lunes, 25 de noviembre de 2024

 

 

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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XVII )

 

Carlos Blanco Aguinaga, 

Julio Rodríguez Puértolas, 

Iris M. Zavala.

 

 

 

 

I

EDAD MEDIA

 

LA DISGREGACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL

 

 

 

 

 

LA PROSA Y LAS CONTRADICCIONES DE LA ÉPOCA. SENTIMENTALISMO «BURGUÉS» Y NOVELA

 

A la abundante corriente poética del siglo xv corresponde otra no menos poderosa y compleja de la prosa. Dos figuras re- presentativas de la primera mitad de la centuria deben ser mencionadas inicialmente: el aristócrata Enrique de Aragón (1384-1434) y Alfonso Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera (c. 1398-c. 1470). El primero de ellos, más conocido quizá como ENRIQUE DE VILLENA, por sus fracasadas aspiraciones al marquesado del mismo nombre, era pariente cercano de los monarcas de Castilla y de Aragón. La semblanza que de él trazó Fernán Pérez de Guzmán nos lo presenta como

 

pequeño de cuerpo e grueso, el rostro blanco e colorado... Sabía hablar muchos lenguajes; comía mucho y era muy inclinado al amor de mujeres... ajeno e remoto no solamente a la cavallería, más aún a los negocios del mundo y al regimiento de su casa y hacienda, era tanto inhábile e inepto que era gran maravilla.

 

 

Villena mostró un gran interés por las artes mágicas -parte de la realidad vital de su tiempo, no se olvide- y fue criticado por ello, como sigue diciendo Pérez de Guzmán:

 

non se deteniendo en las sciencias notables e católicas, dexóse correr a algunas viles o raheces, artes de adivinar e interpretar sueños e estornudos e señales...

 

A su muerte, Estado e Iglesia se unieron para llevar a cabo una quema purificadora de parte de la Biblioteca de Villena, la compuesta por textos considerados como peligrosos, uno de los ejemplos más tempranos de censura ideológica, hecho lamentado por Juan de Mena en versos dedicados al sospechoso noble. Su Tratado del aojamiento -un estudio sobre el «mal de ojo»- es una prueba del interés del «marqués» en materias tan resbaladizas. Y sin embargo, Villena no era, en modo alguno, un rebelde, sino un espíritu abierto e inquieto, interesado en todas las manifestaciones de la vida humana, como indican sus obras; destaquemos el Arte de Trovar –dedicado a Santillana–, interesante en especial por sus descripciones de unas justas poéticas medievales: el Tratado de la lepra, sobre tan terrible enfermedad; el Arte cisoria, dedicado al «arte de cortar con el cuchillo», interesantísimo libro sobre gastronomía y costumbres de la mesa. Fue también traductor en prosa de la Eneida y de la Divina Commedia, todo lo cual sirve para situar a Villena dentro del más puro pre-renacentismo y humanismo peninsulares.

 

Su obra fundamental es Los doce trabajos de Hércules, terminada en 1417. Se trata de un libro ambicioso y complejo, en que la historia del personaje mitológico aparece tratada en cuatro niveles diferentes: la historia nuda, la declaración, la verdad y la aplicación a la realidad social. Así, las doce aventuras de Hércules se aplican a los doce estados que Villena considera: príncipe, prelado, caballero, religioso, ciudadano, mercader, labrador, menestral, maestro, discípulo, solitario y mujer. Villena muestra en esta clasificación social -algo confusa, por otra parte- su conocimiento de la vida catalana de la época (Los doce trabajos fueron incluso compuestos primero en catalán y traducidos después al castellano por el propio autor). En su ampliación de la lista social habitual incluye a ciudadanos, mercaderes y menestrales, buena prueba de una realidad insoslayable para un observador atento y no cegado por su pertenencia a la aristocracia. Media un abismo, en efecto, entre la actitud de un Juan Manuel, por ejemplo, con su ignorancia consciente de los comerciantes, y la de Enrique de Aragón. Por ciudadanos entiende el autor hombres

 

honrados, burgueses, ruanos, omnes de villa, que no viven de su trabajo nin han menester conoscido de que se mantengan.

 

[«Honrados, burgueses, ruanos (= que pasean por las 'rúas'), gentes de ciudad, que no viven de su trabajo ni tienen ocupación conocida de que se mantengan.»]

 

La objetividad del texto es total: los consejos de Villena se limitan a recomendar a los ciudadanos que no caigan en los conocidos vicios de avaricia y codicia. Los mercaderes son

 

los comprantes e vendientes siquiera mareantes que por de fletes e pasadas por los mares fazen e avenencias en guisa de mercadería sacando dende sabido provecho. Aun se entiende en esto mesoneros e boticarios e tenderos e todos los otros que so o buscan e han de que viven.

 

[ «Los compradores y vendedores, incluso navegantes que por ganancías de fletes y viajes por mar hacen precios y convenios con las mercaderías, sacando de ello el consabido provecho. Se incluyen aquí mesoneros, boticarios, tenderos y todos los otros que por un precio o un convenio buscan y consiguen la ganancia, de la cual viven.» ]

 


Los menestrales, en fin, son

 

carpinteros, plateros, ferreros, texedores, pintores e los otros que por menester público labrando de sus manos e vendiendo su laborde comer.

 

[ «Carpinteros, plateros, herreros, tejedores, pintores y todos los otros que se mantienen con un oficio público, trabajando con sus manos y vendiendo su trabajo.» ]

 


Los comentarios de Villena se reducen también a las habituales recomendaciones contra la rapacidad y engaños en el comercio. La configuración de la nueva sociedad queda así clara, y Villena muestra suficiente comprensión de los tiempos para trazar un cuadro realista y -hay que insistir- objetivo. Los textos catalanes de la Baja Edad Media coinciden con lo dicho en Los doce trabajos, en ocasiones de modo harto espectacular, como en el caso del franciscano Eiximenis, que ya en el siglo XIV escribe así:

 

Los mercaders diu que deuen ésser favorits sobre tota gent seglar del món, car diu que los mercaders són vida de la terra on són, e són tresor de la Cosa pública... Sens mercaders, les comunitats caen, los prínceps tornan tirans...

 

[«Dice que los mercaderes deben ser favorecidos por encima de todos los demás seglares del mundo, pues dice que los mercaderes son la vida de la tierra en que viven, y tesoro de la República... Sin mercaderes, las comunidades languidecen, los príncipes se convierten en tiranos...»]

 

En 1448, el municipio de Barcelona, barajando conceptos cristianos y profanos, se explica en los siguientes términos, recomendando la paz con el sultán de Turquía:


considerants como aquesta paraula pau és cosa molt és puslo fruyt que s'en segueix... E per la dita pau... se'n seguirien grans profits a vostres sotmesos e vassalls, que podrían entrar a negociejar en les terres del dit Solda, e aumentar lurs bens e mercaderies.

 

[ «Consideramos que esta palabra paz es cosa muy dulce, y mucho más dulce el fruto que de ella se sigue... Y por la dicha paz... se conseguirían grandes provechos para vuestros sujetos y vasallos, los cuales podrían ir a negociar a las tierras del dicho Sultán, y aumentar así sus bienes y mercaderías.» ]

 

¿Y en Castilla? El tradicionalista Rodrigo Sánchez de Arévalo, en su Suma de la Política –de 1454-55–, truena contra la presencia creciente de

 

mercenarios e mercatorios e aquisiteros de riquezas, los cuales no dis- ponen a virtud, e aún comúnmente las tales personas... facen sediciones e contra el principado e levantan e bollecen los pueblos contra los señores...

[ «Mercaderes y comerciantes y adquiridores de riquezas, los cuales no están dispuestos a la virtud, y aun muchas veces tales personas... hacen sediciones y conspiraciones contra el príncipe y levantan y sublevan a los pueblos contra los señores...» ]

 

Pero es fray lñigo de Mendoza quien presenta el punto de vista tradicional castellano sin ambages, uniendo así en uno de sus poemas los estamentos tradicionales contra la burguesía, que altera el orden establecido:

 

así dicen los señores,

labradores y oficiales,

que tienen los mercadores

intolerables errores,

dignos de robos y males.

 

En este contexto, la actitud de Enrique de Villena queda destacada y señera en la literatura castellana, influenciada sin duda por la existencia de una actitud catalana harto diferente, indicadora de la presencia de una clase burguesa activa y organizada, clase que en Castilla es mirada con desconfianza e incluso terror.

 

 

Escritor de tonos muy diferentes es ALFONSO MARTÍNEZ DE TOLEDO, capellán de Juan II y de la catedral de Toledo, arcipreste de Talavera. Aparte de unas obras históricas y hagiográficas, es autor de uno de los más interesantes textos en prosa del siglo XV castellano, el llamado Corbacho, terminado en 1438. El arcipreste vivió algunos años en la Corona de Aragón, de lo que quedan abundantes referencias en su obra mayor. El subtítulo de la cual indica su carácter tradicionalista y didáctico, Reprobación del amor mundano. Talavera se basa en autores clásicos y patrísticos, en Boccaccio, en escritores catalanes e incluso en el Libro de Buen Amor, e influirá, por su parte, en La Celestina. El tratado De Amare, de Andreas Capellanus, le proporciona material antifeminista. Pero si bien en el Corbacho se manejan todos esos elementos, se trata de obra inspirada muy de cerca en las técnicas de los sermones franciscanos y dominicos, de tipo muy popular, en que se incluyen anécdotas, ejemplos y material folklórico.

 

El texto trata de los daños de la lujuria, los vicios de las malas mujeres, las complisiones de los hombres y la astrología, en una desnivelada mezcla de contextos humorísticos y serios, populares y cultos, con curiosa morosidad en lo sexual y sin que falte la nota contra los eclesiásticos inmorales. La utilización que Talavera hace del habla popular y auténtica, realista, es simplemente extraordinaria. Véase el conocido ejemplo de la mujer a quien le roban un huevo:

 

¿Qué se hizo este huevo? ¿Quién lo tomó? ¿Quién lo llevó? ¿Adóle este huevo? Aunque vedes que es blanco, quiçá negro será hoy este huevo. ¡Puta, fija de puta! Dime, ¿quién tomó este huevo? ¡Quien comió este huevo comida sea de mala rabia! ¡Ay, huevo mío de dos yemas, que para echar vos guardaba yo! ¡Ay, huevo...! ¡Ay, puta Marica, rostros de golosa, que tú me has lançado por las puertas! ¡Yo te juro que los rostros te queme, doña vil, sucia, golosa!

 

 

[ «¿Qué se hizo de este huevo? ¿Quién lo tomó? ¿Quién se lo llevó? ¿Dónde está? Aunque veis que es blanco, quizá será negro hoy este huevo. ¡Puta, hija de puta! Dime, ¿quién se llevó este huevo? ¡Quién se comió este huevo comida sea de mala rabia! ¡Ay, huevo mio de dos yemas, que yo guardaba para tener pollitos! ¡Ay, huevo...! ¡Ay, puta Marica, cara de golosa, que tú entraste por mi puerta! ¡Yo te juro que te quemaré la cara, vil, sucia, golosa!» ]

 

O este otro fragmento, en que una mujer rechaza los avances de su enamorado:

 

 

¡Yuy! ¡Dexadme! ¡Non quiero! ¡Yuy! ¡Qué porfiado! ¡En buena fe, yo me vaya! ¡Por Dios, pues, yo dé voces! ¡Estad en hora buena! Dexadme agora estar! ¡Estad un poco quedo! ¡Ya, por Dios, non seades enojo! ¡Ay, paso, señor, que sodes descortés! ¡Aved hora vergüenza! ¿Estáis en vuestro seso? ¡Aved hora, que vos miran! ¿Non vedes que vos veen? ¡Y estad, para sinsabor! ¡En buena fe que me ensañe! ¡Pues, en verdad, no me río yo! ¡Estad en hora mala! Pues, ¿querés que vos lo diga? ¡En buena fe yo vos muerda las manos! ¡Líbreme Dios deste dimoño!

 

[ «¡Huy! ¡Dejadme! ¡No quiero! ¡Huy! ¡Qué porfiado! ¡Por mi fe, que me iré! ¡Por Dios, que gritaré! ¡Estad quieto, en hora buena! ¡Dejadme en paz! ¡Estad quieto un momento! ¡Ya, por Dios, no seais molesto! ¡Ay, despacio, señor, que sois descortés! ¡Tened vergüenza! ¿Estáis en vuestros cabales? ¡Tened cuidado ahora, que os miran! ¿No os dais cuenta de que os ven? ¡Estaos quieto, qué sinsabor! ¡Por mi fe, que me enojaré! ¡Pues en verdad, no me río yo! ¡Estaos quieto en hora mala! Pues, ¿queréis que os lo diga? ¡Por mi fe, que os morderé las manos! ¡Líbreme Dios de este demonio! » ]

 

 

Se trata del reflejo de un auténtico diálogo popular, pleno de expresiones verdaderas y de coloquialismos, muy lejos del academicismo y elitismo de tantos autores de la época, y de enorme valor, por lo tanto, para conocer de cerca el habla castellana de la calle.

 

Un elemento de capital importancia en el Corbacho lo constituye la violenta crítica misógina de su autor, lo cual nos lleva ahora a tratar brevemente de un aspecto por demás interesante y representativo del pensamiento medieval, la actitud de una sociedad típicamente masculina para con la mujer, en dos vertientes, la de su glorificación –el amor cortés y sus derivaciones– y el rebajamiento de lo femenino hasta extremos también increíbles. Al menos en su forma más conocida y establecida, el amor cortés es un producto de la sociedad provenzal de los siglos XI- XIII; más en concreto, es un producto de la clase feudal dominante. Se ha dicho que al esfuerzo unificador y totalizador de tipo filosófico-teológico-metafísico que significa el escolasticismo, le corresponde, a un nivel terrenal, el esfuerzo también unificador y totalizador de las rígidas teorizaciones del amor cortés. Se trata de un amor formalizado en reglas y convenciones bien establecidas, verdadera transposición al dominio erótico de los conceptos y términos sociales de honor, valentía, fidelidad, servicio feudal, etcétera; recuérdese el significativo hecho de que muchas veces el enamorado se dirija a la dama en esta literatura amorosa como mía señor: el amor se identifica con el servicio; el amante, con el vasallo, y la dama, con el señor. Es un amor formalizado, equivalente al formalismo medieval en los restantes órdenes de la vida, e impuesto, como era de suponer, por la aristocracia y sus allegados. En la segunda mitad del siglo XII, el francés Andreas Capellanus introduce algunos cambios en la teoría erótica provenzal, trazando clara y distintamente la delimitación entre el amor purus –el no consumado con el acto sexual, pero en el cual, al propio tiempo, se permite todo lo demás– y el amor mixtus, que llega hasta el coito…

 

(continuará)

 

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