[ 689 ]
LENIN
la coherencia de su pensamiento
György Lukács
( 11 )
Capítulo 5
EL ESTADO COMO ARMA
La esencia revolucionaria de una época resulta especialmente evidente en la superación, por parte de la lucha de clases y de partidos, del carácter de una lucha en el interior de una organización estatal determinada, con el consiguiente desbordamiento de sus fronteras y su difusión más allá de ellas. Por una parte parece una lucha por el poder estatal, por otra, sin embargo, el Estado mismo es convertido también en contrincante. No se lucha únicamente contra el Estado, sino que el Estado mismo se revela como un arma de la lucha de clases, como uno de los instrumentos esenciales para el mantenimiento de un dominio clasista.
Marx y Engels subrayaron repetidamente este carácter del Estado, analizándolo en su completa interrelación con la evolución histórica y la revolución proletaria. Marx y Engels dejaron sentados en términos claros e inequívocos los fundamentos de una teoría del Estado en el marco del materialismo histórico. Y este es, precisamente, el punto en que el oportunismo -consecuente consigo mismo- más se ha alejado de Marx y Engels. Porque en cualquier otro punto era posible presentar la "revisión" de determinadas teorías económicas de tal modo que su base misma siguiera concordando a pesar de todo con la esencia del método marxista (línea de Bernstein) o bien dar a las teorías económicas sustentadas de la manera más "ortodoxa" un giro mecanicista y fatalista, nada dialéctico y no revolucionario (línea de Kautsky).
Pero la simple suscitación de problemas que Marx y Engels consideraban como cuestiones básicas de su teoría del Estado equivale ya a reconocer la actualidad de la revolución proletaria. El oportunismo o de todas las tendencias dominantes en la Segunda Internacional se manifestaba de la manera más clara en su nulo planteamiento serio del problema del Estado; en este punto fundamental no hay ninguna diferencia entre Bernstein y Kautsky.
Todos, sin excepción, se limitaron a aceptar el Estado de la sociedad burguesa. Y cuando lo criticaban, su único propósito era combatir algunas de las formas exteriores o manifestaciones estatales que podían perjudicar al proletariado. Se enfrentaban con el Estado desde el exclusivo punto de vista de unos intereses particulares e inmediatos, sin analizar ni valorar jamás su esencia desde el punto de vista global del proletariado.
La falta de madurez revolucionaria del ala izquierda de la Segunda Internacional, así como su innegable confusionismo, provenían asimismo de su incapacidad para plantearse científicamente el problema del Estado. Llegaban a veces al problema de la revolución, al problema de la lucha contra el Estado, pero sin llegar a plantear el problema de manera concreta -aunque sólo fuera a un nivel puramente teórico- ni mucho menos dilucidar sus consecuencias concretas en la realidad histórica actual.
También en este punto ha sido Lenin el único en alcanzar nuevamente la altura teórica de la concepción marxista, la pureza de la toma de posición revolucionaria frente al problema del Estado. Y aún cuando su aporte no fuera más allá de esto, no por ello dejaría de ser una aportación teórica de máximo rango. Ahora bien, la recuperación leninista de la teoría marxista del Estado no debe ser en modo alguno considerada como una reconstrucción filológica de la teoría originaria o una sistematización filosófica de sus principios más puros, sino como una realización concreta de la misma, como su concretización en lo práctico-actual (fiel en esto al típico proceder leninista).
Lenin vislumbró y situó el problema del día del proletariado combativo. Con ello se lanzó -por no salirnos de esta cuestión- por el camino de la decisiva concretización del problema. Porque el enmascaramiento oportunista de la teoría del Estado del materialismo histórico -una teoría perfectamente clara- fue objetivamente posible por no haber sido planteada esta teoría, con anterioridad a Lenin, sino de manera harto general, como explicación histórica, económica, filosófica, etc., de la esencia del Estado.
Marx y Engels aprehendieron, sin duda, de las manifestaciones revolucionarias concretas de su época el progreso, real de la idea proletaria del Estado (comuna), y subrayaron, desde luego, los inconvenientes de las teorías erróneas del Estado para la gestión de la lucha proletaria de clases (Crítica del programa de Gotha). Sin embargo, ni siquiera sus discípulos más inmediatos, los mejores líderes de la época, comprendieron la profunda relación existente entre el problema del Estado y su inmediato trabajo cotidiano.
Para ello resultaba imprescindible el genio teórico de Marx y de Engels, capaz de vislumbrar lo actual -en un sentido histórico-universal, sobre todo- de esta relación con las pequeñas luchas de cada día. El proletariado todavía estaba en peores condiciones, por supuesto, para vincular orgánicamente este problema medular a los problemas que de manera inmediata iban presentándosela en su lucha cotidiana. El problema adquiría cada vez mas el acento de un "objetivo final" cuya decisión queda relegada al futuro.
Tan sólo gracias a Lenin fue convertido ese "futuro" -también en el ámbito de la teoría- en un presente. Ahora bien, únicamente en el momento en el que el problema del Estado acaba siendo situado en el centro mismo de la problemática actual le resulta al proletariado posible dejar de considerar de manera concreta al Estado capitalista como su entorno natural inamovible y único orden social posible en su presente existencia. Esta toma de posición frente al Estado burgués es el único camino por el que el proletariado accede a una auténtica independización teórica respecto del Estado, convirtiéndose así su actitud frente al mismo en una simple cuestión táctica.
Es, sin duda, evidente que tanto la táctica de la legalidad a cualquier precio como el romanticismo de la ilegalidad a ultranza padecen soterradamente de la misma falta de independencia táctica respecto del Estado. El Estado burgués no es considerado como instrumento de la lucha de clases de la burguesía, con el que hay que contar como un factor de fuerza real, pero tan sólo como tal factor de fuerza; el respeto al mismo acaba convirtiéndose en una simple cuestión de eficacia.
De todos modos, el análisis leninista del Estado como arma de la lucha de clases concreta el problema todavía más acabadamente. No se limita a poner de relieve las inmediatas consecuencias prácticas (tácticas, ideológicas, etc.) del adecuado conocimiento histórico del Estado burgués, sino que consigue que los rasgos concretos del Estado proletario resulten evidentes en su orgánica vinculación con los restantes medios de lucha del proletariado.
La tradicional división operativa del movimiento obrero (partido, sindicato, cooperativa) se revela hoy como insuficiente para la lucha revolucionaria del proletariado. Resulta palpable la necesidad de crear órganos capaces de reunir al proletariado entero e incluso más allá de éste a todos los explotados de la sociedad capitalista (campesinos, soldados) en masas considerables, para así dirigir su lucha. Estos órganos, los soviets, son, no obstante, esencialmente -incluso en el seno todavía de la sociedad burguesa- órganos del proletariado que se organiza en clase. Con lo que la revolución entra en el orden del día. Porque como dice Marx: "La organización de los elementos revolucionarios como clase presupone la existencia acabada de todas las fuerzas productivas que aún podrían desarrollarse en el seno de la vieja sociedad".
Esta organización global de la clase obrera tiene que emprender la lucha -quiéralo o no- contra el aparato estatal de la burguesía. No hay elección posible: o los consejos proletarios desorganizan el aparato estatal burgués, o éste corrompe a los consejos, reduciéndolos a una existencia meramente aparente, con lo que, en definitiva, los aniquila. Se crea una situación en la que o bien la burguesía consigue aplastar por vía contrarrevolucionaria los movimientos revolucionarios de masas, reestableciendo la situación "normal", el "orden", etc., o bien surge a partir de los consejos y de las organizaciones de lucha del proletariado su propia organización de dominio, su propio aparato estatal, un aparato que también es, a su vez, una organización de la lucha de clases.
Los consejos obreros revelan ya en 1905, en sus formas iniciales y menos evolucionadas, etc., su carácter: son un contragobierno. En tanto que otros órganos de la lucha de clases pueden todavía adaptarse tácticamente a una época de dominio indiscutible de la burguesía, pudiendo realizar un trabajo revolucionario en semejantes circunstancias, a la esencia del consejo obrero pertenece el estar con el poder estatal de la burguesía en una relación de rivalidad, compitiendo con él como lo que es, es decir, un nuevo gobierno. De manera, pues, que cuando Martov reconoce a los consejos como órganos de lucha, negando paralelamente su condición de posible aparato estatal, no está haciendo en realidad otra cosa que alejar la revolución, la efectiva toma de poder del proletariado, de la teoría.
Cuando algunos teóricos ultraizquierdistas, por el contrario, convierten a los consejos obreros en una permanente organización de clase del proletariado, pretendiendo que sustituyan a los sindicatos y al partido, están evidenciando que son incapaces de comprender la diferencia existente entre situaciones revolucionarias y no revolucionarias, y que no ven claramente la función verdadera de los consejos obreros. No saben que el simple conocimiento de la concreta posibilidad de los consejos obreros desborda el marco de la sociedad burguesa, es una perspectiva de la revolución proletaria, de tal modo que el consejo obrero debe ser, en consecuencia, ininterrumpidamente difundido entre el proletariado, y el proletariado ininterrumpidamente preparado para esta tarea, y que su verdadera existencia -si no quiere reducirse a una farsa- equivale ya a una lucha inexorable por el poder estatal, es decir, a la guerra civil.
El consejo obrero como aparato estatal no es sino el Estado como arma en la lucha de clases del proletariado. La concepción no dialéctica y, en consecuencia, no revolucionaria de los oportunistas ha deducido de la lucha del proletariado contra el dominio clasista de la burguesía y de sus esfuerzos por acceder a una sociedad sin clases que el proletariado, en cuanto adversario, como hemos dicho, del dominio clasista burgués, debe ser asimismo adversario de cualquier otro dominio de clase; y que, en consecuencia, sus propias formas de dominio no pueden llegar a ser en modo alguno órganos de dominio y de presión clasista.
Este punto de vista es, abstractamente considerado, una utopía, ya que un dominio semejante del proletariado no puede, en realidad, producirse nunca. Ahora bien, analizado más concretamente y aplicado el presente se revela como una capitulación ideológica ante la burguesía. La más elaborada forma de dominio de la burguesía, es decir, la democracia, figura en esta concepción como una forma preparatoria, al menos, de la democracia proletaria; la mayor parte de las veces, sin embargo, como esta democracia misma, y en la que sólo hay que esforzarse -acudiendo a la agitación pacífica- porque la mayoría de la población sea ganada para los "ideales" de la socialdemocracia.
El tránsito de la democracia burguesa a la proletaria no es, pues, necesariamente revolucionario. Lo único revolucionario es el tránsito de formas estatales retrógradas a la democracia; en determinadas ocasiones, una defensa revolucionaria de la democracia puede resultar necesaria en la lucha contra la reacción social. (Lo falso y contrarrevolucionario de esta mecánica separación de la revolución proletaria respecto de la burguesa se evidencia de manera práctica en el hecho de que la socialdemocracia jamás ha opuesto una resistencia seria a reacción fascista alguna, defendiendo revolucionariamente a la democracia).
A la luz de esta concepción, no solamente es alejada la revolución de la evolución histórica y presentada -acudiendo a todo tipo de transiciones más o menos inteligentemente perfiladas- como una "progresión" hacia el socialismo, sino que el carácter clasista burgués de la democracia es ocultado al proletariado. Y el factor del engaño radica en la nula concepción dialéctica del concepto de mayoría. En efecto, como el dominio de la clase obrera representa, por definición, los intereses de la inmensa mayoría de la población, en muchos obreros se desarrolla muy fácilmente la ilusión de que una democracia formal pura, en la que la voz de todos y cada uno de los ciudadanos cuenta lo mismo, puede ser el instrumento más adecuado para expresar y defender los intereses de todos.
Pero en este razonamiento se olvida simplemente -¡simplemente!- el hecho insignificante de que los hombres no son individuos abstractos, átomos aislados de un todo estatal, sino hombres concretos sin excepción, hombres que ocupan un lugar determinado en la producción social y cuyo ser social (y, mediatamente, su pensamiento, etc.), viene determinado por esta posición.
La democracia pura de la sociedad burguesa excluye esta mediación, vinculando inmediatamente el simple individuo abstracto con el todo del Estado -que en este contexto se presenta de manera no menos abstracta. Ya simplemente por este carácter formal de la democracia pura es pulverizada políticamente la sociedad burguesa. Lo que no implica ninguna ventaja especial para la burguesía, sino sólo la condición inexcusable de su dominio de clase…
(continuará)
[Fragmento de: LUKÁCS. “LENIN la coherencia de su pensamiento”]
**
No hay comentarios:
Publicar un comentario