sábado, 12 de octubre de 2024



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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XV )

 

Carlos Blanco Aguinaga, 

Julio Rodríguez Puértolas, 

Iris M. Zavala.

 

 

 

 

I

EDAD MEDIA

 

LA DISGREGACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL

 

 

 

 

 

POESÍA DE PROTESTA Y AUTORES MENORES 


La situación de Castilla en el siglo xv, en especial durante los reinados de Juan II y Enrique IV, está marcada indeleblemente por el ya conocido conflicto entre Monarquía y Nobleza, por el estado casi continuo de guerra civil y por la crisis del feudalismo. Todo ello hace que surja, potente y agresiva, una literatura de protesta que ataca directamente a los causantes de lo que ocurre, es decir, a la oligarquía aristocrática, sin que se salven de tal crítica los propios reyes. Se destaca de modo muy especial una trilogía de poemas satíricos: Coplas de la Panadera, Coplas de Mingo Revulgo y Coplas del Provincial. Nótese que, como indica la primera palabra de cada título, se trata de poesía octosilábica, la más popular, lejos de las técnicas elitistas del arte mayor. 

 

 

LAS COPLAS DE LA PANADERA, anónimas, son una consecuencia literaria de la primera batalla de Olmedo (1446), en que las tropas de Juan II y del condestable Luna vencieron al ejército de la nobleza sublevada contra el poder de don Álvaro y contra los intereses que él representaba: una monarquía fuerte y estable, y una sociedad abierta y orientada hacia horizontes burgueses. Dicha batalla fue un verdadero acontecimiento peninsular. Frente a Luna y al rey se hallan Juan I de Navarra (futuro Juan II de Aragón) y su hermano el infante Enrique, con una serie de nobles castellanos que se apoyan en las ambiciones de los dos primeros; la batalla de Olmedo constituye un momento culminante en el proceso conflictivo entre las diferentes facciones de la nobleza que se disputablan el poder; incluso los ahora partidarios de Luna lo son por conveniencia momentánea, como el marqués de Santillana. El resultado será la victoria del partido de don Álvaro y el afianzamiento de éste en el poder durante algunos años más. Las Coplas de la Panadera narran la batalla bien irónicamente, y en ellas salen mal librados tanto los caballeros anti-Luna como los que siguen al condestable: el denominador común de todos ellos es la cobardía; solamente Juan II y su favorito aparecen tratados con dignidad; de la ironía no se libra ni el príncipe Enrique, futuro monarca de Castilla. Todo ello coincide con la verdad histórica; en la propia Crónica de Juan II se dice que «la batalla se dio, créese, sin voluntad de los unos ni de los otros». La Crónica de don Álvaro de Luna, por su parte, describe así el aspecto de los caballeros al entrar en combate: 

 

 

...llevaban cencerras de oro e de plata con gruesas cadenas a los cuellos de los caballos... sacaron plumajes como alas, que se tendían sobre las espaldas ...los arneses iban limpios, e relucían las armas, parecían muy bien todos. 

 


La guerra es así un espectáculo, bien diferente del de los viejos tiempos feudales. Los enemigos del condestable, en fin, son desbaratados; algunos, muertos; el resto huye. Pero antes constan los breves y sardónicos retratos de nobles y eclesiásticos. Se cuenta por ejemplo que Alonso Carrillo, obispo de Sigüenza y desde 1446 arzobispo de Toledo, en este momento en las huestes de Luna, sufrió las consecuencias de su miedo de modo 



que a los sus paños menores

fue menester lavandera.

 


De Rodrigo Manrique, padre del gran poeta, anti-Luna, se dice que con objeto de huir, 



con lengua brava y parlera 

y el corazón de alfeñique,

…………… 


escogió bestia ligera. 

 

 

Pedro de Mendoza, señor de Almazán, del poderoso clan mendocino, se oculta en un pozo; Pedro Fernández de Velasco, camarero mayor del rey y Conde de Haro, «amarillo como cera», 

 


tan grandes pedos tiraba

que se oían en Talavera.

 


La desmitificación caballeresca es total. Un aspecto muy interesante de estas Coplas de la Panadera–llamadas así por un estribillo popular que en una versión aparece al comienzo y en otra se repite en cada estrofa– es la referencia casi continua que el poema hace a villanos, campesinos y labradores, y a los intentos de los mismos para escapar a las escaramuzas de una batalla sin duda poco atractiva para ellos; el anónimo autor, en fin, expresa al final de su obra el deseo de que


...ya, Señor, siquiera

hayamos paz algún rato.

 


Es en tiempos de Enrique IV, sucesor de Juan II, cuando la literatura crítica alcanza su punto culminante. Los errores personales del monarca, los increíbles desafueros de todo tipo cometidos por los grandes, no sólo contra la autoridad real, sino también contra el pueblo humilde que sufría las consecuencias directas de sus ambiciones, hicieron posible el gran desarrollo de la literatura de protesta. Las COPLAS DE MINGO REVULGO, consideradas como anónimas hasta muy recientemente, son obra indiscutible de fray lñigo de Mendoza, poeta franciscano del que se tratará algo más abajo. El artificio alegórico de este poema es bien sencillo. Dos pastores, Mingo Revulgo y Gil Arribato, conversan sobre la terrible situación de los ganados, mal gobernados por Candaulo –Enrique IV– y atacados continuamente por los lobos, es decir, los nobles y poderosos, que aparecen así: 



vienen los lobos hinchados

y las bocas relamiendo;

los lomos traen ardiendo,

los ojos encarnizados,

…………….

abren las bocas rabiando
de la sangre que han bebido...

 


Aunque el sentido es obvio, nada mejor que citar el comentario que el prosista Hernando del Pulgar hace de este importante pasaje: 

 


estos tiranos que habemos dicho, dice que tienen las bocas abiertas, rabiando de la sangre que bebieron. Y por cierto, bien se puede decir de la sangre cuando del sudor y trabajo de los populares allegan riquezas. 

 


El poema fue compuesto en 1464, un año antes del estallido de la nueva guerra civil en que la oligarquía se apartó de Enrique IV y tomó al infante Alonso, de once años de edad y hermano del anterior, como pretexto en torno al cual agruparse. Esa guerra es ya anunciada en Mingo Revulgo; previamente, Justicia, Fortaleza y Templanza, guardianas del ganado, han sido aniquiladas. Se alude a los bandos, sublevaciones y desacatos que el rey sufrió durante toda su vida por parte de los grandes de Castilla en versos en que Enrique IV es presentado así: 



ándase ·tras los zagales
por estos andurriales,
todo el día embebecido, holgazando sin sentido,
que no mira nuestros males,

…………….

 

uno le quiebra el cayado,

otro le toma el zurrón,

otro le quita el zamarrón ...



Pero Mingo Revulgo va más lejos; no se limita a describir cómo es el rey, sino que señala con claridad la situación del pueblo, que paga las consecuencias de tal situación: 

 


la soldada que le damos 

y aún el pan de los mastines,

 cómeselo con ruines: 

¡guay de nos que lo pagamos!

 



Las COPLAS DEL PROVINCIAL, violentísimo poema anónimo en que se pasa revista maligna a los grandes castellanos, de Enrique IV para abajo, fue compuesto entre 1465 y 1474; corresponde, por lo tanto, a un momento de los nueve últimos años del reinado de dicho monarca. Bajo la ingenua alegoría de un convento de frailes y monjas que recibe visita de inspección del provincial de la orden, los señores de Castilla son acusados, uno tras otro, de sodomitas, cornudos, judíos, incestuosos; las mujeres aparecen como adúlteras o rameras. Quizá con cierta justificación, la crítica tradicional ha venido considerando al Provincial como un simple panfleto infamatorio; mas a pesar de ello, estas coplas constituyen un valioso documento para conocer ciertos aspectos del reinado de Enrique IV, si reducimos la evidente exageración de las acusaciones a unos límites más apropiados y realistas. Puede afirmarse que las Coplas del Provincial no hicieron sino recoger y utilizar unos materiales que existían al alcance de la mano. El valor de este pasquín –así han sido llamadas las coplas– es grande, pues da una buena medida para valorar con aproximación el inmoral poder de la clase entonces dominante. La fama del poema debió ser enorme; la Inquisición y las familias criticadas quisieron acabar con todos los ejemplares existentes, sin conseguirlo; ya en el siglo XVI apareció un Provincial Segundo, que amplía el texto del primero con referencias a la época del Emperador Carlos. Véase, como muestra, el primer personaje del poema original, el propio rey: 



-Ah, fray capellán mayor, 

don Enrique de Castilla, 

¿a cómo vale el ardor 

que traéis en vuestra silla?

 

-A fray Herrera y Cabrera 

y Gonzalo de León, 

y a fray duque de Alburquerque, 

que es el mayor garañón.

 


Es decir, don Enrique, «capellán mayor» y algunos de sus favoritos: Pedro Garda de Herrera, mariscal del reino; Andrés de Cabrera, mayordomo mayor (luego marqués de Moya con los Reyes Católicos), y Beltrán de la Cueva, conde de Ledesma, duque de Alburquerque, y muy posible padre de la' princesa Juana la Beltraneja. El Provincial,haciéndose eco de los rumores, señala posteriormente las relaciones sexuales que unían al de la Cueva con el monarca y con la segunda mujer de éste, doña Juana; estaba casado con una hija del segundo marqués de Santillana; la infanta aludida es la hermana del rey, la futura Isabel la Católica: 

 


y es pública voz y fama

que jodes personas tres:

a tu amo y a tu ama

y a la hija del marqués;


jodes al rey y a la reina,

jodes las tres Badajoces,

y todo el mundo se espanta

como no jodes la infanta.

 


El converso Diego Arias Dávila, contador mayor de Enrique IV –ya mencionado más arriba–, hombre de gran poder y riquezas, aparece del siguiente modo: 

 


ti, fray Diego Arias, puto, 

que eres y fuiste judío, 

contigo no me disputo, 

que tienes gran señorío; 


águila, castillo y cruz 

dime de dónde te viene, 

pues que tu pija capuz 

nunca le tuvo ni tiene.

 


Los tres grandes poemas de crítica citados nos ofrecen una significativa panorámica del siglo XV castellano, cada uno desde su propia perspectiva: desmitificador y antioligárquico el primero, las Coplas de la Panadera; serio, profundo y agudo el segundo, Mingo Revulgo; procaz, desenfadado, distorsionado por su anti-semitismo y sus exageraciones el último, las Coplas del Provincial. 

 

Gran número de poetas menores proliferan durante la segunda mitad del siglo XV, insistiendo algunos en la crítica social, otros en los géneros y estilos manidamente cancioneriles y formando otros, en fin, un interesante grupo de autores religiosos. Los límites de esta clasificación no son rigurosamente estrictos, puesto que muchas veces un mismo poeta participa en las varias especialidades mencionadas. Varios de ellos escriben todavía bajo Enrique IV y se hacen eco personal de las preocupaciones y problemas del momento, como sucede con el converso Juan Alvarez Gato, con su amigo Hernán Mexía y con el ya citado autor de Mingo Revulgo, el franciscano y también converso fray Iñigo de Mendoza, entre otros. La mayor parte de ellos se incorporó decididamente al partido de la princesa Isabel, reina de Castilla desde 1474, a cuya causa sirvieron con sus personas y con sus plumas. A este respecto, es bien revelador el título de un poema de Mendoza: 



Coplas compuestas al... rey... don Fernando... e a la... reina doña Isabel... en que declara cómo por el advenimiento destos muy altos señores es reparada nuestra Castilla. 

 

A partir de ahora, la espectacularidad de los cambios efectuados en el país, la «unión» de los reinos peninsulares, el radicalmente nuevo aspecto del panorama histórico, hacen que los poetas se preocupen menos de los problemas puramente sociales que de los esencialmente políticos. La literatura castellana comienza así a parecer «nacional», anticipando la literatura imperialista del siglo XVI. Multitud de autores animan a los reyes a empresas de mayor envergadura, una vez establecida la paz interior: abundan las exhortaciones a la conquista de Granada, y, conseguida ésta, a la recuperación de Jerusalén para la cristiandad. Un ejemplo del poeta Cartagena ilustra bien lo dicho: 



Porque se concluya y cierre

vuestra empresa comenzada,

Dios querrá, sin que se yerre,

que rematéis vos la R


en el nombre de Granada;

viendo ser causa por quien

llevan fin los hechos tales,

no estarés contenta bien


hasta que en Jerusalén

pinten las armas reales.

 

 

Un paso más en el proceso de nacionalización de la poesía de la época lo constituye su adaptación a simple poesía cortesana y oficial, especialmente la ofrecida a la reina Isabel, a la cual se le dedica un elogio que llegará a convertirse en tópico: su comparación con la madre de Cristo. Un poema del momento dice así: 

 

Alta reina soberana,
si fuérades antes vos
que la hija de Santa Ana,

de vos el hijo de Dios

recibiera carne humana.

 

Aparece asimismo el progresivo desarrollo de una poesía religiosa, representada de nuevo por fray lñigo de Mendoza, fray Ambrosio Montesino, el comendador Román, Diego de San Pedro y Juan de Padilla, que por lo general –Padilla es la excepción– sigue un tono popularizante y sencillo, hasta el punto de transformar en ocasiones canciones y temas cantados en la calle, incluso romances, en poesía a lo divino, curioso fenómeno paralelo al del gran desarrollo del romancero y de la lírica tradicional castellana. Buena parte de todo este material integrará el monumental Cancionero General de Hernando del Castillo, publicado en 1511. También la lengua poética, en efecto, es compañera del Imperio…

 



(continuará)

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