domingo, 25 de mayo de 2025


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CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

 

capítulo quinto

 

 

LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA Y EN SANTO DOMINGO,

LA CRISIS DE LOS MODELOS INGLÉS Y NORTEAMERICANO

Y LA FORMACIÓN DEL RADICALISMO EN LAS DOS RIBERAS DEL ATLÁNTICO

 

 

 

 

 



Abraham Lincoln (1809-1865)

 

 



ESTADOS UNIDOS Y SANTO DOMINGO-HAITÍ: DOS POLOS ANTAGÓNICOS

 

Alrededor de 1830 el continente americano muestra un cuadro muy significativo. Mientras que la esclavitud ha desaparecido en una parte considerable de América Latina, continúa estando en vigor en las colonias europeas, incluidas las inglesas y las holandesas y, sobre todo, en los Estados Unidos. Podemos decir que, a partir de la revolución de los esclavos se desarrolla un enfrentamiento cerrado, una especie de guerra fría, que contrapone Santo Domingo-Haití a los Estados Unidos. Por un lado, tenemos un país que ve en el poder a ex esclavos, protagonistas de una revolución quizás única en la historia mundial; por el otro, un país casi siempre guiado, en sus primeras décadas de vida, por presidentes que, al mismo tiempo, son propietarios de esclavos. Por un lado tenemos un país que sanciona el principio de la igualdad racial hasta el punto de que, al menos en el momento en que está dirigido por Toussaint Louverture, los blancos pueden desempeñar una función relevante en las plantaciones; por el otro, un país que representa el primer ejemplo histórico de Estado racial.

 

 

Se comprende entonces la tensión entre estos dos polos. Cuando, en 1826, el abate Grégoire señala a Haití como el «faro» al que miran los esclavos, tiene claramente presente la contribución aportada por la isla a la abolición de la esclavitud en América Latina. En la vertiente opuesta, cuando la revolución de los esclavos comienza a perfilarse y a avanzar, los colonos franceses de Santo Domingo responden acariciando la idea y agitando la amenaza de una secesión de Francia y de adhesión a la Unión norteamericana. Una vez que el nuevo poder revolucionario se ha consolidado, es preocupación constante de los Estados Unidos —donde se han refugiado no pocos ex colonos— derrocarlo o al menos aislarlo con un cordón sanitario. Sería peligroso —observa Jefferson en 1799— mantener relaciones comerciales con Santo Domingo: terminarían por desembarcar en los Estados Unidos «tripulaciones negras», y estos esclavos emancipados podrían constituir un «material incendiario» (combustion) para el Sur esclavista. Partiendo de tal preocupación Carolina del Sur prohíbe la entrada a su territorio de cualquier «hombre de color» proveniente de Santo Domingo y también de cualquiera de las demás islas francesas, donde podía, de alguna manera, haber sido contagiado con las nuevas y peligrosas ideas de libertad y de igualdad racial.

 

 

Independientemente de los intercambios comerciales —subrayan prestigiosas personalidades políticas de la república norteamericana— ya con su ejemplo, la isla amenaza con poner en discusión la institución de la esclavitud más allá de sus fronteras: de hecho, sus habitantes son «vecinos peligrosos para los estados del sur y un asilo para los renegados de estas partes». En conclusión: «La paz de once estados no puede permitir que en su seno sean exhibidos los frutos de una victoriosa insurrección negra». Se comprende entonces el apoyo de Jefferson al intento napoleónico de reconquistar la isla y reintroducir la esclavitud en ella. El presidente estadounidense le asegura al representante de Francia: «Nada será más fácil que avituallar a vuestro ejército y a vuestra flota con todo lo necesario y reducir a Toussaint a la muerte por inanición». Madison, quien sucede a Jefferson, tampoco alberga dudas acerca de la posición que debe asumir: Francia es «la única soberana de Santo Domingo».

 

 

Con la consolidación del poder negro y el surgimiento de Haití, el conflicto no cesa. Este afecta también al Caribe bajo dominio inglés. Una nueva inquietud se ha difundido ente los esclavos negros, y el gobernador de Barbados tiene bien presentes «los peligros de la insurrección». También, por eso, en Londres se cultivan proyectos para reformar y endulzar la institución de la esclavitud. Es una perspectiva contra la que protestan de inmediato los colonos de Jamaica, quienes, atrincherándose en la defensa de «sus indudables y reconocidos derechos» al autogobierno, amenazan con una revuelta contra el despotismo monárquico y la secesión y adhesión a la república norteamericana.

 

 

Pero es sobre todo en América Latina donde el ejemplo de Santo Domingo-Haití ejerce su influencia más profunda. En 1822 el presidente Jean Pierre Boyer procede a la anexión (que más tarde se revela de breve duración) de la parte española de la isla, con la consiguiente emancipación de varios miles de negros, los cuales, además de la libertad, conocen un notable ascenso social, convirtiéndose en pequeños propietarios de tierras. Algo análogo esperan en Cuba los esclavos y los negros libres que veneran secretamente la imagen del líder haitiano. En la vertiente opuesta, intuyendo el peligro, ya un decenio antes los propietarios de esclavos de orientación liberal estrechan contactos con el cónsul estadounidense en La Habana y esbozan un proyecto de adhesión a los Estados Unidos, que suscita el interés de Madison y Jefferson. A los ojos de Calhoun la anexión deseada por él es una especie de contrarrevolución preventiva: frustraría de una vez y para siempre el peligro de una Cuba «revolucionada por los negros», que agravaría o redoblaría la amenaza que ya representaba Haití.

 

 

Más tarde, si bien la isla del poder negro contribuye a difundir la emancipación de los negros en buena parte de América Latina, los Estados Unidos reintroducen la esclavitud en Texas, arrebatada antes a México. Todavía en los años inmediatamente anteriores a la guerra de Secesión, se produce el intento de expandir el territorio de la república norteamericana y con ello, la institución de la esclavitud en otras regiones de México y, sobre todo, en Nicaragua. Protagonista de esta aventura, que tras los primeros éxitos concluye con un trágico fracaso, es William Walker. Él se siente y es, a su manera, un liberal, y goza de un importante apoyo en los Estados Unidos; se propone combatir la herencia despótica del dominio español y extender las instituciones libres de su país, pero solo en beneficio de la auténtica comunidad blanca. Para aquellos que son ajenos a la «fuerte, orgullosa raza, nacida para la libertad» y depositaria de la «misión de poner a América bajo el gobierno de leyes libres» está prevista la esclavitud; por lo tanto, se anula el decreto de abolición, en su momento promulgado por un movimiento que había hallado inspiración y apoyo en Haití.

 

 

Solo tras el fin de la guerra de Secesión, los Estados Unidos aceptan establecer relaciones diplomáticas con Haití; pero se trata de un gesto exento de toda cordialidad y más bien adecuado a un proyecto de limpieza étnica: todavía no ha sido abandonada del todo la idea, acariciada incluso por Lincoln, de llevar a la isla del poder negro a los ex esclavos que debían ser deportados de la república que seguía inspirándose en el principio de la supremacía y de la pureza blancas.

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

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