viernes, 1 de marzo de 2024

 

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EL MÉTODO YAKARTA

 

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

03

Apretar las tuercas,

bombardear las islas

 

 

NUEVA GUINEA OCCIDENTAL

 

Después del fracaso de Allen Pope, las relaciones entre Indonesia y Estados Unidos también cayeron en picado, y solo estaba Jones para salvarlas. Con su característica energía, Sukarno rápidamente se dispuso a entablar amistad con el jovial nuevo embajador. Transcurridos apenas unos meses, en octubre de 1958, Jones y su mujer invitaron al presidente a un pequeño almuerzo en su bungaló de Puncak, en las montañas de Java Occidental. Para su sorpresa, Sukarno se presentó con ochenta guardias de seguridad y veinte chóferes, y de inmediato se dispuso a poner en práctica sus encantos con dos marines estadounidenses que acompañaban a Jones.

 

Se atracaron de pinchos de pollo y ternera al estilo satay, verduras y mangostanes, papayas, mangos y rambutanes. El presidente solicitó entonces algo de música y baile. Sukarno pidió los ritmos rápidos de las Molucas, es decir, música de Ambon y las islas circundantes, las que la CIA acababa de bombardear. Pronto los estadounidenses y los indonesios estaban todos dando vueltas y sudando al ritmo de las teteras, que golpeaban con las cucharas y las bayonetas.

 

La naciente amistad contribuyó a dejar atrás en su relación profesional los ataques de 1958, que todos sabían que no eran responsabilidad de Jones. Pero ese no era el único asunto que amenazaba las relaciones entre Estados Unidos e Indonesia.

 

La descolonización estaba lejos de haber concluido en el Sudeste Asiático. Cuando los Países Bajos finalmente capitularon ante los revolucionarios en 1949, transfirieron el control de la mayor parte de su territorio a la joven república. Sin embargo, no cedieron en su reclamación de un enorme territorio al este de Java y al norte de Australia: la mitad occidental de Nueva Guinea, la segunda isla más grande del planeta. Indonesia era ya en ese momento un país de una diversidad increíble, pero las personas de Papúa (Nueva Guinea) son visiblemente diferentes tanto física como culturalmente de los habitantes de otras islas. Tienen la piel más oscura y el pelo rizado, y la administración colonial neerlandesa apenas había penetrado en su territorio (los neerlandeses nunca tuvieron toda la isla: la mitad este, ahora Papúa Nueva Guinea, estaba controlada entonces por Australia).

 

Para Sukarno, la cuestión era de una simpleza increíble. Los neerlandeses no tenían absolutamente nada que hacer en ningún sitio que no fueran sus Países Bajos. Indonesia era una república nacional democrática y multiétnica. La raza no importaba, y tampoco el nivel de desarrollo económico de Papúa. Durante años, el Gobierno de Yakarta intentó negociar con los Países Bajos sin resultado. Posteriormente, entre 1954 y 1958, Sukarno defendió su posición en las Naciones Unidas. La estrategia implicaba organizar protestas en su propio país y presionar cuanto fuera posible a los Países Bajos. Washington, que no quería ofender a los neerlandeses, importantes aliados en Europa Occidental para la Guerra Fría, evitó apoyar la reclamación indonesia.

 

Para los indonesios era una cuestión de orgullo nacional. Era tan crucial que, a finales de 1957, el Gobierno indonesio —frustrado por verse ignorado durante siete años— expulsó a todos los ciudadanos neerlandeses que quedaban en el país. El movimiento sería necesariamente un golpe a la economía. Después de solo ocho años de independencia, y cuando el sistema de educación público apenas daba sus primeros pasos, Indonesia no había formado a todas las personas que necesitaba para gestionar las empresas establecidas a lo largo de siglos de colonialismo.

 

Francisca recuerda que, cuando se marcharon los neerlandeses, su biblioteca y su vida social pasaron a estar dominadas por los indonesios por primera vez. Indonesia había experimentado una transformación radical en menos de dos décadas: de ser una colonia en la que ella era parte de una minoría de estudiantes asiáticos en una clase de blancos, a ser una nación en la que gestionaba una biblioteca con personal indonesio exclusivamente. Este era el mundo en el que criaría a sus hijos. Y ya tenía tres.

 

Para ponerles nombre, Francisca y Zain mezclaron las tradiciones locales con sus ideas internacionales. A la primera hija la llamaron Damaiati Nanita: damai significa «paz» en bahasa indonesia. A la segunda, Francisca quería llamarla Candide, por la famosa obra de Voltaire, que había leído entusiasmada en Europa. Así que llamaron a la pequeña Kandida Mirana. El segundo nombre, que eligió Zain, incluía mir, el término ruso para «paz» (la paz se estaba convirtiendo en una idea fundamental). El tercer hijo, el primer varón, tomó los nombres cristianos Anthony y Paul de la tradición de las Molucas, propia de la familia de Francisca. Lo ampliaron a Anthony Paulmiro, de modo que, una vez más, su hijo portaría la paz: mir. Formaban parte de un nuevo grupo de indonesios, los primeros nacidos en el país independiente.

 

A su alrededor, en Yakarta, toda una generación que había sido educada en los valores forjados en 1945, entraba en escena. Estudiantes, trabajadores y personas de toda clase se habían manifestado contra el «imperialismo» en todas sus formas. Jones se las veía con ellos en la misma puerta de su casa.

 

Benny Widyono, un estudiante acomodado de Economía, participó en una de estas manifestaciones cuando estudiaba en la universidad en Yakarta. Se incorporó a una multitud que lo llevó a la plaza Lapangan Banteng (un nuevo nombre para el lugar antes conocido como plaza Waterloo), y quedó electrizado por el movimiento que tenía lugar a su alrededor. La gente se había levantado por sí misma y exigía una independencia completa. No pedían permiso a las potencias occidentales. Las informaban. Los padres de Benny, que habían levantado sin hacer mucho ruido un negocio bajo la dominación neerlandesa y habían sufrido con la ocupación japonesa, nunca habrían imaginado que apenas una década más tarde Benny estaría en las calles de Yakarta protestando abiertamente contra el imperialismo.

 

Howard Jones recorrió el país entero preguntando a los indonesios si realmente les importaba la cuestión de la independencia papú de los neerlandeses. La respuesta no admitía réplica. Sí, les importaba de verdad. Pero eso no iba a cambiar la posición de Washington. Jones escribió que los locales se le acercaban una y otra vez y le decían, verdaderamente perplejos:

 

«Es que no entendemos a Estados Unidos. Ustedes fueron una vez una colonia. Saben lo que es el colonialismo. Lucharon, sangraron y murieron por su libertad. ¿Cómo es posible que apoyen el statu quo?».

 

Después de una década representando a Estados Unidos en Asia, Jones no tenía respuesta. Se dio cuenta de que el comportamiento de Estados Unidos añadía más peso a la acusación «de que también nosotros nos habíamos convertido en una potencia imperial»…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

*


 

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