lunes, 12 de febrero de 2024

 

[ 531 ]

 

EL MÉTODO YAKARTA

 

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

03

Apretar las tuercas,

bombardear las islas

 

 

 

FÚTBOL CON SAKONO

 

En marzo de 1956, el nuevo líder de la Unión Soviética, Nikita Jruschov, conmocionó a los comunistas de todo el mundo. En un discurso —inicialmente considerado «secreto»— ante el Partido Comunista, llevó a cabo una extensa y decidida denuncia de los crímenes cometidos por Stalin. Stalin no se había preparado para la Segunda Guerra Mundial, defendía. Torturó a sus propios camaradas y los obligó a confesar delitos que nunca habían cometido para tener una excusa con la que fusilarlos y aferrarse al poder.

 

Stalin había muerto solo tres años antes. En sus exequias, tanta gente se lanzó a participar en el cortejo fúnebre que murieron personas aplastadas; en aquel momento muchos ciudadanos de la Unión Soviética y de otros países comunistas le tenían verdadero afecto y habían asumido una profunda identificación con el proyecto socialista y colectivista en general. Verlo atacado ni más ni menos que por el líder del principal partido marxista-leninista fue un golpe inesperado para los comunistas de todo el mundo.

 

Parte de la izquierda, especialmente en Europa Occidental, reaccionó distanciándose del proyecto soviético en su conjunto. Otros —el más destacado entre ellos Mao— acusaron a Jruschov de distorsionar o exagerar las fechorías de Stalin en beneficio propio. El líder chino empezó a defender que Jruschov era culpable del delito de «revisionismo» de la doctrina marxista-leninista, en la que fue la primera grieta de una creciente brecha entre los dos países. Con su nuevo líder, la Unión Soviética apostó por una coexistencia pacífica con Occidente, facilitó un acercamiento a los países no alineados y amplió su ayuda a países del tercer mundo como Indonesia, Egipto, la India y Afganistán.

 

Oficialmente, el PKI se sumó a Jruschov en la perspectiva de un futuro posestalinista más moderado. En la práctica, no obstante, el mundo comunista estaba incluso más dividido de lo que lo había estado a inicios de la Guerra Fría. Los comunistas indonesios, confiados en la importancia de su país y viendo ampliados su tamaño y su fuerza, estaban incluso más seguros que antes de que no necesitaban acatar órdenes del extranjero.

 

Después del fallido levantamiento de Madiun en 1948, el PKI se había reorganizado con el liderazgo de Dipa Nusantara Aidit. Seguro de sí mismo y sociable, Aidit había nacido en la costa de Sumatra, en el seno de una familia musulmana devota, y se había hecho marxista durante la ocupación japonesa. Con el liderazgo de Aidit, el PKI se transformó en un movimiento legal con una base masiva e ideológicamente flexible que rechazaba la lucha armada, ignoraba con frecuencia las órdenes de Moscú, se mantenía próximo a Sukarno y se adhería a la democracia electoral. El partido estaba haciendo las cosas de manera muy diferente a los partidos comunistas ruso y chino. El objetivo del PKI, expresado tanto en público como en privado, era formar un «frente nacional unido» antifeudal con la burguesía local y no preocuparse por la puesta en práctica del socialismo «hasta el fin de siglo».

 

En términos internacionales, el PKI estaba comprometido con el antiimperialismo, mientras que en la escena nacional, los miembros del partido hacían crecer el movimiento con victorias en elecciones democráticas.

 

Avanzaba 1956 y el mundo comunista se dividía todavía más con el envío de tanques a Hungría por parte de Jruschov para aplastar un levantamiento y reafirmar el control soviético. La violencia de octubre y noviembre de 1956 fue un desastre para Moscú en términos de imagen exterior.

 

Fue también un grave fracaso personal para Frank Wisner. Aunque Estados Unidos lo negó en público, la CIA había estado animando a los húngaros a que se sublevaran, y muchos lo hicieron pensando que recibirían el apoyo de Washington. Cuando los hermanos Dulles se opusieron a esta vía de actuación, aparentemente abandonando a su suerte a los manifestantes, Wisner lo entendió como una traición personal.

 

El comportamiento de este último empezó a ser cada vez más errático. William Colby, agente veterano de la CIA en Roma, afirmaba en 1956: «Wisner estaba desvariando y furioso, completamente fuera de control. No dejaba de repetir que toda aquella gente estaba muriendo». Su hijo reparó en que estaba sobrepasado por el trabajo y profundamente implicado emocionalmente en los acontecimientos que tenían lugar en Europa. Wiz empezó a mostrar comportamientos que quienes trabajaban con él tenían dificultades para entender. Pensaban que podía deberse a una enfermedad provocada por un plato de almejas en mal estado que había comido en Grecia.

 

 

Mientras el comunismo del segundo mundo se fracturaba, el tercer mundo se unía aún más gracias a una cierta incompetencia del primer mundo. Después de que Nasser nacionalizara el canal de Suez, Francia e Inglaterra se lanzaron a una invasión —en contra de los deseos de Washington— para reafirmar el control de la vía fluvial y expulsar al líder egipcio. Se les unió el joven Estado de Israel —cuya creación habían apoyado tanto Washington como Moscú—, pero finalmente tuvo que retirarse por la presión estadounidense. A pesar de la indignación de Eisenhower con el nuevo Estado judío, Washington incrementó de manera paulatina su apoyo a Israel desde mediados de la década de 1950 por motivos propios de la Guerra Fría. Hoy sabemos que fueron las nacientes alianzas entre la URSS y los regímenes nacionalistas radicales árabes las que sentaron las bases de una asociación cada vez más estrecha entre Estados Unidos e Israel.

 

Algo más sucedió en 1956. O más bien no sucedió. La división entre Vietnam del Norte y del Sur se suponía que tenía que resolverse en unas elecciones que unificarían el país bajo un único Gobierno. Sin embargo, Ngo Dinh Diem, el líder católico de Vietnam del Sur (de mayoría budista) que Estados Unidos había elegido a dedo y que resultó ser completamente corrupto y dictatorial, sabía que sería derrotado con facilidad por Ho Chi Minh. Por tanto, decidió cancelar la votación. Washington estuvo de acuerdo, igual que lo estuvo cuando Diem declaró fraudulentamente haber ganado unas elecciones en 1955 con el 98,2 por ciento de los votos. A partir de aquel momento, el Gobierno de Vietnam del Norte —y muchos comunistas del Sur— consideró que tenía derecho a oponerse directamente al régimen de Diem apoyado por Estados Unidos.

 

En aquel mismo año turbulento, Sukarno viajó a Washington. No está claro si el líder indonesio se dio cuenta o no, pero la visita no fue bien. La impresión que dejó a las personas más poderosas del planeta no fue buena. En Indonesia, el apetito sexual de Sukarno era famoso, pero conmocionó a los estadounidenses. A John Foster Dulles, un presbiteriano profundamente mojigato, le parecía «asqueroso». Frank Wisner, que no solía hablar del trabajo en casa, le confió en secreto a su hijo que «Sukarno quería asegurarse de que su cama estuviera debidamente ocupada, y a la agencia no le faltaban capacidades para satisfacer la lujuria del mandatario indonesio».

 

Para empeorar todavía más las cosas, fue directo de Washington a Moscú y luego a Pekín. Consideraba que estaba en su derecho como líder mundial independiente, por supuesto, pero este no era el tipo de actuaciones que toleraba la Administración Eisenhower.

 

En el otoño de 1956, Wisner le dijo a Al Ulmer, director de la división de la CIA en el Lejano Oriente:

 

«Creo que ha llegado la hora de que le apretemos las tuercas a Sukarno».

 

En las elecciones del año siguiente, al Partido Comunista Indonesio le fue todavía mejor que en 1955. El PKI era la organización más eficiente y profesional del país. Especialmente relevante era que, en un país asolado por la corrupción y el clientelismo, tuviera reputación de ser el más limpio de todos los grandes partidos. Sus líderes eran disciplinados y entregados, y Howard Jones vio rápidamente que de hecho cumplían sus promesas, sobre todo con los campesinos y con los pobres. Jones no era el único en el Gobierno estadounidense que comprendía por qué los comunistas seguían ganando elecciones. El vicepresidente del momento, Richard Nixon, dio voz a una sensación generalizada en Washington cuando afirmó que

 

«un Gobierno democrático no era [probablemente] lo mejor para Indonesia», porque «los comunistas podrían no ser derrotados en las campañas electorales dada su buena organización».

 

Y, aún más importante, Jones reconocía que el PKI estaba saliendo al campo a poner en práctica el tipo de programas que abordaban directamente las necesidades de la gente. Le preocupaba que el partido estaba «trabajando duro y con habilidad para ganarse a los desfavorecidos».

 

Sakono Praptoyugono, hijo de campesinos de una aldea de Java Central, recuerda muy bien el impacto de estos programas. Sakono (no confundir con Sukarno, el presidente), el sexto de siete hermanos, nació en 1946 en la regencia de Purbalingga, cuando los neerlandeses todavía intentaban aplastar el movimiento de independencia indonesio. Tras el establecimiento de Indonesia como país, su padre consiguió un poco de arroz del Gobierno revolucionario y su familia se dedicó a trabajar un pequeño pedazo de tierra. Si bien sus padres eran campesinos que únicamente hablaban javanés, la joven república ofreció la oportunidad de estudiar a Sakono, que se lanzó a ello como una flecha.

 

Podríamos decir que Sakono era el ojito derecho del maestro. Era el tipo de niño que se leía el periódico entero todos los días y organizaba clases extra para sus amigos y para él mismo después del colegio. Le encantaba estudiar historia y política, y a los nueve años ya seguía los casi continuos discursos de Sukarno por la radio (era todo un admirador del presidente) y los resultados de las elecciones nacionales.

 

Bajito, de constitución rotunda y con ojos chispeantes, Sakono era de los que disparan sin parar datos y citas y frases en lenguas extranjeras sin dejar de sonreír, tan emocionado que tal vez no repare en que otros pueden querer hablar de otra cosa. Leía el Diario del pueblo (Harian Rakyat para él), y puso en marcha un grupo de estudio extracurricular con un joven miembro del PKI, que llevaba a cabo una continua actividad comunitaria en su localidad.

 

El más importante de los programas del PKI en la región de Sakono lo llevaba a la práctica la Alianza Indonesia de Agricultores (BTI), que intentaba garantizar los derechos de los campesinos en el marco legal existente e impulsar la reforma agraria. Los miembros de la BTI transmitieron a Sakono y a su familia que «la tierra pertenece a quien la trabaja y no se le puede quitar», y lo que todavía era más importante: revisaban y escrituraban las parcelas, se aseguraban de que se aplicaran las leyes y contribuían a mejorar la eficiencia de la producción agrícola.

 

Dos veces a la semana, Sakono y dos de sus amigos se reunían tres horas con un miembro del partido llamado Sutrisno —un hombre alto, despreocupado y con el pelo castaño y rizado— para estudiar política básica en la tradición marxista. Sakono aprendió sobre el feudalismo, y comprendió que la ineficiente distribución de la tierra que soportaba su familia cambiaría si Indonesia alguna vez hacía la transición al socialismo. Estudiaban los conceptos de neocolonialismo e imperialismo, y aprendían sobre los capitalistas. Sutrisno les hablaba de Jruschov y de Mao y del debate «revisionista», pero aseguraba que el PKI había elegido la vía pacífica hacia el poder en el contexto de la revolución del presidente Sukarno. Sakono no se podía permitir comprar ejemplares del Harian Rakyat, el rotativo para el que escribía Zain, así que iba a leerlo gratis a casa del vendedor de periódicos.

 

Como sucede con frecuencia con los adolescentes, Sakono se obsesionó un tanto. Su pasión por la teoría política de izquierdas impregnaba todos los aspectos de su vida. Sus amigos y él jugaban al fútbol en mitad del pueblo (por supuesto, no había un campo como tal en su pequeña aldea javanesa) y, mientras pateaban la pelota de un lado a otro, se decía que estaba aprendiendo lecciones políticas importantes.

 

«El fútbol era el deporte del pueblo porque era barato —recordaría más tarde—. Y el deporte fortalece el espíritu colectivo, te enseña a trabajar con otros, que no puedes conseguir nada solo. Me di cuenta de que el fútbol me enseñaba que, si pretendías alcanzar algo, tenías que cooperar».

 

 

El PKI decía organizarse según las directrices leninistas, pero en realidad no era así. Era un «partido de amplias masas», en su propia terminología, con un crecimiento demasiado rápido para mantener la estricta disciplina jerárquica que defendía Lenin. El partido tenía miembros activos, o cuadros, como Sutrisno, el maestro de Sakono, que se comprometían formalmente a defender la ética del partido. Asimismo, el PKI dirigía una serie de organizaciones afiliadas, como la BTI, orientadas a una participación masiva de la población civil. La contraparte industrial de la BTI era la SOBSI, un colectivo sindical que incluía a gran parte de la clase trabajadora del país, tanto si les interesaba el marxismo como si no. Estaba también la LEKRA, la organización cultural, que facilitaba un servicio esencial en pequeñas localidades donde había poco que hacer: organizaba conciertos, representaciones teatrales, de danza y espectáculos cómicos que a menudo se prolongaban toda la noche y ofrecían el mejor (y tal vez el único) entretenimiento posible. «Oh, iba todo el mundo —recuerda Sakono—. No importaban tus ideas políticas. Si había algo, tenías que ir a verlo».

 

En un sentido amplio, todas estas organizaciones afiliadas a los comunistas apoyaban al presidente Sukarno, aunque no sin críticas. El Movimiento de las Mujeres Indonesias, conocido como Gerwani, se oponía a la práctica tradicional de la poligamia, que Sukarno abrazó de manera muy pública durante su presidencia. El Gerwani se convirtió en una de las organizaciones de mujeres más grandes del mundo. Estaba estructurada sobre principios feministas, socialistas y nacionalistas, y centraba su actividad en la oposición a las limitaciones tradicionales a las que estaban sometidas las mujeres, la promoción de la educación de las niñas y la exigencia de espacios para las mujeres en la esfera pública.

 

En la región de Java Central en la que vivía Sakono, el Movimiento de las Mujeres se dedicaba a las cuestiones más básicas. Una joven llamada Sumiyati, que se incorporó a la organización en su aldea de Jatinom cuando era adolescente, aprendió a cantar, a bailar, a practicar deporte y, por encima de todo, a defender «los ideales feministas y el derecho de las mujeres a luchar para destruir los grilletes que las atan, además de nuestro derecho a aprender y a soñar». En la cuestión de la poligamia en general, el movimiento era inflexible en su oposición. En la cuestión concreta de la poligamia de Sukarno, se flexibilizaba.

 

«Ningún hombre es perfecto —aprendió Sumiyati—. Este es un tiempo de transición y tenemos que luchar por los cambios que queremos ver. Avanzamos paso a paso, no podemos esperar que el mundo se dé la vuelta con la misma facilidad con la que volvemos nosotras la mano».

 

En ningún momento consideró el alegre y estudioso Sakono que su izquierdismo lo convirtiera en un subversivo. En todo caso, era más bien un bicho raro, una suerte de fanático juvenil más entusiasmado de la cuenta con la revolución del país. «Los comunistas son los buenos», pensaba con frecuencia. Lo estaban haciendo bien en las elecciones y eran amigos de su héroe, el presidente Sukarno.

 

En sus estudios, Sakono también desarrollo una interpretación sofisticada de la relación entre condiciones económicas e ideología.

 

«Verás, el Partido Comunista nunca creció en Estados Unidos porque no tenía las raíces adecuadas —razonaba—. Pero en Indonesia tenemos mucha injusticia y explotación. Hay una relación entre las condiciones materiales de nuestra sociedad y la ideología que florece aquí. Y la injusticia es un suelo muy fértil para que crezcan sus raíces».

 

En 1957, la izquierda indonesia ya consideraba a Washington un obstáculo para el desarrollo de la nación, cuando no un enemigo declarado. Pronto la situación empeoraría mucho más. Estallaron rebeliones contra el Gobierno de Sukarno en las «islas externas», al noreste de Java y Bali, así como en la isla de Sumatra. Las rebeliones tenían en ambos casos motivaciones económicas e ideológicas: exigían más control de los ingresos de sus regiones, así como la prohibición del comunismo (algo que a Washington le encantó).

 

Dado que los rebeldes disponían de buen armamento, personas como Sakono y su maestro creían que Estados Unidos los estaba ayudando. «Es la estrategia divide et impera —argumentaría más tarde Sakono utilizando la expresión latina—. Es la Guerra Fría. Déjame que te lo explique:

 

 

“Guerra Fría” es el nombre que han dado al proceso por el que Estados Unidos intenta dominar a países como Indonesia»…

 

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

*


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario