domingo, 5 de junio de 2022

 

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EL HIJO DEL CHÓFER

Jordi Amat

 

 [ y 4 ]

 

 

1

El hijo del chófer

 

 

“ (…) La Casa Americana de la embajada de Estados Unidos concede becas para estudiantes de bachillerato. Una ayuda para estudiar en Estados Unidos durante un curso y con alojamiento en casa de una familia norteamericana. Los candidatos deben tener dieciséis o diecisiete años. El expediente académico tiene que ser bueno y el nivel de inglés se certificará con un examen. «Al efectuar la selección, serán considerados de gran importancia la personalidad y el carácter de los candidatos. Asimismo se juzgará si ha de ser un buen representante de su país en los Estados Unidos.» La solicitud debe presentarse antes del 30 de noviembre de 1959. Alfons Quintà lee la noticia en La Vanguardia del 8 de noviembre y le propone a su padre que ésa puede ser una solución. Marchar un año a Estados Unidos. Pero el padre o no lo ve, o está por otras cosas. El hijo necesita una autorización paterna para hacer la solicitud y el padre, por dejadez o precisamente porque está angustiado por su comportamiento, decide no firmarla. Y la negativa no hace otra cosa que ensanchar la distancia entre los dos. Alfons ya está más cerca del odio que del amor.

 

Aquel verano de 1959 Alfons ha viajado en coche junto a su padre y Josep Pla por el norte de España. Si alguien puede vencer las resistencias de su padre es Pla. Le escribe una carta a Palafrugell el 11 de noviembre: «Le ruego que usted solo le comente la posibilidad de que yo vaya [a Estados Unidos]. Espero que le aconsejará sobre lo que crea más conveniente, porque sobre mí está indeciso y confundido y ya he perdido más de un mes de clase». Junto a la carta adjunta el recorte del periódico. Pero el adolescente se queda en su país y pierde el curso sin hacer nada. Vagabundea. Son las informaciones que transmite Vicens a Pla. Ya puede mover los hilos su padre para que los profesores del instituto lo aprueben. No es ése el problema. Tampoco es incapacidad para concentrarse.

 

El adolescente Quintà empieza a leer compulsivamente los libros que compra en la librería de Ramon Canet (no olvida la lectura de El jugador de Dostoievski) o se familiariza con alguna prensa extranjera, para empezar, el International Herald Tribune . La abulia y el vagabundeo solitario por las calles de Girona más bien parecen signos de una temprana depresión no diagnosticada y que empeora. Naturalmente su padre se preocupa. Es consciente de que algo falla. La situación es suficientemente complicada para confesársela a Josep Tarradellas. Se lo ha comentado en Carcasona. Y Tarradellas, al volver a la casa de campo donde vive, lo comenta con su mujer y ella pregunta en el liceo donde estudia su hijo si tendrían plaza para el hijo de un amigo. Incluso le buscan una familia de confianza entre el vecindario para que le acojan. Los Tarradellas saben la verdad. Que está enfermo. Meses después le preguntan a su padre por una operación. ¿Ha ido bien? Desean que Alfons ya se haya restablecido.

 

Abril de 1960 es un período crítico para Alfons Quintà. Rompe con su mundo. Corta presentándose como un revolucionario. Sobre todo necesita huir. Vivir lejos de su padre, marcharse de Figueres. Cortar con los orígenes. Borrar el abandono. ¿Cómo hacerlo? Probablemente desde Barcelona redacta una carta que es la temprana radiografía de un espíritu torturado. El destinatario es Josep Pla y su padre no debe leerla. Trama una estrategia de ocultación por si cayese en manos de su padre, que a veces le lleva la correspondencia a Pla. La meterá dentro de un sobre en cuyo remitente escribe un nombre falso. No la enviará por correo convencional. La colocará en medio de un libro. Y a mano, garabateando letra menuda, justificará su estratagema. Lo que Alfons escribe no debe saberlo Acates. Quien lea la carta sabe de quién está hablando. Es un personaje literario. El acompañante de Eneas, el fiel amigo, el que siempre está cuando el héroe lo necesita. Acates es Josep Quintà. El héroe de Josep Quintà es Josep Pla. El enemigo de Alfons Quintà es Acates, su propio padre. Éste es el esquema de la tragedia y, en la arquitectura sentimental del adolescente, se mezclan rabia, rencor y desesperación. La carta es un espejo y refleja inteligencia. Una inteligencia en parte infantil y en parte maligna.

 

Señor:

 

Imagino que tan desagradable le será a usted recibir esta carta como a mí escribirla. Si así lo hago es porque no tengo más remedio.

Repetidas veces he pedido a mi padre que me firmase una autorización para poder pedir el pasaporte y otra para poder sacarme el carné de conducir. Las dos cosas, principalmente la primera, son vitales para mí si se tiene en cuenta la profesión que ejerceré el año que viene.

 

Si no lo pido antes de un mes deberé esperar dos años, ya que me encontraré en edad militar y por eso necesito la autorización urgentemente .

 

Como que a usted, burgués, mis necesidades de no burgués le deben hacer gracia, el motivo de la presente no es pedirle sus buenos oficios, sino comunicarle lo que sigue.

 

Si antes del 30 de este mes de abril mi padre no ha accedido incondicionalmente y no ha firmado las dos autorizaciones antes mencionadas, y teniendo en cuenta que si no lo hace sería completamente ilógico y la única explicación que tendría es que fuese una venganza personal, yo me vería en la necesidad de comunicarle al señor Juan Vicente Creix, inspector jefe de la Brigada Política Social de Barcelona con quien tengo relación, todo lo que sé sobre ustedes y otros miembros del «equipo». Eso me resultaría muy desagradable si se tiene en cuenta que a quien más comprometería sería al señor Ruiz del Valle, policía de Girona, que nada tiene que ver con sus puercas maniobras.

 

Aprovecho la ocasión para recordarle que es un delito grave verse en el extranjero con señores como Josep Tarradellas y Serra Moret, y de uno de estos encuentros tengo constancia fotográfica. Además le hago saber que tengo cartas del señor Tarradellas dirigidas a mi padre.

 

Espero de su espíritu de raciocinio que comprenderá que, por ser tan natural e insignificante lo que le pido, a lo que tengo derecho, que no será necesario llegar a extremos tan desagradables para todos. “De todas formas le doy mi palabra de honor de que en caso de que mi padre se negase, haría lo que le he dicho .

 

Le recuerdo que la fecha límite es el día 30 del mes en curso. Este día por la mañana telefonearé a mi madre para decirle si sabe si mi padre ha accedido y ha hecho lo solicitado.

 

Espero que esta carta defina exactamente y para siempre nuestras futuras relaciones.

 

Quintà

 

 

Quiere sacarse el carné de conducir y quiere tener pasaporte para poder irse del país. Pero es menor de edad, solo tiene dieciséis años, y necesita una autorización paterna. Josep Quintà no se la da y no hay manera de que su padre reconsidere la decisión. Las consecuencias inmediatas alteran sus planes de vida: no podrá trabajar en lo que tiene previsto y le tocará cumplir con el servicio militar. ¿Cómo puede ser que su padre le deteste tanto? Solo encuentra una explicación para esa conducta: el afán de venganza. Y como tiene que responder al ataque, Quintà encuentra una manera rebuscada para amenazarle. No solo a su padre. También al hombre de la vida de su padre. También a Josep Pla.

 

Los puede destruir con la información de la que dispone y sabe a quién le puede interesar. Lo que Alfons Quintà sabe implica a un inspector de policía: Eduardo Ruiz del Valle.

 

Es el jefe del departamento de Policía de Fronteras de Cataluña, y de la argumentación de la carta se desprende que esa persona permite a Quintà cruzar la frontera, pero que desconoce qué motiva los viajes de Pla y su padre. Alfons lo sabe. «Maniobras puercas». Puede referirse a los viajes que Pla hará acompañado de su padre para ingresar dinero en cuentas suizas o puede referirse a los viajes de conspiración política. ¿No sabe Pla que están en una conspiración ilegal? Porque Alfons Quintà sabe quién es quién. Sabe quién es el dirigente socialista exiliado Manuel Serra i Moret y sabe que Tarradellas es el presidente exiliado. Que se conocen puede demostrarlo, en el primer caso, porque tiene fotografías que atestiguan que se habían reunido en Perpiñán. De Tarradellas tiene las cartas que le ha dirigido a su padre. Tiene el relato, tiene los nombres y tiene las pruebas. Quintà tiene información y está dispuesto a usarla para chantajear a Josep Pla. La información es poder. Quintà lo aprende pronto. Porque sabe también a quién puede  interesarle lo que sabe. No dice la policía. Explicita el nombre del comisario de la Brigada Político Social de Barcelona: el torturador Juan Vicente Creix.

 

¿Tiene relación Creix con Quintà? ¿Qué tipo de relación? O es un farol o es el tipo de relación que se desprende de la carta: podría ser un confidente. Porque así amenaza a Pla. Si no consigue que su padre haga lo que él pide, los delatará. ¿Qué debe pensar Pla cuando lee la carta? Podría parecerle una chiquillada, pero también puede provocarle miedo. Porque a ese chaval lo conoce desde que ha nacido y, aunque a Pla los niños le importan más bien poco, sí sabe que aquél es problemático. O porque lo ha calado o porque se lo ha confesado su padre. Además, su amigo Vicens Vives se lo explica con cierto pormenor. Porque Vicens tiene razón. Lo de ese adolescente que se define ya en términos de clase y que le amenaza es un auténtico problema. Lo que Alfons Quintà ha descubierto es que la información sobre la conducta de los otros puede usarse como un poder para conseguir lo que uno quiere. Lo que Quintà parece no tener en cuenta es que su deseo no es una orden, y esa confusión, que es incapaz de resolver porque le obligaría a reconocer que su conducta se basa en el chantaje, se convierte en un elemento constitutivo de su personalidad adulta. Parece que los otros no le importan. Solo le importa él mismo.

 

Con la muerte de Jaume Vicens Vives en junio de 1960, la operación Tarradellas queda abortada. Tarradellas mantiene el contacto postal con Josep Quintà porque era la mejor manera de intentar mantenerlo activo con Pla, pero a Pla Tarradellas cada vez le parece menos interesante, arrugándose con un relato que poco tiene que ver con un presente de cambio. El político vuelve a ser un exiliado en el olvido, mientras el escritor sigue magnetizando el poder económico, en conexión con la política, que se ha regenerado con los Planes de Desarrollo. Emerge una burguesía moderna y que planta el mástil de su poder en la Costa Brava para reproducir las relaciones de las capitales y para reproducirse. En esas rutas del poder algunas van y vienen del Mas Pla a restaurantes de la zona. Aparece Pere Duran Farell —que lidera la llegada del gas desde Argelia— o veteranos que se han sabido adaptar a las nuevas coordenadas, como el economista Sardà —que sigue vinculado al Gobierno—, el periodista Ibáñez Escofet —cada vez más prestigioso en la prensa de Barcelona— o el financiero Ortínez —que a principios de 1963 deja de ser el estratega del textil, que va a menos, y se vincula al sector bancario, como delegado del Banco Bilbao en Cataluña—. Éstos son los hombres del Camelot de Pla.

 

Josep Quintà sigue sentado ante la mesa redonda que Pla congrega a su alrededor esté donde esté. Quintà los escucha, bebe con ellos y cuando termina la fiesta acompaña a Pla a su casa mientras el sol y la resaca vencen a la última copa de whisky y a la madrugada. El padre sigue integrado en la red, junto a la elite burguesa que pilota alguna de las dimensiones del desarrollismo en Cataluña, pero su hijo se descuelga de ese mundo. Su salida vital es el mar. Navegar para liberarse. Estudia en la Escuela de Náutica de Barcelona para hacerse oficial de la Marina Mercante. Durante un tiempo trabaja como marino en la ruta entre Barcelona y Menorca. En abril de 1963 es uno de los pocos oficiales que, previa solicitud oficial de ingreso, es admitido provisionalmente en la Milicia de la Reserva Naval, como consta en el Boletín Oficial del Ministerio de Marina. En el curso 63/64 empieza la carrera de Económicas en la Universidad de Barcelona. Está politizado y le interesa el cine. En una revista universitaria, clandestina, publica una crítica de Nunca pasa nada , de Juan Antonio Bardem, que se estrena ese 1963. También participa en un cinefórum donde se ve y se discute la épica soviética de El acorazado Potemkin . Tras la sesión unos pocos deciden improvisar una manifestación, fugaz como solo pueden serlo entonces.

 

Ese día conoce a Inmaculada. Empiezan a salir juntos. Él va a su casa a buscarla y caminan horas y horas por Barcelona. A ella, que estudia Filosofía y Letras, le parece que Alfons está absolutamente al día de las últimas novedades intelectuales francesas. Le deja libros, números de Les Temps Modernes . Y mientras caminan, él se confiesa. Lluïsa, su madre, es una mujer desgraciada por culpa de su padre. Lo odia. Es un odio absoluto cuyo fundamento es la conciencia reiterada del engaño. Una amante detrás de otra. Alfons lo repite obsesivamente y mezcla el odio con el afán revolucionario de acabar con la realidad burguesa en la que viven. Su compromiso parece absoluto. Tienen que estar preparados para cuando llegue la revolución, y estar dispuestos a los sacrificios que sean necesarios. El primero, no tener hijos. Para un revolucionario no hay otra causa que la revolución. Y cuando habla de revolución, habla de lucha armada. El paseo larguísimo que ha empezado a primera hora de la tarde los ha llevado hasta Montjuic. Allí hay un campo de tiro. Y Quintà dispara, preparándose para la revolución y pensando en su padre. Hasta que la utopía violenta queda desactivada en un vagón de tren.

 

Tren número 1160. Estación de origen: Portbou. Estación de llegada: Barcelona. Él sube en Figueres. Dos guardias civiles de la aduana volante revisan las maletas del pasaje. En la suya encuentran unos veinte libros, la mayoría escritos en francés. Una fotografía de Lenin ilustra la portada de uno de ellos. Al propietario de la maleta lo detienen acusado de propaganda ilegal. En el atestado, la policía dirá que eran cuarenta y cuatro libros, ocho revistas y tres folletos, ejemplares de periódicos y recortes de prensa. Metralla ideológica comunista y «una bandera catalana separatista». En Barcelona la autoridad le pidió que lo llevase a su piso para hacer un registro. Más de lo mismo. Libros, folletos y revistas de la misma ideología. Es el 3 de junio de 1964. Dos semanas sin libertad.

 

La red de Pla se activa. El 22 de junio el escritor consigna en su agenda que han dejado a Alfons en libertad provisional. Pero queda pendiente el juicio en el Tribunal de Orden Público. El día 25 de junio Pla y los Quintà —padre e hijo— se desplazan a Barcelona y se ven con Ortínez, Carabén o Ibáñez Escofet. Un día el joven va al camping donde Inmaculada está trabajando. Lo acompaña su padre. Hablan un rato. Se despiden. La pareja no se verá nunca más. Parece el último verano de Alfons Quintà ligado a su padre y a la red de Pla. La noche del 25 de julio se apunta a la comida de la elite empresarial a la que se han sumado dos invitados que llegan al Mas Pla en el coche de los Quintà: son Joan Fuster y el cantautor Raimon. Cenan. Beben. Hablan y vuelven a beber. La madrugada les atrapa con el vaso en la mano y se quedan a dormir en la casa. Aprovechando que Dionisio Ridruejo ha vuelto del exilio y veranea en la Costa Brava, los Quintà lo visitan en Tamariu y le piden un favor. “¿Podrían recomendarle un abogado que defienda a su hijo ante el Tribunal de Orden Público? El antiguo falangista, que ya es un socialdemócrata de oposición, tiene un buen candidato: el monárquico Fernando Álvarez de Miranda.

 

Una vez que ya tienen abogado, el padre Quintà se mueve buscando contactos para influir en el jurado. Escribe a un hombre del cuarto poder perfectamente integrado en el sistema, alguien que ha conocido en la red de Pla y que veranea en Calella. Es Carles Sentís. Es la máxima expresión del capital social consolidado gracias a su presencia en los medios oficiales. No se han visto desde hace años, pero él tal vez podría hacer algo. Josep Quintà le pide que plantee el caso de su hijo a algunos de los jueces del tribunal. La carta está fechada el 14 de septiembre y la vista oral se celebrará el día 26. «Espero comprendas mi estado de ánimo, que es lo que me lleva a pedirte este favor; inútil es decirte que estoy a tu disposición para cualquier cosa que quieras de mí siempre.» Sentís cumple.

 

Escribe a José Antonio P. Torreblanca. Le explica lo sucedido y así descubrimos cuál podía ser la condena.

 

«El fiscal ha pedido tres años y cien mil pesetas. Su caso se ve el sábado próximo. El sumario es el 124/64, rollo 163/64. Esta petición del fiscal me parece realmente desmesurada no solo en el aspecto procesal. Con casos como éste, creo yo, se fomentan en determinadas personas jóvenes unas apreciaciones que, en principio, no tendrían.» El día 26 se celebra la vista. Una de las cuatro de esa mañana. La agencia de noticias Cifra difunde un comunicado de prensa que acaba así: «Por último se vio la causa seguida contra Alfonso Quintà Ladarnuy —sobrino de José Pla— a quien el fiscal pidió tres años de prisión menor y multa de cien mil pesetas por el delito de asociación y propaganda ilegal». El día 30 es condenado con pena de cárcel. Seis meses y un día. No deberá ingresar en prisión, pero sí pagar diez mil pesetas (si no las pagaba estaría un mes arrestado). Fernando Álvarez de Miranda decide presentar un recurso. No es propaganda ilegal y lo defenderá en el Tribunal Supremo. Es una politización de su caso. Alfons Quintà lo comenta con Josep Benet, al que había visto de pequeño navegando en la barca de su padre en Roses y que ya es un abogado que defiende a militantes antifranquistas en el Tribunal de Orden Público. Lo hablan saliendo del despacho donde trabaja Benet, el día que se manifiestan juntos en la Plaça del Rei para protestar por que el régimen y las tensiones internas han conseguido que el abad Escarré de la abadía de Montserrat —un símbolo religioso y político— tenga que marcharse a vivir a Italia. Al centenar de personas congregadas los dispersan rápidamente las porras de los grises.

 

Antes de celebrarse el nuevo juicio, Alfons Quintà es expulsado de la Reserva Naval. «Jefatura de Instrucción. Milicia de la Reserva Naval. Bajas. O.M. 2341/65 por la que se dispone la baja en la Milicia de la Reserva Naval del cabo segundo Alfonso Quintà Sadurní.» Diario Oficial del Ministerio de la Marina del 5 de junio de 1965. Todo se está torciendo. Tres semanas después recibe una comunicación oficial que es la puntilla a su proyecto de vida. Ni la Marina Mercante ni Económicas. Debe incorporarse al servicio militar. Es destinado a la fragata Sarmiento Gamboa de Cartagena. Tampoco podrá examinarse. Tiene veintidós años, casi veintitrés. Si nadie lo remedia, le toca cumplir con el servicio militar hasta 1967. El esfuerzo de más de un lustro para huir del origen concluye con un interrogante. ¿Qué será de su vida?...”

 

 

[ Fragmento de: Jordi Amat. “El hijo del chófer” ]

 

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