lunes, 17 de noviembre de 2025

 

 

[ 814 ]

 

HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XXXI)

 

Carlos Blanco Aguinaga,

Julio Rodríguez Puértolas,

Iris M. Zavala.

 

 

 

II.3.

 

 

CRISIS Y DECADENCIA IMPERIAL

 

 


 

 

Nota introductoria

 

Martín González de Cellorigo comentaba en 1600 la situación del Imperio en el que no se ponía el Sol:

 

No parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república

de hombres encantados que vivan fuera del orden natural.

 

Y un economista clarividente, Sancho de Moneada, decía también a comienzos del siglo XVII:

 

los extranjeros negocian en España de 6 partes las 5 de cuanto se negocia en ella, y en las Indias, de 10 partes las 9; de modo que las Indias son para ellos y el título de Vuestra Majestad, pues las flotas enteras les vienen consignadas.

 

Y como ha escrito un notable historiador español,

 

 

Ido Felipe II, desvanecidas las más mínimas sospechas de disidencia religiosa, expulsados los últimos moriscos, al menos oficialmente, en 1609, la sociedad hispana se reflejaba inmóvil en las quietas aguas de su homogeneidad espiritual. Las guerras de ahora acontecían lejos de las fronteras: dentro de casa reinaba la paz de la creencia imperturbable. Cada uno tenía la certeza de pertenecer a una sociedad de castizos cristianos viejos, de señores e hidalgos. No más banqueros o intelectuales de estirpe judaica. El gigantesco personaje de la sociedad eclesiástico-señorial-campesina estaba omnipresente como nunca antes.

 

En 1598, en efecto, muere Felipe II. Le sucede su hijo, el tercero de igual nombre. De modo que podría parecer simbólico, el nuevo reinado se inicia -1599 y 1602- con dos importantes hechos, no tan disímiles como quizá pudiera creerse a primera vista: hacen su aparición las monedas de cobre, las primeras en la Historia española; es perseguido el padre Mariana, tanto por su tratado De Rege como por el titulado De. El siglo XVII es el de la crisis y decadencia acelerada del Imperio hispánico. 1627 es el año de otra suspensión de pagos estatal, al tiempo que el de una brutal devaluación de la moneda de vellón en un 50 por 100; en 1630 se patentiza definitivamente la baja en la llegada a la Península de la plata americana. El sistema de los validos o favoritos se eleva a categoría institucional; el Conde-Duque de Olivares será el prototipo durante más de veinte años de gobierno prácticamente personal. Los elementos y líneas de fuerza anotados para la época de Felipe II continúan activos a todo lo largo del siglo XVII; así el exceso de nobles, hidalgos y religiosos: de estos últimos, más de cien mil. Un documento toledano señala que a fines del reinado de Felipe III había «doblados religiosos, clérigos y estudiantes, porque ya no hallan otro modo de vivir ni de poder sustentarse». La miseria, en efecto, parece enseñorearse de la Península, debido a las causas ya conocidas y ahora agravadas. Unos versos del momento indican el problema con acrimonia:

 

al rico llaman honrado

porque tiene qué comer.

 

 

Sobre la situación del campesinado, lo dicho por fray Benito de Peñalosa impresiona todavía hoy:

 

el estado de los labradores de España en estos tiempos está el más pobre y acabado, miserable y abatido de todos los demás estados, que parece que todos ellos juntos se han armado y conjurado a destruirlo y arruinarlo ...

 

 

Por otro lado, la escasa industria castellana sufre un colapso definitivo; las estadísticas toledanas que señalan el cierre de telares, por ejemplo, son simplemente abrumadoras. En 1609, por si fuera poco, tiene lugar la expulsión de los moriscos, contra toda lógica y todo sentido práctico, siguiendo la línea de la «economía a lo divino». Pues el mito de una España limpia y pura de contaminaciones moriscas y sobre todo judías continúa avasallador, dominando el panorama de la época. San Isidro Labrador aparece en un auto sacramental de Lope de Vega, El triunfo de la Iglesia, como

 

un labrador de Madrid

del linaje de los godos.

 

Mas no cabe sorpresa alguna después de que el propio Lope había escrito en 1604 lo siguiente, acerca del Evangelio de San Mateo:

 

... aquel famoso

libro, que visto en las supremas salas,

confirmaba la hidalguía

de Cristo por la parte de María.

 

 

Correlato de tal mitomanía, además del ideol6gico desprecio por las actividades comerciales e industriales -burguesas- es un antiintelectualismo según el cual judío y agudeza eran sinónimos, como leemos en otro auto lopesco:

 

-¿Sois judío?

-No, señor.

-Parecéislo en la agudeza.

 

 

O en La prudencia en la mujer, de Tirso de Molina, en versos

 

que nos recuerdan una tesis central de los místicos:

que suele la cristiandad

alcanzar más que la ciencia.

 

 

O en La hora de todos, donde Quevedo expresa su rechazo de la ciencia a propósito de un anteojo manejado por los marinos holandeses, al que llama:

 

 

Instrumento que halla manchas en el sol y averigua mentiras en la

luna, y descubre lo que el cielo esconde, es instrumento revoltoso, es

chisme de vidrio y no puede ser bienquisto del cielo ...

 

 

Y la Inquisición preside todo esto; en la comedia El niño inocente de La Guardia, Lope alaba así la creación del Santo Oficio:

 

 

Bien hayáis, reyes, amén,

que aquel Santo Tribunal

habéis puesto en tal estado,

porque como el Santo Oficio

no habéis hecho beneficio

a España.

 

Otra vez Lope -defensor incansable del casticismo- aboga por los procedimientos drásticos para eliminar disidentes, ahora en El caballero del Sacramento:

 

 

suspéndanse mil mahomas

en las encinas de Argel,

y del peñol de una entena

todo luterano inglés.

 

 

Olivares intentará contra viento y marea abrir los ojos a la clase dominante del país, e intentará incluso, en 1641, traer judíos a España para que se hagan cargo de las actividades económicas: su fracaso será estrepitoso, y dos años después Olivares perderá el favor del rey. Verdad es que, además, han ocurrido graves cosas; tras la victoria de Breda todo va cuesta abajo. En 1640, Portugal recupera su independencia, y está a punto de conseguirla Cataluña; hay, además, conspiraciones separatistas en Aragón y Andalucía. La derrota de Rocroi en 1643 marca ineluctablemente el camino del amargo final; en 1647 y 1648 se sublevan Sicilia y Nápoles, y es preciso reconocer la independencia de Holanda; la Paz de los Pirineos de 1654 señala la supremacía europea de Francia ... Las guerras, sin embargo, son «divinales». Un historiador sevillano escribe en 1630:

 

 

Seremos siempre los queridos de Dios y los escogidos de su Iglesia, y triunfaremos de nuestros enemigos. Pues desde el año en que se fundó en esta ciudad este Divino Tribunal [del Santo Oficio], han tremolado las banderas españolas en todas las partes que el Sol luce.

 

En 1638 el delirio mesiánico hace escribir a fray Francisco Enríquez:

 

 

las batallas en que hoy está empeñada España son propiamente de Dios, porque son por causa de religión... Por ser las presentes batallas por causa de religión, se pueden esperar con toda certeza grandes y gloriosas victorias.

 

 

Mientras tanto, la miserable situación de la Península no conoce paliativos; para 1669 lo previsto por algunos desde principios de siglo es ya claro, y un ministro de Carlos II declara:

 

 

Ha llegado esta Monarquía al estado más infeliz que es creíble, y está lo más aniquilada y postrada que hasta hoy se ha visto. Y esto, Señora, me toca de experimentarlo y tocarlo cada día, porque por la ocupación de mi oficio llego a muchos lugares que eran, pocos años ha, de mil vecinos, y no tienen hoy quinientos, y los de quinientos apenas hay señales de haber tenido ciento: en todos los cuales hay innumerables personas y familias que se pasan un día y dos sin desayunarse, y otros meramente con hierbas que cogen en el campo y otros géneros de sustento, no oídos ni usados jamás.

 

 

Es Carlos II el último de los Austrias españoles. Al morir sin herederos empieza una guerra de sucesión que durará casi catorce años -verdadera intervención de las potencias europeas-. Se ha llegado al punto final de la decadencia del Imperio teocrático. Una copla popular resumía así la situación:

 

 

¿En qué se parece España a sí misma?

En nada.

 

 

Este ser que no se parece a sí mismo, la «república de hombres encantados», según las palabras ya citadas de Cellorigo, se refleja desmesuradamente en la literatura y el arte todo de la época. Las violentas contradicciones del sistema imperial, sus mitos casticistas, su irracionalismo, su alta cultura y su miseria, su poder militar y su decadencia tecnológica y organizativa, su riqueza en oro y plata extraídas de América y su deuda permanente con los banqueros europeos («nuestras Indias están en España», dirá un ministro francés), el abismo, en suma, entre el ser y el parecer así como la obsesión por el engaño y desengaño, son la clave de una lectura significativa del Barroco. En Lope de Vega destacará el nacionalismo integrista y la voluntad de elevarse por encima de los conflictos más evidentes por obra y gracia de una operación ideológica en la que une la clase dominante a los labradores ricos; pero en Mateo Alemán, no menos ideológico, lo fundamental será el desengaño y un feroz rechazo de lo humano. La vitalidad de la época, expresada de diversas maneras es, sin embargo, impresionante en ciertas capas sociales: el vagabundaje con su miseria y picardía, el teatro ambulante, la prostitución, se extienden por la Península como, por lo demás, por el resto de Europa; a la vez abunda el lujo tanto civil como religioso, nadie podría contar los poetas existentes, la vestimenta aristocrática masculina pierde sobriedad, las mujeres de la clase dominante se adornan con afeites y hablan de arte y literatura, y las formas expresivas cultas rechazan lo natural en favor del «arte», que se confunde con el artificio, con el «ingenio», con la agudeza, con las formas culteranas y conceptistas. Frente a la avalancha, pero inmerso en su mismo lenguaje, se levantará, dogmático, el teatro de Calderón, que, como todo teatro Barroco, parte del engaño para llegar siempre al desengaño. Gozosa, difícil, construida minuciosamente, la poesía de Góngora tratará de plasmar la lujosa y desorbitada voluntad de belleza que se opone a la miseria social dominante. Pero Quevedo, implacable, desmontará una y otra vez los más soberbios edificios, para que un poco más tarde, pragmático, lúcido y oportunista, Gracián defina en qué consiste el arte y agudeza del ingenio, afirmando, en última instancia, la igualdad entre el ser y el parecer.

 

 

En los orígenes de todo ello, Cervantes ve ya la dirección que seguirá el siglo y desarrolla incluso gran parte de su temática; pero, irónicamente, con una inusitada sabiduría y con un sentido de la dignidad humana que le separan de los escritores barrocos más característicos. Lo que no excluye que ya en él sea evidente la angustia que marca todo el período; angustia de la que nacen, avasalladoramente, algunas de las obras más sorprendentes y contradictorias de toda la literatura castellana: fuerza, rigor, enorme riqueza expresiva y -en el teatro-- lujo de gran espectáculo; pero también y a la vez  -y la excepción sería de nuevo Cervantes-  dogmatismo, resolución de los conflictos por la vía del desengaño, es decir, por un rechazo generalizado de lo positivo que no es sino rechazo del curso cambiante de la Historia. Se trata de un encastillarse en la ideología feudal y sus estructuras, que no sería absurdo comparar con el aferrarse castellano a modelos de barcos y métodos de guerra naval superados ya por las flotas inglesas y flamencas. Grandeza y miseria de la Edad Conflictiva, uno de los períodos clave, quizá el central, de la Historia y la literatura castellanas…

 

(continuará)

 

**

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario