viernes, 5 de abril de 2024

 

[ 559 ]

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

capítulo segundo

 

LIBERALISMO Y ESCLAVITUD RACIAL:

UN SINGULAR PARTO GEMELAR

 

 

 

5. EL CASO SOMERSET Y CONFIGURACIÓN DE LA IDENTIDAD LIBERAL

 

Junto a la posición de Montesquieu se puede situar la de Blackstone. Estamos a mediados del siglo XVIII: «La ley de Inglaterra aborrece y no puede tolerar la existencia de la esclavitud dentro de esta nación»; ni siquiera sus miembros más humildes y más viles, ni siquiera los «vagabundos ociosos» pueden ser sometidos a esclavitud. El «espíritu de la libertad —prosigue el gran jurista— está tan profundamente impreso en nuestra Constitución y hasta enraizado en nuestro propio suelo [very soil]», que no permite en ningún caso la presencia o la vista de una relación que es la expresión concentrada del poder absoluto[153]. La «esclavitud en sentido estricto» ha existido en la «Roma antigua» y continúa floreciendo en el «mundo bárbaro moderno» (modern Barbary), pero ya está en contradicción con el «espíritu de la nación inglesa».

 

 

Por otra parte, entre los derechos disfrutados por los libres está también el del libre e imperturbable disfrute de la propiedad, comprendida la propiedad de esclavos, a condición de que estos últimos sean relegados al mundo colonial. La relación entre amo y siervo —y esto vale para todos los «tipos de siervos», incluido el esclavo— es una de las «grandes relaciones de la vida privada»: el poder político no tiene el derecho de intervenir en ellas. Y así, Blackstone no advierte contradicción entre la ponderación que hace a Inglaterra como tierra de la libertad, y su actitud cuando reafirma la obligación que tiene el esclavo negro de servir a su amo; se trata de una obligación que, basándose en los «principios generales» de la «ley de Inglaterra», no cesa en modo alguno, incluso si el «negro pagano» tuviera que convertirse al cristianismo; ni siquiera en ese caso el esclavo podría presentar la petición de «libertad».

 

Aunque reconocida, la institución de la esclavitud es desplazada fuera del «propio suelo» inglés, para ser circunscrita a la zona de la frontera entre mundo civilizado y barbarie. Pero ¿qué sucede cuando un patrono blanco trae consigo desde las colonias, como bien mueble, a alguno de sus esclavos? Es el problema que suscita un apasionante debate en la Inglaterra de 1772. Dirigiéndose a la magistratura, un esclavo, James Somerset, logra librarse del patrono que pretende llevárselo de vuelta con él, en calidad de bien mueble, en su viaje de regreso a Virginia. La sentencia del juez no pone en discusión la institución de la esclavitud: se limita a afirmar que «la ley colonial» se aplica solo «en las colonias» y que, por lo tanto, en Inglaterra la esclavitud no tiene base legal. El defensor de Somerset proclama con elocuencia:

 

«El aire de Inglaterra es demasiado puro para que los esclavos puedan respirarlo».

 

Pero de ese principio él saca la conclusión de que es necesario evitar, de cualquier manera, la afluencia a Inglaterra de negros esclavos provenientes de África o de América. Más que de violación de la libertad y de la dignidad de un ser humano, el patrono de Somerset se había hecho responsable de atentado a la pureza de la tierra de los libres, quienes no toleran ser confundidos y mezclados con los esclavos. No por casualidad la sentencia de 1772 sienta las premisas para la sucesiva deportación a Sierra Leona de los negros que, como fieles súbditos de la Corona, buscan refugio en Inglaterra después de la victoria de los colonos sediciosos.

 

 

Ahora comienzan a precisarse los contornos de la identidad liberal. Autores como Burgh y Fletcher todavía pueden ser considerados campeones de la causa de la libertad por Jefferson, quien vive en una realidad donde la esclavitud negra y la difundida propiedad de la tierra (arrebatada a los indios) convierten el proyecto de esclavización de los vagabundos blancos en algo puramente académico. De otro modo están las cosas en Europa, como resulta de las intervenciones de Montesquieu y Blackstone. Aquellos que no apoyan el principio del carácter inadmisible y de la «inutilidad de la esclavitud entre nosotros» comienzan a ser considerados ajenos al partido liberal que ya está formándose. Primero a partir de Montesquieu, y después, de manera más clara, a partir de Blackstone y de la sentencia en los juicios del caso Somerset, dos aspectos esenciales caracterizan al partido liberal en vías de formación:

 

1) la condena del poder político despótico y la reivindicación del autogobierno de la sociedad civil en nombre de la libertad y del gobierno de la ley;

 

2) la afirmación del principio del carácter inadmisible y de la «inutilidad de la esclavitud entre nosotros», o del principio sobre la base del cual, Inglaterra —y en perspectiva, Europa— tiene un aire «demasiado puro» para poder tolerar, en su «propio suelo», la presencia de esclavos.

 

El segundo aspecto no es menos esencial que el primero. La legitimación de la «esclavitud entre nosotros» implicaría la desaparición del pathos de la libertad, que desempeña un papel relevante en la reivindicación liberal del autogobierno de la sociedad civil o del autogobierno de la comunidad de los libres.

 

 

 

 

6. «NO QUEREMOS SER TRATADOS COMO NEGROS»: LA REBELIÓN DE LOS COLONOS

 

Pero la contraposición metrópoli/colonia, con la exclusión tendencial de esta última del espacio sagrado de la civilización y de la libertad, no podía dejar de suscitar la reacción de los colonos. Independientemente de cada una de las reivindicaciones políticas y sociales concretas, la autoconciencia de ellos ya resulta herida. La metrópoli parece acercar las colonias norteamericanas al «mundo bárbaro moderno» denunciado por Blackstone, parece degradarlas a una suerte de recipiente para la basura, donde se descargan los desechos, o sea, la población penitenciaria de la metrópoli: los prisioneros de las cárceles de la madre-patria son deportados al otro lado del Atlántico para alimentar, junto a los negros provenientes de África, la fuerza de trabajo más o menos forzada que se necesita. Según la observación del abolicionista inglés David Ramsay, la esclavitud continuaba subsistiendo en el área de la frontera del mundo civilizado, es decir, de Occidente, «donde su religión y sus leyes no eran consideradas plenamente en vigor y donde los individuos se consideraban muy a menudo exentos del cumplimiento de normas obligatorias en la madre-patria».

 

 

Si bien esta visión salvaba el honor de la metrópoli como lugar privilegiado de la libertad —no obstante la permanencia de la esclavitud en su extrema periferia— a los ojos de los colonos cometía el error de confundir y comparar a los ingleses libres con el populacho penitenciario y los pueblos de color. De este modo —se lamenta James Otis, un notable exponente de la revolución liberal creciente— se nos olvida que las colonias han sido fundadas «no ya por una mezcolanza compuesta de ingleses, indios y negros, sino por súbditos británicos, nacidos libres y blancos». Más drástico aún resulta Washington, quien advierte que los colonos norteamericanos se sienten «miserablemente oprimidos como nuestros negros». Refiriéndose a los gobernantes de Londres, tras haber reafirmado que los colonos norteamericanos podían exhibir un linaje tan noble y tan merecedor de la libertad como el de los ingleses de la metrópoli, John Adams, exclama: «¡No queremos ser sus negros!».

 

 

Independientemente del problema de la representación, la delimitación espacial de la comunidad de los libres se advierte como una exclusión intolerable. Por otra parte, los colonos, cuando reivindican la igualdad con la clase dominante inglesa, profundizan el abismo que los separa de los negros y de los pieles rojas. Si bien en Londres se distingue el área de la civilización del área de la barbarie, el espacio sagrado del profano, contraponiendo en primer lugar la metrópoli a las colonias, los colonos norteamericanos, por su parte, son llevados a señalar la línea fronteriza, en primer lugar, en la pertenencia étnica y en el color de la piel: basados en el Naturalization Act de 1790, solo los blancos pueden convertirse en ciudadanos estadounidenses.

 

El paso de la delimitación espacial a la étnica y racial de la comunidad de los libres implica efectos combinados y contradictorios de inclusión y exclusión, de emancipación y des-emancipación. Los blancos, incluso los más pobres, también entran en el espacio sagrado, ellos también se hallan formando parte de la comunidad o de la raza de los libres, aunque sea ubicados en los niveles inferiores. Desaparece la servidumbre blanca, condenada por la buena sociedad de Nueva York en cuanto «contraria […] a los principios de libertad que este país tan felizmente ha establecido». Pero la emancipación tendencial de los blancos pobres es solo la otra cara de la ulterior des-emancipación de los negros: desde ese momento, la condición del esclavo negro empeora ya por el hecho de no ser, como en la América colonial, uno de los distintos sistemas de trabajo no libre. En Virginia (y en otros Estados) a los veteranos de la guerra de independencia les son concedidos —como reconocimiento por su contribución a la causa de la lucha contra el despotismo— tierras y esclavos negros; la tendencia al ascenso social de los blancos pobres coincide con la completa deshumanización de los esclavos negros…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

*

 

2 comentarios:

  1. Escritos vigentes cuya lectura (y relectura) es más necesaria que nunca.

    Salud y comunismo

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  2. Vigencia que avala ese impertinente “pasado que no acaba de pasar”
    De modo que si en 1772, un distinguido liberal declaraba:

    «El aire de Inglaterra es demasiado puro para que los esclavos puedan respirarlo».

    No nos puede resultar novedosas las actuales declaraciones supremacistas de ultrnacionalistas, nazis, imperialistas yanquis o sionistas… y la pervivencia del criminal colonialismo, el “moderno” esclavismo o los “democráticos” regímenes racistas que imponen el apartheid y practican el “purificador” genocidio.

    Cosas que las narcotizadas sociedades occidentales no aprecian bien probablemente por rudeza de paladar… cosas de la (des)información basura…



    Salud y comunismo

    *

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