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Leonardo Sciascia. “El archivo de Egipto”
«¡Sentimiento! Eso es cosa de pobretes»
“…–Os contaré una -dijo don Saverio-. Me ocurrió a mí, hace tres noches. Andaba por la villa en… vaya, por asuntos míos… y veo, vosotros sabéis que mi vista es muy aguda, a la… en fin, es preferible no dar nombres: veo a una bella señora, en una palabra. Estaba allí, entre las borduras de boj, detrás de unas matas, inclinada como si buscara algo. Me detengo, le pregunto: «¿Habéis perdido algo?» Con voz firme, con absoluta frialdad, me respondió: «Gracias, ya lo he encontrado.» Proseguí mi camino, pero ya sabéis cómo suelen ser estas cosas, de modo que me volví después de dar tres pasos: la dama no se había movido, pero detrás de ella estaba el duque de… No os diré el nombre, porque de ese modo os sería muy fácil adivinar el de ella, el de la señora.
Todos se echaron a reír, a excepción de fray Giuseppe. Pero su fantasía ya vagaba libre, divertida y minuciosa bajo los árboles de villa Flora. Y cuando su fantasía alzaba vuelo, excitada por alguna conversación, por una anécdota o una imagen, Vella era incapaz de seguir escuchando las palabras de los demás. Pero, en esa ocasión, sus acompañantes creyeron que se aislaba por propia voluntad, para refugiarse en el pudor, en la castidad. Por ello don Saverio retomó la palabra diciendo:
–No hablemos más de estas cosas: le resultan desagradables al abate Vella… Retornemos a nuestro punto de partida: el sentimiento, hablábamos del sentimiento -y dejó caer una mano sobre la rodilla del capellán.
–¿Cómo…? Ah, sí: el sentimiento.
–¿Vos experimentáis sentimientos?
–Si lo pienso bien, creo que sí -respondió fray Giuseppe.
–Me defraudáis -dijo don Saverio.
–¿Por qué? – intervino Di Blasi-. Más allá del hecho de que cada hombre los experimenta…
–¡Cada hombre! Esto es lo que no puedo tragarme -se encrespó don Saverio.
–¿Y cuál es la diferencia entre vos y aquellos hombres que están allí abajo? – preguntó Di Blasi, señalando unos pescadores que remendaban redes, mientras las mantenían tensas con los dedos de los pies.
–¿No la advertís por vos mismo?
–No logro ver esa diferencia. Veo igualdad. Sólo ocurre que nosotros estamos aquí, ociosos, gozando del fresco, bien vestidos, bien peinados y ellos trabajan.
–¿Y eso no os parece importante?
–Nada importante. A menos que quisierais analizar el asunto con relación a la justicia. En ese caso, reconoceré que entre nosotros y ellos existen gravísimas y vergonzosas diferencias… Quiero decir que son vergonzosas para nosotros… Pero entre su esencia de hombres y nuestra esencia de hombres no existe ninguna diferencia: esos pescadores son hombres como vos y como yo… Dejad que desaparezcan aquellos horrendos conceptos de mío y tuyo…
–¿Y qué sería yo sin lo mío?
–Un hombre… ¿No basta?
–Pero es que lo soy mucho más con mis tierras, con mis casas… Y vos lo sois mucho más con la renta que habéis recibido de vuestro padre y de vuestra madre…
–Lo somos más en el sentido de que gracias a una renta nos estamos aquí discutiendo sobre nuestra esencia de hombres, hablando de libros que hemos leído, gozando de la belleza… Pero con pensar tan sólo que nuestro más está pagado por el esfuerzo de otros hombres, nos hallamos en menos…
–Ese ha sido un discurso complicado -dijo don Saverio y se dispuso a matizarlo-. Puedo concederos que no existen diferencias entre nosotros y esos pescadores. Pero no me negaréis que entre mí mismo y aquél no se advierte una cierta diferencia -con un gesto había señalado a don Giuseppe Vassallo que, del brazo con su mujer, recorría el paseo: hacían la figura de un cangrejo aferrado a un bello trozo de coral.
–Oh, pero él tiene una hermosa mujer -apuntó Jannello.
–Pero no es un mérito que le pertenezca… Ella, pobrecita, no tenía ni un grano de dote, y este escuerzo, en cambio, es rico -explicó Meli, que siempre tenía información acerca de todo lo que sucedía a su alrededor.
–Pero es una mujer virtuosa: al cabo de cuatro años de matrimonio, no he oído decir que se haya decidido a ponerle los cuernos -dijo el barón de Porcari.
–¿Y dónde se los podría poner? ¿No veis que el marido no tiene frente? – repuso Meli.
–No hay modo de terminar una conversación, aquí -se lamentó don Saverio-. Yo hablaba con nuestro abate Vella… ¿De qué hablábamos?
–Del sentimiento…”
[Fragmento de: Leonardo Sciascia. “El archivo de Egipto”]
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"Pero con pensar tan sólo que nuestro más está pagado por el esfuerzo de otros hombres, nos hallamos en menos… ". Directamente a la frente de los intelectuales del régimen. Bueno, a no ser que, como Giuseppe Vassallo, carezcan de ella.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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Decía MVM que Leonardo Sciascia era el último escritor político que quedaba en Europa, y no le faltaba razón. Aunque habría que añadir que se trataba del último escritor comprometido con la izquierda, digo izquierda en su sentido más radical. En cualquier caso estoy disfrutando como pocas veces de la relectura de unas obras que ya tenía casi olvidadas y que he descubierto que siguen conservando además de sus valores historicistas, filosóficos y políticos, los de una literatura plena de guiños críticos, sarcásticos, eruditos y humorísticos. Un festín de instructivas y placenteras lecturas.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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