viernes, 26 de enero de 2024

 

[ 524 ]

 

EL MÉTODO YAKARTA

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

 

02

Indonesia independiente

 

 

PRESIDEN SUKARNO

 

Cuando «Sonrisas» Jones llegó a Yakarta por primera vez, quedó encandilado. Una «metrópolis rebosante y furiosa», la llamó. También reconoció, muy rápidamente, que los supuestos enemigos de Estados Unidos operaban en el país. Llegó para encabezar la Misión de Asistencia Económica y vio que en la plaza de la Independencia, donde Sukarno había hecho su famosa proclamación en 1945, delante de la que era la Cancillería de Estados Unidos, todos los árboles estaban cubiertos con un cartel con la hoz y el martillo. Lo mismo sucedía delante de su casa, y cuando tuvo oportunidad de recorrer la isla de Java, a menudo su coche transitaba bajo arcadas de banderolas con la hoz y el martillo.

 

A pesar de que Sukarno, el carismático primer presidente de Indonesia, mantenía amistad con Washington y había trabajado siempre en diversos niveles de oposición al PKI, un partido minoritario entre muchos otros, el aparente descaro del Partido Comunista —por el simple hecho de anunciarse así, abiertamente, en lugar de esconderse en las sombras— era preocupante para Estados Unidos.

 

Unos días después de que Jones llegara a Indonesia, Pepper Martin, un corresponsal veterano de la revista U.S. News & World Report, señaló los símbolos comunistas, se volvió hacia Jones y dijo: «Parece que la cosa está hecha, ¿no cree?». Jones aprendería pronto que la cosa estaba lejos de estar hecha. Cuando se encontró con Sukarno por primera vez, quedó asombrado por la extrema complejidad de la situación. El propio Jones, como todos en el Gobierno de Estados Unidos, era anticomunista y consideraba su trabajo combatir ese sistema. Pero creía que el principal fracaso de la diplomacia estadounidense en aquel momento era su persistente incapacidad para comprender las peculiaridades de las naciones del tercer mundo, así como la naturaleza del nacionalismo asiático. Entendía que, concluida la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estaba «demasiado ocupado en la complejidad de la íntima relación con nuestros aliados en aquella guerra para oír el llanto de los pueblos de la otra punta del mundo». Años más tarde escribió: «No comprendimos e hicimos escasos esfuerzos por entender la revolución política, económica y social que estaba barriendo Asia».

 

 

A diferencia de muchos otros estadounidenses, Jones se negaba a rechazar a priori las creencias y tradiciones de la población local por considerarlas atrasadas. Les prestaba mucha atención. Por supuesto, llevaba una vida muy diferente de la de los indonesios. Los altos cargos del Departamento de Estado vivían en mansiones coloniales, tenían sirvientes, cocineros y conductores. Casi cualquier ciudadano estadounidense habría sido considerado increíblemente rico en el tercer mundo, incluso si no trabajaba para el Tío Sam.

 

En una ocasión, una de las piscinas empezó a perder agua sin parar. El personal local de la embajada sabía qué hacer. Llamaron a un hach, un musulmán que ha peregrinado a La Meca, que acudió y se puso a meditar. Después dijo a los estadounidenses que en aquel espacio no se había practicado el ritual de la consagración. Jones recordaría más tarde, sin segundas lecturas ni escepticismo, que celebraron una ceremonia slametan para apaciguar a los espíritus del entorno plantando una cabeza de gallo en cada esquina de la piscina. No volvió a perder agua. Jones, un seguidor de la conocida como Iglesia de Cristo Científico que había visto a su madre recuperar milagrosamente la salud después de sesiones continuas de oración, nunca cuestionó que pudiera haber fuerzas en Indonesia que la mayor parte de los estadounidenses no llegaran a comprender.

 

En sus interacciones con otros funcionarios estadounidenses, Jones los corregía orgulloso cuando etiquetaban de manera incorrecta a los asiáticos o sus filiaciones políticas. Aún más relevante es que Jones considerase que los estadounidenses no alcanzaban a comprender el significado del nacionalismo en el contexto de los países emergentes y su distinción del comunismo. El nacionalismo en el tercer mundo era algo muy diferente a lo que había sido en Alemania una década antes. No tenía que ver con la raza ni con la religión, ni siquiera con las fronteras. Estaba construido en oposición a siglos de colonialismo. Exasperado, con frecuencia subrayaba que para los estadounidenses aquello podía parecer una disposición instintiva contra Occidente; asimismo, enfatizaba que las jóvenes naciones pueden cometer errores iniciales al conformar sus Gobiernos. Sin embargo, ¿acaso no se sentirían los estadounidenses de igual manera y exigirían el derecho a cometer sus propios errores?

 

Cuando Jones al fin conoció a Presiden Sukarno (como es llamado en indonesio), quedó profundamente impresionado. Escribió: «Conocerlo fue como situarse de pronto bajo una lámpara solar, tal era la potencia de su magnetismo». Percibió de inmediato «los enormes y brillantes ojos marrones y una sonrisa radiante que transmitía una calidez envolvente». Jones observaba maravillado la elocuencia de Sukarno cuando hablaba «del mundo, de la carne y del demonio: de estrellas del cine y de Malthus, de Jean Jaurès y de Jefferson, del folclore y de filosofía». Después engullía una comida pantagruélica y pasaba horas bailando. Lo que impresionaba todavía más a Jones, que había tenido una vida relativamente cómoda, era que este hombre extraordinario —de una edad similar a la suya— aprendió a comer así y se empapó tanto de conocimientos mientras pasaba años entre rejas por oponerse al dominio colonial neerlandés. Por el camino aprendió alemán, inglés, francés, árabe y japonés, además de bahasa indonesia, javanés, sondanés, balinés y neerlandés.

 

Cuando Sukarno abría la boca en cualquiera de estas lenguas, el país entero se paraba a escuchar, y Jones reparó en que se le había subido a la cabeza. Sukarno le dijo en una ocasión, después de haber sobrevivido a un intento de asesinato más: «Solo soy capaz de pensar una cosa después de lo de ayer. […] Alá debe de aprobar lo que estoy haciendo, de lo contrario me habrían matado hace mucho tiempo».

 

Sukarno había nacido en 1901 en Java Oriental. Su madre era de Bali y, por tanto, hinduista; su padre, proveniente de una clase media-alta de funcionarios javaneses, era musulmán, como la mayor parte de la gente de la isla. En Java, en aquel entonces, los musulmanes podían dividirse a grandes rasgos en dos categorías: por una parte estaban los santri, los musulmanes más estrictos y ortodoxos, más influidos por la cultura religiosa árabe; y por otra estaban los abangan, cuyo islamismo se levantaba sobre un profundo pozo de tradiciones místicas y animistas javanesas. Sukarno se educó en la segunda tradición. Desde una edad temprana se empapó de la sabiduría del wayang, el teatro de sombras que se prolonga toda la noche y que cumple la misma función en Java que la poesía épica en la Grecia clásica.

 

A pesar de no provenir de la élite, Sukarno pudo estudiar en buenos centros coloniales. Oficialmente cursó Arquitectura, pero por su cuenta estudió filosofía política. Empezó a moverse en los círculos nacionalistas indonesios, que incorporaban a un amplio abanico de escuelas de pensamiento anticolonial. Sarekat Islam (la Unión Islámica) era la principal organización nacionalista en aquel el momento; contaba con pensadores islámicos conservadores, así como con muchos otros fieles al Partido Comunista. Conocido entonces como Partido Comunista de las Indias, el partido había desobedecido con frecuencia las indicaciones de Moscú cuando sus líderes lo consideraron oportuno y entendía la unidad musulmana como una fuerza anticolonial, revolucionaria. Había comunistas musulmanes comprometidos que querían crear una sociedad igualitaria —inspirados en diversos niveles tanto por Marx como por el Corán— y que consideraban que los infieles extranjeros se lo impedían. Para casi todo el país, «socialismo» significaba, por definición, la oposición a la dominación extranjera y el apoyo a una Indonesia independiente.

 

Esto unía a los indonesios. En una convención del PKI celebrada en la sede central de la Sarekat Islam un 24 de diciembre, decoraron las paredes de rojo y verde (por la Nochebuena) y tiñeron el emblema de la hoz y el martillo siguiendo el estilo tradicional javanés del batik.

 

Sukarno era sincretista por naturaleza, siempre más interesado en mezclar, unir e incluir que en las disputas ideológicas estridentes. En 1926 escribió un artículo, titulado «Nacionalismo, islam y marxismo», en el que preguntaba: «¿Pueden estos tres espíritus trabajar juntos en las circunstancias coloniales para convertirse en un gran espíritu, el espíritu de la unidad?». La respuesta natural en su caso era afirmativa. El capitalismo, defendía, era enemigo tanto del islam como del marxismo, y hacía un llamamiento a los defensores del marxismo —que aseguraba que no era un dogma inmutable, sino más bien una fuerza dinámica que se adaptaba a las diferentes necesidades y circunstancias— a luchar al lado de los musulmanes y de los nacionalistas.

 

Al año siguiente, Sukarno fundó el Partido Nacionalista Indonesio (PNI), situado en mitad de las corrientes que se enfrentaban al dominio imperial neerlandés: con los comunistas a la izquierda y los grupos musulmanes a la derecha. La predilección natural de Sukarno por la inclusión era sumamente apropiada para el momento histórico. Indonesia es un archipiélago cuyas islas se dispersan por unos cinco millones de kilómetros cuadrados de mar y acogen a cientos de nacionalidades diferentes que hablan más de setecientas lenguas. Nada las unía, más allá de las fronteras artificiales impuestas por una potencia extranjera racista. La joven nación necesitaba una idea compartida de identidad más que ninguna otra cosa.

 

Sukarno fue el profeta de esa identidad. En 1945 proporcionó una base ingeniosa y apasionada de lo que significaba ser indonesio al proponer la Pancasila: los cinco principios. Eran —y siguen siendo—: creencia en Dios, justicia y civilización, unidad indonesia, democracia y justicia social. En la práctica, combinan la afirmación genérica de la religión (que podría significar islam, cristianismo o budismo), independencia revolucionaria y socialdemocracia. Sin duda tampoco excluían a los comunistas, dado que la amplia mayoría eran musulmanes abangan como Sukarno o hinduistas balineses como su madre. Incluso una diminuta minoría de comunistas de alto nivel que no se adhería a ninguna religión acabó considerando la Pancasila lo bastante apropiada como para acabar apoyándola en unos años. Más tarde, el presidente del PKI lo justificaría con una vuelta de tuerca de lo más novedosa al marxismo, afirmando que en Indonesia la creencia generalizada en Dios era un «hecho objetivo» y que «los comunistas, en tanto que materialistas, tienen que aceptar este hecho objetivo».

 

La República de Indonesia adoptó un lema nacional: Bhinneka Tunggal Ika, que significa «unidad en la diversidad» en javanés antiguo, la lengua hablada por el mayor número de personas, en su mayoría residentes en el centro de la isla. Pancasila, o Pantja Sila, proviene a su vez del sánscrito, que se utilizaba en la época preislámica a lo largo del archipiélago de Nusantara, cuando gran parte de las islas estaban fuertemente influidas por elementos culturales y religiosos originarios del subcontinente indio («Indonesia» significa sencillamente «islas de las Indias», y tiene su origen, como «India», en el río Indo).

 

Fue bajo la tutela de Sukarno cuando la joven nación decidió hacer del bahasa indonesia la lengua oficial del país. Un líder con menos amplitud de miras podría haberse visto tentado a convertir su lengua materna, el javanés, en la lengua oficial, pero era una lengua difícil de aprender y se podría haber considerado con facilidad como una imposición chovinista o incluso colonial por parte de la isla más poderosa. En lugar de eso, Indonesia eligió una lengua sencilla, en apariencia neutral, y la mayor parte del país la aprendió en una o dos generaciones. Fue este un logro significativo; países vecinos del Sudeste Asiático todavía no han fijado verdaderas lenguas nacionales.

 

Sukarno era un nacionalista del tercer mundo con tendencia a la izquierda y más un visionario que un administrador del día a día, como Howard Jones y el resto de estadounidenses pronto aprenderían. Fiel a su naturaleza conciliadora, estaba decidido a mantener una relación de amistad tanto con Estados Unidos como con Moscú, y desde luego no pretendía irritar a los líderes de Washington.

Jones entabló algo parecido a una amistad con Sukarno, a pesar de que muchos de sus compañeros estadounidenses consideraban que estaban «perdiendo» Indonesia frente al comunismo. De hecho, sorprendió a muchos indonesios, incluidos aquellos de la izquierda más radical, cuando los llamó para charlar un rato. En aquel momento la izquierda veía de manera automática a Estados Unidos con desconfianza: los días de la apertura de Ho Chi Minh hacia Washington habían pasado. Jones alcanzó rápidamente la conclusión de que, para ser efectivos, los programas de ayuda que estaba gestionando no podían en modo alguno parecer paternalistas ni ofender el acérrimo orgullo de los indonesios por su independencia. En cuanto al objetivo primordial de esa ayuda, Jones era bastante sincero con sus interlocutores: Washington no quería que Indonesia pasara a formar parte del «bloque comunista».

 

Sukarno era el presidente indiscutible, pero gobernar requería maniobrar constantemente en un sistema parlamentario rígido. Lideraba un Gobierno de coalición, y, aunque el PKI apoyaba el acuerdo, había varios partidos que tenían mucha más influencia. De hecho, los comunistas no tenían representación en el consejo de ministros. Como era su costumbre, Jones siguió corrigiendo a otros representantes estadounidenses que no entendían Asia en sus propios términos. Él sí que entendía al presidente indonesio cuando le decía: «Soy nacionalista, pero no comunista». «Sonrisas» Jones estaba orgulloso —y consternado— de ser «el único estadounidense que estaba convencido de que Sukarno no era comunista».

 

Como líder de un país del tercer mundo tan grande, Sukarno era relativamente bien conocido en Washington. Sin embargo, un año después de la llegada de Jones, Sukarno celebraría un evento que lo lanzaría a la escena internacional y cambiaría el significado de la revolución indonesia para siempre…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

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