jueves, 16 de junio de 2022

 

[ 161 ]

 

LA GALLINA CIEGA

MAX AUB

 

 (...)

 

27 de agosto (1969)

 

Carmen no tiene la menor idea de si la botella de Moët es obsequio del director del hotel o costumbre de la casa.

¡Qué bien, Magda! ¡Qué bien todas esas afanosas jóvenes y otras no tanto!

X., a los mismos años que los demás, más viejo. Con Fernando, que viaja porque prefirió el comercio, y le fue bien:

 

—Cuando nos fuimos, cuando la Universidad quedó desierta, cuando la Ciudad Universitaria quedó en ruinas, cuando se hizo el vacío —el que no puede existir— surgió la invasión de la mediocridad. Y lo cubrió todo durante largos años. Y todo fue lodo. Y eso fue todo. Y perdona el consonante.

 

—La gran tristeza para los que todavía conocimos una España esperanzada fue precisamente la pérdida de la esperanza. Pero no queréis comprender que se ha perdido porque, en parte, se ha realizado lo que queríais: la gente vive mejor pero, sobre todo, ve el camino para llegar a ello sin pasar por el sueño de la revolución. España ha dejado de ser romántica: ya no es la de: ¡Victoria o muerte!, o, si quieres, la de: ¡No pasarán!, sino la de la mediocridad o mediocricidad mejor o peor; es la España del refrigerador y de la lavadora; la vieja de pan y toros, del fútbol y la cerveza. Ya no hay bandidos debido a la multiplicación de los bancos. Bandidos de los que se jugaban la vida, como es natural: ahora las carreteras son seguras y las carreras aseguradas. Ya no hay atentados. La muerte ha pasado a ser exclusiva del Estado. Todos los anarquistas de los años veinte han perecido. Ya no hay atentados, ya no se queman iglesias, ya meten a los curas en la cárcel. España se ha vuelto colonia. En parte colonia norteamericana y en otra una enorme colonia de vacaciones. Pero, de hecho, una colonia hispanoamericana. Se ha transformado en lo que llevó a cabo durante siglos en tierras de América, con la ventaja de haber conquistado un país con cierta cultura, de algún nombre. No que hayan llegado los sur o centroamericanos, estandarte desplegado y cruz alzada, pero nos hemos vuelto adictos a la mordida, como decís en México, a la desvergüenza, a la ignorancia, al enriquecimiento simoniaco. Antes éste era un país decente. Ahora los europeos han alquilado la costa del Mediterráneo, la han desfigurado a fuerza de rascacielos y la gente, ellos y nosotros, felices, rascándose el ombligo o la espalda con una miniatura. Santander y San Sebastián, las playas de Asturias, se han quedado para los multiplicados castellanos, mientras los catalanes se confunden felices con los franceses y los alemanes en la Costa Brava y en la otra que no lo es tanto. Galicia se mantiene todavía en la cuerda floja. Pero ya caerá. Las rías serán los ríos que irán a dar a la mar de las vacaciones pagadas.

 

—¿Y los anarquistas?

Se sorprende: —¿Qué anarquistas?

 

—No me vas a decir que hay comunistas y no hay organización de la CNT o de la FAI.

 

—Lo ignoro. Pero casi estoy por decírtelo.

 

—Bueno. No tendría nada de particular. Pero por una razón distinta de la que supones; sin contar que hablar de una organización anarquista es ya un contrasentido. Pero, a pesar de todo, en muchos españoles revolucionarios —si los hay— duerme un anarquista, aunque sea comunista o simpatizante.

 

—¿No crees que si se dieran las oportunidades necesarias volverían a aparecer los zipizapes de la CNT?

 

—No. Tú, porque todavía ves las cosas con ojos de hace treinta o cuarenta años.

 

—No tengo otros. Pero no se trata de eso. Ya viste que me puedo remontar adonde quieras: los surrealistas eran anarquistas sin saberlo. Lo descubrieron el 36. Hay alguna carta de Benjamin Péret a Bretón más clara que todas mis novelas. No me atrevería nunca a presentar las cosas así sin enfrentarlas a sus contrarias.

 

—Orwell.

 


—Sí. Al final resultará que habrá, de los extranjeros, tan buenas novelas anarquistas como… No quisiera decir comunistas ni marxistas —no sería verdad— para entendernos digamos: republicanas. Porque no quisiera que la gente se olvidara que Sanjurjo se levantó contra Azaña y no contra Durruti o la Pasionaria. La rebelión militar fue contra la República y eso lo han olvidado —aquí y fuera de aquí— todos menos un puñado de viejos, como tú y como yo. Se las pusieron como a Fernando VII.

 

—¿A quién?

 

—A Franco. Mira: sabes que hago un libro sobre Buñuel. He visto una carta de su hermano Alfonso, que debió nacer el 15, tenía pues 21 años el 36. Vivía en Madrid. No sé si en la Residencia, pero formaba parte, como allegado, de nuestro grupo. El 1954 o por ahí (había de morir de cáncer, creo, en 1962), escribió unas líneas a un joven admirador de su hermano acerca del tiempo pasado; no tienes idea del revoltijo que arma: todos unos. Como todos somos o fuimos comunistas para quien tú sabes. Esa ignorancia que trepa como hiedra…

 

—Pero no sólo aquí.

 

—De acuerdo. Pero en otros sitios (no todos) puedes defenderte, protestar.

 

—¿A los treinta años del suceso? ¿Tanto interés tienes en hacer el ridículo? ¿Quién se acuerda? ¿Quién se interesará?

 

—Yo. Tienes razón.

 

Carmen Balcells

 

—¿Dónde puse esto? ¿Dónde dejé mi bolso?

 

—No lo encuentro. ¡Magda!

 

—Mira: todo esto es de Gabo. (Un carpetón).

(Se acerca a la puerta, la entreabre):

 

—¿Habéis visto el contrato de Norman?

(Vuelve).

 

—Mira: una enciclopedia. Fenomenal. ¡Magda! Si no se espabila una… Ya puedes suponer que con la literatura no se come. (Al teléfono). No lo sé. ¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Tú lo sabrás! ¡Adeu, maco! (Cuelga). ¡Los hombres! ¿Me perdonaréis un minuto? ¡Magda!

 

—Oye ¿no sabes dónde está la contestación…? (Se cierra la puerta).

 

—¡Uf! No tengo ni un minuto. Pero lo que se dice ni un minuto. Y el pobre nano, solo en casa. Yo no sé cómo me las voy a arreglar. El día debiera tener 48 horas. ¿Comer mañana? No. No puede ser. Además, no me conviene. Mira, ¡mira cómo estoy! ¿El sábado? El sábado, no. Si le quito a Luis el ir el sábado a Cadaqués, se muere y me mata. No. No. ¿Hidalgo? No te conviene. De ninguna manera. ¿Por qué? ¡Ay, fill meu! Porque no te conviene. Tú, déjame a mí. Bueno, ¿vamos o no vamos? Esperad un momento… ¡Magda! ¿Ya está el contrato de la Wintercraft? ¿Aún no? Pero ¡en qué estáis pensando! ¡Tengo yo que estar en todo, en todo, en todo…! No, el ascensor no sirve para bajar. ¡Ah! Se me olvidaba: cenamos pasado mañana en casa de los Oliver… Un momento… (Abre su bolso, saca las llaves. Vuelve a abrir la puerta). Estoy en cá Blanch. Ya sabéis.

 

—¡Ay, mira éste! ¿Estos calcetines te has comprado? ¿No te mueres de la vergüenza? En seguida voy a comprarte unos decentes. No te muevas. Ni tú tampoco. Ahora vuelvo. He dicho que no os mováis. A las cinco tienes a Porcel, a las seis a Velázquez y a las siete nos vamos a casa de Montserrat. ¿Lo has apuntado? ¿Tienes la dirección? Yo vuelvo ahora, en seguida, pero me voy porque tengo que hacer. ¿En qué estás pensando?

 

Anda, va, viene, corre, sube, baja, pone el coche en marcha, insulta al chófer vecino, impugna, niega, reniega, ataca, discute, arguye, redarguye, se opone, propone, rechaza, piensa, organiza, siempre tiene qué decir, apenca, adelanta, clama al cielo, pone en el disparadero, reclama, pierde, encuentra, come, bebe, tercia, paga el pato y la cuenta. Se enfada, se alegra, o, al revés, según el día o la hora, logra su utilidad y sus ventajas y las de los demás, con impulso, vehemencia, lamentaciones, interrupciones, telefonazos a diestro y siniestro:

 

—¿Dónde puse mi cartera?

 

—¿Dónde puse mis llaves?

 

—Tenemos que estar a las seis…

 

—Tenemos que estar a las siete…

 

—Apunta: a los ocho, firma con Carlos. A las ocho y media, desayuno con los franceses: no te olvides del contrato ni de añadir la cláusula que quiere Jorge y que me parece necesaria; a las diez aquí: tú, me tienes preparada la firma y las cartas para Doubleday y Gallimard y ponle otra a Piper diciéndole que no. A las once y media viene por mí Oliver para ver a Fontanals, en Gracia, a ver si nos arreglamos con Esther. Como con los de la Guggenheim para ver si acabo de arrancarles lo necesario para la beca de Gonzalo. A las cuatro y media tengo que pasar por Tiempo para revisar el artículo de Pons, no se le vaya a ir la mano como hace quince días. A las cinco y media, no tengo más remedio que ver a quien tú sabes. Nos encontraremos a las siete, a ver qué hubo por aquí por la tarde y tenme listo lo que haya que firmar. Ceno con Ana María, en Sitges, tiene que contarme todos sus asuntos y tenemos que discutir el arreglo con Alianza… Así que…

 

—Tengo que comprar el pan. ¡Luis, la leche!

 

—Tengo que llevar a Luis Miguel al colegio.

 

Sin calma sin tregua sin espacio:

 

—Me voy mañana a Londres.

 

—Volveré de Roma el miércoles.

 

—No se te olvide…

 

No se te olvida, adorable agente 007, 08, 09, 010.

Y no te enfades: no vale la pena. Vales más.

Comemos espléndidamente. (¿Qué no sabe?), Y no hay manera de pagar.

 

—Ya pagarás en México.

 

Físicamente Barcelona no ha cambiado, en su meollo, gran cosa.

 

—Al fin y al cabo los europeos de hoy han hecho bueno al Campoamor de ayer:

 

No os podéis figurar cuánto me extraña

que, al ver sus resplandores,

el sol de vuestra España,

no tenga, como el de Asia, adoradores.

 

—Los tiene, y más de los que pudo suponer el autor de El tren expreso; amontonados en Volkswagen y en chárters. Cuéntalos y no acaban. ¿Vienen a embobarse con el Escorial, el Prado o la Alhambra? ¡Dios les libre! Como lo predijo la heroína epónima del don Ramón de las Doloras: por el sol. Aunque el vino, el chorizo, las gambas, el arroz, la baratura y la cercanía tengan algo que ver con el rito…”

 

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Max Aub. “La gallina ciega” ]

 

*


 

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