lunes, 30 de diciembre de 2024

 

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CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

 

 

capítulo cuarto

 

¿ERAN LIBERALES LA INGLATERRA Y LOS ESTADOS UNIDOS

DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX?

 

 

 

 

 

6. LA REPRODUCCIÓN DE LA CASTA SERVIL Y LOS INICIOS DE LA EUGENESIA

 

¿Cómo «preservar la raza de los jornaleros y de los criados»?[397] La expresión utilizada por Smith, citado aquí, revela que la movilidad social está muy reducida o es del todo inexistente: los trabajos más duros y peor pagados son encargados a una clase que tiende a reproducirse de generación en generación, y por tanto, a una especie de casta hereditaria servil.

 

 

La reproducción de esta casta o raza es absolutamente necesaria. Según Mandeville, la guerra desarrolla una función decididamente beneficiosa. Si esta con sus estragos periódicos no lograra poner remedio a la excedencia de varones que se produce en el momento del nacimiento, las mujeres, codiciadas por demasiados aspirantes y competidores, se convertirían en una suerte de mercancía rara, accesible solo a los ricos. Entonces la sociedad vería mermado el abastecimiento de «hijos de los pobres», «la mayor y más difundida de todas las bendiciones temporales», es decir, resultaría difícil o imposible la reproducción hereditaria de los pobres destinados a cumplir «todo el trabajo duro y sucio que se necesita».

 

 

El orden natural, en cuyo ámbito se incluye también la guerra, genera de manera espontánea la raza de los semiesclavos de los que la sociedad, en ningún caso, puede prescindir. Sin embargo, esta presunta espontaneidad debe ser estimulada con intervenciones políticas oportunas realizadas desde arriba. Según Mandeville, debe evitarse a toda costa el acceso de los «pobres laboriosos» a la instrucción: como consecuencia del cual resultaría comprometido el «equilibrio de la sociedad». Se correría el riesgo de que desapareciera la fuerza de trabajo barata, dócil y obediente que se necesita. De mucho más amplio alcance son las intervenciones invocadas por otros exponentes de la tradición liberal. Con el fin de producir una raza posiblemente perfecta de dóciles obreros e instrumentos de trabajo puede resultar útil incluso el universo concentracionario construido por las «casas de trabajo». Encerrando en ellas también a los hijos de los delincuentes o de los «sospechosos», se podría producir —observa Bentham— una «clase indígena» (indigenous class), que se distinguiría por su laboriosidad y sentido de la disciplina. Si después se promovieran matrimonios precoces dentro de estas clases, reteniendo a la prole como aprendices hasta que consigan la mayoría de edad, entonces las casas de trabajo y la sociedad dispondrían de una reserva inagotable de fuerza de trabajo de primerísima calidad. Es decir, a través de «la más gentil de las revoluciones», la sexual, la «clase indígena», propagándose hereditariamente de generación en generación, se transformaría en una especie de raza «indígena».

 

 

Sieyès también piensa en una revolución bastante «gentil», con el idéntico fin, siempre, de producir una clase o raza de trabajadores lo más dócil posible. Como Bentham, también el liberal francés se abandona a una utopía (o distopía) eugenésica. Imagina un «cruzamiento» (croisement) entre monos (por ejemplo, el orangután) y «negros», para la creación de seres domesticables y adecuados para el trabajo servil: «las nuevas razas de monos antropomorfos». De este modo, los blancos —que permanecen en la cúspide de la jerarquía social como dirigentes de la producción— podrían disponer tanto de los negros como instrumentos auxiliares de producción, como de verdaderos esclavos, que serían, precisamente, los monos antropomorfos:

 

 

«Por extraordinaria, por inmoral que pueda parecer esta idea a primera vista, yo he meditado sobre ella durante largo tiempo, y no hallaréis otra vía de escape, en una gran nación, sobre todo en los países muy cálidos o muy fríos, para conciliar a los directores de los trabajadores con los simples instrumentos de trabajo».

 

 

Si bien por un lado es necesario estimular la producción y la reproducción de una raza de siervos o de verdaderos esclavos, por otro es necesario limitar al máximo la superpoblación improductiva y parasitaria, la masa de los pobres que, lejos de generar riqueza, la devoran a guisa de langostas. Para mantener el equilibrio demográfico Malthus clama por una política que retarde los matrimonios y la procreación entre las clases populares; de otro modo se ocupará la naturaleza con las guerras, las carestías, las epidemias. Dentro de este punto de vista problemático adquiere su sentido la intervención de la medicina. En 1764 Franklin escribe a un médico:

 

 

«La mitad de las vidas que vosotros salváis no son dignas de ser salvadas, porque son inútiles, mientras que la otra mitad no debería ser salvada porque es pérfida. ¿Vuestra conciencia no os reprocha nunca la impiedad de esta guerra permanente contra los planes de la Providencia?».

 

 

Algunos decenios más tarde, Tocqueville desea que se puedan desembarazar finalmente de la «canalla penitenciaria» como de las «ratas», quizás gracias a un incendio colosal. ¿El liberal francés «sueña con el genocidio»? La afirmación es excesiva. Queda la dura polémica contra una «caridad bastarda» que amenaza el orden: «Es la filantropía de París la que nos asesina».

 

 

Se impone una conclusión de carácter general: la tentación eugenésica atraviesa profundamente la tradición liberal. No por casualidad la disciplina que toma este nombre conoce su bautismo en Gran Bretaña y goza después de extraordinaria fortuna en los Estados Unidos…

 

(continuará)

 

 

 

 

[Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo”]

 

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