miércoles, 1 de mayo de 2024

 

[ 573 ]

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

capítulo segundo

 

LIBERALISMO Y ESCLAVITUD RACIAL:

UN SINGULAR PARTO GEMELAR

 

 

 


 

9. LA GUERRA DE SECESIÓN Y EL REINICIO DE LA POLÉMICA QUE SE DESARROLLA CON LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA

 

En tales circunstancias, mientras los abolicionistas en su polémica contra el Sur retoman los argumentos utilizados en la época de la guerra de independencia norteamericana por los ingleses y los lealistas, los teóricos del Sur recurren a los argumentos esgrimidos por los colonos sediciosos. Hemos visto a O’Sullivan, abogado y periodista de Nueva York, considerar el Sur como el lugar más adecuado —por ser limítrofe con México y con América Latina— para situar provisionalmente a los negros, antes de su emancipación y deportación fuera de los Estados Unidos. Por tanto, el Sur constituía un territorio contaminado en cierta medida por la barbarie de los negros que residían allí en calidad de esclavos. La vida en comunidad con los negros y la contaminación sexual, demostrada por el elevado número de mulatos —endurecía su acusación el abolicionista Theodore Parker—, habían dejado huellas profundas también en los blancos del Sur: era precisamente la influencia del «elemento africano» lo que explicaba el apego a una institución contraria a los principios de la libertad.

 

Así como había hecho la Norteamérica pre-revolucionaria y revolucionaria, también el Sur protesta contra su tendencial exclusión de la auténtica comunidad de los libres, hecho este que lo hace sentir víctima. Ya no son las colonias norteamericanas en su conjunto, sino los Estados del Sur los que sienten que se los asocia con el «mundo bárbaro moderno» del que habla Blackstone.

 

Junto al que acabamos de ver, retornan los demás aspectos del contencioso, que habían enfrentado a los colonos sediciosos con Inglaterra. A los ojos de Calhoun, los abolicionistas del Norte, que hubieran querido borrar la esclavitud mediante una ley federal, pisotean el derecho al autogobierno de cada Estado particular y pretenden fundar la Unión en la esclavitud política, en el «vínculo entre amo y esclavo». El Norte reacciona ironizando, obviamente, sobre esta apasionada defensa de la libertad, conducida por el Sur «democrático» y esclavista. Para comprender la posterior réplica por parte de este último, conviene regresar por un instante a Franklin. Cuando respondía a sus interlocutores ingleses, que se burlaban de la bandera de la libertad agitada por los colonos sediciosos y por los propietarios de esclavos, no se había limitado a recordar los intereses y el compromiso de la Corona en la trata de los negros. Había hecho valer un segundo argumento, llamando la atención sobre el hecho de que la esclavitud y la servidumbre no habían desaparecido tampoco del otro lado del Atlántico: en particular, los mineros de Escocia son «en todo y por todo esclavos [absolute Slaves] según vuestra ley»; estos «fueron comprados y vendidos con la mina de carbón, y no son más libres de abandonarla que nuestros negros de abandonar la plantación del amo». Los autores de la denuncia contra la esclavitud negra eran los responsables de una esclavitud blanca, por cierto, no mejor que la condenada por ellos con tanta vehemencia.

 

De forma análoga, con ocasión del conflicto que, habiendo madurado durante decenios, alcanza el punto de ruptura con la guerra de Secesión, el Sur rebate de dos maneras las acusaciones lanzadas contra él: subraya que el Norte y la Inglaterra abolicionista no tienen títulos para impartir lecciones ni siquiera en lo que concierne al tratamiento de los negros (y de los pueblos coloniales en general); evidencia cuánto de esclavista continúa habiendo en la sociedad industrial fundada en teoría sobre el trabajo «libre».

 

Por ahora nos detendremos en el primer punto. Ya durante la Convención de Filadelfia, los propietarios de esclavos rechazan las prédicas dirigidas a ellos en nombre de la moral, haciendo notar que, de la institución de la esclavitud, también el Norte obtiene grandes ventajas, pues su marina mercante se ocupa del transporte de los esclavos y de las mercancías producidas por estos. Es cierto que, a partir de 1808, se pone en vigor la prohibición de «inmigración o introducción» de esclavos negros, prevista por la Constitución federal. Pero hay que decir —observan los ideólogos del Sur— que los negros del Norte, además de sufrir la miseria y la opresión reservada allí a los pobres en general, son expuestos a maltratos y violencias de todo género, como lo demuestra la explosión periódica de verdaderos pogromos. Más repugnante aún es —subraya en particular Calhoun en los años que preceden a la guerra de Secesión— la hipocresía de Inglaterra (el país que, tras abolir la esclavitud en sus colonias se convirtió en el modelo de los abolicionistas norteamericanos): «el mayor traficante de esclavos de la tierra», el país «más que ningún otro, responsable de la extensión de esta forma de servidumbre» en el continente americano, se empeña entonces en agitar la bandera del abolicionismo, con la intención de atraer a sus colonias la lucrativa producción de tabaco, algodón, azúcar, café y de arruinar a los posibles competidores. En realidad, ¿qué resultados ha producido en las colonias inglesas la presunta emancipación de los esclavos? La condición de los negros no ha sido mejorada en lo absoluto, la libertad es, en el caso de ellos, más o menos un espejismo, mientras que «la supremacía de la raza europea» continúa siendo indiscutible. Inevitablemente, cuando se hallan conviviendo «dos razas de distinto color» y, sin lugar a dudas, desiguales en lo concerniente a cultura y civilización, la raza inferior está destinada a ser sometida. Justo el país que se erige en campeón de la lucha contra la esclavitud se distingue en una dirección del todo opuesta: no solo recurre al trabajo de los «esclavos» en la India y en las demás colonias, sino que «mantiene en un estado de sometimiento sin límites a no menos de ciento cincuenta millones de seres humanos, dispersos por cualquier parte del globo». Una referencia aún más explícita a la suerte de los coolies la hallamos en otro eminente representante del Sur, George Fitzhugh, y una vez más resulta acusada Inglaterra, que se enorgullece de haber abolido la esclavitud en sus colonias: en realidad, los «esclavos temporales» provenientes de Asia, que han tomado el lugar de los negros, son «obligados a morir a consecuencia del trabajo antes del vencimiento de su servicio», o bien a morir más tarde de inanición.

 

A grandes rasgos, la polémica que se desarrolla en vísperas y en el transcurso de la guerra de Secesión reproduce y reinicia aquella que se había verificado algunos decenios antes, con ocasión del enfrentamiento entre las dos riberas del Atlántico.

 

 

 

 

10. «SISTEMA POLÍTICO LIBERAL», «MODO LIBERAL DE SENTIR» E INSTITUCIÓN DE LA ESCLAVITUD

 

Para comprender la difusión que ha tenido el uso político del término «liberal» en sus distintos significados, hay que tener presentes dos puntos de referencia: en primer lugar, la orgullosa autoconciencia madurada en el imperio británico bajo la influencia de la victoria conseguida en el curso de la guerra de los Siete años, sobre la Francia del absolutismo monárquico y religioso, y con posterioridad, reforzada en Inglaterra propiamente dicha por el resultado del caso Somerset; en segundo lugar, las luchas que se llevan a cabo en el ámbito de la comunidad de los libres. Cuando estalla la polémica provocada por la agitación de los colonos sediciosos, las distintas posiciones que se enfrentan tienden a definirse, de alguna manera, como «liberales». Burke trata de promover la conciliación, llamando al «gobierno liberal de esta nación libre» (the liberal government of this free nation) a dar prueba de espíritu de compromiso. Del otro lado del Atlántico, al momento de la fundación de los Estados Unidos, Washington pone en evidencia «los beneficios de un gobierno sabio y liberal [wise and liberal Government]» o bien de un «sistema político liberal» (liberal system of policy), que se afianza «en una época de ilustración, liberal [liberal]» y que tiene en su base «el libre [free] cultivo de las letras, la ilimitada extensión del comercio», o sea, el «comercio liberal y libre» (liberal and free), «el progresivo refinamiento de las costumbres, el reforzamiento del modo liberal de sentir» [the growing liberality of sentiment], con un predominio del «sentimiento liberal» (liberal sentiment) de tolerancia, también con respecto a las relaciones entre «los distintos grupos políticos y religiosos del país». Hasta aquí, el término «liberal» aparece solo como adjetivo. En otros contextos, adjetivo y sustantivo resultan intercambiables: «todo liberal inglés» (every Liberal Briton) —escribe en 1798 «The London Gazette»— se alegra de la difícil situación en que se halla la Francia revolucionaria y tiránica, que debe enfrentar la difícil situación provocada por la sublevación de los esclavos negros en Santo Domingo. En fin, el término en cuestión hace su aparición también como sustantivo: el autor (quizás Paine) de un artículo en el «Pennsylvania Packet» del 25 de marzo de 1780, que se pronuncia por la abolición de la esclavitud, se firma como «A Liberal».

 

Estamos en presencia de cuatro intervenciones, unidas por la profesión de fe liberal, pero con orientación muy distinta en lo que se refiere al comportamiento asumido frente a la esclavitud negra. En Europa, aunque no faltan quienes asuman una posición a su favor, prevalece la orientación crítica: hay una tendencia a alejarse —de manera más o menos clara— de la institución que ha sido necesario eliminar en las colonias, con el fin de conferir credibilidad a la conciencia de sí, madurada por la comunidad de los libres. La riqueza de las naciones —la obra cumbre de Adam Smith que ve la luz el mismo año que la Declaración de independencia redactada por Jefferson, es decir, por un prestigioso exponente de los dueños de plantaciones y propietarios de esclavos de Virginia— observa que la «remuneración liberal [liberal] del trabajo», con el pago de un salario del que el «criado libre» (free servant), el «hombre libre» (free man) puede disponer libremente, es la única remuneración capaz de estimular la laboriosidad individual; mientras que el estancamiento económico es consecuencia del trabajo servil, trátese ya de la servidumbre de la gleba o bien de la esclavitud propiamente dicha. A su vez, Millar ve la institución de la esclavitud en contradicción con los «sentimientos liberales avivados a finales del siglo XVIII», con las «ideas más liberales» que se desarrollan en el mundo moderno. El discípulo del gran economista va más allá cuando declara que se puede infundir nuevamente credibilidad a la «hipótesis liberal», solo evitando confundirse con aquellos que agitan la bandera de la libertad, pero que mantienen en pie y hasta desarrollan la práctica de la esclavitud.

 

Del otro lado del Atlántico, por el contrario, la defensa de tal institución es mucho más agresiva. Y sin embargo, sería errado establecer una contraposición abierta. Baste reflexionar sobre el hecho de que el protector del Sur esclavista es, en primer lugar, Burke. En 1832 un influyente ideólogo virginiano, Thomas R. Dew, elogia las ventajas intrínsecas de la esclavitud: las «tareas humildes y de servidumbre» están reservadas a los negros, de manera que el amor por la libertad y el «espíritu republicano», propio de los ciudadanos libres y blancos, florecen con una pureza y un vigor desconocidos en el resto de los Estados Unidos y que hallan un precedente solo en la antigüedad clásica. Pero al hacerlo, Dew se remite a Burke y a su tesis, en base a la cual, precisamente allí donde florece la esclavitud, el espíritu de la libertad se desarrolla de manera más exuberante. De este modo, el teórico del Sur esclavista, indirectamente retoma y apoya la profesión de fe «liberal» del whig inglés.

 

En los decenios posteriores, en el curso de la lucha, primero política y después también militar contra el Norte, el Sur esclavista puede contar con muchos amigos en la Inglaterra liberal. Pocos años antes de la guerra de Secesión, los argumentos de los ideólogos del Sur son explícitamente retomados por Benjamin Disraeli. Teniendo en cuenta la abolición de la esclavitud en las colonias inglesas y francesas, él la define como un caso de «ignorancia, injusticia, espíritu desordenado, dilapidación y devastación con escasos paralelos en la historia de la humanidad». Por otra parte, si en Norteamérica los blancos se hubieran mezclado con los negros «habrían sufrido tal deterioro, que sus estados probablemente habrían terminado por ser reconquistados por los aborígenes». ¿La abolición de la esclavitud en los Estados Unidos no hubiera favorecido esta mezcla, confiriéndole una nueva dignidad? Más tarde, la desesperada batalla de la Confederación secesionista suscita una profunda simpatía en relevantes exponentes culturales y políticos de la Inglaterra liberal, lo que provoca la indignación de John S. Mill.

 

En conclusión, primero con motivo del caso Somerset, después, con ocasión de la revolución norteamericana y, al final, con la guerra de Secesión, el mundo liberal se presenta profundamente dividido acerca del problema de la esclavitud. ¿Cómo orientarse en esta aparente babel?...

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

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