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LENIN
la coherencia de su pensamiento
György Lukács
( 08 )
Capítulo 4
EL IMPERIALISMO: GUERRA MUNDIAL Y GUERRA CIVIL
(…) El capitalismo ascendente vino a favorecer la cristalización de las nacionalidades. A partir de la gran fragmentación medieval fue transformando las partes de mayor evolución capitalista de Europa en grandes naciones al cabo de toda una serie de intensas luchas revolucionarias. Las luchas por la unidad de Italia y Alemania fueron las últimas de estas luchas revolucionarias objetivamente consideradas. El hecho, no obstante, de que el capitalismo haya evolucionado en estos estados hasta convertirse en un capitalismo monopolista de carácter imperialista, y que incluso en algunos países atrasados (como Rusia o Japón) comenzara a adoptar estas mismas formas, no implica en absoluto que haya perdido su facultad de impulsar otras nacionalidades en el resto del mundo.
Todo lo contrario. La creciente evolución capitalista impulsó movimientos nacionales en todos los pueblos de Europa que hasta la fecha "habían carecido de historia". Sólo que las "luchas por la liberación nacional" de estos países no han podido ya discurrir como luchas contra el feudalismo o el absolutismo feudal -lo que les hubiera convertido en indiscutiblemente progresistas- sino que, por el contrario han de ser consideradas en el marco de la rivalidad imperialista de las grandes potencias mundiales. De ahí que su significado histórico y la valoración del mismo dependan de la función concreta que en esta totalidad concreta les corresponda.
Marx fue perfectamente consciente de la importancia de este problema. En su época, era un problema esencialmente inglés: el de la relación anglo-irlandesa. Y Marx subrayó con la mayor energía que
"independientemente de toda justicia internacional, transformar la actual unidad forzosa -es decir, la esclavitud de Irlanda- en una alianza libre y en condiciones de igualdad, si es posible, o en una separación total, si es necesario, constituye la condición previa de la emancipación de la clase obrera inglesa".
Marx vio claramente que la explotación de Irlanda representaba, por una parte, un puntal decisivo del capitalismo inglés, capitalismo que ya entonces -aunque fuera el único en ello- poseía un indudable carácter monopolista, y por otra, que la confusa toma de posición de la clase obrera inglesa daba lugar a una división entre los oprimidos, a una lucha entre unos explotados contra otros, en lugar de cristalizar en una lucha común contra los explotadores comunes; de manera, pues, que sólo la lucha por la liberación nacional de Irlanda podía coadyuvar a la creación de un frente verdaderamente eficaz en la lucha del proletariado inglés contra la burguesía inglesa.
Dentro del movimiento inglés de la época fue desatendida esta visión marxista, que tampoco pudo imponerse eficazmente en la teoría y la praxis de la Segunda Internacional. También en este caso iba a ser Lenin quien vivificara de nuevo esta teoría, pero con una vida mucho más activa y concreta de la que pudo tener Marx. Porque de tener una simple actualidad en el panorama mundial ha pasado a ser el problema central del momento, de tal modo que Lenin no se ocupa ya de él por la vía teórica, sino de manera puramente práctica.
Porque todo el mundo ha de ver claramente en este contexto que el inmenso problema que se alza ante nosotros -la sublevación de todos los oprimidos a escala mundial, ya no sólo la sublevación de los obreros- es el mismo problema que Lenin situó desde un principio enérgicamente en el propio núcleo del problema agrario ruso, contra los populistas, marxistas legales, economicistas, etc.
En todos estos casos se trata de lo que Rosa Luxemburgo ha llamado el mercado "exterior" del capitalismo, concepto con el que se alude al mercado no capitalista, tanto si está situado dentro como si está situado fuera de las fronteras políticas. El capitalismo en expansión no puede subsistir sin él, pero, por otra parte, en lo concerniente a este mercado, su función social no es otra que destruir su estructura social originaria, convirtiéndolo al capitalismo, trasformándolo en un mercado - capitalista- "interior", aunque sea esto mismo lo que ha de acabar posibilitando sus aspiraciones de autonomía, etc.
Se trata, pues, de una relación dialéctica. Sólo que Rosa Luxemburgo no llegó a encontrar, a partir de esta justa y grandiosa perspectiva histórica, el camino que podía llevar a la solución concreta de los problemas concretos de la guerra mundial. Todo esto no pasó de ser, para ella, una perspectiva histórica, la caracterización magnífica y grandiosa de toda la época, pero sólo de la época considerada en su aspecto más general. Fue Lenin quien dio el paso de la teoría a la praxis. Un paso que, no obstante -y esto no hay que olvidarlo nunca- implica al mismo tiempo un progreso teórico en la medida en que es un paso de lo abstracto a lo concreto.
Esta conversión a lo concreto a partir de la justa apreciación abstracta de la realidad histórica actual, a partir de la evidenciación del general carácter revolucionario del período imperialista en bloque, se agudiza al máximo en el problema del carácter específico de esta revolución. Una de las mayores hazañas teóricas de Marx fue la exacta diferenciación que introdujo entre revolución burguesa y revolución proletaria. Una diferenciación de especial importancia práctica y táctica dado el inmaduro ilusionismo de sus contemporáneos, y que venia, además, a ofrecer el único método apropiado para captar netamente los elementos verdaderamente nuevos y verdaderamente proletarios del movimiento revolucionario de la época.
En el marxismo vulgar, sin embargo, esta diferenciación acabó convirtiéndose en una rígida separación mecanicista. Separación en la que los oportunistas se han basado para generalizar esquemáticamente el hecho de que toda revolución de la época moderna, como indica cualquier observación empírica adecuada, haya comenzado por ser una revolución burguesa, por mucho que esté penetrada de acciones, reivindicaciones, etc., proletarias. En todos estos Casos la revolución es, pues, para los oportunistas, una revolución meramente burguesa. Y el deber del proletariado no es otro que apoyar esta revolución. Como consecuencia de esta separación entre revolución burguesa y revolución proletaria el proletariado ha de renunciar, pues, a sus propios objetivos revolucionarios de clase.
La concepción ultraizquierdista, sin embargo, que vislumbra claramente el sofisma mecanicista de esta teoría y es perfectamente consciente del carácter revolucionario y proletario de nuestra época, cae a su vez en otra interpretación mecanicista no menos peligrosa. De la conciencia de que el papel revolucionario histórico-universal de la burguesía en la era imperialista toca ya a su fin, saca la conclusión -basándose asimismo en una separación mecanicista entre revolución burguesa y proletaria- de que hemos entrado en época de la revolución proletaria pura.
Este punto de vista tiene la peligrosa consecuencia práctica de pasar por alto, desdeñar e incluso rechazar todos los movimientos de efervescencia y descomposición que surgen necesariamente en la era imperialista (el problema agrario, el colonial, el de las nacionalidades), y que son objetivamente revolucionarios en relación con la revolución proletaria; de este modo, estos teóricos de la revolución proletaria pura renuncian voluntariamente a los más auténticos e importantes aliados del proletariado; desprecian ese contexto revolucionario, que da perspectivas concretas a la revolución proletaria, y esperan, en un espacio abstracto -pensando que así ayudan a prepararla- una revolución proletaria "pura".
El que espera una revolución social pura -dice Lenin- jamás llegará a vivirla, y no pasa de ser un revolucionario verbal que no entiende la verdadera revolución". Porque la verdadera revolución es la transformación dialéctica de la revolución burguesa en proletaria. El hecho histórico innegable de que la clase que en otro tiempo fue cabeza o beneficiaria de las grandes revoluciones burguesas se haya convertido ya en una clase objetivamente contrarrevolucionaria, no significa en modo alguno que los problemas objetivos, en torno a los que giraron dichas revoluciones, estén ya resueltos en el plano social y que las capas de la sociedad vitalmente interesadas en una solución revolucionaria estén ya satisfechas.
Todo lo contrario. El giro contrarrevolucionario de la burguesía no implica únicamente su hostilidad hacia el proletariado, sino el desvío, también, respecto de sus propias tradiciones revolucionarias. Abandona al proletariado la herencia de su propio pasado revolucionario. Con lo que el proletariado se convierte en la única clase que está en disposición de llevar consecuentemente a término la revolución burguesa. Es decir que, por una parte, las reivindicaciones de la revolución burguesa -que aún no han perdido su actualidad- únicamente pueden culminar en el marco de una revolución proletaria, en tanto que, por otra, la realización consecuente de estas reivindicaciones de la revolución burguesa conduce necesariamente a la revolución proletaria. La revolución equivale hoy a la culminación y superación de la revolución burguesa.
El exacto conocimiento de esta situación abre una perspectiva inmensa a las oportunidades y posibilidades de la revolución proletaria. Pero esto impone al mismo tiempo esfuerzos enormes al proletariado revolucionario y a su partido dirigente. Porque para llevar a buen término esta transición dialéctica, el proletariado no ha de limitarse a poseer un adecuado conocimiento del contexto justo, sino que ha de ser al mismo tiempo capaz de superar en el terreno práctico todas sus inclinaciones pequeñoburguesas, hábitos del pensamiento, etc., que le han entorpecido la visión clara de todas estas interrelaciones. (Por ejemplo, los prejuicios nacionales.)
En consecuencia, el proletariado se ve obligado a superarse a sí mismo, convirtiéndose en líder de todos los oprimidos. En primer lugar, la lucha de los pueblos oprimidos por su independencia nacional es una gran obra de autoeducación revolucionaria, tanto para el proletariado del pueblo opresor, que así supera paralelamente a esta conquista de la plena autonomía nacional, su propio nacionalismo, como para el proletariado del pueblo oprimido que, fiel a las consignas del federalismo, supera una vez más su nacionalismo a beneficio de la solidaridad proletaria internacional. Porque, como dice Lenin, "el proletariado lucha por el socialismo y contra sus propias debilidades". La lucha por la revolución, la utilización de las posibilidades objetivas de la situación mundial y la lucha interior por la propia madurez de la conciencia de clase revolucionaria son momentos indisolubles de un único proceso dialéctico.
La guerra imperialista procura, pues, aliados por todas partes al proletariado, cuando lucha revolucionariamente contra la burguesía. Ahora bien, si el proletariado no toma conciencia de su situación y de los deberes inherentes a la misma, dicha guerra le obliga -a remolque de la burguesía- a un terrible autoaniquilamiento. La guerra imperialista crea una situación en el mundo en la que el proletariado puede ponerse verdaderamente a la cabeza de todos los oprimidos y explotados, en la que la lucha por su liberación puede llegar a convertirse en guía y señal para la liberación de todos los esclavizados por el capitalismo. Y sin embargo, puede convertirse al mismo tiempo en una situación mundial en la que millones y millones de proletarios se ven obligados a matarse unos a otros con la crueldad más refinada para favorecer y consolidar la posición monopolista de sus explotadores.
Cuál de ambos destinos le toque en suerte al proletariado depende de la visión de su papel histórico, de su conciencia de clase. Porque "los hombres hacen su propia historia". Y no, por cierto, en circunstancias elegidas por ellos, sino en las que encuentran inmediatamente dadas y que les han sido legadas". No se trata, pues, de que el proletariado tenga que elegir entre combatir o no, sino de que elija a favor de qué intereses tiene que luchar, los suyos propios o los de la burguesía. El problema que plantea la situación histórica del proletariado no es el de una elección entre la guerra y la paz, sino el de una elección entre guerra imperialista y guerra contra esta guerra, o sea, guerra civil.
La necesidad de la guerra civil como defensa del proletariado contra la guerra imperialista emana, como todas las formas de lucha del proletariado, de las condiciones de lucha que la evolución de la producción capitalista y de la sociedad burguesa imponen al proletariado. La actividad del partido, la importancia de la adecuada previsión teórica, únicamente alcanza a conferir al proletariado esa fuerza de resistencia o de ataque que en una situación dada posee ya objetivamente en virtud de su posición de clase, pero que dada su inmadurez en el plano de la teoría y en el de la organización no eleva a la altura de lo objetivamente posible.
De ahí que aún con anterioridad a la guerra imperialista surgiera la huelga de masas como reacción espontánea del proletariado contra la fase imperialista del capitalismo, y este hecho coherente, que la derecha y el centro de la Segunda Internacional intentaron disimular por todos los medios, ha ido convirtiéndose progresivamente en uno de los pilares teóricos del ala radical. También en este caso fue Lenin el primero que reconocerá muy pronto, ya en 1905, que la huelga general no era suficiente como arma en la lucha decisiva. Al dar a la fracasada insurrección de Moscú el calificativo de etapa decisiva, pretendiendo fijar así sus experiencias concretas frente a Plejánov, que sostenía que "no se debla haber ido a las armas", Lenin estaba fundando teóricamente la táctica proletaria necesaria en la guerra mundial.
Porque la fase imperialista del capitalismo y, sobre todo, su culminación en la guerra mundial indican que el capitalismo ha entrado en una situación en la que ha de decidir entre su supervivencia o su desaparición. Y con su agudo instinto de clase habituado a gobernar, consciente de que paralelamente al crecimiento de su ámbito de influencia al desarrollo de su aparato estatal está disminuyendo la base social real de su dominio, se esfuerza con toda la energía de que es capaz tanto por ampliar esta base (arrastrando a ella a las capas medias, corrompiendo a la aristocracia obrera, etc.), corno por aplastar definitivamente a sus enemigos mortales, antes de que estos estén en condiciones de ofrecerle una auténtica resistencia.
De ahí que sea la burguesía la que "liquida" en todas partes las formas "pacíficas" de lucha de clases, formas en cuyo temporal, aunque problemático, funcionamiento, descansaba íntegramente la teoría del revisionismo, prefiriendo medios de lucha más enérgicos. (Piénsese en América.) Se va apoderando cada vez con más energía del aparato estatal, identificándose hasta tal punto con él, que incluso las reivindicaciones de apariencia estrictamente económica de la clase obrera chocan cada vez más intensamente contra esa pared, de tal modo que los obreros se ven obligados a luchar contra el poder estatal (es decir, por el poder estatal, aunque no sean conscientes de ello) si quieren frenar el deterioro de su situación económica y la pérdida de las posiciones ganadas…
(continuará)
[Fragmento de: LUKÁCS “LENIN la coherencia de su pensamiento”]
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