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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( XXXIII)
Carlos Blanco Aguinaga,
Julio Rodríguez Puértolas,
Iris M. Zavala.
II.3A.
CERVANTES y MATEO ALEMÁN:
DIGNIDAD E INDIGNIDAD DEL SER HUMANO
(…) Visión del mundo absolutamente antagónica a la de Cervantes es la de MATEO ALEMÁN (1547-1615?), hijo de médico como Cervantes y autor de la picaresca modelo, el Guzmán de Alfarache (Atalaya de la vida) cuya primera parte se publica en Madrid en 1599, apareciendo la segunda en 1604. Se tienen pocos detalles de su vida. Alemán, de más que posible ascendencia judía, nació en Sevilla y parece ser que inició estudios de medicina. Tuvo algunos cargos oficiales de cierta importancia, principalmente como investigador o juez de impuestos. Una de sus más interesantes comisiones fue la de juez investigador de las condiciones de trabajo de las minas de Almadén (1593), dejando un impresionante documento sobre la miseria humana. Estuvo en la cárcel, tal vez por deudas, en 1583 y 1602, y en 1608 se embarcó para México, donde tuvo algún cargo oficial en la Universidad y donde publicó una Ortografía castellana (1609) y una biografía de García Guerra, arzobispo de México. Parece ser que en 1615 residía aún en el pueblo de Chalco. Después, se le pierde la pista y no sabemos cuándo murió, aunque es de suponer que falleciera en México. Estudiaremos aquí exclusivamente el Guzmán de Alfarache, que no sólo es su obra máxima, sino novela absolutamente central para la comprensión de la picaresca ya evolucionada, así como para la del barroco en cuanto ideología y arte del desengaño.
Conviene empezar recordando dos de las características principales de la novela picaresca que son en el Guzmán de esencialísima importancia. 1) En la novela picaresca se nos cuenta siempre la historia de un trotamundos desheredado de la fortuna cuyo papel en la vida se reduce a ir satisfaciendo, de cualquier manera, sus necesidades más elementales. El hambre es, tal vez, el motor principal del pícaro, y para satisfacerla trabajando lo menos posible hace de todo sin ser, de fijo, nada: sirve a varios amos, hace de mendigo, roba y engaña. Alrededor del pícaro la humanidad toda parece no tener otro fin más elevado que el suyo, y cuando parece tenerlo, se nos advierte en seguida que ello es sólo vanidad y gesto. Frente a los héroes de las narraciones anteriores, el pícaro es un antihéroe, la encarnación más baja de la realidad humana; a su vez, el mundo en que se mueve el pícaro es el más bajo y opuesto al ideal, imaginativo, puro y noble de la épica, de las novelas de caballería y de la novela pastoril. 2) La segunda característica, formal e imprescindible, es que las aventuras del pícaro se narran siempre en forma autobiográfica.
De la fusión de estas dos características podemos deducir una tercera en la que fondo y forma son ya lo mismo: el pícaro es siempre un vagabundo solitario, un verdadero desterrado que no entra nunca en el diálogo real con los demás hombres porque los más desconfían de él y él desconfía de todos en cuanto adquiere un poco de experiencia. Y aunque habla con todo el mundo y todos hablan y hacen a su alrededor, los diversos puntos de vista de las vidas de los demás le llegan al lector filtrados por esa soledad suya en cuyo centro la realidad, por prismática que sea, se fija en un único punto de vista desde el cual, por su misma bajeza de miras, se pretende descubrir la mentira de los otros puntos de vista. Gracias a este único punto de vista, la soledad del pícaro acaba por aislarse plenamente del mundo que le acecha, y gracias a él se justifica: en este aislamiento, en su indignidad, paradójicamente, el pícaro encuentra su superioridad sobre el resto de los hombres, y de esta superioridad saca su razón para juzgarlos y condenarlos; es decir: para condenar a la humanidad toda. Así, de su aislamiento van saliendo definiciones dogmáticas o retratos sin perspectiva y deformes de la realidad, por medio de los cuales todo engaño del mundo queda desentrañado. Como además el personaje-pícaro es el novelista, los juicios y opiniones que han ido originándose en su vida por la fuerza de las circunstancias se han transformado ya en juicios formales definitivos sobre la humanidad, que ahora -novelista solitario- domina no ya desde su más bajo fondo, sino desde una atalaya que se supone intelectual y moralmente superior al mundo de los otros. La experiencia del pícaro se ha convertido en juicio del novelista: todo lo que ha ido desentrañando a lo largo de su vida, le sirve ahora como ejemplo para que el lector aprenda a condenar la realidad. Así, aunque cuando vivía su vida de pícaro cada aventura le servía para descubrir, a posteriori, el engaño del mundo, la novela de esa vida es, como veremos, pensada a priori como ejemplo de desengaño.
El Guzmán de Alfarache, como toda novela picaresca, es una autobiografía, y en ella, como en casi toda novela picaresca, el personaje-novelista, conocedor absoluto de su pasado, empieza por narrar, no la historia de su vida, sino lo que podemos llamar su prehistoria: con el mayor rigor posible Guzmán nos da, ante todo -como Pablos y Lázaro, como Estebanillo-, noticias de su linaje. Así, aunque la vida picaresca de Guzmán empieza en el capítulo 3 y su historia en el mundo a mediados del capítulo 2, sólo llegamos a ellas después que en el capítulo 1 y en parte del 2 se nos ha explicado quiénes fueron su padre y su madre y cómo se conocieron. En esto, como en tantos otros detalles, es el Guzmán la picaresca modelo. Pero nuestro personaje-novelista va aún más lejos que los demás que han novelado dentro del género: empieza no sólo por contarnos la historia de sus padres, sino que, antes de hacerlo, siente la obligación de darnos las razones que le hacen entender como necesaria esta prehistoria, porque en ella ve la causa determinante de su historia. Leamos las primeras palabras del primer capítulo; son de suma importancia para la comprensión del resto de la novela:
El deseo que tenía, curioso lector, de contarte mi vida, me daba tanta prisa para engolfarte en ella sin prevenir algunas cosas que como primer principio es bien dejarlas entendidas (porque siendo esenciales a este discurso, también te serán de no pequeño gusto), que me olvidaba de cerrar un portillo por donde me pudiera entrar cualquier terminista acusándome de mal latín, redarguyéndome de pecado porque no procedí de la definición a lo definido ...
Se nos dice claramente que para la historia que se nos va a contar hay un «primer principio» anterior a ella, a partir del cual -y sólo a partir del cual -podemos «Cerrar» porque debemos cerrar- hasta el último portillo, dejando así las «cosas bien entendidas» para, de ahí, con todo rigor lógico-escolástico, proceder «de la definición a lo definido». Es muy posible que en estas palabras introductorias haya no poco de ironía. Ironía o no, en vista del rigor escolástico peculiar al Guzmán, es preciso subrayar esta notable fusión entre el lenguaje de la argumentación lógica y el de la persecución religiosa: la lógica escolástica y el lenguaje inquisitorial son, muy naturalmente, una misma cosa en esta novela de la Contrarreforma española, y desde ese concepto del mundo crea Mateo Alemán, advirtiéndonos desde el preámbulo a la prehistoria de la historia que nos va a narrar que estamos en la verdad religiosa demostrable racionalmente y que su novela es, como silogismo medieval, un perfecto círculo cerrado que procede de la definición a lo definido.
Asentado así por delante este principio formal, en el primer capítulo «Guzmán de Alfarache cuenta quién fue su padre»; en el segundo capítulo «Guzmán de Alfarache prosigue contando quiénes fueron sus padres, y principio del conocimiento y amores de su madre»; y sólo una vez dada con toda precisión y conocimiento absoluto de la verdad la prehistoria de sus aventuras, sale Guzmán al mundo en el capítulo 3, quedando con ello, por fin, lanzada la historia cuyo «primer principio» la define. No es necesario buscar mucho para descubrir que lo que en la prehistoria de su vida determina la historia de Guzmán es, como lo que en la prehistoria bíblica del hombre origina su entrada en la Historia, el pecado original. Detengámonos en esto y veamos cómo, dados los futuros padres -un aventurero tramposo y sensual y una mujer casada con un viejo- y dado un rincón ideal de la naturaleza, es concebido Guzmán en adulterio.
Es notable que una sola vez en el Guzmán se nos describa la naturaleza como pura hermosura sin que el narrador se detenga a demostrarnos que lo que parece hermoso no lo es en rigor, sin que insista en que en la naturaleza todo es engaño, que no hay prado sin víbora, ni abril sin su agosto, según dirá más adelante. Ello ocurre en el segundo capítulo, en el momento en que se juntan las dos causas agentes de la vida de Guzmán y éste es concebido:
Era entrado el verano, fin de mayo, y el pago de Gelves y San Juan de Alfarache el más deleitoso de aquella comarca, por la fertilidad y disposición de la tierra, que es toda una, y vecindad cercana que le hace el río Guadalquivir famoso, regando y calificando con sus aguas todas aquellas huertas y florestas. Que con razón, si en la tierra se puede dar conocido paraíso, se debe a este sitio el nombre dél: tan adornado está de frondosas arboledas, lleno y esmaltado de varias flores, abundante de sabrosos frutos, acompañado de plateadas corrientes, fuentes espejadas, frescos aires y sombras deleitosas, donde los rayos del sol no tienen en tal tiempo licencia ni permisión de entrada.
Esta descripción idealista de la naturaleza es única en el Guzmán, y en ella nuestro personaje-novelista no tiene empacho alguno en llamar «paraíso» al pago de Alfarache. Ahora bien, hacia ese pago-paraíso se dirige la que va a ser su madre cuando, siguiendo planes previos, pretende sentirse enferma y se hace llevar a la casa del futuro padre de Guzmán quien, no en ese pago, pero sí muy cerca, tiene su residencia, su huerta y sus jardines, similares en belleza al pago de Alfarache. Y en esta casa, engañado el marido viejo con la enfermedad fingida, cuando aún resuenan las palabras con que se nos ha descrito el paraíso a orillas del Guadalquivir, se comete el adulterio en que es concebido Guzmán. Paraíso es, en efecto, este pago de Alfarache; paraíso que, como el primero, sí esconde algún engaño -o lo facilita- en el seno de su belleza. Si el acto libre y el engaño manchan de pecado el origen del hombre sobre la tierra, el acto libre de amor y el engaño marcan desde su principio la vida del pobre Guzmán, hombre símbolo del pecado que define, como destino, la vida de todos los hombres. Es ésta una de esas cosas «esenciales al discurso» que no debemos olvidar. De la definición a lo definido.
Desde el principio de la novela estamos, pues, en el símbolo del dogma del pecado original, fruto del libre albedrío, que pesa sobre la vida toda y la determina a más libre albedrío y, por alguna razón inescrutable, a más pecado. La cerrazón lógico-formal que se nos anunciaba en las primeras palabras de la novela y la cerrazón temática se funden así como visión del mundo del personaje-novelista que (a posteriori, no lo olvidemos, desde su atalaya) cuenta su historia encontrándole su sentido desde el primer principio; primer principio en el que tenemos ya los dos polos contrarios que la lógica de las escuelas y el dogma distinguen claramente, los dos elementos contradictorios en que, como veremos, se apoya formal y temáticamente toda la novela: por un lado, una manera especial de predestinación o determinismo y, por otro, el libre albedrío.
Ha de entenderse, sin embargo, que lo que aquí llamamos «determinismo» no implica una carencia de ese libre albedrío por gracia del cual -y con la ayuda divina- pueden alcanzar la salvación los fuertes y los pobres de espíritu. Inconcebible herejía sería en la España de la Contrarreforma cualquier aproximación a esta idea. Mateo Alemán insiste, una y otra vez, en subrayar la importancia del libre albedrío; debemos creer en su sinceridad. Se trata de un libre albedrío que determina inevitablemente un mundo de pecado anterior a cualquier posible salvación, es decir, de un dogma en apariencia paradójico que, en su expresión formal en esta novela, la determina desde la primera página hasta la última palabra, puesto que en toda ella, aunque oportunidades no le faltan, no logra Guzmán librarse ni de la mancha de su herencia ni de las circunstancias que, creadas a su vez por la misma herencia, le van empujando más y más a vivir en el pecado del mundo. Sabemos, por lo que nos dice ya al final, que después de lo que aquí nos cuenta logró salvarse; pero esto ocurre fuera de la novela, en la otra vida desde la cual ésta está contada; otra vida que, aunque se nos iba a contar más adelante, no se contó nunca que se sepa, puesto que no existe una tercera parte del Guzmán. Lo único que podemos y debemos leer, pues, en el Guzmán de Alfarache, es esta historia en la cual, desde su prehistoria -y desde la prehistoria de esta prehistoria- todo queda simbólicamente cerrado. Sin posibilidad de cambio. Una vez lanzado al mundo, el hombre entra en el pecado y el engaño, y si por gracia de su albedrío se salva, no va a intentar cambiar el mundo (puesto que éste es, para siempre, pecado y engaño), sino que como veremos, lo va a rechazar, ya que cambiarlo no es posible…
(continuará)
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