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CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO
Domenico Losurdo
(…)
capítulo cuarto
¿ERAN LIBERALES LA INGLATERRA Y LOS ESTADOS UNIDOS
DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX?
LIBERALISMO, «INDIVIDUALISMO PROPIETARIO», «SOCIEDAD ARISTOCRÁTICA»
En el intento por superar las dificultades con las que se tropieza al definir la sociedad inglesa de los siglos XVIII y XIX, en ocasiones, en lugar de liberalismo, se prefiere hablar de «individualismo», y es cierto que la historia de la tradición de pensamiento que es objeto de investigación en este trabajo resulta atravesada profundamente por un «individualismo propietario» o «posesivo» (possessive individualism). Esta definición tiene una legitimidad parcial propia. En Locke el poder político comienza a configurarse como tiranía y, por tanto, como violencia, cuando atenta contra la propiedad privada (de la clase dominante), y entonces es lícito oponerse a tal violencia: el ciudadano, o mejor el individuo, vuelve hacerse con el poder que ya poseía en el estado natural y que «consiste en poner en acción aquellos medios de salvaguardia de sus propiedades que juzga buenos y compatibles con la ley natural». El ámbito de la legalidad es el ámbito del respeto por la propiedad privada, mientras que la violencia se define, en primer lugar, por la violación de aquella.
Y, sin embargo, en un examen más atento, la categoría de «individualismo propietario» se revela del todo inadecuada. Estamos en presencia de una sociedad y de una tradición de pensamiento que, lejos de estar inspiradas en un respeto supersticioso por la propiedad y por el derecho de propiedad en cuanto tales, en realidad promueven y legitiman colosales expropiaciones en perjuicio de los irlandeses y de los pieles rojas. Es cierto que un capítulo central del segundo de los dos Tratados sobre el gobierno, de Locke, lleva por título La propiedad, pero quizás hubiera sido más apropiado el título «La expropiación», dado que este tiende a justificar la apropiación de tierras por parte de los colonos blancos en perjuicio de los pieles rojas, ociosos e incapaces de hacer fructificar la tierra. La categoría de «individualismo propietario» parece centrar su atención exclusivamente en la comunidad blanca de la metrópoli capitalista y en el conflicto propietarios/no-propietarios, haciendo abstracción de las colonias y de las poblaciones coloniales o de origen colonial.
Por otra parte, incluso si limitamos nuestra atención a la metrópoli, vemos que, con la mirada dirigida a Inglaterra, el Segundo Tratado justifica y reivindica el cercado de las tierras comunales y, por tanto, la expropiación masiva sufrida por los campesinos. Al igual que los territorios ocupados por los pieles rojas del otro lado del Atlántico, tampoco las tierras comunales están propiamente fecundadas por el trabajo: y, por tanto, en ambos casos no hay todavía un propietario legítimo. En autores clásicos de la tradición liberal encontramos la afirmación y la demostración obstinada de que la propiedad reivindicada por los nativos y por los grupos sociales dentro de la metrópoli y equiparables a los nativos es, en realidad res nullius.
Paradójicamente, a pesar de sus intenciones críticas, la categoría de «individualismo propietario» termina por acreditar la autoconciencia ideológica de las clases que, en Inglaterra y en América, llegan al poder agitando las palabras de orden de la libertad y de la propiedad. De manera bien distinta argumenta Marx. El Capital denuncia «el estoicismo imperturbable del economista político» (y de los pensadores liberales) ante la «profanación más desvergonzada del sagrado derecho de la propiedad» y a la «violenta expropiación del pueblo» que se llevan a cabo en Inglaterra. Todavía en los primeros decenios del siglo XIX, en algunos casos, para hacer más expedito el proceso de cercado, no se vacila en recurrir a métodos brutales: villas enteras son destruidas y arrasadas, de manera que los campesinos se ven obligados a huir y las tierras comunales son transformadas en propiedad privada y en pastos al servicio de la industria textil.
Hasta ahora, al examinar la categoría de «individualismo propietario», nos hemos concentrado en el adjetivo. Si ahora dirigimos la atención hacia el sustantivo, veremos que este también resulta bastante problemático. Los excluidos son equiparados por la clase dominante a instrumentos de trabajo, a máquinas bípedas, es decir, se niega la cualidad de hombres y de individuos; es verdad que los privilegiados insisten persistentemente en esa cualidad, y se la atribuyen de manera exclusiva. Pero ¿es esto el individualismo? También en este caso asistimos a la adopción por parte del historiador contemporáneo de la autoconciencia ideológica de una clase social y de un movimiento político que él sin embargo pretende criticar.
En lugar de la categoría de «individualismo propietario», parecen más apropiadas aquellas a las que recurren algunos autores liberales relevantes del siglo XIX, con respecto a la Inglaterra de la época. A los ojos de Constant «Inglaterra no es, en el fondo, más que una vasta, opulenta y vigorosa aristocracia». Igual resulta el juicio formulado por Tocqueville en los años treinta: «No solo la aristocracia parece establecida más sólidamente que nunca, sino que la nación deja el gobierno —por lo que parece, sin dar signos de desaprobación— en manos de un número muy restringido de familias», de una «aristocracia» que es, en primer lugar, la que se basa en el «nacimiento»; sí, estamos en presencia de una «sociedad aristocrática», caracterizada por el dominio de los «grandes señores». Por lo demás, es el propio Disraeli quien reprocha al partido whig —que domina desde hace tiempo el país surgido con la Revolución Gloriosa— el haber pretendido instaurar una aristocracia y una oligarquía según el modelo veneciano…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]
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