jueves, 24 de octubre de 2024

[ 659 ]

 

LENIN

la coherencia de su pensamiento

 

György Lukács

 

 ( 07 )

 

 

 

Capítulo 3

EL PARTIDO DIRIGENTE DEL PROLETARIADO

 

 

 

(…) La concepción leninista de la organización entraña pues, una doble ruptura con el fatalismo mecanicista: con el que concibe la conciencia de clase del proletariado como un producto mecánico de su situación de clase, y con el que no ve en la revolución misma sino el resultado mecánico de unas fuerzas económicas que se desencadenan de manera inexorable, conduciendo al proletariado casi automáticamente a la victoria una vez "maduras" las condiciones objetivas de la revolución.

 


Porque si se hubiera de esperar a que el proletariado se lanzara consciente y unitariamente a la lucha decisiva, jamás se llegaría a una situación revolucionaria. Siempre habrá, por una parte -y tanto más cuanto más desarrollado esté el capitalismo- sectores del proletariado que asistirán pasivamente a la lucha de su propia clase por liberarse, llegando en casos extremos incluso, a pasarse al campo enemigo. La conducta misma del proletariado, por otra, su firmeza y el grado de su conciencia de clase no son en modo alguno algo que con necesidad inexorable se desprenda de la situación económica.

 

 

Es evidente que ni siquiera el mejor y más grande partido del mundo puede "hacer" la revolución. Pero la manera de reaccionar del proletariado ante una situación dada depende ampliamente de la claridad y energía que el partido sea capaz de conferir a sus objetivos de clase. En la época de la actualidad de la revolución el viejo problema de si ésta puede o no “ser hecha", adquiere pues, un significado completamente nuevo. Y con esta mutación de significado varía asimismo la relación existente entre clase y partido, es decir, el significado de los problemas de organización para el partido y el conjunto del proletariado.

 

 

Al plantear la revolución como algo que hay que "hacer" se está, en realidad, separando de manera rígida y muy poco dialéctica la necesidad del desarrollo histórico y la actividad del partido militante. En este nivel, en el que "hacer" la revolución es algo así como sacarla por arte de magia a partir de la nada, no podemos menos de adoptar una actitud totalmente negativa. La actividad del partido en la época de la revolución debe ir, a decir verdad, por un camino muy diferente. Porque si el carácter fundamental de la época es revolucionario, una situación agudamente revolucionaria puede presentarse en cualquier instante. Prever el momento justo y las circunstancias de su aparición nunca puede ser, desde luego, una empresa rigurosamente posible.

 

 

Sí lo es, en cambio, la determinación de las tendencias que llevan a ella, así como también la de las líneas maestras de la acción a emprender a raíz del desencadenamiento del proceso revolucionario. La actividad del partido es planteada a partir de este conocimiento histórico. El partido ha de preparar la revolución. Es decir, debe acelerar, por un lado, el proceso de maduración de las tendencias que conducen a la revolución (por su influencia en la línea de conducta del proletariado, así como en la de las otras capas oprimidas). Debe preparar, por otra parte, al proletariado tanto en el plano ideológico, como en el táctico, material y organizativo para la acción necesaria en una aguda situación revolucionaria. Con lo cual quedan situadas en una perspectiva nueva las cuestiones de organización interna del partido.

 

 

Tanto la vieja concepción -representada también por Kautsky-, de la organización como supuesto previo ineludible de la acción revolucionaria, como la de Rosa Luxemburgo que la considera como un producto del movimiento revolucionario de masas, parecen unilaterales y no dialécticas. El partido, cuya función es preparar la revolución, es a un tiempo y con igual intensidad productor y producto, supuesto y fruto de los movimientos revolucionarios de masas. Porque la actividad consciente del proletariado descansa en un conocimiento claro de la necesidad objetiva de la evolución económica; su rigurosa estructura organizativa vive en interacción fructífera y permanente con las penalidades y luchas elementales de las masas.

 

 

Rosa Luxemburgo ha llegado casi, en ocasiones, a percibir lúcidamente esta relación recíproca. No obstante, ha ignorado su elemento activo y consciente. De ahí que no haya sido capaz de penetrar en el núcleo de la concepción leninista del partido, es decir, en su función preparatoria; de ahí que no entendiera en modo alguno los principios organizativos de ella derivados.

 

 

La situación revolucionaria no puede ser, por supuesto, un producto de la actividad del partido. Su tarea es prever el sentido de la evolución de las fuerzas económicas objetivas, prever, en fin, cuál habrá de ser la actitud de la clase obrera ante la situación así surgida. El partido debe preparar a las masas proletarias, de acuerdo con esta previsión, para el futuro, atendiendo -en la medida de lo posible- a sus intereses tanto en el plano espiritual como en el material y en el de la organización.

 

 

Los acontecimientos y situaciones que van sucediéndose son, de todos modos, fruto de las fuerzas económicas de la producción capitalista, fuerzas cuya influencia determinante acontece de manera ciega, parejamente a la de las leyes de la naturaleza. Pero tampoco de manera mecánica y fatalista. Porque ya hemos visto (en el ejemplo de la descomposición económica del feudalismo agrario ruso) cómo el propio proceso de disgregación económica es, sin duda, un producto necesario de la evolución capitalista, sin que por ello sus efectos en las clases sociales, es decir, los nuevos estratos sociales a que da lugar, se basen inequívocamente en el proceso mismo -aisladamente considerado- y resulten identificables a partir de él mismo. Dependen del entorno en el que van desarrollándose.

 

 

El destino de la sociedad entera, cuyos elementos forman este proceso, es, en última instancia, el factor determinante de su orientación. En este conjunto, sin embargo, las acciones de clase, ya sean elementales y espontáneas o dirigidas conscientemente, juegan un papel decisivo. Y cuanto mayor es el trastorno de una sociedad, tanto más ha dejado de funcionar adecuadamente su estructura "normal", tanto más perturbado, está su equilibrio socioeconómico; en suma: cuanto más revolucionaria es una situación, tanto más determinante es su papel (el de dichas acciones de clase).

 

 

De ahí que la evolución general de la sociedad no discurra, en la era capitalista, de manera unívoca y rectilínea. De la acción combinada de estas fuerzas se desprenden más bien en el terreno de la totalidad social situaciones en las que puede cuajar una determinada tendencia, si la situación es justamente comprendida y consecuentemente aprovechada. Ahora bien, la evolución de las fuerzas económicas que en apariencia han llevado a esta situación de manera inexorable, si se deja escapar ésta o si no se extraen sus consecuencias, puede no seguir en modo alguno la línea anterior, tomando, por el contrario, un camino opuesto.

 

 

Piénsese en la situación de Rusia si en noviembre de 1917 los bolcheviques no hubieran tomado el poder y no hubieran culminado la revolución agraria. En el caso de un régimen contrarrevolucionario, aunque de un capitalismo moderno en comparación con el zarismo, no hubiera estado de todo punto excluida la posibilidad de una solución "prusiana" del problema agrario.

 

 

Únicamente cuando se conoce bien el contexto histórico en el que debe actuar el partido del proletariado puede ser adecuadamente comprendida su organización. Organización que descansa sobre las inmensas tareas -de universal dimensión histórica- que la época de decadencia del capitalismo impone al proletariado, sobre la inmensa responsabilidad histórica que dichas tareas imponen a la capa dirigente consciente del proletariado.

 

 

Como representante de los intereses globales del proletariado (y, en consecuencia, de los de todos los oprimidos, del futuro, en suma, de la humanidad), y a partir del conocimiento del conjunto de la sociedad, el partido debe unificar dentro de sí todas las contradicciones en las que se expresan estas tareas impuestas por el centro mismo de la sociedad considerada en su totalidad.

 

 

Ya hemos subrayado que la más severa selección de los miembros del partido, en cuanto a la claridad de su conciencia de clase y a su absoluta entrega a la causa de la revolución, ha de ir unida a la íntegra fusión con la vida de las masas que sufren y combaten. Y todo intento de atender a una sola de estas exigencias, descuidando su polo contrario, termina en una petrificación sectaria de los grupos, incluso de los compuestos por auténticos revolucionarios. (He aquí la raíz de la lucha sostenida por Lenin contra el "izquierdismo", desde el otzovismo hasta el Kommunistischer Arbiter Partei y más allá).

 

 

La severidad de sus exigencias en cuanto a los miembros del partido no es sino un medio de hacer consciente al proletariado entero (y, con él, a todas las capas oprimidas por el capitalismo) de sus verdaderos intereses, de todo cuanto realmente hay en la raíz de sus acciones inconscientes, de su pensamiento confuso y de sus poco definidos sentimientos.

 

 

Las masas, no obstante, únicamente adquieren conciencia de sus intereses en la acción, en la lucha. En una lucha cuyas raíces económicas y sociales están en perpetuo cambio, y en las que, en consecuencia, las condiciones y los medios de la lucha se transforman sin cesar. El partido dirigente del proletariado únicamente puede cumplir su misión yendo siempre un paso por delante de las masas que luchan, indicándoles así el camino.

 

 

Ahora bien, sin adelantarse nunca más de un paso por delante de ellos, con el fin de seguir siendo siempre el guía de su lucha. Su claridad teórica únicamente es, pues, valiosa cuando en lugar de limitarse a la simple perfección general, puramente teórica, de la teoría la hace culminar con el análisis concreto de la situación concreta, es decir, cuando la validez teórica sólo expresa el sentido de la situación concreta. De ahí que el partido deba tener, por un lado, la claridad teórica y la firmeza suficientes como para proseguir por el camino justo, a pesar de las fluctuaciones de las masas, e incluso corriendo a veces el riesgo de un aislamiento momentáneo. Pero, por otra parte, debe seguir siendo elástico Y receptivo, con el fin de iluminar en todas las manifestaciones de las masas, por muy confusas que parezcan, aquellas posibilidades revolucionarias de las mismas -a cuyo conocimiento las masas no podían llegar por sí solas.

 

 

Semejante adecuación del partido a la vida de la totalidad es imposible sin la más severa disciplina. Si él partido no es capaz de adaptar instantáneamente su conocimiento a la situación, una situación en perpetuo cambio, se queda por detrás de los acontecimientos, de dirigente se convierte en dirigido, pierde el contacto con las masas y se desorganiza. De ahí que la organización haya de funcionar siempre con el mayor rigor y la mayor severidad, con el fin de transformar, cuando llega el momento, esta adaptación en hechos. Pero esto significa, al mismo tiempo, que esta exigencia de adaptabilidad o flexibilidad debe ser aplicada ininterrumpidamente a la organización misma. Una forma de organización que en algún caso determinado ha podido ser útil con vistas a ciertos fines, en otras condiciones de lucha puede convertirse en un verdadero obstáculo.

 

 

Porque en la esencia de la historia radica la producción constante de lo nuevo. Esta novedad no puede ser calculada siempre de antemano con la ayuda de alguna teoría infalible: ha de ser reconocida en la lucha, a partir de sus gérmenes, primero, siendo acto seguido aprendida a nivel consciente. La tarea del partido no es, en modo alguno, imponer a las masas un determinado tipo de comportamiento, elaborado por vías abstractas, sino aprender, por el contrario, incesantemente de la lucha y de los métodos de lucha de las masas. No obstante, también debe ser activo en su aprendizaje, preparando las siguientes acciones revolucionarias. Debe elevar a nivel de conciencia, vinculándolo a la totalidad de las luchas revolucionarias, aquello a lo que las masas han llegado de manera espontánea, en virtud de su instinto de clase; debe explicar a las masas sus propias acciones, como dice Marx, y no sólo con el fin de asegurar así la continuidad de las experiencias revolucionarias del proletariado, sino para activar también conscientemente el desarrollo ulterior de dichas experiencias.

 

 

La organización debe integrarse como instrumento en el conjunto de estos conocimientos y de las acciones que de ellos se deducen. Si no lo hace así, será sobrepasada por la evolución de las cosas, una evolución a la que, en tal caso, no habría comprendido y, en consecuencia, no podría dominar. De ahí que todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestos para el partido. Porque, como dice Lenin: "Toda forma nueva de lucha, unida a nuevos peligros y sacrificios, "desorganiza" inevitablemente todas aquellas organizaciones que no están preparadas para esta nueva forma de lucha". Recorrer esa vía necesaria, de manera libre y consciente, adaptándose y transformándose antes de que el peligro de la desorganización sea demasiado agudo, actuando sobre las masas en virtud de dicha transformación, formándolas e incitándolas es, en realidad, la tarea del partido, tarea que a él mismo le incumbe y con mayor motivo.

 

 

Porque táctica y organización no constituyen sino las dos vertientes de un todo indivisible. Únicamente actuando sobre las dos a un tiempo se pueden obtener resultados auténticos. Cuando se trata de obtener resultados hay que ser a la vez consecuente y elástico, ceñirse de manera inexorable a los principios y tener la mirada abierta a todo posible giro que impongan los días. En el dominio de la táctica y en el de la organización no hay nada que sea bueno o malo por sí mismo. Únicamente la relación con el todo, con el destino de la revolución proletaria, hace que un pensamiento, una determinada medida, etc., sean justos o errados. He ahí, a título de ejemplo, por qué Lenin -a raíz de la primera revolución rusa- combatió con idéntico rigor a quienes pretendían abandonar la ilegalidad, inútil y sectaria en apariencia, y a quienes, entregándose sin reservas a la misma, rechazaban cualquier posible forma de legalidad; he ahí por qué sentía igual tajante desdén ante la tesis favorable a una plena inserción en el parlamentarismo como a la antiparlamentaria por principio.

 

 

Lenin no solamente se mantuvo alejado de todo utopismo político, sino que jamás se hizo tampoco ilusión alguna sobre el material humano de su época. 

 


"Queremos -dice en los primeros años heroicos de la victoriosa revolución proletaria- edificar el socialismo con esos mismos hombres que han sido educados, podridos y corrompidos por el capitalismo, pero que, precisamente por eso, han sido templados por él para el combate."

 

 

Las enormes exigencias que la idea leninista de la organización impone a los revolucionarios profesionales no tienen en sí nada de utópico. Y, por supuesto, tampoco nada del carácter superficial de la vida cotidiana, de la facticidad inmediata que acompaña a lo empírico. La organización leninista es dialéctica en sí misma -o sea, no es únicamente el producto de la evolución histórica dialéctica, sino al mismo tiempo su impulso consciente- en la medida en que es a la vez producto y productora de sí misma.

 

 

Son los hombres quienes crean su partido; han de tener un alto grado de -conciencia de clase y de capacidad de entrega para querer y poder participar en la organización; pero únicamente llegan a ser verdaderos revolucionarios profesionales en la organización y por la organización.

 

 

El jacobino que se une a la clase proletaria, da forma y claridad a los actos de dicha clase con la ayuda de su firme decisión y de su capacidad de acción, con su saber y su entusiasmo. Pero es siempre el ser social de la clase, la conciencia de clase que emana de él, lo que determina el contenido y sentido de sus acciones.

 

 

No se trata de actuar en representación de la clase obrera, sino de una culminación de la actividad de la clase misma. El partido llamado a dirigir la revolución proletaria no se presenta como estando ya en disposición de asumir su función directiva: no es, sino que llega a ser. Y el proceso de interacción fructífero entre el partido y la clase se repite - por supuesto, transformado- en la relación existente entre el partido y sus miembros. Porque, como dice Marx en sus Tesis sobre Feuerbach

 

 

"La teoría materialista según la cual los hombres son producto de las circunstancias y de la educación y, por tanto, unos hombres diferentes han de ser producto de otras circunstancias y de una educación distinta, olvida que las circunstancias son transformadas precisamente por el hombre, y que el educador mismo ha de ser también educado".

 

 

 

La concepción leninista del partido implica la más tajante ruptura con la vulgarización mecanicista y fatalista del marxismo. No es sino la realización práctica de su más auténtica naturaleza y de su tendencia más profunda: 

 

 

"Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo en diferentes formas; lo que importa ahora es transformarlo"…




(continuará)

 

 

 

 

[Fragmento de: LUKÁCS “LENIN la coherencia de su pensamiento”]

 

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