sábado, 28 de octubre de 2023

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EL MOVIMIENTO COMUNISTA DE LA HUMANIDAD



SEGUNDA PARTE

por ANDRÉS PIQUERAS




AUTONOMÍA IDEOLÓGICA, HEGEMONÍA EMANCIPATORIA,

SOCIALISMO, COMUNISMO




IV     

Conciencia. Autonomía ideológica


Aun siendo el proceso de inserción en el metabolismo social del capital, esto es, la contribución concreta de cada quien al trabajo social total, de donde la conciencia social extrae principalmente sus nutrientes, el campo de las mediaciones entre la experiencia y la conciencia está constituido por todo un entramado social y cultural, técnico, ideológico, político… Es decir, que las experiencias inmediatas de los seres humanos vienen mediatizadas por las relaciones sociales de producción, pero también por la Cultura y por las mediaciones políticas-formativas, esto es, por la cosmovisión dominante en una determinada sociedad.  Todo ello informa, da forma, a las conciencias humanas, que introyectan experiencias referenciales socializadas, las cuales interaccionan con las condiciones subjetivas de cada quien, terminando de perfilar el entrelazamiento dialéctico del individuo con la existencia. 


La cosmovisión, léase aquí, “ideología” dominante en una sociedad desigualitaria o en todo modo de producción que sustenta unas u otras sociedades de ese tipo, está elaborada por la clase dominante y sus aparatos estatales (y privados) de socialización-formación-información-cognición.


No obstante, también el antagonismo de clase ha ido fraguando una visión antagónica que se ha ido consolidando en ideología (en el sentido de visión o concepción del mundo), como acumulación histórica de conciencia social concomitante con el desarrollo de las fuerzas productivas y expresado en correspondientes organizaciones sociales y políticas de cada vez mayor alcance comprehensivo del propio orden social. Concatenación de fenómenos que se ha retroalimentado históricamente con una construcción teórico-científica-práctica (el materialismo histórico dialéctico), traducida en praxis transformadora (revolucionaria en el sentido de transcendente de cualquier modo de producción desigualitario y basado en la explotación del ser humano por el ser humano del que parte).


La ideología (de clase, acompañante del movimiento comunista) pasa así a tomar o a fundirse en praxis alternativa, potencialmente de más y más sectores de la fuerza de trabajo, con tendencia a llegar a un punto en que confronta en todo el orden social con la ideología dominante del capital (así ha ocurrido ya en el pasado en diversas formaciones socio-estatales del planeta), acrecentando sus posibilidades de erigirse en fuerza superadora de ese orden.  


La lucha por la hegemonía es la pugna de las distintas fracciones de la sociedad por concretar su proyecto social (de clase) en términos capaces de proveer una dirección al conjunto de la sociedad; por establecer una trama de iniciativas y prácticas institucionalizadas en diferente rango que coagulen en un sistema integral, combatiendo la alienación intrínseca del modo de producción capitalista. Frenando, para empezar, la degradación de las subjetividades y la individualización de la fuerza de trabajo. Al ser esa praxis (teoría en acción) tanto más coherente en tanto se retroalimenta con la hasta la fecha más completa expresión social y política del materialismo histórico-dialéctico, el marxismo, aumenta sus posibilidades de lograr una desalienación generalizada, liberadora, así como que la ideología de clase se haga también ciencia de clase, y por tanto pase a ser tendencialmente más poderosa que la ideología segregada por el capital.


Tener objetivos de transformación social, especialmente cuando se trata de procesos rupturistas totales (revolucionarios), que buscan el paso de un modo de producción a otro, implica afectar todo el conjunto de procesos, dinámicas y condiciones estructurales dados, alterar todo el metabolismo social. Aquí radica el sentido profundo de la Política con mayúsculas, y de hacer Política en grande: como dinámica de construcción del consenso o de la legitimidad, pero también como forma de dirimir el conflicto entre sectores sociales o de establecer el antagonismo entre las clases, en la pugna por uno u otro tipo de sentido de lo social y de las estructuras sociales coherentes con el mismo.


En cambio, la política con minúsculas es la que se desenvuelve y compite sólo en el ámbito de las instituciones donde se representa el poder de clase, sin cuestionar o afectar apenas al metabolismo que lo sustenta (al verdadero Poder: la ley del valor-capital). Está, por tanto, empotrada en (y acepta en gran medida) ese metabolismo.


Los procesos de lucha tendentes a revertir o eliminar relaciones de explotación, desigualdad y subordinación expresadas en forma de apropiación, usurpación, discriminación, exclusión o dominación, entre otras, son procesos de emancipación.


En cualquier proceso de emancipación colectiva es imprescindible la consecución y reinvención permanente de la autonomía, entendida a la vez como proceso que se construye en el propio antagonismo (que se manifiesta en forma de lucha social), y como condición y correa del antagonismo hacia la emancipación.


La autonomía se erige como el único antídoto intrínseco contra las tentaciones dirigistas y la posible nueva formación de capas dominantes. Ahora bien, si la autonomía no puede plantearse como un absoluto, tampoco en el ámbito social puede concebirse exclusivamente como evolución propia, en una psicologización del concepto, sino como un proceso que implica siempre expresiones colectivas y que está en relación con toda una trama de procesos y relaciones de fuerza y poder. Es decir, la autonomía se co-implica con dinámicas estructurales y conquistas sociales que posibilitan el logro del propio valor como personas (autovaloración o valor de la propia vida). Entonces autonomía se equipara a autodeterminación y ésta a autogestión o si se prefiere, autogobierno, en cuanto que proceso de independización social que permite y es reforzado a la vez por la conversión procesual de los individuos en sujetos colectivos, con la consiguiente construcción de independencia subjetiva, autonomía ideológica.


La autonomía surge y se forja en el cruce entre relaciones de poder, con sus correspondientes conflictos y/o antagonismos expresados en luchas, y la construcción de sujetos, como manifestación de la propia fuerza y de la capacidad de autodeterminación.


Por eso, desplegar al unísono autonomía y hegemonía, complementar luchas intersticiales (aquellas que crecen dentro del propio metabolismo con vocación de superarlo por anegación, desde dentro) y luchas rupturistas con el orden dado (buscan un punto de ruptura que incida directo en los órganos de condensación del poder de clase, para comenzar un orden nuevo), deviene imprescindible. Eso implica también combinar continuamente Movimiento (lucha social) con Organización (para la conquista de los centros neurálgicos del Capital), promoviendo así la realización enriquecida del Partido.


Eso conlleva complementar las vías estratégica-hegemonista y pragmática-autonomista, de forma que se pueda hacer de la hegemonía una construcción de autonomía colectiva, es decir, emancipatoria, y que la autonomía devenga en sí un quehacer hegemónico (sólo la autonomía de amplias capas de la sociedad puede poner trabas e incluso revertir la tendencia a que cualquier construcción hegemónica se transforme en un mero mecanismo de recreación de poderes y reproducción de élites. Pues la autonomía sin democracia participativa co-responsable en todos los niveles donde se hace la sociedad y la Política, empezando por las posibilidades de detentación de los medios de producción, no es posible).


Porque sin sujetos autónomos, sin una sociedad movilizada, sin fuerza social consciente que oponer al Capital, no es viable una hegemonía para la emancipación, ni por consiguiente la transformación estructural emprendida por la sociedad que rompe su subordinación.


Ahora bien, la construcción de hegemonía emancipatoria necesita siempre de una clara dirección por parte de los sectores más avanzados en la autonomía ideológica de la clase trabajadora, y puede afectar a cada vez más amplias capas de ésta. Este proceso viene potencialmente fortalecido por el desarrollo de las fuerzas productivas y la continua centralización del capital que le acompaña, debido a los cuales la clase trabajadora asume más y más responsabilidades tanto en la dirección del completo ciclo económico como en la gestión social (proceso que empezó por sus sectores más cualificados pero que con el absentismo de la clase capitalista -cada vez más rentista-parasitaria- se ha extendido a capas de no tanto alcance de cualificación).


Sin embargo, de por sí, esos procesos no conducen a la conciencia social o política de clase. Al contrario, pueden llevar a desgajar la clase entre una elite managerial-gestora-(extra)cualificada y el cuerpo mayoritario de la clase trabajadora. Tendiéndose también a la fragmentación entre este último y la porción (creciente) de clase trabajadora lumpenizada o abiertamente exogenizada (que cada vez más es contemplada como fuerza de trabajo desechable  -ver aquí LAS MIGRACIONES HUMANAS EN EL CAPITALISMO. MOVILIDAD DE LA FUERZA DE TRABAJO DE RESERVA – El blog de Andrés Piqueras (andrespiqueras.com)-).


Por lo que el salto rupturista resulta imprescindible. Es decir, no puede haber acumulación indefinida y generalizada de conquistas, de fuerza y de conciencia social de clase trabajadora sin revolución política (expropiación de la burguesía de los medios de producción y de los de gestión-dirección-control-cognición social). Ahora bien, como decimos, ese salto cualitativo, en bucle autoalimentativo, requiere a su vez de previa acumulación de fuerza social, al menos suficiente para respaldar con hechos las previas intervenciones en las instituciones, en los centros de legitimación y gestión del capital, para movilizar o, en su defecto, predisponer favorablemente, a buena parte del resto de la sociedad.


Sólo la propia clase trabajadora (empujada por los sectores más políticamente avanzados de la misma) a través de la toma del Estado y la eliminación de los capitales individuales, puede hacer de la máxima centralización del capital un proceso revolucionario que vaya atrayendo e impregnando al conjunto de la clase(-sociedad), de cara a disolver planificadamente al propio capital.



V.

Constructores de hegemonía emancipatoria


Las reales posibilidades de cualquier tipo de transformación están vinculadas a la constitución por doquier de franjas de constructores sociales y políticos, sin los cuales es imposible imaginar siquiera respuestas satisfactorias a las embestidas del Capital.


Esas franjas permiten pensar en una masa crítica para poder inducir la configuración de l@s explotad@s, excluíd@s y discrimiad@s en 1/ fuerzas sociales, 2/ fuerzas teórico-programáticas y 3/ fuerzas políticas, capaces en conjunto de pensarse a sí mismas como sujetos portadores de un proyecto de cambio social, esto es, como sujetos políticos.


La fuerza social se refiere a segmentos de población organizados que, pertenecientes a determinados sectores sociales, son reconocidos por éstos y por otros adyacentes (e incluso más alejados) como fuerza de opinión y lucha en torno a sus problemas relevantes. Es, por tanto también, expresión de legitimidad de ese segmento de población organizada.


Una fuerza teórico-programática resulta de la sistematización de la experiencia propia y ajena para otorgar sentido al problema de la construcción y la transformación social. Es expresión tanto de la potencia movilizadora como de la verosimilitud de una visión precisa pero abierta de la realidad y su transformación.


La fuerza política es la síntesis de una fuerza social y una fuerza teórica cuya emergencia y realización ocurre en el campo de la acción, que se caracteriza por su capacidad convocante, dada su legitimidad y verosimilitud, y que por tanto es capaz de definir objetivos y caminos susceptibles de transformarse en práctica política y social alternativa a partir de las condiciones existentes.


Entendida de este modo, resulta evidente que la fuerza política no puede confundirse con la fuerza orgánica que opera en el ámbito de la política con minúsculas, institucional. La fuerza política no puede sino entenderse como síntesis de un proceso de construcción de sujetos cuya primera manifestación es el logro de una masa crítica ampliada.


Una orgánica institucional vacía de sujeto es, desde una auténtica praxis emancipadora, una aberración. Aberración condenada a repetir los procesos de entrega, oportunismo, esquizofrenia o dislocación que han experimentado la absoluta mayor parte de las organizaciones de la izquierda institucionalizada o izquierda integrada.


La contribución a la gestación de sujetos que confluyan en movimientos sociales y movimientos políticos con vocación y posibilidades de transformar tiene pendiente la articulación entre la dimensión de base, de acción cotidiana, movimientista, y la recomposición organizativa de la clase trabajadora en sentido amplio (organización política y teórico-programática). Esa tarea sólo podrá llevarse a cabo desde el propio movimiento organizado, esto es, desde una organización-movimiento (la forma que debe adquirir el Partido cuando se hace de masas) capaz de dotar de conocimiento y proyección colectiva a los agentes de clase.


Sólo así se puede devenir izquierda integral. Es decir, revolucionaria o altersistémica, que busca dotarse de unas nuevas relaciones sociales y erigir su propia sociedad a través de la ruptura política y paulatinamente metabólica con el orden dado. Para emprender la larga transición socialista [el marxismo trasciende cualquier utopismo de carácter más o menos socialista no sólo por el hecho de mostrar por qué el socialismo es una posibilidad real, sino también que es realizable].

            

En el siguiente esquema se resume:


Desarrollo de fuerzas productivas – Desarrollo de conciencia  – Centralización del capital –  Clase trabajadora asume creciente responsabilidad social y económica  –  Aumento de la capacidad científica y autonomía ideológica de la clase trabajadora – Dirección, mediante el materialismo histórico-dialéctico, por parte de los sectores más avanzados en autonomía ideológica-conciencia de clase  (“vanguardias”) hacia las luchas de clase cualitativas (praxis marxista) – Aumento dimensional del Estado y desarrollo centralizador del mismo – Momento de ruptura-confrontación directa y explícita entre (crecientes sectores de) la clase trabajadora y la clase capitalista (crece la importancia de los aliados de clase para la resolución)- Toma del Estado por la clase trabajadora para la planificación económica y el comienzo de la supresión de la ley del valor. La Política (es decir, la sociedad) se pone al frente de la economía = comienza el camino al socialismo.


La conformación de un Sistema Mundial capitalista permite que los avances en la conciencia de clase de la fuerza de trabajo en unos lugares del Sistema puedan ser más fácilmente alcanzables en el resto. Un modo de producción globalizado faculta potencialmente el acelerar la nivelación de esos desarrollos, universalizar también, más fácilmente, el inicio del largo camino al socialismo, o la transición a la transición.



VI.

Socialismo. Comunismo.


Pero el socialismo es más que una mera “fase intermedia”. Es un nuevo orden social que entraña un también nuevo y especial modo de producción. Un orden que no llegó a consolidarse en ningún proceso de ruptura con el capitalismo, hasta hoy, si bien las experiencias de transición al socialismo habidas mantuvieron a raya al capital como “sujeto automático” de la sociedad y lograron durante un lapsus histórico arrinconar al valor. En la pugna contra él se levantaron tipos de sociedades y seres humanos diferentes, a partir de ciertas consideraciones básicas:


Eliminación de la propiedad privada de los medios de producción

Eliminación de la compra-venta de la fuerza de trabajo

Pérdida de buena parte de la calidad de mercancías de los productos del trabajo humano, en favor de sus valores de uso (distribuidos o subsidiados)

Relegación del valor en la producción; la tasa de ganancia dejó de regir la economía (la dictadura de la tasa de ganancia capitalista fue superada) y una gran parte de la plusvalía social iba destinada a la redistribución, no a la acumulación (ni privada ni estatal).


Y es que el socialismo requiere, en sí mismo, de una larga transición (“transición al socialismo”) para llegar al punto de “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”, por sucesivas etapas, para:


Ir eliminando del todo la ley del valor y su imperativo mercantil. Si el mercado pudiera seguir existiendo en la transición al socialismo, sería siempre que no cumpliera (o volviera a cumplir) funciones capitalistas:

Transformar el dinero en capital y éste en (más) dinero

Convertir el sobreproducto en plusvalía y ésta en beneficio privado

Hacer que los excedentes devengan acumulación privada


Ir entretejiendo e instaurando una Política orientada a liberar de las necesidades al conjunto de la población (dignidad) y procurar las bases materiales de su autonomía


Posibilitar la participación en pie de igualdad en la vida pública


Establecer un derecho desigual (tal como lo formulara Marx sobre todo en la Crítica del Programa de Gotha), corrector-equilibrante, que abandone la abstracción burguesa del “sujeto jurídico igual”, para concretar los ámbitos, claves y proporciones de su regulación redistributiva según las condiciones de cada quien, bajo el principio “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”. El derecho desigual (ensayado muy tímidamente en el Estado Social capitalista) contiene un principio alternativo al mercado que incorpora un reparto político del producto social. Esto es, reconoce la desigualdad de partida para tratar de distinta forma a unas y otras capas de la población bajo el principio de “extraer más de quien más tiene y proporcionar más a quien más lo necesita”. Una “desigualdad productora de igualdad” y una igualdad que convive con la diferencia[1]. Una Política que parte de la desigualdad de cara a conseguir la igualdad social pretende ir dejando de necesitar ese derecho desigual, y por tanto el inevitable componente de coacción que le acompaña.

Ir consiguiendo la propiedad social o socialización de los medios de producción (una vez eliminada la privatización de los mismos, y habiéndose pasado ya a su estatalización)

Desarrollar paulatinamente la devolución de las funciones del Estado a la sociedad (solamente podrá establecerse una comunidad humana no-ilusoria en algún grado, cuando el Estado se vaya extinguiendo). ——————————————El socialismo requerirá durante un tiempo largo del Derecho y del Estado, como elementos de nivelación de las desigualdades y posibilidades u opciones de vida de la sociedad, pero, una vez va siendo liberada ésta en su conjunto de la necesidad, se va basando cada vez menos en aquellas coerciones y más en la construcción de incentivos no materiales para la cooperación social (solidaridad). Por tanto, se asienta en la construcción de nuevas subjetividades con el denominador común de una alta conciencia social (“mi bien está unido al del conjunto, así que lo que es bueno para la sociedad es bueno para mí”).


Pero, como venimos diciendo, resultaría muy difícil que el socialismo fuera una mera “etapa”. Puede muy bien ser un modo de producción autónomo y distinto, con su propia lógica política-social-económica, que aún necesita resolver ciertas cuestiones centrales: ¿quién y cómo regula el orden social, quién decide o cómo se decide, quién, qué, cuándo, dónde y cuánto se va a producir?, ¿cómo se va a distribuir lo producido?; ¿cómo se establecen los bienes (materiales e inmateriales) que deben estar asegurados para todo el mundo y a toda costa, y los que entran en reparto diferencial? ¿qué se puede exigir a cada cual de manera realista y razonable?


Porque la socialización de los medios de producción y la transformación de las relaciones sociales de producción no llevan per se, ni necesariamente, a una revolución moral radical, que haga inútiles Derecho y (alguna forma de) Estado.


La sociedad comunista, por contra, sí es aquella en la que se extinguen el Derecho y el Estado y donde rige el principio de “de cada cual según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”. Es en realidad otra sociedad, una sociedad postpolítica (al haber eliminado no sólo el antagonismo social sino, según algunos, el mismo conflicto[2] -el polemos– y por tanto la polis con su nomos -léase el Derecho-; como dijo Marx, si todos los humanos fueran fraternos entre sí –“amigos”- no harían falta leyes), que encuentra su posibilidad de ser bien en: 


a) el desarrollo de las fuerzas productivas (la tecnología) capaz de volver ilimitados los recursos y los “valores de uso” (que ya no necesitarán de tal denominación al haber sido eliminado el valor), de manera que haga superfluo, o casi, el trabajo humano


b) una “revolución del espíritu” completa y universal que haga desaparecer el sentido de lo privativo y el deseo de las cosas, sustituidos por una “generosidad” y al tiempo una “moderación” (regulación de las propias necesidades y satisfactores en función del colectivo social) ilimitadas de los seres humanos. Es decir, hablamos de una mutación antropológica culminada, que va de la mano y al tiempo levanta una sociedad ignota, cuyo desarrollo concreto no podemos hoy imaginar, pero que sería básicamente solidaria.  


El homo solidarius y la sociedad comunista que con tal se corresponda, supondría el salto evolutivo más grande jamás dado por la Vida en este planeta.


[Lo dicho aquí no quita para que del socialismo al comunismo no pueda haber una vía de continuidad progresiva, con el permanente desarrollo de la solidaridad humana, para terminar por concebir al colectivo, a la comunidad, por encima de uno/a mismo/a].


Sin embargo, la Dialéctica impide ver ningún estadio en este mundo como definitivo, completo y acabado [de hecho, es muy difícil que nuestra especie sobreviva indefinidamente en el curso de vida del planeta y del propio sistema solar, pero el tándem socialismo-comunismo proporciona el recurso básico para su supervivencia por más tiempo y con mejor calidad de vida]. Constituye por tanto un ideal regulativo, un horizonte social por el que quienes nos decimos comunistas nos regimos (o deberíamos hacerlo) en nuestros actos, en nuestras relaciones, en nuestro modo de ser social, en nuestra intervención en la Política[3].


Es en la praxis continuamente actualizada de esa condición comunista que se construye el nuevo homo, siendo las y los comunistas sus precursores, los elementos con mayor conciencia social y por tanto más evolucionados de la humanidad en el presente.


Como dijeran Marx y Engels en más de una ocasión:


“El comunismo no tiene por qué ser ni un estadio ni una meta, ni siquiera un ‘modo de producción’, sino el propio y constante movimiento emancipador, autoconsciente de la humanidad”.


En ese movimiento comunista de la humanidad radica el miedo, y la debilidad, de todo Poder, de toda explotación e indignidad.


«Todo lo que sucede en el mundo entero lo hace con la vista hacia nosotros. Somos una potencia, temida, de la que depende más que de ninguna otra de las grandes potencias. ¡Ese es mi orgullo! No hemos vivido en vano, y podemos mirar atrás con orgullo y satisfacción por nuestro trabajo». 


(Discurso de Engels ante una asamblea de obreros socialdemócratas que le rendía homenaje en Viena, el 14 septiembre de 1893)[4].

 


Andrés Piqueras


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[1] En el capitalismo ese principio siempre y en todo lugar estuvo sometido al imperativo del valor y a la acumulación de capital, lo que exigía que la recaudación necesaria para dotar de recursos al “gasto social”, se ajustase a las condiciones de reproducción del capital. Tampoco tuvo nunca la fiscalidad progresiva suficiente como para poner en acción el principio complementario “de cada quien según sus posibilidades”. Ese derecho desigual es el que emana de la Política ejerciendo el control de la economía y por tanto, atajando a la ley del valor y estableciendo el diferente trato en función de las condiciones sociales estructurales, no desde el principio liberal de “reconocimiento” ni de tratamientos jurídicos individualizados, que multiplican ad infinitum las particularidades y divisiones entre la población. Esas particularidades son tratadas desde la Política de igualdad social a través del tratamiento desigual. 


Todo esto puede encontrarse bien desarrollado en Mario Barcellona, Entre pueblo e imperio. Estado agonizante e izquierda en ruinas. 2021. Trotta. Madrid.

  

[2] Un conflicto es el posible resultado de todo proceso de desacuerdo entre seres humanos, pero el mismo no implica incompatibilidad de beneficio y por tanto puede ser resuelto mediante el diálogo (así por ejemplo, si dos personas que compartan un piso, una quiere fumar dentro de él y la otra prefiere no tener humo entre cuatro paredes, se puede llegar a soluciones dialogadas –abrir todas las ventanas cuando se fuma; fumar en el balcón si fuera posible; sólo fumar a ciertas horas; o no fumar en casa en absoluto si eso hace daño a la otra persona, por ejemplo-). En cambio un antagonismo radica en el hecho de que el beneficio de una persona se logra a costa de otra. La relación Capital/Trabajo es antagónica porque el beneficio del Capital depende indefectiblemente de la explotación de la otra parte. El antagonismo es erradicable mediante el socialismo, pero suprimir totalmente el conflicto no es algo que parezca muy compatible con la Dialéctica, que interpela siempre conflictivamente a la realidad. Por tanto, difícilmente se podrá dejar de tener algún tipo de normatividad. La tendencia evolutiva que traza el socialismo-comunismo es a que esa normatividad quede circunscrita al ámbito de lo implícito, es decir, del consenso, sancionado moralmente como en el comunismo primitivo, pero en adelante con sanciones morales no discriminatorias o vejatorias, sino edificantes.


La Dialéctica impide concebir la eliminación de los conflictos sociales, aún menos de los personales, pero a veces pensamos que el comunismo será realmente el fin de la historia, en lugar solamente del colofón del fin de la “pre-historia”. Lo importante es cómo se resuelvan esos conflictos. Uno u otro tipo de normatividad social parece que siempre será necesario. 


[3] Uno de los referentes más elevados de ello viene dado por la relación de fraternidad. Sin embargo hoy el movimiento comunista de la humanidad está a menudo lejos de ponerla en práctica con todas sus consecuencias. Antes bien, las organizaciones que de él se reclaman suelen atacarse entre sí y mantener poca fraternidad incluso dentro de sí mismas. El recelo, la suspicacia, la falta de cercanía y la inflexibilidad ante los errores o equivocaciones ajenas, engrosan más frecuentemente de lo que sería congruente el comportamiento cotidiano de sus membrecías. Es imprescindible, en este sentido, realizar un análisis histórico riguroso sobre las continuas escisiones del movimiento comunista y de su relación con el debilitamiento general del mismo, así como desmenuzar las causas de la pérdida de rigor relacionada con el materialismo histórico-dialéctico que ha venido afectando a amplias porciones del mismo.


[4] Acabo con esta nota de Friedrich Engels, al igual que empecé este texto con otra nota suya, no sólo para rendir homenaje a tan descomunal figura, sino para que pueda calibrarse lo que fue el balance de su vida, junto a la de Marx. La enormidad de lo que lograron. [Ambas notas pueden encontrarse en el buen artículo de Manuel Monleón, “Federico Engels (1820-1895)”. Nuestra Bandera, nº 429]. ————–En el apartado V de esta segunda parte del texto me he servido especialmente del trabajo de Rafael Agacino, “Hegemonía y contra hegemonía en una contrarrevolución neoliberal madura. La izquierda desconfiada en el Chile post-Pinochet”, en CEME. Archivo Chile, 2006. Disponible en http://www.archivochile.com/Chile_actual/08_p_ich/chact_piz0004.pdf  Para la centralización del capital y la nivelación de los atributos productivos de la clase trabajadora, hay guiños de interés al texto de Jesús Rodríguez Rojo, Cuestión de clase. De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria. Bellaterra. Manresa, 2023. Sobre el enkratés, remito al excelente trabajo de prólogo y notas de Joaquín Miras al texto de Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la antigüedad. El Viejo Topo. Barcelona, 2006. Me ha venido bien, también, repasar las reflexiones de Adolfo Sánchez Vázquez sobre El valor del Socialismo (El Viejo Topo, 2003). Obviamente, se puede encontrar profundización y más bibliografía sobre los temas aquí tratados en casi todos mis últimos trabajos.



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Fuente:


https://andrespiqueras.com/2023/10/22/el-movimiento-comunista-de-la-humanidad/


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