martes, 21 de junio de 2022

 

[ 166 ]

 

HISTORIAS DE ALMANAQUE

Bertolt Brecht

 

 

 

EL SOLDADO DE LA CIOTAT

 

Fue después de la primera guerra mundial. Durante una feria organizada con motivo de la botadura de un barco en un pequeño puerto del sur de Francia llamado La Ciotat, descubrimos, en medio de una plaza, la estatua en bronce de un soldado del ejército francés. Viendo cómo la gente se arremolinaba en torno a ella, decidimos aproximarnos. Cuál no sería entonces nuestra sorpresa cuando nos percatamos de que en realidad se trataba de un hombre de carne y hueso que, cubierto por un capote color tierra y con un casco de acero en la cabeza y una bayoneta bajo el brazo, permanecía completamente inmóvil sobre un zócalo de piedra, desafiando el ardiente sol de junio. Tenía el rostro y las manos pintados de color de bronce. No movía un solo músculo; ni siquiera pestañeaba.

A sus pies, apoyado contra el zócalo, había un trozo de cartón que rezaba:

 

 

«EL HOMBRE ESTATUA»

(Homme Statue)

 

Yo, Charles Louis Franchard, soldado del … regimiento, a consecuencia de haber quedado sepultado frente a Verdún, poseo la rara habilidad de permanecer completamente inmóvil, como una estatua, durante el tiempo que se me antoje. Esta facultad mía ha sido estudiada por muchos profesores, que la han calificado de enfermedad inexplicable. «¡Dad vuestro pequeño óbolo a un padre de familia sin trabajo!» Arrojamos una moneda al plato que había junto al cártel y nos alejamos meneando la cabeza.

 

He ahí, pensábamos, armado hasta los dientes, al indestructible soldado de tantos milenios; el que hizo posibles las hazañas de Alejandro, de César y Napoleón, de las que hablan los manuales. Hele ahí sin pestañear siquiera. He ahí al arquero de Ciro, al conductor de los carros falcados de Cambises, al que las arenas del desierto no consiguieron sepultar, al legionario de César, al lancero de Gengis-Khan, al suizo de Luis XIV y al granadero de Napoleón. Posee la facultad —no tan excepcional después de todo— de no chistar jamás cuando se ensayan sobre él todos los instrumentos de destrucción imaginables. Es capaz de mostrarse insensible —según dice— cuando le envían a la muerte. Atravesado por las lanzas de todas las épocas: de piedra, bronce o hierro, aplastado por los carros de combate, tanto los de Artejerjes como los del general Ludendorff, pisoteado por los elefantes de Aníbal y los caballos de Atila; destrozado por los proyectiles de artillería, cada vez más perfeccionados, de las distintas épocas, así como por las piedras de las catapultas; acribillado por las balas de los fusiles, grandes como huevos de paloma o diminutas como abejas; hele ahí, indestructible, siempre dispuesto a cumplir las órdenes que se le imparten en todos los idiomas, sin saber nunca por qué ni para qué. Las tierras que conquistó nunca llegaron a pertenecerle, como el albañil tampoco ocupa nunca la casa que con sus manos construyó. Ni siquiera era suya la tierra que defendía. Mas él todo lo soporta; por encima, la lluvia mortífera de los aviones y la brea ardiente que derraman sobre su cabeza desde lo alto de las murallas de la ciudad enemiga; por debajo, minas y trampas; a su alrededor, la peste y los gases asfixiantes. Blanco viviente para lanzas y flechas, picadillo de tanque, carne de cañón; tiene enfrente al enemigo, y detrás, al general. ¡Incontables manos tejieron su jubón, trabajaron su arnés, cortaron el cuero para sus botas! ¡Incontables bolsillos se llenaron a expensas suyas! No ha habido dios que le bendijera. ¡A él, que está atacado por la horrible lepra de la paciencia, a él, que está minado por el mal, incurable, de la insensibilidad! ¿Qué extraño sepultamiento —pensábamos— provocaría en aquel hombre tan monstruosa, horrenda y enormemente contagiosa enfermedad? Pero —nos preguntábamos— ¿no tendrá ésta cura a pesar de todo?

 

 

 

[ Fragmento de: Bertolt Brecht. “Historias de almanaque” ]

 

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2 comentarios:

  1. Tal vez esa tremenda pregunta no obtenga la respuesta que muchos deseamos, hasta que se haya perdido, definitivamente, toda esperanza.

    Salud y comunismo


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    1. Tan tremenda como certera y estimulante esa pregunta que Brecht, como buen dialéctico, sitúa justo al final del texto. De tal manera que, antes de que el ocasional lector se pierda en imaginarias elucubraciones o interpretaciones más o menos subjetivistas, lo coloca ante la que él considera cuestión clave: ¿qué puede hacer el ser humano, primero para tomar conciencia de la enfermedad ‘que padece porque le hacen padecer’ y luego, si es el caso, para emanciparse de su actual estado crecientemente explotado, alienado, cosificado, fetichizado…?

      Tzun Tzu: “Los que consiguen que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores maestros del Arte de la Guerra.”

      Salud y comunismo

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