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EL MÉTODO YAKARTA
Vincent Bevins
(…)
06
El movimiento 30 de septiembre
Aquel golpe de Estado en América Latina tuvo una importante repercusión en todo el planeta, y resonó también en Indonesia. La prensa convencional de este país informó de él, y lo mismo hizo el Diario del Pueblo. Una nueva publicación en inglés elaborada en Yakarta, llamada The Afro-Asian Journalist, denunciaba que la «junta militar» brasileña había contribuido a llevar a cabo una «conjura imperialista estadounidense». El artículo podría haber sido traducido por Francisca, que trabajaba allí entonces.
A principios de la década de 1960, Francisca se implicó en política más que nunca. No solo era ella: tras los bombardeos de Estados Unidos y con la campaña por Nueva Guinea Occidental caldeándose, el país se había desplazado a la izquierda y la sociedad en general rebosaba energía revolucionaria. Fueron, no obstante, las excepcionales habilidades lingüísticas de Francisca las que la llevaron al centro mismo de la historia mundial.
Después de una década trabajando en la biblioteca, y con sus hijos ya escolarizados, empezó a dar clases particulares de inglés a personal de las embajadas de todo el mundo. Se inició con la esposa del canciller húngaro; continuó enseñando al personal de la legación rusa y, más tarde, a un funcionario de la República Democrática de Vietnam (habitualmente denominada «Vietnam del Norte» en Occidente en aquel momento). Daba sus clases en las embajadas o en las suntuosas residencias de los propios embajadores —en el área central de Yakarta y en el exclusivo barrio de Senopati—, y, con bastante frecuencia, la práctica del inglés la llevaba a conversar sobre política internacional. Cuando el Gobierno de Fidel Castro envió a Indonesia a Benigno Arbesú Cadelo, su primer embajador en el archipiélago, también recibió clases de Francisca.
De forma natural, todos los nuevos clientes de Francisca eran de países socialistas. Este era el círculo social en el que se movían su marido y ella. En aquel momento, Zain ya era una figura relativamente influyente en la izquierda.
Sukarno, por su parte, fue a La Habana a visitar a Fidel Castro y al Che Guevara. Eligió a un amigo de confianza de los días de la revolución, A. M. Hanafi, para que ejerciera de embajador, y los dos países empezaron a trabajar en una conferencia «tricontinental» que ampliaría el encuentro «afro-asiático» de 1955 para incluir a América Latina. El tercer mundo al completo unido.
Sukarno estaba de nuevo hablando de la unidad del marxismo, el islam y el nacionalismo, que reempaquetó con uno de sus acrónimos marca de la casa: NASAKOM, de Nasionalisme, Agama (Religión) y Komunisme. Habló de formar un gabinete NASAKOM, pero el ala derecha de la política indonesia vetó a los comunistas. El general Nasution, al mando de las Fuerzas Armadas y punta de lanza de Washington, aseguró al embajador Howard Jones en 1960 que los militares nunca permitirían que el PKI participara a nivel ejecutivo en el Gobierno.
En realidad, las tres fuerzas políticas del país no eran el nacionalismo, la religión y el comunismo, sino más bien el PKI, Sukarno y el Ejército. El presidente utilizaba su influencia personal para mediar en los enfrentamientos de sus rivales y mantener un delicado equilibrio. Al contrario que en Brasil, el anticomunismo fanático no tenía un apoyo generalizado en la sociedad indonesia. A pesar de lo que los líderes militares dijeran a los estadounidenses en privado, no se oponían a la izquierda en general y a menudo se hacían eco del lenguaje revolucionario de Sukarno en sus textos y declaraciones públicas. El país entero era, en lo esencial, antiimperialista por definición.
A principios de 1963, los países reunidos en Bandung fundaron en Yakarta la Asociación Afro-asiática de Periodistas. Se pidió a Francisca que ejerciera de intérprete oficial en el encuentro y siguió trabajando para la recién fundada revista The Afro-Asian Journalist, publicada por la Fundación Lumumba (bautizada en honor al asesinado líder congoleño) en Yakarta. La tenían ocupada traduciendo textos de varias lenguas y de un amplio abanico de países. The Afro-Asian Journalist publicaba lo que se ha denominado «periodismo cosmopolita socialista», y entendía las disputas en los distintos rincones del mundo como una única lucha interconectada.
La revista era mucho más ecléctica y liberal que muchas de las publicaciones del socialismo realmente existente; los editores valoraban el pluralismo cultural y la innovación artística, y publicaban viñetas antiimperialistas y reportajes de una amplia variedad de colaboradores internacionales.
Era un trabajo emocionante para Francisca, y no solo porque viajaba por el mundo y conocía a los líderes revolucionarios de toda África y Asia. Parecía que los sueños que había alimentado desde niña iban camino de cumplirse. A finales de 1963, Yakarta fue sede de los GANEFO, los Juegos de las Nuevas Fuerzas Emergentes (Games of the New Emerging Forces: como era de esperar, Sukarno los bautizó con un acrónimo). Se trataba de unos Juegos Olímpicos para el tercer mundo, y su eslogan era «¡Adelante! ¡Sin retirada!». Los juegos nacieron inicialmente por la disputa que estalló cuando Indonesia excluyó a la República de China (Taiwán) y a Israel de los Juegos Asiáticos de 1962. El Comité Olímpico Internacional, liderado por Occidente, sancionó a Indonesia impidiéndole participar en los siguiente Juegos Olímpicos, así que Indonesia decidió organizar unos juegos antiimperialistas, algo que al COI no le gustó nada. Pero no es esto lo que Francisca recuerda de los Juegos de las Nuevas Fuerzas Emergentes. Quedó impresionada de por vida por el hecho de que un acontecimiento como aquel fuese organizado por completo por personas del tercer mundo, además de por las actuaciones deportivas y culturales que tuvieron lugar aquella semana en Yakarta.
«Por primera vez en la vida reparé en que en realidad no venía de un pueblo sin cultura ni atrasado. Y tampoco los otros pueblos de África y de Asia estaban atrasados. Siempre me habían dicho, y yo lo había llegado a creer, que los indonesios éramos muy estúpidos y no sabíamos lo que estábamos haciendo cuando intentábamos construir un país sin educación ni recursos —afirmó. Tenía ahora ya casi cuarenta años—. Practicamos nuestros propios deportes, representamos nuestras propias danzas. Para nosotros fue realmente un despertar. Sentíamos que aquello era lo que Occidente había intentado reprimir con tanto ahínco a lo largo de los siglos, y ahora, finalmente, salía al exterior».
Incluso el Partido Comunista de su marido se sentía más independiente que nunca. En la década de 1960, el PKI se había acercado cada vez más a China en la disputa chino-soviética, en parte porque Pekín apoyaba en mayor medida a Indonesia en sus conflictos territoriales. Sin embargo, técnicamente, el PKI seguía comprometido ideológicamente con la línea antiestalinista de la Unión Soviética. Aquellos fueron los años en los que Mao fue apartado por el desastroso resultado del Gran Salto Adelante, lanzado en 1958. Con la sospecha de que los soviéticos estaban intentando frenarlo, Mao ignoró sus recomendaciones e impulsó un programa agrícola sumamente utópico. En la hambruna resultante murieron millones de personas, y los otros líderes del Partido Comunista Chino responsabilizaron, con razón, al presidente Mao. Se vio obligado a dimitir del liderazgo nacional y del partido, y, a partir de 1960, Liu Shaoqi y Deng Xiaoping tomaron el control de la economía, reintrodujeron el capitalismo a pequeña escala y redujeron temporalmente a Mao a una figura ideológica.
Lo más relevante era que el PKI no consideraba que tuviera que aceptar órdenes de nadie. Ahora era el tercer partido comunista más grande del mundo, el mayor fuera de China y de la Unión Soviética, y su estrategia de implicación directa y no violenta con las masas había conseguido resultados impresionantes. El PKI contaba ya con tres millones de afiliados con carné. Las organizaciones ligadas al partido —entre ellas, la SOBSI (Federación Panindonesia de Organizaciones de Trabajadores), el LEKRA (Instituto de Cultura Popular), el BTI (Frente Campesino), las Pemuda Rakyat (Juventudes Populares) y el Gerwani (Movimiento de las Mujeres)— sumaban al menos veinte millones de miembros. Estas cifras suponían cerca de una cuarta parte de los cien millones de habitantes de Indonesia, niños incluidos. Casi un tercio de los votantes registrados del país estaban ligados al PKI. Trabajaban abiertamente, en todos los rincones del país. Sin embargo, a escala nacional, dependían casi por completo de Sukarno para influir en las medidas políticas. No tenían otra opción. Para alcanzar el poder no disponían de armas ni de urnas; habían actuado de forma pacífica desde la expulsión de los neerlandeses y estaban privados de elecciones por la democracia dirigida (y por el Ejército apoyado por Estados Unidos, que tanto se había alarmado con las continuas victorias electorales de los comunistas).
En el otro lado de la brecha política, el Ejército estaba aliado con grupos musulmanes y cada vez dependía más del apoyo entusiasta de Estados Unidos. Los militares indonesios ya habían incrementado radicalmente su influencia durante el intento de la CIA de dividir el país en 1958, y el CAP, el «programa de acción cívica» de Kennedy y Johnson, les había facilitado los recursos y la formación para emerger como fuerza política y económica digna de ser tenida en cuenta. Las líneas políticas estaban claras para cualquiera que prestara atención: los comunistas y Sukarno de un lado, el Ejercito y Occidente del otro.
Y Sukarno ya no se cohibía a la hora de arremeter contra Occidente. Su revolución había superado a la CIA en 1958 y había conseguido que Kennedy y los Países Bajos recularan con Nueva Guinea Occidental. Con la intervención en Brasil y la creciente implicación en Vietnam, que confirmaba aparentemente su concepto de Washington como agresor imperialista, creía estar en el lado correcto de la historia. De modo que sobrestimó su fuerza y se enfrentó al Reino Unido, mientras los problemas seguían creciendo dentro del país…
(continuará)
[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]
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