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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XXI )
Carlos Blanco Aguinaga,
Julio Rodríguez Puértolas,
Iris M. Zavala.
II
EDAD CONFLICTIVA
EL IMPERIO Y SUS CONTRADICCIONES
NOTA INTRODUCTORIA
(…) El esquema recién esbozado se aplica también, como es natural, a España, pero aquí la situación presenta sus propias peculiaridades y contradicciones. Los países hispánicos llegan al siglo XVI gobernados todavía por los Reyes Católicos, tras los espectaculares acontecimientos de 1492 y bajo la tutela de la Inquisición. La sociedad hispánica se enfrenta con el nuevo siglo sin haber resuelto, sin embargo, viejos problemas. La aristocracia, pese a todo, no ha sido aniquilada, ni con mucho, por el autoritarismo isabelino; en 1525, por ejemplo, el duque del Infantado –de la familia de los Mendoza– poseía 800 aldeas y 90.000 vasallos. La poderosa Mesta continuó su desarrollo a expensas de la agricultura de cultivo, alimentando las exportaciones laneras a Flandes y contando con el apoyo de la Corona y de la Nobleza. Las consecuencias no se hicieron esperar, y en 1506 Castilla se ve obligada por primera vez a importar trigo. La industria, por su parte, se encuentra en un callejón sin salida. La plata del Nuevo Mundo se utilizará para financiar las guerras exteriores y la importación de cereales y de productos manufacturados. De este modo, Castilla seguirá siendo, en pleno siglo XVI, un país agrario, pobre, pastoril y en buena medida feudal. La Inquisición, que funciona desde 1480-81, domina la vida espiritual e ideológica de España, sembrando no tanto el terror como la inseguridad y la sospecha. La huida de conversos y judíos produjo ya en 1487 un decreto real por el cual se autorizaba la importación de mano de obra extranjera; a otro nivel, a las leyes de 1480, que dejaban libre de impuestos todo libro introducido en el país, sucedía en 1502 el establecimiento de la primera censura. Cómo los Reyes Católicos, creadores del estado moderno hispánico, fueron simultáneamente los artífices de su propia destrucción al desconfiar de la burguesía –de origen converso en gran parte–, expulsar a los judíos y menospreciar la industrialización, es fenómeno fascinante para el historiador. Incomprensible debió ser también para su protagonistas, quienes recurren a una explicación religiosa, a lo divino, que si no totalmente satisfactoria, es al menos la única que pueden alegar al respecto. El imperio hispánico se monta así sobre bases irracionales y auto-corrosivas.
Desde 1504, en que muere Isabel, hasta entrado el reinado de Carlos 1, el sistema elaborado por los Reyes Católicos pone de manifiesto sus fallos y rupturas internas. La unidad española demuestra ser todavía bastante problemática, al rechazar los castellanos la autoridad del aragonés Fernando; los confusos años de Juana la Loca y de su marido Felipe el Hermoso, así como las regencias del confesor de Isabel, el cardenal Cisneros, hablan con elocuencia. Con todo, el proceso histórico no se detiene: Orán, Bugía y Trípoli son conquistados entre 1509 y 1511; el sur de Italia en 1504-1505; la anexión de Navarra se produce en 1512; el renacentismo cultural se manifiesta en la creación de la universidad de Alcalá en 1508; Nebrija ha abierto su «tienda de lengua latina»; continúan los descubrimientos de nuevos territorios...
Es evidente que, a pesar de sus enormes contradicciones, España avanza, a su modo, por el camino de los tiempos modernos.
En 1517 llega a España el nuevo rey, Carlos 1, que dos años después será elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En 1520, al tiempo que Hernán Cortés ha iniciado la conquista de México y que Magallanes y Elcano están dando la primera vuelta al mundo, estalla en Castilla la violenta sublevación de las Comunidades, que ha sido calificada como una primera revolución moderna, y que marcará indeleblemente el futuro hispánico. Entre los confusos rasgos de la rebelión, algunos de ellos señalan con cierta claridad que se trata de una intentona burguesa contra el cesarismo imperialista. Los comuneros se apoyan en Juana la Loca como legítima reina del país; entre ellos abundan los conversos, lo que explica tanto su carácter burgués como anti-señorial y anti-inquisitorial. Pero esa burguesía castellana está dividida entre exportadores laneros, representados por Burgos, que abandona bien pronto la causa comunera, e industriales en ciernes, representados por Segovia, que persiste en la rebeldía hasta el final. Una copla popular resume así la situación:
Viva la gala de Juan de Padilla,
que quitó el pecho a Castilla;
viva la gala de don Pedro Laso,
que habló al rey papo a papo.
La derrota de Villalar en 1521 (coincidente con la toma de Tenochtitlán por Hernán Cortés) y la subsiguiente y feroz represión significan el triunfo no sólo del Estado Imperial, sino también el de los intereses aristocráticos y laneros de la Mesta, con lo que el esquema económico castellano continuará invariable por mucho tiempo. América será ya, definitivamente, uno de los pocos caminos abiertos para quienes intenten escapar a la opresión aristocrática y fiscal del Imperio. Un anciano de sesenta y dos años, a quien se le preguntaba en 1518 por qué quería emigrar a las Indias, respondía significativamente:
A la mi fe, señor, a morirme luego y dejar mis hijos en tierra libre y aventurada.
Y bien claro habla la conocida frase proverbial acerca del escaso abanico de posibilidades: Iglesia, mar o casa real; es decir, un beneficio eclesiástico, la emigración o un puesto en el aparato estatal imperial.
Tras el aplastamiento de la rebelión de las Germanías valencianas –lucha de clases sin disfraz–, España se convierte en una pieza más del mosaico del Imperio carolino, suministradora de hombres y de dinero. Las guerras de Italia y Francia, las guerras llamadas de religión en Alemania, constituyen una continua sangría, mientras Carlos se esfuerza en consolidar y redondear su poder, ampliado en 1531 con la conquista del Perú y en 1535 con la de Túnez, pues el peligro turco -las fuerzas del Sultán sitian Viena en 1532- abre otro frente conflictivo.
En este contexto surge la versión erasmista del imperio humanista, con su crítica social, política y religiosa, su filantropía tolerante y racionalista y sus ensoñaciones de un estado universal cristiano y laico al propio tiempo. Los tratados de Erasmo habían comenzado a traducirse al castellano ya en 1511; se forma en España un compacto equipo erasmista que no sólo propaga y difunde los escritos del maestro holandés, sino que contribuye poderosamente a la nueva ideología por medio de sus propias obras. (El mismo Erasmo, que había sido invitado infructuosamente a enseñar en España por Cisneros, declaró deber más a éste país que al suyo propio.) El año 1527 señala el cenit del erasmismo español. Al calor de la conquista y saqueo de Roma por las tropas imperiales, aparecen los escritos más importantes de Alfonso de Valdés; en ese mismo año se celebran las reuniones de Valladolid, en que una comisión de teólogos y doctos se declara favorable a las teorías del gran humanista. El equipo renovador es en verdad impresionante: intelectuales de la talla de los hermanos Valdés y de Luis Vives; arzobispos como Fonseca, Carranza y Manrique, este último nada menos que Gran Inquisidor; escritores como Torres Naharro, Gil Vicente y Villalón; cortesanos, profesores y estudiantes... Incluso la famosa polémica en torno a la licitud de la conquista de las Indias, de que es figura clave el padre Las Casas, se entronca de un modo u otro con la ideología erasmista. Mas el esplendor dura bien poco, y el final amargo es precedido de chispazos como la condena de los Diálogos de la doctrina cristiana de Juan de Valdés en 1529; el mismo año cae Alonso Manrique, jefe supremo de la Inquisición, y en 1537 es condenado el arzobispo Carranza. El elitismo erasmista se ha derrumbado ante los violentos embates de las fuerzas de la tradición y del irracionalismo, así como de la reacción católica frente al peligro protestante. Sin trabas desde entonces, la exaltación religiosa y el prejuicio de la limpieza de sangre aseguran en el plano ideológico la cohesión de la sociedad y de la nación. La primavera humanista ha terminado. La fundación de la Compañía de Jesús (1534), el comienzo del Concilio de Trento (1545) y la aparición del primer Indice de libros prohibidos (1551) son otros tantos jalones que marcan el camino de la reacción. Carlos V pasa de ser un monarca rodeado de consejeros erasmistas a un emperador atrapado en sus empresas guerreras y en una economía inmanejable: hacia 1554 sus banqueros le prestan sumas cuantiosas a un interés del cuarenta y tres por ciento. Castilla se despuebla; el hambre se hace endémica
(«Al rico llaman honrado / porque tiene qué comer», se canta por las calles);
el oro y la plata de América enriquecen a Europa; el antisemitismo progresa, y los españoles van cayendo, inexorablemente, en la trampa de la mitología casticista. El testamento de un vecino de Segovia, redactado en 1555, es un documento inapreciable al respecto. Su autor, cerca ya del fin de sus días y preocupado por el destino de sus hijas, establece una lista de gentes con quienes sus herederas no podrán en modo alguno casarse, gentes conocidas en la ciudad y sobre quienes recaen la certeza o la sospecha de ser descendientes de moriscos, protestantes y, naturalmente, judíos; baste citar, de esa lista, el siguiente caso:
Mis hijas no se casen de ninguna manera ni por persuasión con Pedro Izquierdo de Toledo, porque éste es un judío conocido, y es tradición de padres a hijos que un judío de quienes descienden fue el malvado hombre que cuando crucificaron a Cristo Nuestro Señor llevaba delante de la cruz la trompeta y la iba tocando como si fuera pregonero...
Mas a pesar de todo hay quienes, en medio del delirio, son capaces de pensar de modo ajustado y racional, como el cronista Bernal Díaz del Castillo, quien frente a teólogos y teóricos del sistema, declara paladinamente que las conquistas del Nuevo Mundo se hacen
por servir a Dios y a Su Majestad, por iluminar las tinieblas y también por haber riquezas...
Sin embargo, prolifera toda una literatura idealista y escapista –novelas de caballerías, pastoriles, moriscas; poesía garcilasista–; el retiro del emperador al monasterio de Yuste en 1555 es todo un símbolo de la España que va a recibir en herencia Felipe Il. Pero no lo olvidemos: en un grito tan irónico como desgarrador, tan desmitificador como impotente ante el monolitismo deshumanizador, aparece en 1554 una novelita que se titula Lazarillo de Tormes…
(continuará)
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