miércoles, 24 de enero de 2024

 

[ 523 ]

 

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

Domenico Losurdo

 

 

 

capítulo primero

 

¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?

 

(…)

 

 

3. EL PAPEL DE LA ESCLAVITUD ENTRE LAS DOS RIBERAS DEL ATLÁNTICO

 

¿Qué decir de esta polémica furibunda e imprevista? No hay duda de que las acusaciones dirigidas a los revoltosos descubren un punto débil. En la revolución norteamericana Virginia desempeña un papel relevante: aquí está presente el 40 por ciento de los esclavos del país; pero de aquí proviene el mayor número de protagonistas de la revuelta que ha estallado en nombre de la libertad. Durante treinta y dos de los primeros treinta y seis años de vida de los Estados Unidos quienes ocuparon el puesto de presidente fueron propietarios de esclavos, provenientes, precisamente de Virginia. Es esta colonia, o este Estado, fundado en la esclavitud, el que proporciona al país sus estadistas más ilustres; baste pensar en George Washington (gran protagonista militar y político de la revuelta anti-inglesa) y en James Madison y Thomas Jefferson (autores respectivamente de la Declaración de Independencia y de la Constitución Federal de 1787), los tres, propietarios de esclavos. Independientemente de este o aquel Estado, es evidente el peso que la esclavitud ejerce en el país en su conjunto: aún sesenta años después de su fundación vemos que «en las primeras dieciséis elecciones presidenciales, entre 1788 y 1848, todas excepto cuatro llevaron a un propietario de esclavos del Sur a la Casa Blanca». Se comprende entonces la persistencia de la polémica antinorteamericana sobre este punto.

 

En la vertiente opuesta conocemos la ironía de Franklin y Jefferson sobre el moralizante sermón antiesclavista proferido por un país profundamente implicado en la trata negrera. En esto insiste también Burke, teórico de la «conciliación con las colonias». Cuando rechaza la propuesta de aquellos que pedían «una liberación general de los esclavos» de manera que se pudiera combatir la rebelión de sus amos y de los colonos en general, Burke observa:

 

«Por esclavos que sean estos desgraciados negros, y aunque hayan quedado idiotizados por la esclavitud, ¿no sospecharán un poco de esta oferta de libertad, proveniente precisamente de aquella nación que los ha vendido a sus actuales amos?».

 

Tanto más si encima aquella nación insiste en querer practicar la trata negrera, enfrentándose con las colonias que quisieran limitarla o suprimirla. A los ojos de los esclavos llegados a Norteamérica se presentaría un espectáculo singular:

 

«Una oferta de libertad desde Inglaterra llegaría a ellos de manera bastante extraña, enviada en un navío africano con una carga de trescientos negros desde Angola, al que los puertos de Virginia y Carolina niegan la entrada. Resultaría curioso ver a un capitán proveniente de Guinea tratando al mismo tiempo de hacer pública su proclamación de libertad y de dar publicidad a su venta de esclavos».

 

 

La ironía de Burke da en el blanco. Más allá del papel de Inglaterra en la trata negrera, se debe agregar que, durante largo tiempo, los esclavos continuaron estando presentes en el propio territorio metropolitano: se calcula que, a mediados del siglo XVIII, su número se acercaba a 10.000. ¿Los abolicionistas ingleses se horrorizaban por el mercado de carne humana en las colonias norteamericanas y en Nueva York? En 1766 en Liverpool fueron puestos en venta once esclavos negros, y el mercado de «ganado negro» estaba aún abierto en Dublín doce años después y era regularmente publicitado por la prensa local.

 

Considerable resultaba también el papel que el comercio y la explotación de los esclavos desempeñaban en la economía del país.

 

«El Liverpool Courier del 22 de agosto de 1832 calculaba que las 3/4 partes del café británico, las 15/16 de su algodón, las 22/23 de su azúcar y las 34/35 de su tabaco eran producidas por esclavos».

 

En general, conviene tener presente el juicio franco de dos testigos ingleses del siglo XVIII. El primero, Joshua Gee, reconoce:

 

 

«Todo este aumento de nuestra riqueza proviene en gran parte del trabajo de los negros en las plantaciones».

 

El segundo, Malachy Postlethwayt, empeñado en defender el papel de la Royal African Company, la sociedad que administra la trata de esclavos, es más preciso aún: «El comercio de los negros y las consecuencias naturales que se derivan de ello se pueden valorar justamente como una inagotable reserva de riqueza y de poder naval para esta nación»; son «el primer principio y el fundamento de todo lo demás, el resorte principal que pone en movimiento cada rueda»; el imperio británico en su conjunto no es otra cosa que «una magnífica superestructura» de aquel comercio, es decir, el peso político de la institución de la esclavitud. Este, si bien es obviamente inferior al que ejerce en las colonias norteamericanas, en realidad no resulta irrelevante en Inglaterra: en el Parlamento de 1790 ocupan asiento dos o tres docenas de miembros con intereses en las Indias Occidentales.

 

En conclusión, el intercambio de acusaciones entre colonos sediciosos y la ex madre-patria, es decir, entre los dos troncos del partido que hasta ese momento se habían auto-celebrado como el partido de la libertad, resulta una recíproca, despiadada desmitificación. La Inglaterra que tuvo su origen en la Revolución Gloriosa no se limita a no poner en discusión la trata negrera; no, ahora experimenta un poderoso desarrollo y, por otro lado, uno de los primeros actos de política internacional de la nueva monarquía liberal consiste en arrebatar a España el monopolio del comercio de esclavos. En la vertiente opuesta, la revolución que estalló en la otra ribera del Atlántico en nombre de la libertad, implica la consagración oficial de la institución de la esclavitud y la conquista y el ejercicio durante largo tiempo de la hegemonía política por parte de los propietarios de esclavos.

 

Quizás la intervención más articulada y más ardua en el ámbito de esta polémica se debe a Josiah Tucker, «pastor y tory, pero, por lo demás, hombre honorable y buen economista». Él denuncia el papel preeminente de Inglaterra en la trata de esclavos:

 

«Nosotros, los orgullosos Campeones de la Libertad y los declarados Abogados de los Derechos naturales de la Humanidad, nos empeñamos en este comercio inhumano y criminal más profundamente que cualquier otra nación».

 

Pero más hipócrita aún es el comportamiento de los colonos sediciosos: «Los abogados del republicanismo y de la supuesta igualdad de la humanidad deberían ser los primeros en sugerir algún sistema humano de abolición de la peor de todas las esclavitudes».

 

Y sin embargo…

 

 

 

4. HOLANDA, INGLATERRA, ESTADOS UNIDOS

 

Si bien las colonias rebeldes en Norteamérica antes de constituirse como Estado independiente forman parte del imperio inglés, este asume su configuración liberal a partir del ascenso al trono de Guillermo III de Orange, quien desembarca en Inglaterra proveniente de Holanda. Por otro lado, si bien Locke con su proyecto de Constitución de Carolina se remite a Norteamérica, escribe su (primera) Epístola sobre la tolerancia en Holanda, en aquel momento «el centro de la conspiración» contra el absolutismo Estuardo, y también en Holanda nace Bernard de Mandeville, sin duda una de las figuras más importantes del liberalismo temprano.

 

No hay que perder de vista el hecho de que las Provincias Unidas, surgidas de la lucha contra la España de Felipe II, establecen una organización de tipo liberal un siglo antes que Inglaterra. Es un país que también desde el punto de vista económico-social ha dejado atrás el Antiguo Régimen: en el Setecientos goza de una renta per cápita que representa una vez y media la de Inglaterra; si aquí la fuerza de trabajo dedicada a la agricultura representa el 60 por ciento de la población, en Holanda es solo el 40. También la estructura del poder es muy significativa: en el país que ha salido victorioso del enfrentamiento con Felipe II domina «una oligarquía burguesa que ha roto decididamente con la forma de vida de la aristocracia rural». Son estos burgueses ilustrados y tolerantes, liberales, los que se lanzan a la expansión colonial; y en este período histórico, la trata negrera es parte integrante de ella:

 

«Los holandeses dirigieron el primer comercio serio de esclavos para garantizar la mano de obra necesaria en las plantaciones de caña de azúcar: cuando perdieron las plantaciones trataron de permanecer en la escena como mercaderes de esclavos, pero en 1675 terminó la supremacía holandesa, dejando el campo a la Royal African Company, apenas fundada por los ingleses».

Locke es accionista de la Royal African Company. Pero, más que a Inglaterra, la historia de las Provincias Unidas nos conduce a Norteamérica. Según parece, es un traficante holandés quien introduce en Virginia a los esclavos africanos. Nueva Ámsterdam, que los holandeses se ven obligados a ceder a los ingleses y que se convierte en Nueva York, tiene una población compuesta por un 20 por ciento de negros, gran parte de ellos esclavos; cerca del 42 por ciento de los propietarios de casas son al mismo tiempo, en 1703, propietarios de esclavos.

 

Reaparece la paradoja ya vista con relación a Inglaterra y a los Estados Unidos. Hasta mediados del siglo XVII el país que mantiene «el predominio» sobre el «comercio de esclavos» es Holanda, país en el que tiene lugar el prólogo de las sucesivas revoluciones liberales: todavía «a inicios del siglo XVIII todas sus posesiones se fundan en la esclavitud o en el trabajo forzado». Si bien por un lado Holanda es sinónimo de libertad, por otro es en ese momento sinónimo de esclavitud, y de esclavitud particularmente feroz. En el Cándido de Voltaire, el encuentro en Surinam («de propiedad de los holandeses») con un esclavo negro, reducido «a horrendo estado» por el amo holandés le inflige un duro golpe al ingenuo optimismo del protagonista. Así refiere el esclavo las condiciones de trabajo a las que se ve obligado a someterse:

 

«Cuando trabajamos en los ingenios y dejamos un dedo en la piedra del molino, nos cortan la mano; si queremos escaparnos nos cortan la pierna, en ambos trances me he visto yo. Gracias a eso coméis azúcar en Europa».

 

 

A su vez, Condorcet, cuando en 1781 lanza su campaña abolicionista, pone en la mira, en particular, a Inglaterra y Holanda, donde la institución de la esclavitud parece particularmente arraigada a causa de la «corrupción general de estas naciones». Finalmente, conviene citar al lealista norteamericano Jonathan Boucher, a quien hemos visto ironizar acerca de la pasión por la libertad exhibida por los propietarios de esclavos comprometidos en la rebelión; según él:

 

«Estados despóticos tratan a sus esclavos mejor que los republicanos; los españoles eran los mejores amos, mientras que los holandeses eran los peores».

 

El primer país en tomar la vía del liberalismo es el país que revela un apego particularmente tenaz a la institución de la esclavitud. Por lo que parece, son los colonos de origen holandés quienes oponen la resistencia más dura a las primeras medidas abolicionistas, introducidas en el Norte de los Estados Unidos durante la revolución. En lo que respecta a Holanda propiamente dicha, en 1791 los Estados generales declaran de manera formal que la trata de negros es esencial para el desarrollo de la prosperidad y del comercio de las colonias. En este mismo período, en franca diferencia con Inglaterra, Holanda reconoce a los propietarios de esclavos el derecho de transportar y depositar su mercancía humana en la madre-patria antes de regresar a las colonias. Finalmente, hay que recordar que Holanda abolió la esclavitud en sus colonias solo en 1863, cuando ya la Confederación secesionista y esclavista del Sur de los Estados Unidos encaminaba sus pasos hacia la derrota…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

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