viernes, 17 de enero de 2025


 

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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XX )

 

 

 

Carlos Blanco Aguinaga, 

Julio Rodríguez Puértolas, 

Iris M. Zavala.

 

 

 

 

 

I

EDAD MEDIA

 LA DISGREGACIÓN DEL MUNDO MEDIEVAL




Libro completo aquí:

https://pruebat.org/biblioteca/buscar?fieldSearch=La+Celestina

 

 

«LA CELESTINA» O EL NIHILISMO 

 

En 1499 se publica en Burgos una obrita anónima destinada a ser, uno de los grandes clásicos de la literatura universal, la Comedia de Calisto y Melibea. Se trata de un extraño libro, bajo todos los conceptos: estaba dividido en «actos», 16, y tuvo dos ediciones muy próximas: 1500, Toledo; 1501, Sevilla, ya con el nombre del autor, Fernando de Rojas, y con la confesión paladina de que el acto I fue escrito por mano ajena, adoptado por Rojas y continuado finalmente hasta esos 16 actos mencionados. Se acepta generalmente dicha confesión, y así, consideramos como anónimo el acto I, si bien será preciso añadir que todos los posibles autores propuestos y barajados por la crítica tienen la común característica de ser conversos. Las cosas se complican más en 1502, año en que aparecen nada menos que tres nuevas ediciones -Salamanca, Sevilla, Toledo-, ahora con el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea. Las novedades de 1502 son importantes: los 16 actos son ahora 21; aparecen interpolaciones, cambios y supresiones. Este texto definitivo es el que ha pasado a la historia literaria con el nombre también definitivo de La Celestina.El papel de Rojas parece haber sido el de autor de los actos 2-16 de 1499 y el de autor o coautor -con un posible grupo de amigos universitarios- de los cinco de 1502. La complicación última se plantea cuando nos preguntamos a qué género pertenece La Celestina. Atendiendo a ciertos aspectos, se trataría de una novela dialogada, mas si tenemos en cuenta otros y quizá de mucha mayor relevancia, nos hallamos ante una auténtica obra teatral no destinada a la representación pública, sino a la lectura colectiva, de acuerdo con una extendida costumbre de los medios escolares de fines de la Edad Media y del Renacimiento. 

 

Fernando de Rojas, autor, pues, de casi toda La Celestinay al menos coautor de otra importante parte, fue un converso de La Puebla de Montalbán o quizá del mismo Toledo (c. 1476-1541), hijo de judíos penitenciados públicamente por la Inquisición, con numerosos parientes también perseguidos, casado con mujer asimismo conversa y viviendo siempre bajo circunstancias marcadas por sus orígenes. Su propio suegro es procesado en 1525 y cuando nombra a Rojas como defensor, se le contesta oficialmente: «busque persona sin sospecha». Rojas estudió leyes en Salamanca por los años de 1494-1502, en el momento de esplendor de dicha universidad; condiscípulo suyo fue Hernán Cortés, futuro conquistador de México. Establecido en Talavera de la Reina en 1507, llegó a ser alcalde de la ciudad. El espíritu humanista y abierto de Rojas puede apreciarse en los fondos de su biblioteca particular, en que además de los libros profesionales y religiosos habituales figuraban Ovidio, Apuleyo, Esopo y Séneca entre los clásicos; Boccaccio, Petrarca y Castiglione entre los italianos; novelas de caballerías, Juan de Mena, la Cárcel de Amor de San Pedro y la Visión deleitable del racionalista y converso de la Torre, el Cancionero General y, por fin, algo, de Erasmo. Las fuentes de La Celestina coinciden, en parte, con el contenido de esa biblioteca; Petrarca, la novela sentimental y la comedia humanística italiana son las tres bases fundamentales sobre las que se asienta La Celestina. La problemática conversa y la situación de la sociedad castellana son las otras dos. 

 

 

El argumento de La Celestina no puede ser más sencillo. El joven y rico Calisto se enamora arrebatadamente de Melibea, hija de unos poderosos burgueses de la ciudad. Consigue los favores de la dama por intermedio de la vieja Celestina -cuyo nombre ha pasado a ser indicativo de su profesión-. Cierta noche, tras la visita clandestina y gozosa al jardín de Melibea, Calisto muere al caer de las tapias del huerto; ella se suicida seguidamente, incapaz de vivir sin su amante. La crítica positivista se ha visto inquietada por el hecho de que Calisto y Melibea, jóvenes y ricos, no piensen jamás en el matrimonio, solución «normal» para sus afanes. Sin duda, al plantearse así el problema, Rojas ha querido manifestar las dificultades que existían para una boda entre conversos y cristianos vieios. Pero además de esto -que constituye la base «anecdótica» sobre la cual Rojas construye su obra-,· uno de los problemas fundamentales también de La Celestina es el del enfrentamiento del individuo con su ambiente social. Los personajes celestinescos, en efecto, están conscientes del valor de sí mismos como personas, excepción hecha de Calisto, y ello es harto significativo, si es que él representa, según todos los indicios, la parte conversa de la pareja. Los personajes tienen conciencia de sí mismos, de su importancia y dignidad personales. La prostituta Areúsa, protegida de Celestina, declara: 

 

Ruin sea quien por ruin se tiene. Las obras hacen linaje, que al fin, todos somos hijos de Adán e Eva. Procure de ser cada uno bueno por sí e no vaya buscar en la nobleza de sus pasados la virtud. 

 






La misma Areúsa explica por qué no ha querido nunca ser criada, prefiriendo la prostitución: 

 

¡...qué duro nombre e qué grave e soberbio es «Señora» contino en la boca! Por esto me vivo sobre mí, desde que me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otro, sino mía. 

 

Tópico literario, tal vez, según se ha dicho, pero como tantos otros en La Celestina, funcional y no petrificado. 

 

Mas una cosa es lo que los personajes piensan, aquello de lo que tienen conciencia -su propio valer, en este caso-, y otra lo que en verdad pueden hacer con sus vidas, atrapados, como están, en un condicionamiento, a lo que parece, sin salida. El querer ser de un modo, y el tener que ser de otro, es conflicto que se presenta en la literatura del siglo XV con claridad meridiana, contando con el gran antecedente, desde luego, del Libro de Buen Amor. En La Celestina es Areúsa quien explicita sin posibilidad de ambigüedad el querer ser: «Nunca alegre vivirás si por voluntad de muchos te riges». Frente a estas palabras es preciso situar la personalidad de Pármeno, el joven criado de Calisto que inicialmente rechaza participar junto con Celestina en la seducción de Melibea. Pero el servidor, maltratado e insultado por su señor, toma su decisión, con palabras que es preciso tener muy en cuenta: 

 

¡0, desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos; yo me pierdo por bueno. ¡El mundo es tal! Quiero irme al hilo de la gente, pues a los traidores llaman discretos, a los fieles nesçios... 

 

El programa vital y digno propuesto por Areúsa fracasa estrepitosamente, según somos testigos del proceso de corrupción de Pármeno. El mundo es tal que no permite la existencia de fidelidad ni honestidad; hay que sobrevivir, esto es, es preciso tener que ser. La disociación de esencia y existencia se ha consumado, y Pármeno resulta de este modo un antecesor trágico de otro famoso corrompido de la literatura española, Lázaro de Tormes, más habilidoso para mantener la cabeza sobre los hombros. 

 

El contacto directo y brutal con la realidad exterior, con el mundo social, produce la alienación de los personajes. Pero antes de llegar a su destrucción, esos mismos personajes, conscientes de su dimensión personal, de su valer, transforman éste en lo que podría llamarse la voluntad imperativa de vivir y de actuar. La realización del ser humano se consigue gracias a la acción, que en La Celestina se traduce no sólo en el ansia y el goce de vivir, sino también en la intensidad de éste. Por eso los personajes de Rojas viven con prisa; recuérdese como ejemplo máximo que Calisto muere, precisamente, por su salida arrebatada del jardín de Melibea. Y al lado de ello, su correlato, la angustia por el tiempo perdido y que pasa sin remedio. Lo que importa es el tiempo como tal, sin falsas decoraciones ni escapistas y complejas abstracciones; importan el tiempo y la vida del ser humano en ese tiempo. Bien claro lo dice la vieja Celestina: 

 

Muertas sí; cansadas no. Si de noche caminan, nunca querrían que amaneciese; maldicen los gallos porque anuncian el día e el relox por- que da tan apriessa... Camino es, hijo, que nunca me harté de andar. Nunca me vi cansada. 

 

Y Pleberio, padre de Melibea: 

 

...el tiempo, según me paresce, se nos va, como dicen, entre las manos. Corren los días como agua de río. No hay cosa tan ligera para huir como la vida. 


Y así es. Si Calisto murió de modo arrebatado, Pármeno y Sempronio, los dos criados del primero, «madrugaron a morir». Así, trágicamente -«muertos sí; cansados no»-, terminan, de una u otra forma, los personajes de La Celestina. Todo ha sido un engaño y todos acaban por comprender la trampa en que han caído: «descúbresnos la celada cuando ya no hay lugar de volver», dice Pleberio; «desque vemos el engaño / y queremos dar la vuelta,no hay lugar», dijo antes Jorge Manrique. Más allá del apresuramiento, de la intensidad vital, queda la realidad fría y objetiva, una realidad difícilmente comprendida o aceptada en La Celestina, a pesar de las palabras de Calisto: 

 

todo se rige con un freno igual: todo se mueve con igual espuela: cielo, tierra, mar, fuego, viento, calor, frío. ¿Qué me aprovecha a mí que dé doce horas el relox de hierro si no las ha dado el del cielo? 

 

Si el yo y la dimensión imperativa de la persona fracasan; si el actuar y el vivir intensamente produce el engaño ilusorio que termina en la angustia y la muerte, ¿qué les queda a estos habitantes de la ciudad celestinesca? Quizá la relación con otros seres humanos, la comunicación y la solidaridad, sentidas como radicalmente necesarias y de las cuales se habla en todo momento en la obra, como sucede en el Romancero y como sucedía en el Libro de Buen Amor. La amistad será el corolario más lógico y noble de este deseo de comunicación; vivir es, sin duda, compartir y relacionarse. Mas para llegar a ello es preciso comenzar por algo elemental: la palabra; era éste un problema que aparecía de modo acuciante en el Libro de Buen Amor y en el Romancero. Mas la palabra puede ser también engañosa, y servir para lo contrario de lo que, idealmente, debe ser utilizada: es pervertida, desvirtuada, y se convierte en instrumento de confusión y de engaño. Con todo, la privación de la palabra aparece en La Celestina muy obviamente como la privación de toda posibilidad de relación humana. Quizá el momento más patético de toda la obra sea aquel en que el joven Sosia cuenta a Tristán (la pareja de criados que sustituye a la primera, degollada públicamente por el asesinato de Celestina) lo ocurrido con Pármeno y Sempronio: 

 

Nuestros compañeros, nuestros hermanos... Ya sin sentido iban, pero el uno, con harta dificultad, como me sintió que con lloro le miraba, hincó los ojos en mí... como preguntándome qué sentía de su morir. Y en señal de triste despedida, abajó su cabeza con lágrimas en los ojos... 

 

En el último instante de su existencia, un ser humano intenta, de modo definitivamente sincero, buscar la solidaridad y la comprensión de otro: queda todavía la mirada, cuando la palabra ha demostrado su falacia pervertida. Pero lo realmente trágico es que, aún así, todo es inútil. Un hombre cualquiera, un criado, marcha hacia su destino, hacia la muerte: es demasiado tarde, y el único momento de auténtica relación humana en La Celestina es tan inútil como desesperado. 

 

Pues lo cierto es que en La Celestina todo intento de realización de la persona y de comunicación están irremediablemente abocados al fracaso, como los individuos mismos lo están a la destrucción. Junto a los abundantes llamamientos a la solidaridad, a la amistad y al compañerismo, a la necesidad de compartir, encontramos algo que comienza a explicarnos el por qué de lo que sucede en La Celestina, y que nos lleva al mundo del Libro de Buen Amor: 

 

A quien dices el secreto, das tu libertad.(Pármeno.) 

 

¿En quién hallaré yo fe? ¿Adónde hay verdad? ¿Quién carece de en- gaño? ¿Adónde no moran falsarios? ¿Quién es claro enemigo? ¿Quién es verdadero amigo? ¿Dónde no se fabrican traiciones...?(Calisto.) 

 

La mentira, la traición, el engaño, y sus correlatos, la desconfianza, la inseguridad, parecen así marcar la vida del hombre. Por otro lado, los personajes de La Celestina, aislados, incomunicados, en perpetua lid y ofensión, como dice el prólogo de la obra, viven en un mundo que no controlan y cuyos mecanismos les dominan. Al llegar aquí hemos de preguntarnos, ya que La Celestina es una tragicomedia amorosa, si no será precisamente el amor aquello que en última instancia ponga en comunicación auténtica a los personajes, o al menos a algunos de ellos. Es decir, si el amor es la vía -quizá la única, como en el Romancero- de salvación. Mas la corrosiva ironía de Fernando de Rojas está presente aquí como en todos los aspectos y niveles de la obra. Melibea, que se entrega a Calisto con plena conciencia de lo que hace, tiene la desgracia de haberse enamorado de alguien que, evidentemente, no se halla a su altura humana. Una escena del acto XIX pone bien de relieve la personalidad amorosa de Calisto. Tras las canciones, la descripción del jardín, Calisto responde a las quejas de su amante («¿Para qué me tocas en la camisa...? Holguemos e burlemos de otros mil modos que yo te mostraré; no me destroces ni maltrates como sueles...») con las brutales palabras: 

 

Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas. 

 

La frase y lo que revela es de capital importancia. Por un lado, Rojas ha destruido de la manera más definitiva todas las exquisiteces aristocráticas e hipócritas del amor cortés; por otro, ha expuesto de forma en verdad sorprendentemente clara uno de los fenómenos más representativos de la sociedad burguesa, el de la cosificación, en que un ser humano se transforma en simple cosa utilizable con fines egoístas y personales. 

 

Es fácil encontrar, al estudiar La Celestina, explicaciones en que se maneja la idea de que la obra de Rojas es consecuencia del choque entre el mundo medieval, ya en completa descomposición, y el renacentista. Decir esto solo, significa llevar La Celestina al limbo de las disquisiciones abstractamente culturalistas. Es preciso añadir algo y señalar, entre otras cosas, que La Celestina corresponde a las circunstancias personales y ambientales de un judío converso llamado Fernando de Rojas en la Castilla de finales del siglo xv. Lo cual, sin embargo, siendo importante, no basta todavía. Se trata de una obra que refleja de modo admirable la situación de una Castilla en la que se ha roto el organicismo feudal tradicional y teocrático, que está echando las bases del estado moderno y absoluto, y en la cual la fragmentación del sistema medieval va acompañada de la fragmentación de la persona, mientras ésta, por otra parte, va cayendo más y más en la deshumanización como consecuencia del nuevo absolutismo y de la irrupción violenta de los nuevos valores impuestos por la burguesía mercantil pre-capitalista. De la cual Pleberio, el padre de Melibea, es un característico representante, como habremos de ver. Todo ello acarreará la aparición de algo totalmente ajeno al mundo medieval: la soledad y la lucha al nivel individual por sobrevivir en un universo ya no ordenado ni cerrado orgánicamente, y dominado por unas nuevas relaciones de producción, las burguesas. En las cuales la cosificación del trabajador y por extensión del ser humano y de sus relaciones es un producto del fetichismo del todo poderoso dinero y de la cosa producida. Así, todo se transforma en objetos alienables y vendibles; aumenta el valor de las cosas y disminuye el de los seres humanos. 

 

El nuevo fetichismo, y su consecuencia, la cosificación, aparecen en La Celestina en términos crudamente realistas. Todas las invocaciones y programas de amistad, solidaridad, comunicación, fracasan estrepitosamente ante la realidad del dinero y de la lucha de clases; todos los personajes de La Celestina cosifican a los demás, en tanto que, de un modo u otro, los utilizan, a excepción hecha de Melibea. La persona, el individuo, se volatiliza ante el dinero; el siniestro refrán de «Sobre dinero no hay amistad» es utilizado con plena conciencia en la obra. El cuerpo de la mujer es «de su natura, tan comunicable como el dinero», con una perversa y radical inversión del sentido del amor. En ocasiones, los personajes son 'reconocidos por otros no por sus cualidades, rasgos físicos, incluso nombre, sino a través de una auténtica mediatización fetichista; así Celestina, recuerda a cierta persona únicamente por una pulsera de oro que le diera en prenda para cierto negocio no muy santo. Celestina, en efecto, es incapaz de escapar a la fascinación fetichista, y ello será precisamente la causa inmediata de su sangriento fin: negarse a compartir con sus cómplices, Pármeno y Sempronio, la cadena de oro que Calisto le dio en pago de sus servicios terceriles. Lo cual pone en marcha el mecanismo de causa y efecto, que lleva a la muerte no sólo a la propia vieja, sino también a los dos criados y a Calisto y Melibea, así como al hundimiento de Pleberio en su definitiva soledad y angustia. 

 

Por si todo esto fuera poco, en La Celestina hay una coherente explicación de la lucha de clases. Los señores explotan y desprecian a los criados: 

 

Estos señores deste tiempo más aman a sí que a los suyos. E no yerran. Los suyos igualmente lo deben hacer... 

 

Sempronio dirá en otro momento, sencillamente, que «quien a otro sirve, no es libre». Y la inteligente Areúsa dirá con total acuidad: 

 

Nunca oyen las sirvientas su nombre propio de la boca dellas, sino puta acá, puta acullá, ¿a do vas, tiñosa?, ¿qué hiciste, bellaca?... Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa exenta e señora que no en sus ricos palacios sojuzgada e cautiva. 

 

Todo lo dicho hasta aquí sería más que suficiente para situar La Celestina en su auténtico contexto social y humano. Pero disponemos de un elemento más, y de la mayor importancia: la figura de Pleberio. Recordemos, en primer lugar, la escena en que los padres de Melibea tratan de la conveniencia de casar a su hija: 

 

Demos nuestra hacienda a dulce sucesión, acompañemos nuestra única hija con marido qual nuestro estado requiere... 

 

Melibea es, ante todo, la heredera. Y más adelante, con Melibea ya suicidada, Pleberio, el padre, en su monólogo que cierra la obra, exclama: 

 

...ya quedas sin tu amada heredera. ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos…? 

 

Se ha dicho que el personaje más inocente de toda la obra es el más castigado, por amar demasiado a su hija. Pero ¿qué tipo de amor es el de Pleberio por Melibea sino un amor ya cosificado y mediatizado por los más típicos «valores» de la burguesía? Melibea es heredera, y ante su trágica muerte, el padre se preocupa descarnadamente de para qué ha adquirido la riqueza que ahora posee y a quién podrá legarla. La ausencia de herederos y lo que ello conlleva, aparece aquí como el elemento que más angustia al viejo burgués: el vínculo familiar no es más que un negocio de dinero. Pleberio, sin duda una figura patética, no es en modo alguno inocente. 

 

El monólogo de Pleberio, con sus consideraciones acerca del mundo y de la vida, presenta una cosmovisión terriblemente pesimista, en que el personaje pasa, llevado por su tragedia, a creer su situación personal como representativa de lo que habitualmente se llama condición humana. Mas se trata de una falacia ideológica, en que situación se confunde con condición. El mundo de La Celestina --el mundo-- no es ni absurdo ni responsable de nada, como tampoco la Naturaleza o la Fortuna. Es posible que sea un laberinto, como dice Pleberio, pero es preciso no olvidar que los laberintos tienen sus constructores. El verdadero responsable es el hombre, fabricante de ese laberinto de errores en el que existen los señores de agora de que hablan Celestina y Arúsa, en el que se mueven los personajes de Rojas y Rojas mismo, y en el que la falta de adecuación entre el querer ser y el tener que ser, entre esencia existencia, produce la deshumanización y la alienación. La idea omnipresente en La Celestina, desde el mismo prólogo, de que la vida es batalla continua, además de insertar a Rojas en el marco de la filosofía dialéctica, nos lleva también a la idea de la guerra de todos contra todos de Lucrecio, antecesor, en este sentido, de la teoría y la práctica burguesas. El viejo feudalismo organicista, en efecto, ha desaparecido para siempre. En La Celestina asistimos a la liquidación total de un mundo que no es, sin duda, sólo el de la obra misma, sino también el del propio autor. Rojas ha destruido sistemáticamente todo valor tradicional establecido, en decadencia o no, al tiempo que niega el nuevo sistema y los nuevos «valores», mas no para sustituirlos por «otra cosa». Pues en La Celestina, simplemente, no existe el futuro; el pesimismo de Rojas ante la realidad circundante le ha llevado a un estremecedor callejón sin salida. Toda la obra se encierra en la última frase de la misma, dicha por Pleberio: 

 

¿Por qué me dejaste triste e solo in hac lacrymarum valle? 

 

Inhumana y. fría, impasible como el reloj que ha marcado las horas de los personajes, solamente queda en pie, en medio de tanta angustia y miseria, esa simbólica ciudad castellana en que Fernando de Rojas ha hecho vivir y morir a sus héroes…

 

(continuará) 

 

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