sábado, 22 de junio de 2024

 

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EL MÉTODO YAKARTA

 

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

 

06

 

El movimiento 30 de septiembre

 

 

EL FIN DEL MÉTODO JONES

 

 

Indonesia fue uno de los lugares en los que Lyndon Johnson asumió un enfoque diferente al de su predecesor. Tenía mucho menos tiempo para Sukarno. Apenas tres días antes de morir, John Fitzgerald Kennedy había reiterado su compromiso claro, si bien ligeramente cínico, con la estrategia de mantenimiento de las relaciones con Sukarno: el enfoque concreto que «Sonrisas» Jones llevaba mucho tiempo defendiendo. Según Michael Forrestal, asesor de la Casa Blanca, JFK había afirmado:

 

 

«Indonesia es una nación de cien millones de habitantes, posiblemente con más recursos que ninguna otra de Asia. […] No tiene ningún sentido que Estados Unidos se complique continuamente la vida para molestar a este enorme grupo de personas con todos estos recursos, a menos que haya un motivo muy persuasivo».

 

 

La Konfrontasi no era suficiente razón para que Kennedy abandonara a Sukarno y a Jones.

 

 

Johnson no estaba interesado en implicarse directamente en Indonesia, y no quería gastar capital político impulsando medidas en Asia que no eran populares en el Congreso. Kennedy había conocido a Sukarno, comprendía Indonesia y le importaba el asunto; estaba de acuerdo con Jones en que una visita a Yakarta podría haber suavizado las cosas. Por supuesto, el programa de contrainsurgencia militar que Kennedy levantó seguía en marcha. Pero Johnson no iba a librar ninguna batalla política por esos cien millones de personas y los recursos que había bajo sus pies.

 

 

Howard Jones recuerda el cambio con tristeza. En sus memorias plantea que Sukarno, «que se veía líder no solo de las nuevas naciones afro-asiáticas, sino de todas las “nuevas fuerzas emergentes”, estoy seguro de que creía que un entendimiento, si no una alianza, con el hombre considerado el líder del mundo occidental era posible. Lo estaban cortejando Jruschov y Mao, ¿por qué no iba a estar el líder del otro bloque mundial igualmente interesado en trabajar con él?».

 

 

Jones creía que Sukarno daría marcha atrás con la cuestión de Malasia siempre y cuando no significara una humillación nacional, y había transmitido a Kennedy que una visita presidencial a Indonesia era probablemente justo lo que hacía falta.

 

 

Kennedy estuvo de acuerdo y tenía previsto viajar al archipiélago. Sin embargo, unos meses después de la muerte de JFK, Jones pidió al recién nombrado presidente que firmara una resolución oficial que declaraba que el mantenimiento de la ayuda a Indonesia formaba parte de los intereses nacionales de Estados Unidos, pero Johnson se negó. «El presidente Kennedy, lo sé, habría firmado la resolución de forma casi rutinaria. Fue una decepción», recuerda Jones. En diciembre, Robert McNamara, uno de los asesores que había tenido Kennedy, empezó a sugerir una reducción rotunda de la ayuda. «Así se inició un cambio de enfoque en la política estadounidense hacia una línea más dura», escribió el embajador. Este fue también el final de la idea de Jones de vincular a los dos países, una estrategia que había desarrollado durante casi una década.

 

 

Con quien sí llegó a un acuerdo Johnson fue con los británicos. A cambio de su apoyo en Vietnam, donde las cosas estaban empezando a ponerse feas, Washington los apoyaría en la creación de Malasia. Sukarno percibió el cambio en la forma en que el país más poderoso del mundo lo trataba. Llegó incluso a especular con la idea de que Kennedy había sido asesinado para impedirle visitar Indonesia y afianzar la alianza entre Washington y Yakarta.

 

 

En Washington se seguía debatiendo si Indonesia merecía o no más ayuda. Y Sukarno observaba. En respuesta a ese debate, el presidente indonesio pronunció un discurso en marzo de 1964, en el mismo momento en el que los generales brasileños daban los últimos retoques a los complots apoyados por Estados Unidos. Aunque mostró su gratitud por la ayuda que se ofrecía sin condiciones políticas, una frase pronunciada en inglés acaparó —como era de esperar— los titulares y llegó rápidamente a Washington. Lo que dijo Sukarno fue que, cuando alguien ofrecía ayuda que venía acompañada de exigencias políticas, su respuesta era: «¡Iros al infierno con vuestra ayuda!». En palabras de Jones: «Ahora sí que la había liado».

 

 

La buena voluntad que pudiera seguir suscitando Sukarno en Washington empezaba a evaporarse. En los siguientes meses, toda la ayuda directa al Gobierno nacional se secó por completo. Significativamente, un programa se mantuvo. Estados Unidos siguió entregando financiación directa a las Fuerzas Armadas y los asesores militares continuaron trabajando estrechamente con los altos mandos del Ejército indonesio.

 

 

Sukarno adoptó una actitud pública más antiestadounidense. Y con más entusiasmo que nunca. La Unión Soviética no había tenido interés alguno en apoyar la Konfrontasi, así que Indonesia estableció vínculos más estrechos con los países socialistas asiáticos. En el marco nacional, se recrudeció la campaña antiestadounidense, con los comunistas liderando con frecuencia las embestidas. El Gobierno instituyó una prohibición de facto del cine norteamericano, a pesar de que a Sukarno siempre le había encantado. Surgieron protestas contra ciudadanos y empresas estadounidenses, si bien Jones mantuvo una relación cordial con el Gobierno.

 

 

Entonces tuvo lugar una nueva sacudida, mucho más cercana esta vez que la acontecida en Brasil, cuyas olas pronto llegaron a la costa de Java. En el golfo de Tonkín, un destructor estadounidense llamado Maddox se encontraba en aguas vietnamitas, superando la frontera internacional de doce millas náuticas, con el objetivo de interceptar las comunicaciones de Vietnam del Norte. El 2 de agosto, tres patrulleras vietnamitas se aproximaron al Maddox. Los estadounidenses abrieron fuego y mataron a cuatro marineros. Los vietnamitas respondieron a los disparos y huyeron. El 3 de agosto, Johnson declaró que seguiría patrullando el golfo de Tonkín y advirtió de que no se tolerarían «nuevas acciones militares no provocadas». El 4 de agosto no sucedió nada. Sin embargo, las embarcaciones estadounidenses creyeron que algo sucedía y empezaron a disparar «a su propia sombra». Este segundo enfrentamiento inexistente fue utilizado de pretexto para la «Resolución del Golfo de Tonkín», que dio a Johnson la autorización para iniciar una guerra abierta en Vietnam.

 

 

Tres días más tarde, Sukarno, desafiante, establecía relaciones con el Gobierno de Ho Chi Minh en la mitad norte de Vietnam.

 

 

«Creo que vuestra política en Asia es equivocada —dijo a Jones a bocajarro—. No es popular entre la población asiática en general. Les parece que estáis interfiriendo con los asuntos de las naciones asiáticas. […] ¿Por qué ibais a tener que implicaros?».

 

 

Ni que decir tiene que esta era una posición escandalosa para Washington. Sin embargo, la mayoría de los indonesios estaban de acuerdo con Sukarno. Para personas como Francisca, Sakono y Magdalena, los vietnamitas estaban luchando por su independencia como nación.

 

 

El 17 de agosto, Sukarno pronunció otro agresivo discurso y declaró un «año de vida peligrosa». Habló de un «eje Yakarta-Nom Pen-Hanói-Pekín-Pionyang […] forjado por el curso de la historia» y atacó sutilmente a los generales del Ejército por beneficiarse de las empresas estatales que controlaban. Unos meses más tarde, en enojada respuesta al acceso de Malasia al Consejo de Seguridad de la ONU, Sukarno decidió retirar a Indonesia de la ONU como forma de protesta. También acusó a la CIA de intentar matarlo.

 

 

Howard Jones empezó a preparar su salida de Yakarta rumbo a Honolulú, donde asumiría la dirección del Centro Oriente-Occidente de la Universidad de Hawái. Mientras hacía los últimos preparativos, siguió enviando peticiones de última hora a los hombres que asumirían su cargo: defendía que la diplomacia personal con Sukarno ofrecía las mejores posibilidades de cambiar el rumbo de los acontecimientos en Yakarta. Sin embargo, sabía que estaba solo en su posicionamiento, literalmente en una isla, y el agua empezaba a subir a su alrededor. El enfoque de Howard Jones respecto a Indonesia estaba acabado.

 

 

En su breve carta de dimisión al presidente Johnson, escribió: «Indonesia es un país hermoso con un pueblo dulce y amistoso. Tengo mucha fe en el pueblo indonesio y creo que en última instancia dejarán atrás las dificultades actuales que padecen». Proseguía: «Estoy convencido de que existe un entendimiento básico entre los pueblos de Estados Unidos y de Indonesia».

 

 

Cuando Jones se preparaba para abandonar el país, el ministro de Exteriores indonesio, Subandrio (el mismo hombre al que Jones mintió sin saberlo en 1958 a propósito del papel de la CIA en la guerra civil), le envió una pequeña invitación escrita de su puño y letra. Quería cenar con el embajador y su esposa una última vez. Se encontraron el 18 de mayo para despedirse con un sencillo almuerzo. El menú de aquel día consistía en lumpia (la versión indonesia de los rollitos de primavera chinos), el obligado arroz blanco, gurame (pescado) en salsa agridulce, gambas con lima y pimienta, y pichón frito.

 

 

La despedida que recibió Jones de la prensa estadounidense fue algo menos cortés. Después de anunciar su marcha, The Washington Post afirmó, en un texto que daba amplia cabida a los críticos con su mandato, que era «colega de Sukarno» y de una «ingenuidad casi angelical». Los Angeles Times fue un tanto más directo: en una versión diferente de la misma noticia, se preguntaba en el titular si Jones era un «bobo»…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

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