miércoles, 24 de julio de 2024

 

[ 612 ]

 

EL MÉTODO YAKARTA

 

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

 

06

 

El movimiento 30 de septiembre

 

 

 

PROPAGANDA BERSENDJATA

 

El 1 de octubre de 1965, la mayor parte de los indonesios no tenía ni idea de quién era el general Suharto. Pero la CIA sí. Ya en septiembre de 1964, la agencia incluía a Suharto en un telegrama secreto como uno de los generales que consideraba «cordial» con los intereses estadounidenses y anticomunistas. El telegrama también lanzaba la idea de una coalición anticomunista militar y civil que pudiera hacerse con el poder en una lucha por la sucesión.

 

 

Suharto, un lacónico mayor general de cuarenta y cuatro años proveniente de Java Central, lideraba el Mando Estratégico del Ejército (KOSTRAD). Se había formado con un hombre llamado Suwarto, amigo íntimo de Guy Pauker, consultor de la corporación RAND, y uno de los oficiales indonesios con mayor responsabilidad en la aplicación de la teoría de la modernización liderada por los militares («un Estado dentro del Estado») y en las operaciones de contrainsurgencia vinculadas a Estados Unidos. Suharto no tenía un expediente limpio en el Ejército indonesio. Había sido sorprendido practicando contrabando a finales de la década de 1950, lo que hizo que el propio Nasution lo retirara de la posición que ocupaba. Según Subandrio, la flagrante corrupción de Suharto enfadó de tal manera a Yani y a Nasution que el mismo Yani le dio una paliza y Nasution a punto estuvo de llevarlo a juicio. Durante la Konfrontasi, Suharto se había asegurado de que las tropas de la frontera con Malasia no tuvieran suficiente personal ni equipamiento, utilizando su posición para minimizar el enfrentamiento de Indonesia con el Reino Unido (y Estados Unidos).

 

 

Curiosamente, fue el general Suharto quien tomó el mando de las Fuerzas Armadas el 1 de octubre y no Nasution —el oficial de mayor rango del país—, después de que el veterano amigo de Washington tuviera la suerte de sobrevivir a los acontecimientos de la noche anterior. Este fue un cambio de papeles tan inesperado que varios actores principales necesitaron semanas para entender que era Suharto quien estaba realmente al mando.

 

 

Cuanto Suharto hizo en octubre sugiere que estaba ejecutando un plan de contraataque anticomunista que había sido elaborado con antelación, y no simplemente reaccionando a los acontecimientos.

 

 

La mañana del 1 de octubre, Suharto llegó al KOSTRAD, que por algún motivo no había sido objetivo del Movimiento 30 de Septiembre. A pesar de estar justo al otro lado de la plaza de la Independencia, ocupada aquella mañana, tampoco neutralizaron el Mando Estratégico. En una reunión de emergencia a primeras horas de la mañana, Suharto asumió el mando de las Fuerzas Armadas. Por la tarde ordenó a las tropas que se encontraban en la plaza de la Independencia que se dispersaran y pusieran fin a la rebelión, de lo contrario atacaría. Retomó el control del centro de Yakarta sin un solo disparo y se dirigió él mismo a la radio para declarar que el Movimiento 30 de Septiembre había sido derrotado. El presidente Sukarno ordenó a otro mayor general, Pranoto, que se encontrara con él en la base aérea de Halim y asumiera el mando temporal de las Fuerzas Armadas. Contradiciendo una orden directa de su comandante en jefe, Suharto prohibió a Pranoto que se desplazara y dio a su vez una orden a Sukarno: que abandonara el aeropuerto. Eso hizo Sukarno, que se refugió en un palacio presidencial fuera de la ciudad. Suharto tomó entonces con facilidad el control del aeropuerto y, posteriormente, del país entero, ignorando a Sukarno cuando le pareció oportuno.

 

 

Una vez al mando, Suharto ordenó el cierre de todos los medios de comunicación, a excepción de los medios militares que ya controlaba. Curiosamente, el Harian Rakyat (el rotativo del Partido Comunista en el que Zain llevaba más de una década trabajando) publicó un editorial en portada de apoyo al Movimiento 30 de Septiembre el día 2 de octubre, transcurridas ya veinticuatro horas del fracaso del golpe de Estado y con las oficinas teóricamente ocupadas por los militares. El hecho de que fuera el único diario no militar que salió a la calle aquel día puede indicar que fue el Ejército quien se encargó de la publicación para incriminar al partido, o bien que el partido consideraba que nada resultaría incriminatorio por imprimir un texto de apoyo a un movimiento interno del Ejército que, en aquel momento, tenía el objetivo en apariencia loable de detener un golpe de Estado de la derecha. Las teorías abundan. El escritor Martin Aleida, que trabajaba en el periódico en aquel momento, defiende que la prosa del editorial era claramente diferente del estilo utilizado por Njoto, el miembro del PKI que solía escribir este tipo de textos. Aquel día, la portada del periódico incluía una viñeta, con el estilo habitual del Diario del pueblo, en la que el Movimiento 30 de Septiembre aparece en la forma de un puño que golpea al «Consejo de Generales», representado por un hombre que cae hacia atrás y muestra un sombrero que lleva escritas las iniciales CIA. Francisca recuerda que Zain siguió trabajando aquel día como era habitual, hasta que el Harian Rakyat fue clausurado.

 

 

Conseguido esto, Suharto controlaba todos los medios de comunicación de masas. Acusó al PKI de estremecedores crímenes, utilizando falsedades deliberadas e incendiarias para alimentar en todo el país el odio a la izquierda.

 

 

Los militares divulgaron que el PKI era el cerebro de un golpe de Estado comunista fallido. Suharto y sus hombres defendían que el Partido Comunista Indonesio había llevado a los generales a la base aérea militar de Halim, donde había puesto en práctica un ritual depravado y demoníaco. Afirmaban que integrantes del Gerwani, el Movimiento de las Mujeres, bailaban desnudas y mutilaban y torturaban a los generales, a los que cortaron los genitales y sacaron los ojos antes de proceder a asesinarlos. Aseguraban que el PKI tenía amplios listados de personas a las que tenían previsto matar y fosas comunes ya preparadas. Afirmaban que China había entregado en secreto armas a las Brigadas de las Juventudes Populares. El periódico del Ejército, Angkatan Bersendjata (Fuerzas Armadas), publicó fotografías de los cadáveres de los generales con textos que declaraban que habían sido «masacrados con crueldad y saña» en actos de tortura que eran una «afrenta a la humanidad».

 

 

Cuando llegaron las primeras noticias de los acontecimientos, el subsecretario de Estado estadounidense George Ball llamó supuestamente al director de la CIA, Richard Helms, para preguntar si estaban «en posición de negar categóricamente la implicación de la CIA en la situación de Indonesia». Helms respondió que sí. El embajador Green probablemente no esperaba que sucediera nada el 1 de octubre, y todos los documentos del Departamento de Estado que son públicos en la actualidad indican que la Embajada quedó confundida por los acontecimientos los primeros días de octubre. No está claro si, como sucediera con Howard Jones siete años antes, al nuevo embajador le estaban ocultando información.

 

 

Superada la confusión inicial, el Gobierno de Estados Unidos asistió a Suharto en la crucial fase temprana de difundir propaganda y establecer su narrativa anticomunista. Washington facilitó a los militares rápidamente y en secreto equipamiento móvil esencial para las comunicaciones, según muestra un telegrama del 14 de octubre ya desclasificado.

 

 

Esta era también una admisión tácita, y muy temprana, de que el Gobierno de Estados Unidos reconocía al Ejército, no a Sukarno, como líder verdadero del país, a pesar de que Sukarno siguiera siendo en términos legales el presidente de Indonesia.

 

 

La prensa occidental ejerció también su papel. La Voz de América, la BBC y Radio Australia emitieron crónicas que enfatizaban los puntos principales de la propaganda del Ejército indonesio, dentro de una campaña de guerra psicológica para demonizar al PKI. Estas emisiones tuvieron eco dentro del país también en bahasa indonesia, y los indonesios recuerdan haber pensado que la credibilidad de la narrativa de Suharto era aún más fiable dado que medios internacionales respetados transmitían lo mismo.

 

 

Todo lo que contó el Ejército indonesio sobre esta historia es falso. Ninguna mujer del Gerwani participó en ningún asesinato el 1 de octubre. Transcurridas más de tres décadas, Benedict Anderson pudo demostrar no solo que la descripción de las torturas de los generales era falsa, sino que Suharto sabía que lo era a principios de octubre. Él mismo ordenó una autopsia que demostraba que todos los hombres murieron por disparos, salvo uno, que pudo haber sido apuñalado con una bayoneta en una disputa en su casa.

 

 

Sin embargo, en 1987, cuando se publicaron las pruebas de Anderson, ya no importaba gran parte de lo descubierto. El relato de un complot comunista diabólico para tomar el país mutilando a buenos militares temerosos de Dios en mitad de la noche había pasado a ser, en la dictadura de Suharto, parte de algo parecido a una religión nacional. Poco después de hacerse con el poder, Suharto erigió un monumento a los hombres asesinados aquella noche, tal y como los brasileños levantaron un monumento en la playa roja de Río de Janeiro en honor de sus héroes caídos. Incluso las dos estructuras son similares: en las dos, unos escalones llevan a una losa de mármol blanco con una figura o figuras en bronce de los militares asesinados al frente. Al igual que con la Intentona Comunista en Brasil, los indonesios celebraban el aniversario de los acontecimientos cada año como una suerte de ritual nacional anticomunista. Eso sí, el monumento indonesio es más grande. Y Suharto llevó su propaganda más allá de las estatuas y de los discursos anuales: ordenó la producción de una película horripilante de tres horas con su versión de los hechos, que sería emitida el 30 de septiembre de cada año en la televisión pública. El Ejército sigue proyectándola aún hoy.

 

 

El relato promocionado por Suharto toca algunos de los miedos y de los prejuicios más oscuros de los indonesios (y de los hombres en general, en todo el mundo). Un ataque nocturno por sorpresa en la tranquilidad del hogar. Una tortura lenta con armas blancas. La inversión de los roles de género, el asalto literal a los órganos reproductivos de hombres fuertes llevado a cabo por mujeres comunistas demoníacas y de sexualidad depravada. Es el relato propio de una película de terror reaccionaria bien escrita. Pocas personas creen que Suharto lo concibiera él solo.

 

 

Las similitudes con la leyenda brasileña de la Intentona Comunista son sorprendentes. Solo un año después de un golpe de Estado en la nación más importante de América Latina, inspirado parcialmente por una leyenda sobre soldados comunistas que asesinan a puñaladas a los generales mientras duermen, el general Suharto cuenta a la nación más importante del Sudeste Asiático que soldados comunistas y de izquierdas secuestraron a los generales en sus hogares en plena noche para asesinarlos lentamente a punta de navaja, y después las dos dictaduras militares anticomunistas alineadas con Washington celebran el aniversario de esas rebeliones de forma muy parecida a lo largo de décadas.

 

El historiador Bradley Simpson, de los Archivos de Seguridad Nacional de Washington, señala: «Aunque no tenemos acceso a muchos de los materiales clasificados de Estados Unidos y de Gran Bretaña, es muy probable que un elemento clave de las operaciones encubiertas de ambos países en este periodo fuera la creación de propaganda “negra” dentro de Indonesia», con el objetivo de demonizar al PKI.

 

 

El equipo de propaganda de Suharto podría haberse «inspirado» en la leyenda anticomunista brasileña de muchos modos. Tal vez algún responsable estadounidense le dio la idea a Suharto o le ayudó a elaborar la narrativa. Miles de militares brasileños e indonesios estudiaron en Leavenworth en el mismo periodo de tiempo; es posible que alguien comentara la Intentona allí. Quizá los oficiales indonesios sencillamente se aferraron —e hiperamplificaron— a los tropos anticomunistas que flotaban en la conciencia mundial o en el movimiento internacional anticomunista, que ya era amplio y estaba bien organizado e interconectado. En aquel momento ya existía el Bloque de Naciones Antibolcheviques, compuesto fundamentalmente por europeos del Este de extrema derecha; estaba la Liga Anticomunista de los Pueblos Asiáticos, una suerte de grupo anti-Bandung liderado por Taiwán y Corea del Sur; y la Confederación Interamericana de Defensa del Continente, liderada por México. Gracias a la intervención de un anticomunista brasileño, los tres grupos se habían reunido en Ciudad de México en 1958 y habían mantenido el contacto posteriormente. Incluso los estadounidenses de a pie conocían esas viejas y absurdas referencias a «los rojos debajo de la cama». Aunque quizá todo sea una coincidencia.

 

 

Suharto consiguió dar legitimidad oficial a una narrativa anticomunista desbocada, una versión absurdamente fanática y exagerada de la ideología internacional de la derecha. El giro de los acontecimientos en apenas unas semanas fue sorprendente. Pero Sukarno seguía siendo técnicamente el presidente, y todavía había muchísimas personas en el país que eran comunistas o que toleraban ampliamente a los comunistas. En los siguientes seis meses, el Ejército se haría cargo de los dos problemas…

 

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

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