lunes, 5 de febrero de 2024

 

[ 528 ]

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

 

 

capítulo primero

 

¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?

 

(…)

 

 

6. GROZIO, LOCKE Y LOS PADRES FUNDADORES: UNA LECTURA COMPARADA

 

A inicios del siglo XVIII, Daniel Defoe subraya la hermandad ideológica entre el país que tuvo su origen en la Revolución Gloriosa y el país que un siglo antes se había revelado contra Felipe II y había conquistado la «libertad» y la prosperidad «gracias al Cielo y a la asistencia de Inglaterra». A mediados del siglo XIX, a la Francia enfrascada en la solución de un interminable ciclo revolucionario y del bonapartismo, los autores liberales gustan de contraponer el triunfo ordenado de la libertad que se verificó en Holanda, Inglaterra y los Estados Unidos. Entonces, puede resultar útil proceder a un sumario análisis comparado de los textos y de los autores en los que hallan expresión y consagración teórica las revoluciones liberales de estos tres países.

 

En lo que respecta a la primera, no podemos dejar de hacer referencia a Hugo Grozio, que dedica dos de sus libros más significativos (Annales et historiae de rebus Belgicis y De antiquitate Reipublicae Batavicae) a la revuelta contra Felipe II y al país que tuvo su origen en ella. La Holanda liberal se empeña de inmediato en la expansión de ultramar y en el comercio de los esclavos y resulta interesante ver de qué manera Grozio se sitúa con respecto a los pueblos coloniales. Tras haber condenado el carácter supersticioso e idolátrico del «culto religioso» propio del paganismo, agrega:

 

«Y él mismo está dedicado a un espíritu malvado, es falso y embustero y comporta un delito de rebelión; desde el momento en que el honor debido al Rey no solo se le niega, sino que además, se le transfiere a su tránsfuga y enemigo».

 

Los que están en el punto de mira son los pueblos con un

 

«tipo de culto que no se consagra a una inteligencia buena y honesta, y que se tributa por medio de sacrificios humanos, carreras de hombres desnudos en los templos, juegos y danzas plagadas de obscenidades; como los que se ven ahora entre los pueblos de América y de África que están sumidos en las tinieblas del paganismo».

 

Son los pueblos agredidos por la expansión colonial de Europa los que resultan culpables de rebelión contra Dios y deben ser castigados por tal crimen:

 

«Empero, tonta es la convicción según la cual se cree que el Dios bueno no se vengará por eso, ya que sería contrario a la bondad. De hecho, la clemencia, para que sea justa, tiene sus límites, y donde las atrocidades traspasan la medida, la justicia emite casi necesariamente el castigo».

 

Contra pueblos que, manchándose «de los delitos que se cometen contra Dios» y violando las normas más elementales del derecho natural, se configuran como «bárbaros» o bien como «animales salvajes más que como hombres», la guerra es «natural», independientemente de los límites estatales y de las distancias geográficas; sí,

 

«la guerra más justa es la que se hace a los animales feroces y, después, la que se hace a los hombres que se asemejan a los animales feroces [homines belluis similes]»

(De jure belli ac pacis libri tres, de ahora en adelante JBP).

 

Tal es la ideología que encabeza la conquista del Nuevo Mundo. El pecado de idolatría fue el primero de los argumentos que impulsó a Sepúlveda a considerar «justas» la guerra contra los indios y su esclavización. Y en Grozio, junto a la legitimación implícita de las prácticas genocidas que tenían lugar en América, emerge la justificación explícita e insistente de la esclavitud. Esta resulta a veces el castigo de un comportamiento delictivo. No solo los individuos aislados deben responder por eso: «también los pueblos pueden ser sometidos públicamente al castigo por un crimen público» (JBP). Además, en cuanto «insubordinados» al Rey del universo, los habitantes de América y de África pueden caer en esclavitud también como consecuencia de una «guerra justa» (bellum justum), conducida por una potencia europea. Los prisioneros hechos durante un conflicto armado, proclamado de manera solemne y en las formas debidas por parte de la autoridad suprema de un Estado, son legítimamente esclavos (JBP). Y esclavos legítimos son también sus descendientes: de otro modo, ¿qué interés tendría el vencedor en mantener con vida al derrotado? En cuanto esclavo de aquel que le ha perdonado la vida, el prisionero entra a formar parte de la propiedad del vencedor, y tal propiedad puede ser transmitida por vía hereditaria o ser objeto de compraventa, exactamente como «la propiedad de las cosas» (rerum dominium: JBP).

 

Naturalmente, todo esto no es válido para «aquellas naciones donde el derecho de esclavitud que se deriva de la guerra ya no está en uso», no es válido para los países «cristianos», los cuales se limitan a intercambiar los prisioneros (JBP). Eliminada de los conflictos intra-europeos, la esclavitud por derecho de guerra continúa siendo una realidad cuando la Europa cristiana y civilizada enfrenta, en una guerra «justa» por definición, a los pueblos coloniales, bárbaros y paganos. Por otro lado, independientemente de su comportamiento concreto, no hay que olvidar la lección de un gran maestro: «Como ha dicho Aristóteles, hay hombres esclavos por naturaleza, nacidos para ser siervos, así como hay pueblos cuya naturaleza es saber mejor obedecer que gobernar» (JBP). Es una verdad confirmada incluso por los textos sagrados: «el apóstol Pablo» llama a individuos y pueblos, caídos eventualmente en esclavitud «por una causa legítima», a soportar serenamente su condición y a no librarse de ella ni con la rebelión ni con la fuga (JBP).

 

En conclusión, por un lado Grozio rinde homenaje al «pueblo libre» (JBP), que en Holanda se ha valido de su derecho de resistencia para sacudirse legítimamente de encima el yugo de un príncipe despótico (JBP); por el otro no tiene dificultad para justificar la esclavitud y hasta esa suerte de cacería de los «animales salvajes» que tenía lugar en Norteamérica en perjuicio de los pieles rojas.

 

Pasemos ahora a la Revolución Gloriosa y a Locke. Los Dos tratados sobre el gobierno pueden ser considerados momentos esenciales de la preparación y consagración ideológica de este advenimiento que marca el nacimiento de la Inglaterra liberal. Estamos en presencia de textos impregnados profundamente por el pathos de la libertad, por la condena al poder absoluto, por el llamado a rebelarse contra aquellos miserables que quisieran privar al hombre de su libertad y reducirlo a la esclavitud. Pero de vez en cuando, en el ámbito de este himno a la libertad, se abren enormes brechas, a través de las cuales pasa en realidad la legitimación de la esclavitud en las colonias. Como confirmación ulterior de la legitimidad de tal institución Grozio aduce el ejemplo de los germanos, que, según el testimonio de Tácito, «se jugaban su libertad con un último tiro de dados» (JBP). A los ojos de Locke, los «cautivos hechos en una guerra justa» (por parte de los vencedores) se han «jugado [forfeited] por decirlo así, su vida y con ella su libertad». Estos son esclavos «por el derecho natural, y sometidos al dominio absoluto y al poder arbitrario de sus amos» (TT).

 

Hasta ahora pensamos solo en los negros traídos de África, pero, en realidad, no es mejor la suerte reservada a los indios. El filósofo liberal inglés está interesado en la trata de esclavos, en cuanto accionista de la Royal African Company, y también muestra interés por la marcha expansionista de los colonos blancos, en cuanto secretario (en 1673-74) del Council of Trade and Plantations. Resulta justa la siguiente observación:

 

«El hecho de que muchos de los ejemplos adoptados por Locke en el Segundo Tratado remitan a los Estados Unidos muestra que su intención era dotar a los colonos —a quienes había servido de muchas otras formas— de un argumento poderoso que les permitiera justificar su depredación y que estuviera basado en la ley natural más que en los decretos legislativos».

 

En repetidas ocasiones el Segundo Tratado hace referencia al «indio salvaje» (wild Indian), que vaga «insolente y agresivo en las selvas de América», o bien en las «selvas vírgenes y en las praderas no cultivadas de América» (TT). Ignorando el trabajo, que es lo único que da derecho a la propiedad, y ocupando una tierra «que no se encuentra beneficiada por el trabajo» o bien «grandes extensiones de tierras que permanecen incultas» (TT) habita en «zonas que no pertenecen a nadie», en vacuis locis (TT). Junto al trabajo y a la propiedad privada, los indios ignoran también el dinero: de forma que ellos resultan no solo extraños a la civilización, sino que tampoco «se unieron al resto del género humano» (TT). Por su comportamiento son objeto de una condena que no proviene solo de los hombres:

 

 

indudablemente «Dios les impuso la obligación de trabajar» y la propiedad privada, realmente no puede querer que el mundo creado por Él permanezca «para siempre sin dividir e inculto» (TT).

 

 

Desde el momento en que el indio trata de luchar contra la marcha de la civilización, oponiéndose con la violencia a que las tierras incultas ocupadas por él sean beneficiadas con el trabajo, como todo criminal es comparable a «fieras salvajes con las que el hombre no puede vivir en sociedad ni sentirse seguro» y por tanto, «puede ser destruido lo mismo que se mata un león o un tigre». Locke no se cansa de insistir en el derecho que tiene todo hombre de aniquilar a aquellos que han sido reducidos al rango de «animal de presa» (Beasts of Prey), de «fiera salvaje» (Savage Beasts: TT), al rango de «una fiera salvaje y famélica [savage ravenous Beasts], peligrosa y dañina contra la que tiene que defender el atacado su existencia» (TT).

 

Son expresiones que recuerdan las utilizadas por Grozio a propósito de los pueblos bárbaros y paganos en general y por Washington, con relación a los indios. Pero, antes de pasar a los Padres Fundadores y a los documentos solemnes que marcan el surgimiento de los Estados Unidos, convendría detenerse en otra macroscópica cláusula de exclusión que caracteriza la ponderación de la libertad en Locke. Los «papistas» —declara en el Ensayo sobre la tolerancia— son «como serpientes, no se logrará nunca con un tratamiento cortés que dejen a un lado su veneno». Más que contra los católicos ingleses, una declaración tan dura es formulada con la mirada dirigida a Irlanda, donde, en esa época, los pastores no registrados son marcados con fuego, cuando no son castigados con penas más severas o con la muerte. Locke habla de los irlandeses —inmersos en una desesperada revuelta endémica contra la expoliación y la opresión llevadas a cabo por los colonos anglicanos— en términos de desprecio como de una población de «bribones» (TT). Por lo demás, reafirma:

 

«Los hombres […] se hallan dispuestos a sentir compasión por los que sufren, y a estimar pura aquella religión, y sinceros con sus fieles, son capaces de superar esa persecución. Pero yo considero que las cosas son bien distintas en el caso de los católicos, que son menos susceptibles que los demás de ser compadecidos, en cuanto no reciben otro tratamiento que el que la crueldad de sus principios y de sus prácticas les hace merecer notoriamente».

 

La alerta contra el sentimiento de la «compasión» aclara que aquí tenemos que vérnoslas, en primer lugar, con Irlanda. Locke no parece tener objeción de ningún tipo con respecto a la despiadada represión que se abate sobre los irlandeses, cuya suerte hace pensar en aquella reservada a los pieles rojas del otro lado del Atlántico.

 

Podemos pasar ahora a examinar los documentos que encabezan la tercera revolución liberal y la fundación de los Estados Unidos. A primera vista la Declaración de independencia y la Constitución de 1787 parecen impregnadas de un phatos universalista de la libertad e inspiradas en él: «todos los hombres han sido creados iguales» es el inicio solemne del primer documento; es necesario «salvaguardar para nosotros mismos y para la posteridad el don de la libertad» es el inicio no menos solemne del segundo. Pero basta una lectura apenas un poco más atenta para tropezar, ya en el art. I de la Constitución, con la contraposición entre «hombres libres» y «resto de la población» (other persons). En realidad se trata de los esclavos, cuyo número, reducido a tres quintos, debe tenerse presente para que sea sumado al de las «personas libres» (free persons) y así calcular el número de diputados a la Cámara de representantes que han dirigido los Estados donde está presente la institución de la esclavitud.

 

En toda una serie de otros artículos se hace referencia a esto, recurriendo a distintos eufemismos:

 

«Ninguna persona sometida a prestaciones de servicios o de trabajo en uno de los estados, según las leyes vigentes allí, y que se haya refugiado en otro estado, podrá, en virtud de cualquier ley o reglamento en vigor en este, ser eximida de tal prestación de servicio o de trabajo; sino que a petición del interesado, será devuelta a la parte a la que corresponden tales prestaciones».

 

Si antes era ocultada entre el «resto de la población» (el que no está constituido por «personas libres»), ahora la relación de esclavitud es púdicamente incluida en la categoría general de «prestaciones de servicio o de trabajo», que cada Estado particular, sobre la base de los principios del autogobierno, tiene el derecho de regular como mejor le parece, mientras que la obligación que tiene cada Estado de restituir al esclavo se configura como la obligación moral de garantizar a un propietario legítimo las «prestaciones» que «le corresponden». Con un nuevo artificio lingüístico, siempre caracterizado por la misma pudicia, la trata de esclavos negros se convierte en «la emigración o la introducción de aquellas personas que los Estados actualmente existentes pueden considerar conveniente admitir»: entonces, esta «no podrá ser vetada por el Congreso antes del año 1808» y, antes de esa fecha, podrá ser sometida solo a un impuesto muy modesto («diez dólares por persona» o por esclavo). De manera igualmente elíptica se expresan los artículos que llaman a la Unión en su conjunto a «suprimir las insurrecciones» o bien la «violencia dentro de nuestras fronteras» (domestic violence) y esto significa, en primer lugar, la posible o temida revuelta de los esclavos en este o aquel Estado.

 

La institución de la esclavitud, aunque eliminada en virtud de una rigurosa interdicción lingüística, revela una presencia que lo invade todo en el ámbito de la Constitución norteamericana. Tampoco está ausente en la Declaración de independencia, donde la acusación a Jorge III por haber convocado a los negros esclavos se configura como la acusación ya vista de haber «fomentado revueltas dentro de nuestras fronteras».

 

En el paso de Grozio a Locke y de este a los documentos constitutivos de la revolución norteamericana, asistimos a un fenómeno sobre el que vale la pena reflexionar: aun considerada legítima en los tres casos, la institución de la esclavitud es teorizada y confirmada sin ninguna reticencia solo por el autor holandés que vive entre los siglos XVI y XVII. Sin embargo —al menos en lo que respecta a los Dos tratados sobre el gobierno, escritos y publicados en vísperas y después de la Revolución Gloriosa—, Locke tiende a legitimar la esclavitud solo en el trasfondo del discurso donde pondera la libertad inglesa. La reticencia alcanza su cúspide en los documentos que consagran la fundación de los Estados Unidos como el capítulo más glorioso de la historia de la libertad.

 

En lo que se refiere a la relación con los indios, el asunto es diferente. Tanto Grozio como Locke o Washington, hablan de ellos como de «animales salvajes»; de una mayor cautela verbal da prueba un documento como la Declaración de independencia, que se dirige a la opinión pública internacional y que, como sabemos, entre los crímenes más graves de Jorge III señala el de haber instigado a los «despiadados indios salvajes» contra los colonos sediciosos. Es indiscutible que en las tres revoluciones liberales se entrecruzan fuertemente las reivindicaciones de la libertad y las justificaciones de la esclavitud, además de la diezma (o bien el aniquilamiento) de los bárbaros…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

*

3 comentarios:

  1. "Quiero tu tierra, tus ríos, tu trigo y tu oro, tus mujeres y tus hijos, tu trabajo y tu vida. A tal fin dictaré la ley que todo el mundo habrá de tener por sacra e inviolable".

    Imaginario (¿imaginario?) encabezado de la Constitución de los Estados Unidos de Sí Mismos.

    Salud y comunismo

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  2. LA VERDAD SOBRE LOS DIMES Y DIRETES ENTRE EE.UU. E ISRAEL


    El DEMÓCRATA Biden se sincera sin máscara, sin cámaras ni teleprompter:

    “El BESTIA del Netanyahu está hecho una buena alhaja, no pasa día en el que el pimpollo no me sorprenda gratamente con una nueva y más infame barbaridad… si no existiera este hijo de la gran puta tendríamos que inventarlo”.



    «…A los pocos días del inicio de los bombardeos israelíes sobre Gaza, no había ya electricidad, ni agua, escaseaban los alimentos, y largas caravanas repletas de niños huían hacia el sur de la Franja, mientras Israel se ensañaba vertiendo un diluvio de bombas. Sin recursos, las poblaciones, barrios y campos de refugiados fueron sistemáticamente destruidos. A mediados de noviembre, Israel permitió la entrada de dos camiones de combustible al día, para evitar el colapso del sistema de tratamiento de las aguas residuales. No lo hizo para evitar sufrimiento a los palestinos, sino para prevenir la aparición de enfermedades que podrían afectar también a sus soldados. El presidente del Consejo de Seguridad Nacional israelí, Tzachi Hanegbi, advertía: «Si estallara una plaga, tendríamos que detener la guerra.»

    En medio de la oscuridad y el miedo, los hijos y nietos de los refugiados palestinos de 1948 se abrazaban, pero no había piedad para ellos: Tzipi Navon, una asesora de Sara Netanyahu, la esposa del primer ministro, escribía en las redes sociales: «El pueblo de Gaza debería ser capturado vivo y torturado uno por uno, arrancándoles las uñas y desollándolos vivos.» Amichai Eliyahu, ministro del régimen Netanyahu e hijo y nieto de rabinos de extrema derecha de orígenes iraquíes, pidió que se lanzasen bombas atómicas sobre la Franja de Gaza, y el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, hijo de otro rabino y con orígenes ucranianos, sentenció: «No hay que permitir que dos millones de palestinos permanezcan en Gaza tras la guerra.» Tampoco el vicepresidente del parlamento israelí, Nissim Vaturi, del Likud, se contuvo: exigió al régimen israelí que incendiase toda la Franja: «¡Quemen Gaza ahora!» Llegaron también las declaraciones del ex embajador israelí en Italia que afirmaba con odio: «Tenemos un propósito: destruir Gaza. Destruir ese mal absoluto, absoluto…».

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    Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/dejadnos-volver-a-gaza-a


    Menos mal que nuestro Sánchez más progresista de la historia se ha reunido con los familiares de rehenes israelíes secuestrados por Hamás y ha exigido su liberación inmediata. También ha declarado que no existe justificación para la violencia. A ver si los verdugos palestinos se dan por enterados. Ah, se me olvidaba, en el frente revolucionario cultural la Belarra reclama que Israel sea vetado en la “blanqueadora” EUROVISIÓN, ya que el nazi-sionismo no se puede comparar con los ukronazis que ella con tanto entusiasmo aplaudió “en sede parlamentaria”. En la práctica estos entes neonazis sólo comparten el irrelevante temita de estar teledirigidos por la organización terrorista OTAN.



    Salud y comunismo

    *

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    Respuestas
    1. Para esta chusma fascista la población siempre es 'colateral', tanto en la guerra como en la paz. Lo primero es el Mercado y las faltriqueras de quienes lo mangonean a su antojo. ¿Qué te voy a decir que no sepas?: capitalismo (en su fase "fuera máscaras").

      Y se quejan del 'ultranacionalismo ruso'. Yo no he visto más banderas y signos de exaltación nacional por metro cuadrado que en Estados Unidos, ni más policía militarizada protegiendo la libertad... de ese Mercado que ha convertido la Franja de Gaza en una sangrienta escombrera. Han alcanzado tal nivel de descomposición moral que dudo que puedan salir indemnes de esta, el mundo no se reduce a Washington y Londres.

      En cuanto a esa cosa llamada Unión Europea, es un caniche maltrecho y desdentado cuyos ladridos son el hazme reír de cualquiera que contemple lo que realmente ocurre entre bastidores. No veo más que decadencia por todas partes y una especie de necia huida hacia delante trufada de gilipolleces proporcionadas por "expertos" en colorear bombas de humo.

      En fin, a comprar futbolistas y lotería, y a esperar que el turista 5.999.999 llegue al aeropuerto de Palma y deje propina en los bolsillos de los hosteleros. Ah, y que sigan llegando inmigrantes "ilegales", que si no el campo no es rentable.

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