena o endogeneizada. Ha constituido el sujeto -y objeto- de la ciudadanía.


En cambio, la fuerza de trabajo que es incorporada al nexo capitalista (de unas relaciones precapitalistas a las capitalistas, a través de la proletarización), pero sin todos esos vínculos de integración, es fuerza de trabajo exógena. También es exógena aquella parte del proletariado que se importa del exterior sin que le atañan las condiciones del trabajo endogeneizado (se establece entonces la desigualdad que acompaña a la distinción entre fuerza de trabajo autóctona o “nacional” y fuerza de trabajo heteróctona o “extranjera” en cuanto que “fuerza de trabajo inmigrante”; ciudadanía / no-ciudadanía). En las crisis capitalistas, partes de la fuerza de trabajo previamente endogeneizada tienden a resultar exogeneizadas, como está ocurriendo en la actualidad sobre todo con las nuevas generaciones que se incorporan al mercado laboral.


El aumento en los ritmos de crecimiento de la productividad (desarrollo tecnológico), conlleva una creciente incapacidad del modo de producción capitalista para absorber o reabsorber la fuerza de trabajo “producida” mediante proletarización, lo que da lugar a un disparado aumento de la fuerza de trabajo excedente (sólo una parte de la cual “funciona” realmente como de reserva). Dentro de la cual distinguimos:


1 Flotante: que es alternativamente atraída y repelida por el propio movimiento del capital (suele estar sujeta a una movilidad relativa, como adaptación a los cambiantes requerimientos de organización de los procesos de trabajo, y en función de la propia movilidad del capital entre ramas, entre sectores de actividad o entre lugares)


2 Latente: resultante de la forma del desarrollo capitalista en el campo => A medida que son destruidas las formas de producción previas, se repele población que sólo se vuelve visible cuando migra a las zonas de empleo


3 Estancada: que se acumula en los núcleos de concentración del capital como resultado de su expulsión de la relación salarial y que, en todo caso, sobrevive con una base de trabajo irregular.


Cualquiera de estas modalidades puede llegar a ser:


4) Definitivamente desechable: entra por lo general a formar parte de la marginalidad absoluta. Esta situación puede conducir también a la venta del propio cuerpo (o “chasis” de la fuerza de trabajo) para distintos fines (de prostitución, militares, de tráfico de órganos, pruebas biológicas, exhibición…; si bien esa venta puede atañer ocasionalmente a otras divisiones de la fuerza de trabajo).


Unas y otras modalidades están en la base de la multiplicación de las formas de empleo cada vez más atípicas o informales, ya señaladas, así como del autoempleo y el supuesto trabajo “autónomo”, que a escala planetaria normalmente dan lugar a situaciones precarias cuando no directamente a una economía en los márgenes del sistema, de subsistencia mínima.     


Es, además, entre la fuerza de trabajo más exogenizada y excedente donde se suelen encontrar (aunque no sólo entre ellas) los niveles de una conciencia productiva (y -por tanto- social) más degradada  (“lumpenproletariado”) y donde tiende a extraerse el grueso del salariado que forma parte de los aparatos represivos tanto del Estado como privados (gansteriles, mafiosos…). Siendo objeto asimismo del reclutamiento militar estatal (ejércitos y cuerpos militares varios) o privado (paramilitarismo, mercenariado…).


Todas estas expresiones del excedente de fuerza de trabajo adquieren dimensión global con la consecución de un Sistema Mundial capitalista. Se consigue, así, una fuerza de trabajo migrante global o ejército laboral de reserva mundial, con una permanente disponibilidad migratoria. Lo cual, hoy por hoy, tiende a rebajar en todos lados el poder social de negociación de la fuerza de trabajo (esto es, su capacidad de hacer valer sus intereses objetivos o de clase).


Atendiendo a todo ello es que podemos entender que entre la enorme variedad y condición de la clase trabajadora se generen no sólo diferentes y a veces contradictorios estados de conciencia, sino asimismo numerosas fracturas o divisiones horizontales, por ejemplo bien según su condición de  endógena / exógena; bien en cuanto que resulta generizada como hombre o mujer (con la correspondiente división sexual del trabajo); ya sea en función de la escala de cualificación y de supervisión y/o gestión de los procesos productivos (división social -y en su extremo “manual/intelectual”- del trabajo); ya según la adscripción edataria (división generacional del trabajo); ya en atención a su racificación o etnificación (división étnico-cultural del trabajo; porque la “raza” sigue siendo utilizada para marcar al proletariado de cara a la provisión de una mano de obra severamente exogenizada), etc. 


El gran «éxito» del capital al proyectarse como totalidad, facilitando la labor de sus personificaciones, es que ha supeditado todas las líneas de fractura de la fuerza de trabajo a su dinámica de extracción de valor, que por eso se ha constituido en hegemónica, sustentadora de todo un sistema social hoy planetario. Circunstancia que transcurre paralelamente a su relativo logro para difuminar la relación de clase Capital/Trabajo constitutiva del modo de producción capitalista, visibilizando, potenciando y multiplicando en cambio, las desigualdades horizontales Trabajo/Trabajo (de estatus, formación-cualificación, género, generación, culturales, identitarias, etc.).

Pero todas esas fracturas, y las luchas e incluso movimientos a que dan lugar, son parte de la relación de clase capitalista. Aunque tengan especificidades basadas en relaciones desigualitarias y modos de producción diferentes, éstas son reconstituidas y refuncionalizadas en el capitalismo de cara a formar parte de su dinámica del valor, según su ubicación en, y contribución, a la reproducción ampliada del capital.


El contenido, características y formas que adquieren en el capitalismo (y que las distinguen de las que tenían en otros modos de producción) están relacionados con la manera en que participan en el trabajo social total (por ejemplo, formando parte directa o indirecta de la valorización del capital; así, por ejemplo, el fin último del trabajo esclavo en el capitalismo es tal valorización del capital y no la producción de bienes de uso, servicios o de excedente, como en otros modos de producción; igual ocurre con la “producción de productores” que realizan las mujeres, por ejemplo). Y es que aunque el sistema capitalista se basa en la explotación del trabajo abstracto -de la fuerza de trabajo como mercancía-, aprovecha también todo el repertorio de formas de explotación que le han precedido, e incluso otras nuevas que genera por fuera de la relación salarial.  


Las marcas de etnicidad, “raza”, nacionalidad, género o edad han sido también, aunque no sólo, expresiones en las que el capital ha plasmado su imposición diferencial del trabajo abstracto a la población, separándolo del trabajo no-pago de mantenimiento de la sociedad y de la Vida en general.


Se establecen así distintos “agentes económicos” y formas sociales de compaginar asalarización con semi-asalarización y no-asalarización, trabajo pago y no-pago, en torno al valor como plusvalor social, así como de dividir a la fuerza de trabajo y de rebajar el precio de ésta. Siendo, precisamente, el salario un elemento desigualador del proletariado, que favorece la dominación interna dentro del mismo (“hombres” sobre “mujeres”, asalariados/as sobre no asalariados/as, “expertos” sobre “no expertos”, directivos sobre ejecutantes, por ejemplo).  


La configuración de las clases sociológicas de la ciencia social del capital se basa, precisamente, en el modo de distribución de la riqueza social generada (parte recibida por unos u otros fragmentos de clase, en forma de salarios, emolumentos, estipendios, honorarios, comisiones, asignaciones y recompensas en general desigualmente percibidos), así como en el desigual acceso a los medios de dirección social y supervisión laboral. Estos mecanismos de diferenciación interna, reforzados por esa misma ciencia, se expresan en formas de conciencia que por lo general se separan de la concepción colectiva de clase trabajadora,e incluso a menudo se muestran ajenas o incluso opuestas a ella. También en identificaciones de “clase como estatus”, que se anclan en la mayor o menor capacidad de consumo y sus “estilos”.


Pero trascendiendo estas claves, el marxismo comprende la inclusión del conjunto de personificaciones de la relación Capital/Trabajo que integran las formaciones sociales, como agentes directos o indirectos de la valorización del valor-capital.

Poco podemos entender de la totalidad social que constituye el capital si contemplamos las luchas que surgen de los distintos campos contra esa constelación de posiciones, contra esa trama social de desigualdades respecto de la valorización del capital, como si fueran separados “movimientos sociales”, en vez de como expresiones de una misma lucha con muchas aristas, dimensiones y ámbitos, perfectamente complementarias aunque también potencialmente conflictivas entre sí, contra efectos concretos sobre las vidas particulares y colectivas de aquella totalidad social, en torno a la explotación y la desposesión diferentemente plasmada en unos u otros sectores de la sociedad (esto es lo que no quieren ver quienes insisten en señalar a “los nuevos movimientos” –incluso muchos/as de quienes participan en ellos- como si fueran “sujetos” y tuvieran “motivos” ajenos a la relación de clase capitalista. No comprenden la gran complejidad y polimorfismo de ese concepto, y lo creen reducido al obrero de fábrica y poco más).


Si las divisiones a las que hemos aludido, creadas, reactivadas o potenciadas por el capitalismo, tienden a generar subjetividades subordinadas, también las luchas de unos u otros pedazos de esa fragmentación, que co-evolucionan con el propio desarrollo del metabolismo capitalista, contienen a la postre la potencialidad de ir eliminando las desigualdades al interior de la relación de clase, de ir nivelando los atributos productivos de la clase trabajadora, destacadamente su conciencia (por ejemplo a través de la asalarización y cualificación de la fuerza de trabajo generizada como “mujer”), y por tanto a articular y armonizar la praxis de clase, contra las diferentes subjetividades particularistas que el movimiento del valor-capital y los dispositivos de formación de conciencia de la clase capitalista generan. Especialmente son un antídoto contra las mencionadas subjetividades subordinadas o degradadas que el capital provoca y ahonda al combatir el trabajo precario, la marginación, la racificación de la fuerza de trabajo, la condición individualizada y subordinada de tantas mujeres y, en general, de la fuerza de trabajo que queda fuera de la relación salarial directa). Por eso la clase capitalista y sus medios intentan desviar esas luchas hacia el terreno de la identidad en exclusiva, o del “reconocimiento” y la “diferencia”, cuando no ha podido doblegarlas.


La relación de clase así de ampliamente concebida y practicada, junto a las luchas en torno a ella, adquieren una potencial dimensión disruptora del conjunto del metabolismo social capitalista, de la totalidad de su orden social.  


Aunque no todas las luchas de clase conllevan esa dimensión.



III  

 Luchas de clase


En el modo de producción capitalista, como en cualquier otro modo de producción desigualitario, las luchas en torno a la relación de clase presentan diferentes grados de intensidad, alcance y explicitación.


Cuando las luchas de clase están centradas en conseguir una mayor o menor distribución de la plusvalía generada en la explotación, menos tiempo de jornada, condiciones menos intensivas de trabajo, un menor trabajo no pago o semipago, una suavización o reparto del trabajo de reproducción, una mayor disposición de comunes… las decimos, sólo para precisar el análisis, “luchas de clase cuantitativas”. De forma también solamente heurística las podríamos dividir en:


Latentes. Debidas a la fricción implícita que genera e implica la sujeción y ejecución práctica del trabajo abstracto (que es trabajo social puesto en acción pero que realiza en concreto cada ser humano). Pueden traducirse, desde el punto de vista del Capital, en “escamoteos”, “negligencias”, “desórdenes”, “perezas”, “absentismos”, “mal trabajo”, “libertinajes”, “vagancia”, “ingratitudes” o “infidelidades” obreras, etc.);


Explícitas. Precisan cuanto menos de un determinado grado de conciencia del antagonismo de clase, y por tanto pretenden la traducción colectiva de las acciones recién mencionadas o de otras directamente dirigidas hacia el objetivo del reparto de la plusvalía: actos de protesta en sus distintas expresiones, huelgas, negociación política, etc.


Para que las resistencias se tornen proyectivas, manifiestas (conscientes y orientadas a la raíz de los procesos), para que puedan constituir un desafío global consciente al mismo hecho de la explotación, haciéndose luchas de clase cualitativas, han tenido que darse parciales transformaciones de la fuerza de trabajo como objeto de explotación, a la fuerza de trabajo como sujeto de desalienación (que intenta recuperar la totalidad de su tiempo de vida para sí), que se autovaloriza por fuera del valor-capital.


La autovaloración de los seres humanos requiere necesariamente de la desvalorización del capital, en cuanto que para valorizarse a sí mismos tienen que 1. Percibir su condición de mercancía; 2. Negarla como condición aceptable = negar su condición de mercancía “fuerza de trabajo” o “capital variable” que valoriza al capital. 3. Luchar organizadamente contra ello.  


Esto quiere decir, necesariamente, que hay partes de la clase trabajadora que han experimentado un mayor desarrollo en el proceso de autonomización ideológica respecto del capital, en su constitución en sujetos, en cuanto que procuran establecer sus propias coordenadas sociales.


Sujeto en este contexto es el agente colectivo, que identifica en el plano social sus sujeciones e interviene en el mismo plano (colectivamente) para transformarlas en orden a conseguir mayor autonomía. El concepto de sujeto, especialmente para los subordinados, está estrechamente relacionado al mayor protagonismo agencial frente a las estructuras.


La fuerza de trabajo es una mercancía que no se puede separar de su forma-vida. Cualquier obstaculización a su realización humana tiene la potencialidad de provocar lucha, esto es, movimiento: intento de prevalencia de la vida sobre la mercancía. Y por tanto también posibilidad de desalienación.


El movimiento obrero (como epítome del movimiento de clase) es a la vez productor y producto de esta contradicción, como negación de la negación de la vida. En su praxis lleva la potencialidad de su propia desalienación. 


Esa conciencia de clase cualtitativamente más desarrollada tiende a coagular de forma organizativa en movimientos, sindicatos, partidos… El partido de clase ha sido hasta hoy la máxima expresión de esa conciencia desarrollada, que se erige en sujeto colectivo con capacidad de establecer una orientación teórica profundamente asentada, con su correspondiente ideología entendida como acumulación histórica de conciencia –que enriquece y desarrolla a su vez las conciencias individuales y colectivas-sectoriales, de cara a irlas conformando como conciencia de clase-; dota no sólo a sus integrantes sino potencialmente a partes amplias del cuerpo social de objetivos inmediatos, intermedios y finales, así como de un programa para llevarlos a cabo, mediante contenidos básicos de táctica y estrategia.


El partido de clase, gracias a esa acumulación de conciencia coagulada orgánicamente y puesta a desarrollarse en común y para el común, permite ver más allá de lo inmediato, haciendo las veces, como decían los clásicos, de una jirafa que contempla el horizonte por encima de la vista de los demás y sabe por dónde hay que ir para alcanzarlo.


En realidad ese horizonte es el que ella misma se ha trazado, a través de una conciencia de clase altersistémica. Estamos ante lo que la Grecia clásica llamaba el enkratés, el ser humano políticamente organizado cuyo dominio sobre sí mismo le permite darse sus propios fines y metas, autotélico, que se autogobierna o autodetermina a sí mismo, en pro de su autodesarrollo (ello conduce a la frónesis o habilidad entrenada para saber prever el futuro en política y en consecuencia calibrar los pasos y acciones más razonables a seguir). Esa conciencia practica sólo se puede conseguir como sujeto colectivo, mediante la participación y el quehacer cotidiano políticos, a través de los cuales el “sentido común” se politiza en la acepción más noble del término, de preocupación y ocupación por el conjunto de la polis. Esto capacita para desarrollar la actividad y deliberación colectivas, para tomar decisiones e intervenir en la totalidad concreta que es la vida social.


Es imprescindible tener en cuenta estas diferencias entre las luchas de clase, de cara proporcionarlas en su conjunto un sentido cualitativo o altersistémico. De lo contrario, seremos muy poco eficaces políticamente.


Sin embargo, tampoco hay que perder de vista que dialécticamente esas luchas no están separadas: las formas de resistencia latente pueden complementarse con las luchas por un mejor reparto de la plusvalía y llevar a importantes modificaciones organizativas del capital. Toda lucha “revolucionaria” empieza primero por esas resistencias y por aspectos “cuantitativos” de la relación de clase, y se mezcla siempre con ellas. Unas luchas están hologramadas en las otras. Pero sería políticamente inocuo no considerar los distintos alcances y posibilidades de unas u otras expresiones y de cuáles prevalecen en cada momento.


Por eso, a diferencia de lo que proclama la tan manida como estéril acusación de economicismo, lo que distingue en el fondo al marxismo de otras perspectivas y estrategias de conocimiento e intervención en la realidad, no es la primacía de los factores económicos sino la constitución de un cuerpo teórico-práxico resultante de articular un conjunto infinito y cambiante pero estructurado y sucesivamente jerarquizado de factores. Es decir, se trata de una integral comprensión y actuación de y sobre el mundo, del conjunto de factores que constituyen la vida social, donde la teoría y la acción están inter-penetradas y se modifican entre sí tanto como al propio mundo sobre el que inciden y del que se reconocen como porciones de sus partes cambiantes.   


¿Pero cómo expresar el infinito condicionamiento y fragmentación discorde de la realidad en “condiciones objetivas” concretas, y cómo dar cuenta de la plasmación de esas condiciones en subjetividad y lo que es aún más complejo, en “conciencia” colectiva, y ésta en praxis emancipadora?


Lo intentamos explicar en la segunda parte.



**


[1] El carácter universal de la ciencia como quintaesencia del proceso histórico de desarrollo puede encontrar su encarnación solo en las condiciones de la máxima socialización del trabajo, en las condiciones de la sociedad socialista. (…) “La ciencia solo puede jugar su rol en la República del Trabajo”, anotó Karl Marx. La base económica [del comunismo] es la propiedad de todo el pueblo, la conducción planificada de la economía, el bienestar del pueblo como fin de la producción social. (…) En estas circunstancias fórmase la personalidad desarrollada de modo omnilateral del ser humano del futuro comunista, que se presenta al mismo tiempo como trabajador y científico, pensador y artista, encarnando en sí el ideal humanista marxista.


La reconstrucción socialista del mundo abre camino a la unión íntima de la ciencia y la democracia (…) La ciencia permite someter paso a paso todas las relaciones y esferas de la actividad al control de la razón colectiva de los/as trabajadores/as. Ella viene a ser el fundamento teórico de la síntesis cultural que revela la naturaleza primordial de todo el conocimiento como saber sobre el ser humano. Hoy hasta la cosmología deviene antropología. LA CIENCIA COMO FENÓMENO DE LA CULTURA por Yuri Zhdánov | EL SUDAMERICANO (wordpress.com)



[2] A partir de la restringida libertad de la especie humana frente a las fuerzas naturales, también había una limitada libertad de los seres humanos de liberarse de los lazos comunitarios. ´Soy sólo en tanto que tú eres´ como miembro de una comunidad en medio de la naturaleza, de la cual dependemos y con la cual interactuamos totalmente como parte integral.


Con la aparición de un excedente más o menos permanente y el consecuente paso en el dominio de la naturaleza, aparece la “libertad relativa” de crear nuevas relaciones de producción que se aparten del Bien Común de la Comunidad como un todo. Es lo específico del modo de producción tributario. En él existen condiciones para revelar la “libertad relativa” de los seres humanos de entablar relaciones sociales de producción a partir de una división social del trabajo, pero siempre de comunidad directiva o superior frente a comunidades inferiores o de base (pueblo). En este contexto, se amplía la cooperación entre múltiples comunidades de base dirigidas por una comunidad dominante que permite realizar obras productivas, a menudo por haber logrado pequeños trabajos a menor escala en su entorno. El fetichismo de la religión adquiere dimensiones cada vez más grandes (pirámides, mastabas, palacios, grandes templos, etc.) y dichas obras de culto son una modalidad potencial de apropiación del excedente por la élite en el poder. Pero en el modo de producción tributario los lazos comunitarios, en vez de disolverse, se reafirman en una escala mayor, eso sí, mediante una creciente división social de trabajo. Sólo mediante esa cooperación socializada y más vasta en términos de territorio, la humanidad logra un mayor control de las fuerzas naturales con unos lazos comunitarios que se tornan más complejos. En estas formaciones sociales no hay lugar para un mayor desarrollo de la individualidad. No hay entre el pueblo posibilidad de un desarrollo de intereses privados individuales que disten de los comunitarios. ´Yo soy (como persona, pueblo) mientras yo y tu (otros pueblos) nos reconocemos en la comunidad grande’.


La historia de la Europa clásica se caracteriza, en cambio, por la transición a la explotación individual de la tierra y el intercambio de productos en el mercado local. La apropiación del producto se individualiza y con ello surge de hecho y más tarde de derecho la propiedad privada sobre la tierra. La historia de la humanidad en eso que después se llamaría “Occidente” se caracteriza por querer construir sociedad a partir de la individualidad y donde el Bien Común (entonces, las tierras colectivas) se va perdiendo poco a poco para la Comunidad, asentando la explotación de una clase por la otra (lo que tiene su máxima expresión en el esclavismo: ´soy mientras tú no eres´), así hasta llegar al momento de los límites de la individualidad sin sociedad, es decir, sin Bien Común de la Comunidad como un todo. Todo ello no sin pasar por Permanentes Rebeliones y levantamientos populares (en los últimos 28 siglos) por recuperar la dignidad colectiva, por el Bien Común, por congeniar Individualidad en la Comunidad.


El capitalismo pareció destrozar todas esas luchas llevando a la Individualidad a negar la Comunidad, a enfrentarse a la Sociedad, pero en realidad las proyectó a un escalón más alto, en el que se jugaban el propio modo de producción.  Transcendiendo el antagonismo a partir de la imposibilidad del “tu sin migo y yo sin tigo” “tengo sentido en cuanto que soy Comunidad, (ahora) libremente elegida”, “mi beneficio radica en el beneficio del Común”. Ese es el movimiento comunista de la humanidad. [Esta nota la incluyo en homenaje a Wim Dierckxens, que tanto insistió en plantear estas claves].


[3] La “clase obrera” ha sido señalada tradicionalmente como el sujeto principal en la superación del capital, y lo ha sido por ser la parte asalariada de la fuerza de trabajo que está ubicada en el sector industrial, el productor de valor nuevo, mediante el que se renueva la sangre (el valor) de todo el Sistema (tengo que remitir aquí al capítulo 4 de mi obra, De la decadencia de la política en el capitalismo terminal. El Viejo Topo, 2022). Hoy la clase obrera ha crecido en lo global, pero desde hace tiempo viene disminuyendo en las formaciones socioestatales de capitalismo avanzado.


Por otra parte, entre la clase trabajadora y la clase capitalista se sitúa una “clase media”, que según la definición marxista clásica estaba integrada por “quienes tienen suficientes medios de producción como para no tener que trabajar para otros, pero no tantos como para hacer que otros trabajen para ellos”. En la primera y segunda revoluciones industriales estaba integrada por la pequeña burguesía-la aristocracia venida a menos, las entonces consideradas “profesiones liberales”, el campesinado con tierras y medios de producción propios; pequeños patronos que pueden emplear a otros/as trabajadores/as pero que eso no les evita tener que trabajar ellos/as mismos/as, autoexplotándose (lo que quiere decir que parte considerable de su trabajo-explotación no se traduce en ganancia, ya que aquél se diluye en el valor medio producido en la sociedad, que es apropiado por la clase capitalista puntera en forma de índice de ganancia diferenciado. Eso significa que el pequeño patrono también transfiere trabajo propio al producir mercancías en más tiempo medio que el de la clase capitalista que concentra -y centraliza- el capital). En cualquier caso, hoy casi todas esas figuras están asalariadas, o en su defecto quedan a menudo en condiciones más precarias que algunas capas de la clase trabajadora.


Los procesos de centralización del capital en el campo, la extensión de las apropiaciones del gran capital en el planeta entero, hacen del campesinado una condición igualmente precaria, pero también ambigua, integrando en ella desde pequeños capitales rurales (por lo general reaccionarios tanto frente al gran capital como al proletariado), asalariados por lo común parciales (jornaleros) o con diferentes modalidades de ligazón a la tierra (aparcería, enfiteusis…), hasta grandes porciones de la fuerza de trabajo excedente que, en todo el planeta, intenta subsistir aprovechando pequeñas parcelas de tierra.


Y lo mismo pasa con los denominados “autónomos/as”, que hoy serían esos “pequeños/as patronos/as” cada vez más axfisiados/as por el gran capital, cuando no se trata directamente de clase trabajadora autoexplotada, una vez ha sido expulsada o bien “externalizada” por parte de unas u otras empresas. Sin embargo, en unos y otros casos tienden a no concebirse como clase trabajadora (su subjetividad productiva suele estar fuertemente alienada).


En definitiva, la clase media es una categoría muy reducida, en vías de extinción, en contra de toda la ideología de las clases medias universales y de la autoatribución interiorizada de la población. Por eso no se la dedica un lugar relevante en el texto, aunque eso no quiere decir que no haya que tenerla en cuenta en los procesos decisivos de transformación y del necesario establecimiento de alianzas.


(continuará)




Fuente:


https://andrespiqueras.com/2023/10/15/3438/


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