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EL HIJO DEL CHÓFER
Jordi Amat
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El hijo del chófer
“(…) Ese 24 de febrero de 1956, Valls i Taberner no dedica la comida a relatarle a Pla esos tejemanejes, por descontado. Pero Pla no es un ingenuo. «El seguro contra la precariedad de las dictaduras ha sido siempre y en todas partes la evasión de capitales», escribiría en sus notas personales, «sobre esta evasión la dictadura de Franco ha hecho la vista gorda, naturalmente.» Durante esos años de fracasada autarquía económica, algunas personas ganaron muchísimos millones con estas maniobras opacas. Pero un poder fundado en la corrupción, cuando esa corrupción es sistémica, aunque no tenga un contrapoder que lo cuestione, acaba corroyendo la estabilidad del Estado. A mediados de los cincuenta ésa era la situación en España, y el franquismo, para permanecer en el poder, busca y encuentra el mecanismo para estabilizarse. En ese período de transición de la dictadura autárquica a la dictadura capitalista, que tiene la economía como motor, empieza a tramarse la relación entre Pla y Ortínez. Intercambian sabiduría por información. Incorporan a grandes figuras a su círculo. Economistas como Joan Sardà y Fabián Estapé, que son los autores intelectuales del Plan de Estabilización que en 1959 cambiará España para siempre. También Armand Carabén. A veces el ensayista Joan Fuster. De manera informal, cena tras cena, van constituyendo una especie de Camelot. Sentados en una mesa redonda, piensan en el futuro del país y tienen capacidad de decisión sobre la política real. De esos cambios y de ese país hablan cruzando en la conversación diversos poderes. Intelectual, económico y político. Quintà escucha. A veces lo acompaña su hijo. Alfons Quintà aprende. Pla lo conoce desde siempre. Es el hijo de su amigo. Alfons es el hijo del chófer. Han viajado juntos. Le ha regalado libros. Como ese día que, hablando de filosofía, el chaval manifestó interés y Pla no dudó en darle su ejemplar del diccionario de Ferrater Mora.
Pero Pla también sabe que algo va mal. El padre no puede ocultarlo y empieza a pedir favores a los amigos. El hijo del chófer tiene ya dieciséis años y está hundido.
El curso 58/59 Alfons Quintà empieza estudiando internado en el instituto Saint-Louis de Gonzague de Perpiñán. Desde allí, en noviembre, escribe una carta a Pla. Su padre le recomienda mantener correspondencia con el escritor. Le pregunta si irá o no a entrevistar a Pau Casals, le habla de otro escritor catalán exiliado —Josep Maria Corredor— y le agradece un libro que le había prestado. «Muchas gracias por lo que se preocupa por mí.» Pero las cosas tampoco se encarrilan. Tampoco servirán los golpes que en otras ocasiones le había propinado su padre, incluso con la hebilla del cinturón, palizas cuyas marcas ya no se borrarán de su cuerpo. Los golpes eran un trauma más relacionado con el padre Josep Quintà, y que se sumaba a su naturalizada doble vida. Claro que lo sabía y, en los momentos de bajón, como el bumerán de la tristeza, le golpearía de nuevo. No era solo el trabajo, los viajes y las ventas de tejidos. No eran solo las escapadas a Francia y el regreso con los quesos y los vinos. El hijo sabe que su padre volverá a marcharse y sabe que su familia es una farsa y sabe que a su padre quien más le importa no es él sino Pla. Pla y su circunstancia. La red de influencia y los secretos atrapados dentro de la red para blindar esa influencia y conectar con el poder. El padre vive en esa red, está dentro de ella, lo ilumina la luz de Vicens y el oro de Ortínez. Pero al vivir allí, desampara a un hijo que va de la extravagancia a la enfermedad, condenándole a la huida del vacío y a la venganza para paliar el odio y la rabia que acumula.
Ciento treinta millones de dólares del Gobierno de Estados Unidos. Cien millones más de la Organización Europea de Cooperación Económica. Setenta y cinco del Fondo Monetario Internacional. Sesenta y ocho de la Banca Privada de Estados Unidos. Y cuarenta y cinco a través de la consolidación de deudas bilaterales con países europeos. 418 millones de dólares que debían usarse para hacer lo que Franco afirmaba en el decreto ley del 21 de julio de 1959: «Ha llegado el momento de iniciar una nueva etapa que permita colocar nuestra economía en una situación de amplia libertad». El Plan de Estabilización lo aprueba el dictador y es la clave de bóveda de la transformación ya no del Estado sino del país. Lo ha ideado, de manera destacada, Joan Sardà —por entonces director del Servicio de Estudios del Banco de España—, con la ayuda, entre otros, del catedrático Fabián Estapé. Sobre ellos dos, pocos días después de aprobado el Plan, hablan Ortínez y Pla, que lo plasma en sus libretas fascinado y desconcertado. «Son socialistoides, para no decir comunistoides, tienen un desprecio perfecto por la burguesía, pero colaboran y son los agentes más activos en la salvación de este régimen de abyección de Franco.» Había mucho antifranquista en el franquismo, le dice Ortínez. Pla extrae una lección: «Las dictaduras lo corrompen todo, porque como solo pueden combatirse desde dentro, crean apariencias de duplicidad escandalosas».
¿Hasta qué punto ellos dos, Pla y Ortínez, han naturalizado esa duplicidad? Aparentemente la trayectoria de Pla puede ser vista como la de un colaboracionista. Ortínez, por su parte, le dijo a Pla que había colaborado y, si pudiese, colaboraría todavía más para desenmascarar la burricie del sistema. Políticamente Ortínez piensa en grande. Lleva a la práctica una estrategia de influencia dentro de la dictadura, pero su ambición desbordaba los límites del régimen. No hay poder completo sin contar con el cuarto poder. Siguiendo sus indicaciones los industriales del textil adquieren buena parte de la propiedad de El Correo Catalán . Su hombre en el periódico es el periodista Manuel Ibáñez Escofet, que también es responsable de prensa y propaganda del Servicio de Comercio Exterior de la Industria Textil Algodonera. Naturalmente Pla empieza a escribir en sus páginas. No negocia con el director sino con la propiedad. El discurso del periódico es claramente favorable a la estabilización económica, pero al mismo tiempo Ortínez muscula una alternativa por si el sistema entrase en crisis.
A petición de éste, a través de una de sus cuentas opacas, el lobby del textil empieza a financiar al presidente de la Generalitat de Cataluña en el exilio. Josep Tarradellas tiene sesenta años. Vive en una casona en Saint-Martin-le-Beau, en la región del Valle del Loira, a unos doscientos cincuenta kilómetros de París. Ha fundido su vida a una institución abolida, que pervive en el recuerdo y se conserva solo en el papel de carta donde imprime su sello. Lleva lustros maniobrando para seguir siendo la única personalidad relevante en ese mundo de despojos, pero sabe que el valor político de la expatriación es nulo. Apuesta por reinventarse y decide que la mejor estrategia es establecer contacto con figuras del interior. Para conseguirlo necesita los mejores recursos humanos y algunos recursos económicos para mantenerse a flote. Persigue a cómplices no entre el activismo antifranquista sino entre los círculos del poder catalán; ese hombre será Ortínez e identifica a Vicens Vives como la personalidad clave. Porque Vicens pendula hacia el antifranquismo y conspira con actores del interior y del exilio. En Perpiñán se reúne con el veterano dirigente socialista Manuel Serra Moret. Ha ido allí con Josep Quintà. Para no levantar sospechas, en los asientos de atrás, dos niños. Albert Vicens y Alfons Quintà. Quintà padre se integra en la conspiración política. Organiza una nueva reunión. La de Tarradellas con Pla en París. Viajan en el coche de Ortínez y conduce Quintà.
El objetivo es perfilar la nueva estrategia de Tarradellas. Ante los industriales del textil, su oferta es desactivar la tentación revolucionaria y liderar una alternativa moderada y pactista. Es una vía de actuación que tendría que interesar a la elite económica, que lo pretende seguir siendo después de Franco. Que todo cambiase para que el dinero no cambiase de manos. Tarradellas se ofrece como un seguro a los burgueses para los que trabaja Ortínez. Pla cumple perfectamente con el encargo implícito de Ortínez. El largo informe de la reunión que escribe debe funcionar como la carta de presentación del presidente exiliado ante la burguesía catalana. Su propósito diría que era justificar una inversión o aumentarla. Su argumento era presentar al viejo republicano como un actor estabilizador para cuando se produjese la fase de cambio político. Tarradellas era viejo, de acuerdo, pero no era un político del pasado sino una posibilidad de futuro. Pragmático, consciente de la dinámica real del poder —la política, como ocurre siempre y él reiteraba, se adapta al dinero— y con ideas claras sobre la economía.
Tarradellas tenía el relato, pero le faltan argumentos para sustentarlo. Quienes deben ayudarle son un equipo de pocas personas, coliderado por él y Vicens Vives. Necesita el equipo y recursos. Y en la sala de máquinas de la operación, Josep Quintà. Es el enlace. Lleva la agenda. Atiende llamadas. Transmite mensajes. Porque durante las semanas posteriores a la reunión, Tarradellas no para. O dice que no para. El lunes 14 de marzo Tarradellas habla por teléfono con Quintà para fijar un nuevo encuentro con Pla y Ortínez. Para que la conversación con el político exiliado sea segura, Quintà se ha desplazado a Perpiñán. Hablan a la hora convenida y, después de colgar, se sube de nuevo al coche, cruza la frontera y regresa a Figueres. Nada más llegar redacta una misiva en un papel de carta de la zapatería El Globo detallándole las instrucciones a Pla. Lo irá a buscar el viernes 18 al mas , cenarán en Figueres y al día siguiente, en Carcasona, se celebrará la nueva entrevista con Tarradellas, a la que asistirá también Ortínez.
En esa carta la mujer de Quintà, Lluïsa, escribe unas pocas líneas. No es la primera vez, pero aquí no se limita al saludo amistoso de costumbre: «Me gustaría mucho hablar con usted un momento». Es extraño. ¿Por qué Lluïsa Sadurní quería hablar con Pla?
La reunión de Carcasona del día 19 transcurrió como estaba previsto. El día 20 una nota manuscrita en un papel con el membrete del hotel La Résidence especifica los nombres de los miembros del equipo y su papel. Tarradellas, responsable del área de organización política y relación con la CNT. Ortínez, encargado de las relaciones con la burguesía industrial. Vicens Vives, contacto con la Iglesia, sobre todo con la abadía de Montserrat. Y para los asuntos económicos, Joan Sardà, colaborador de Tarradellas durante la guerra y cerebro del Plan de Estabilización. ¿Hasta qué punto estaban todos ellos comprometidos? Tarradellas sin duda. Ortínez también. ¿Los otros? Quintà, que no es uno de los miembros del equipo, pero está en la operación, sin duda. «Tenga la seguridad de que, en lo poco que esté a mi alcance, tendrán la máxima ayuda.» El domingo día 20 Quintà y Pla regresan al Ampurdán, comen con gente influyente de Barcelona, y hablan de Tarradellas. Al principio de semana Pla y Quintà van a Barcelona, se reúnen con Ortínez y comentan que muy bien el encuentro. Pero Vicens enferma y no se cura. «Aún está enfermo, mejora de una manera lenta, éste es un contratiempo», le escribe Quintà a Tarradellas.
La evolución de su enfermedad se la detalla Vicens a Pla en una carta redactada días después. Tiene problemas respiratorios. «Se ve que me contagié con un virus muy peligroso, del tipo de la gripe de 1918, y que si no hubiésemos tenido los recursos médicos actuales en pocos días me habría ido de este mundo.» La carta está escrita el 15 de abril de 1960. En las líneas finales Vicens le habla de los Quintà. De Josep y de Alfons: «No me atrevo a decirle a Quintà las noticias que tengo de su hijo. Hace el vago por Girona, sin el menor sentido de la responsabilidad. No va a clase, no pasea, no juega al fútbol, nada de nada. Es la abulia absoluta. Es necesario que su padre lo ordene, porque si no, le dará un disgusto. Y para ordenarlo no hay otra solución que hacerlo trabajar en el comercio, empezando por el cargo más modesto, ¡y a espabilarse! Hablaré con él en este sentido, sin concretar —aunque sé que ya tiene un suspenso asegurado—; pero deberíais hacerle unas reflexiones generales, ya que él os tiene una admiración sin límite. Aunque lo que os propongo sea duro, creo que para eso estamos los amigos. El pequeño Quintà no sirve para estudiar; cuanto antes empiece a pencar , mejor». De su hijo quería hablar Lluïsa Sadurní con Josep Pla. La situación se ha desbordado. Lo sabe incluso Josep Tarradellas: «Mi mujer y yo nos preocupamos por vuestro hijo; ya verá que haremos todo lo posible para resolver su mal». 14 de abril de 1960. Alfons Quintà tiene dieciséis años…”
( continuará )
[ Fragmento de: Jordi Amat. “El hijo del chófer” ]
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Cuánto apellido rancio nadando y guardando las chaquetas.
ResponderEliminar★
Resulta curioso cómo esos rancios apellidos han prolongado su poder mafioso hasta el momento presente. Cierto que unos han caído por el camino y que otros han ocupado su lugar, pero ‘la clase’ no cambia: los Pujol, De la Rosa, Prado y Carvajal, Conde o ya no digamos Garrigues, March o Borbón son los mismos perros, franquistas y herederos del franquismo, que con distintos collares y chaquetas siguen mangoneando tan ricamente en la FRANCOCRACIA homologada por la todopoderosa triada EEUU-OTAN-UE.
EliminarPero lo que más me ha interesado de esta biografía novelada del tal Quintá es el relato de las relaciones entre la intelectualidad: Pla, Vicens Vives, Benet, ¡incluso Fuster y Raimon aparecen por la mesa camilla del antiguo espía franquista… los poderes financieros catalanistas y españolistas (Vals Taberner, los capos de la Caixa, el tal Prenafeta, el papá delincuente de Pujol, el propio Jordi Pujol: bien publicitado como héroe detenido, torturado y encarcelado y al mismo tiempo presidente del corrupto tinglado Banca Catalana, Mariano Rubio, Boyer…) y lo que el autor llama el cuarto poder desvelando las oscuras maniobras de Godó, Cebrián, Polanco, Sentís, Estefanía, un joven Roures trotskista… y demás intelectuales orgánicos –raro, raro, raro que aparezcan tan poco los escurridizos monjes de Monserrat– del poder realmente existente por encima de los trapos de moda: rojigualdos o cuatribarrados… que tanto montan…
Salud y comunismo
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Sin olvidar al falangista y alcalde José María de Porcioles Colomer, otro notable pajarraco de la exquisita camorra catalana.
Eliminar"...la actual Barcelona partió de la determinación, por parte de los ayuntamientos franquistas, de poner la ciudad a disposición de los intereses del capitalismo inmobiliario y financiero internacional. Determinación en la que los posteriores gobiernos municipales nunca han cejado, aunque hayan adornado su servilismo con concesiones en forma de intervenciones en materia de equipamientos –que con frecuencia han servido como mecanismos paralelos de revalorización del suelo–, a una preocupación escenográfica desconocida en el periodo anterior y a una participación ciudadana concebida como sumisión y dependencia".
Manuel Delgado, 'El triunfo póstumo de José María de Porcioles'.
http://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2010/08/el-triunfo-de-porcioles-comentario-para.html
Salud y comunismo
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