miércoles, 10 de abril de 2024

 

[ 562 ]

 

EL MÉTODO YAKARTA

 

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

05

Brasil, ida y vuelta

 

 

(…) No solo por estos motivos, la Escola Superior de Guerra empezó a urdir la destitución de Vargas con el apoyo de Estados Unidos. Sin embargo, eso nunca llegó a suceder. Poco después de que un decreto que duplicaba el salario mínimo despertara la indignación de la élite brasileña, todo cayó por su propio peso.

 

Carlos Larceda, el crítico más destacado del presidente Vargas en Brasil, fue atacado por hombres armados cuando paseaba por Copacabana; sobrevivió con una herida de bala en el pie, pero un oficial militar que lo acompañaba perdió la vida. Pronto se supo que el intento de asesinato podría haber sido ordenado por alguien del propio equipo de guardaespaldas del presidente. Los militares habían puesto claramente a Vargas en su punto de mira, y era indudable que se impondrían.

 

En lugar de permitir que sucediera algo así, Vargas escribió una carta de despedida al país y se disparó en el pecho el 24 de agosto de 1954, dando un vuelco a la política desde la tumba para siempre.

 

El vencedor en las elecciones que se celebraron en 1955, Juscelino Kubitschek, era un centrista pro-estadounidense con un enfoque nacionalista en lo económico. Aun así, Washington sospechaba de él. Durante la campaña electoral, el Servicio de Información de los Estados Unidos (USIS, por sus siglas en inglés) duplicó su presupuesto destinado a «programas para educar a los brasileños en los peligros del comunismo y de las organizaciones fachada del comunismo». Los responsables estadounidenses también trataron de demostrar la existencia de vínculos entre el ilegalizado PCB y la Unión Soviética. El Partido Comunista respaldó a Kubitschek, conocido como «JK» (casi todos los presidentes brasileños tienen apodo), lo que le conllevó todavía más problemas, a pesar de que el pequeño PCB era ilegal y JK renegó de su apoyo.

 

Como presidente, JK construyó cosas. Lanzó un ambicioso programa de infraestructuras y levantó de la nada una nueva capital, Brasilia, en mitad del país. Aun así, la Administración Eisenhower se negó a conceder a Brasil un importante programa de asistencia a largo plazo, en concreto porque no quería impulsar la popularidad de Kubitschek.

 

Pero era el influjo del vicepresidente de JK, un joven bohemio con tendencias de izquierdas llamado João Goulart —al que a menudo se referían por su apodo de la infancia: «Jango»—, lo que realmente preocupaba a Washington. En su papel de ministro de Trabajo del Gobierno de Vargas, Goulart había presentado en 1954 la explosiva ley que duplicaba el salario mínimo. Goulart era miembro asentado de la elitista clase dirigente brasileña, terrateniente millonario y devoto católico. Sin embargo, las reformas que propuso Goulart hicieron sonar las alarmas en Washington. Aquello no era la pequeña Cuba, se decían. Este era uno de los países más grandes del planeta. Si no frenaban a Jango, advertía el embajador estadounidense Lincoln Gordon, Brasil podría convertirse en «la China de los años sesenta».

 

Gordon, exprofesor de la Escuela de Negocios de Harvard, había trabajado en el Plan Marshall antes de empaparse de la teoría de la modernización y contribuir a dar forma a la Alianza para el Progreso. Era viejo amigo de Richard Bissell, aquel que fuera reclutado por Frank Wisner para la CIA y que diseñó los planes para asesinar a Lumumba y tomar Cuba en la bahía de Cochinos. Cuando Gordon llegó a Brasil en 1962, reconoció rápidamente que la hipermegalópolis de São Paulo se parecía mucho a la Nueva York en la que había nacido, en el sentido de que «tenía una élite —las cuatrocientas familias que dominaban la vida social y económica de la ciudad—, pero también un importante estrato de familias inmigrantes, como la suya, esforzándose por conseguir el sueño americano». La democracia que estableció Brasil después de la Segunda Guerra Mundial estaba muy limitada. Las huelgas eran ilegales. Debido a los requisitos de alfabetización, una mayoría de la población (fundamentalmente brasileños negros muy pobres) no tenía derecho al sufragio; Jango y sus partidarios querían cambiar esto precisamente en el momento en el que un creciente movimiento por los derechos civiles presionaba a las autoridades en Estados Unidos para que eliminaran las restricciones racistas del derecho al voto.

 

Goulart ejerció de vicepresidente de JK entre 1955 y 1960. En 1960 volvió a presentarse a las elecciones para ocupar la vicepresidencia, esta vez con Jânio Quadros, un histriónico político provincial apoyado por el partido UDN, de tendencia derechista. A pesar de su inclinación conservadora, Quadros consiguió ofender a la Administración Kennedy desde el primer momento. Admiraba a los neutralistas como el egipcio Náser y el indio Nehru, pero ni siquiera pretendía llegar tan lejos para declararse neutral. Brasil continuaría siendo prooccidental, afirmaba, pero el país también quería mirar más al Sur, convertirse en líder del tercer mundo. Desde luego, no se planteaba virar decididamente al Este, pero aspiraba a mejorar las relaciones económicas con el orbe socialista. Para Kennedy esto solo ya era peligroso.

 

Parecía un caso evidente de «Haz lo que digo, no lo que hago». Quadros se preguntaba: «¿Por qué los Estados Unidos han de mantener relaciones comerciales con la URSS y sus satélites y se nos ha de obligar a nosotros a comerciar solo con los Estados Unidos?». Anunció que Brasil participaría en Belgrado en la siguiente conferencia de los países no alineados, el encuentro que nació de la conferencia de Bandung organizada por Sukarno en 1955. Nunca lo hizo. Apenas unos meses después de su nombramiento, Quadros galardonó al Che Guevara con el Cruzeiro do Sul, la más alta condecoración que Brasil concedía a extranjeros. Era pragmatismo, no ideología: esperaba que La Habana pudiera ayudar a facilitar los intercambios comerciales con los países socialistas. Carlos Larceda, que era ya una de las personas más influyentes del país, empezó a denunciar a Quadros en toda ocasión posible. El presidente dimitió abruptamente. Esperaba que el Ejército y el amplio apoyo popular lo llevaran en volandas de vuelta al poder. No lo hicieron.

 

Brasil envió a otro representante a la primera cumbre del Movimiento de Países No Alineados que Yugoslavia acogió en septiembre. Un abanico de líderes políticos de lo más diverso se comprometió a reivindicar la paz y el desarrollo por una vía intermedia entre los polos de Washington y Moscú. Sin embargo, João «Jango» Goulart, que asumió la presidencia cuando Quadros dimitió, tenía problemas más acuciantes. Jango y su Partido Laborista Brasileño fueron siempre vistos con profundas sospechas por la élite y los militares, si bien se le había aceptado como número dos de Quadros, el enemigo de los sindicatos. Que Jango fuera el máximo mandatario, no obstante, era algo casi inconcebible. Lacerda, algunos de los medios de comunicación (en su mayoría conservadores) y parte del Ejército esperaban impedirle directamente que asumiera el cargo. Sin embargo, el 7 de septiembre de 1961, aquel hombre sonriente de cuarenta y tres años se presentó, con un traje azul impecable, a la ceremonia de investidura.

 

Desde el primer día, apenas contó con capital político. Su error fatídico, teniendo en cuenta la postura de la élite, de los militares y de Estados Unidos, fue intentar remediarlo recabando apoyos entre sectores anteriormente ignorados de la población brasileña, en lugar de en los círculos de poder político. Era algo que no se había logrado nunca antes. Jango impulsó una serie de transformaciones, denominadas reformas da base, que cambiarían considerablemente la política brasileña. Ampliarían el derecho al voto a todos los brasileños, al tiempo que desplegarían un programa de alfabetización en todo el país. Además, Goulart apoyaba la reforma agraria, a pesar de que él —como gran parte de la clase política brasileña— era de hecho un latifundista. El propio Goulart sabía que se la estaba jugando. Sostener este tipo de programas suponía depender del apoyo de los movimientos de base, de los sindicatos y de la izquierda organizada.

 

Goulart también ofendió a los altos mandos militares con reformas que les afectaban de manera más directa. No solo proponía ampliar el voto a los analfabetos, también pretendía que los soldados de bajo rango pudieran depositar sus papeletas. La legislación en vigor decretaba que no podían hacerlo mientras pertenecieran al Ejército. La idea de que Jango estaba apelando directamente a los rangos inferiores hizo sospechar mucho a los oficiales de mayor nivel, que tenían tendencia a ser más conservadores que sus subordinados. Si estaba ignorando su autoridad jerárquica, se dijeron, tal vez pretendía anularla por completo. En Brasil, la amenaza de una rebelión desde abajo había aterrorizado a las élites a lo largo de cinco siglos. Y estas siempre habían respondido —con éxito— utilizando la violencia.

 

Tampoco tardó mucho en reaccionar la Casa Blanca de Kennedy. Jango visitó Washington a principios de 1962 y todo pareció ir bien, a pesar de que no logró concesión alguna en materia de ayuda ni comercial. El 30 de julio, no obstante, Kennedy mantuvo una reunión con el embajador Gordon que quedó grabada. Acordaron destinar millones de dólares a programas contra Goulart en las elecciones de ese año y preparar el terreno para un golpe militar por si, en palabras de Gordon, «tenemos que llegar a echarlo».

 

—Creo que una de nuestras funciones más importantes es fortalecer la espina dorsal del Ejército —dijo Gordon en la reunión—. Para que quede claro, de manera discreta, que no somos necesariamente hostiles a cualquier tipo de acción militar si está claro que la actuación militar es…

 

—Contra la izquierda —terminó la idea Kennedy.

 

—Está entregando el puñetero país a…

 

—Los comunistas.

 

—Exacto.

 

Después de la reunión de Gordon con Kennedy en julio, empezó a llover la financiación de la CIA en Brasil. La agencia envió «muy encubierto» al agente Tim Hogan, que empezó a «organizar a campesinos y obreros». La Administración Kennedy realizó un estudio de «contrainsurgencia», firmado por el general William H. Draper, que llegó a la conclusión de que «debería llevarse a cabo todo esfuerzo necesario» para facilitar formación estadounidense al Ejército brasileño. Años antes, Draper había llegado a la conclusión de que Brasil era el modelo perfecto para la utilización de los militares en la lucha contra enemigos internos y en la modernización de las economías del tercer mundo. La Casa Blanca envió también a Brasil a Vernon Walters, un agregado militar con fuertes vínculos con el Ejército brasileño, para que, junto a Gordon, ejerciera públicamente la representación de Washington.

 

No importó que Jango se posicionara de hecho con Kennedy cuando Estados Unidos detectó misiles soviéticos en Cuba en 1962. Jango apoyó públicamente el bloqueo de la isla y comunicó a Walters, en privado, que comprendería que los norteamericanos la bombardearan. Para Washington representaba la amenaza del comunismo en su mismo continente. Con Kennedy, la actividad de Estados Unidos en Brasil fue diferente a la desplegada en Irán y en Guatemala en la década de 1950. No hubo grandes y ruidosas intervenciones con la mano del Tío Sam moviendo los hilos de manera bastante evidente. Estados Unidos alimentaba cuidadosamente a elementos anticomunistas con poder y les hacía saber que tendrían su apoyo si se decidían a actuar.

 

Se trataba también de un alejamiento manifiesto de las promesas de Kennedy al tercer mundo y de los objetivos originales de la Alianza para el Progreso. El programa era considerado ya ampliamente una tapadera imperfecta para la tradicional política estadounidense en la región, y no solo porque Washington siguiera interviniendo por toda ella. Uno de los mejores biógrafos de John Fitzgerald Kennedy lo plantea del siguiente modo:

 

¿Cómo podía conciliar las promesas de autodeterminación (un principio fundamental de la Alianza) con las intervenciones secretas norteamericanas en Cuba, Brasil, la Guayana británica, Perú, Haití, la República Dominicana y todos los países que parecían vulnerables a la subversión izquierdista? (Y aquel solo era el principio: una directiva de Seguridad Nacional de junio, aprobada por el presidente, había confeccionado una lista con cuatro países latinoamericanos más, «suficientemente amenazados por la insurgencia comunista»: Ecuador, Colombia, Guatemala y Venezuela [...]).

 

En Brasil, la propuesta más controvertida de Goulart era la reforma agraria, tal y como había sucedido en Guatemala con Árbenz. La aristocracia terrateniente de Brasil estaba espantada con la iniciativa; se retiró de las negociaciones y dedicó todas sus energías a derrocar a Jango. La inflación estaba ya fuera de control, pero la situación empeoró mucho más en términos económicos cuando toda la ayuda estadounidense desapareció y los acreedores internacionales dejaron de conceder nuevos préstamos, al tiempo que Washington hacía llegar efectivo a los gobernadores de los estados comprometidos con un golpe de Estado en el país. El Congreso brasileño descubrió una organización tapadera apoyada por Estados Unidos que canalizaba millones de dólares a los políticos de la oposición; Jango la cerró, pero no detuvo la creciente y efectiva desestabilización de su Gobierno. Con Estados Unidos liderando ya de forma manifiesta una huelga internacional de capital, Jango sufría para financiar las funciones básicas del Estado. Desde luego, tampoco recibió ayuda de los hombres de Moscú: después de la crisis de los misiles cubanos, los soviéticos no querían causar problemas en el patio trasero de Washington.

 

Entonces, Carlos Lacerda, el hombre que había desempeñado un papel relevante tanto en la caída del presidente Vargas como en la de Quadros, volvió a intervenir. En octubre de 1963 concedió una entrevista a Julian Hart, el corresponsal en Brasil de Los Angeles Times (y, por tanto, mi predecesor), en la que acusaba a Jango de tramar un golpe de Estado, lo llamaba «golpista» y solicitaba la intervención de Washington.

 

Los responsables de Washington sabían, al igual que todo el mundo, que, si Jango caía, serían los militares quienes lo depondrían. Del mismo modo que en Indonesia, las Fuerzas Armadas eran el bastión anticomunista más fiable de Brasil. Sin embargo, su lealtad a esta ideología iba mucho más allá que en el caso de Indonesia. Iba más allá incluso que la propia Guerra Fría. En cierta medida, Estados Unidos no podía soñar con un aliado mejor. Esta perfecta asociación anticomunista provenía de una poderosa leyenda que se retrotraía a 1935, cuando un joven presidente Vargas había utilizado una balbuciente revuelta de izquierdas para castigar a los comunistas e instaurar una dictadura…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

*

2 comentarios:

  1. Una página de la historia (otra más, con golpe de estado incluido) poco conocida.

    "Política económica.

    En materia económica, el gobierno de Arturo Illia tuvo una política de ordenamiento del sector público, de disminución de la deuda pública y de impulso a la industrialización. Se creó la Sindicatura de Empresas del Estado, para un control más eficaz de las empresas públicas.

    La evolución del Producto Bruto Interno durante ese período fue del -2,4% para el año 1963, del 10,3% para el año 1964 y del 9,1% para el año 1965. La evolución del Producto Bruto Industrial fue del -4,1% para el año 1963, del 18,9% para el año 1964 y del 13,8% para el año 1965. La deuda externa disminuyó de 3.400 millones de dólares a 2.600 millones.

    El salario real horario creció entre diciembre de 1963 y diciembre de 1964 un 9,6%. La desocupación pasó de 8,8% en 1963 a 5,2% en 1966.

    El derrocamiento.

    El 28 de junio de 1966 a la madrugada Illia se encontraba en la Casa de Gobierno, acompañado por los ministros, colaboradores, algunos senadores y diputados nacionales radicales. A las 5 horas y 10 minutos, de ese día martes penetraron el general Julio Alsogaray, el Jefe de la Casa Militar brigadier Rodolfo Pío Otero, el coronel Luis Perlinger y un grupo de oficiales.

    El diálogo reconstruido fue publicado por la revista «Somos» el 21 de enero de 1983:

    Alsogaray: «Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe...».

    Illia: El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo. (Señalando un libro que está a un costado de su mesa). Mi autoridad emana de esa Constitución que nosotros hemos cumplido y que usted también ha jurado cumplir. A lo sumo, usted es un general sublevado que engaña a sus soldados.

    Alsogaray: En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que abandone este despacho. La escolta de granaderos lo acompañará.

    Illia: Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sino tan sólo a un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos...

    Alsogaray: Señor Presid... (rectificándose) doctor Illia...

    Varias voces: «¡Señor Presidente!».

    Alsogaray: Con el fin de evitar actos de violencia, lo invito nuevamente a que abandone esta casa."

    https://www.bardina.org/nw/escrits/pablo-mendelevich-el-mejor-presidente-de-la-argentina-articulo-historico-de-arturo-illia-es.htm

    Salud y comunismo

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    1. Te agradezco tu interesante aportación, que pone aún más de relieve el altísimo nivel de injerencia del capitalismo estadounidense en lo que, desde principios del siglo XIX, consideran su exclusivo “patio trasero”. Lo cierto es que, especialmente desde el criminal golpe que la CIA ejecutó en Guatemala, la lista de intervenciones yanquis (que según el manual del Pentágono suelen ser al mismo tiempo militares, económicas, culturales…) en Latinoamérica no ha respetado a ninguna nación grande o chica. Y esa es la razón de que, en estos momentos, sólo tres dignos pueblos: cubanos, nicaragüenses y venezolanos cuestionen “en la realidad de los hechos” con la más que heroica defensa de su soberanía “el totalitario orden basado en las reglas” que impone sin ningún disimulo el cada día más ladrón y criminal imperialismo yanqui. Sin olvidar el papelón que juegan –véanse Malvinas, Colombia, Ecuador, Chile, Perú…– sus lacayos europeos de la OTAN y los nazi-sionistas.

      Salud y comunismo

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