miércoles, 22 de junio de 2022

 

 

[ 167 ]

 

POR EL BIEN DEL IMPERIO

Josep Fontana

 

 

LA CUESTIÓN DE BERLÍN

 

La desastrosa situación a que hubo de hacer frente en los primeros meses de su gestión condicionó a Kennedy en su encuentro con Jrushchov en Viena, a comienzos de junio de 1961. Kennedy necesitó el auxilio de los estimulantes e inyecciones habituales para hacer frente a Jrushchov, quien cometió el error de tratar a su joven colega «como una prima donna que se enfrenta a una debutante», amenazándole con firmar una paz por separado con la República Democrática Alemana, lo que pondría fin a los derechos de acceso de las potencias al Berlín Occidental, sin darse cuenta de que, a diferencia de Eisenhower, a quien había planteado anteriormente esta misma amenaza, Kennedy aspiraba sinceramente a la distensión, por lo menos en este terreno. El presidente norteamericano, que creía que Jrushchov se había mostrado intransigente con él porque su fracaso en la invasión de Cuba le hizo creer que era débil —y en efecto, Jrushchov había dicho a los suyos, para justificar la dureza de la posición que pensaba adoptar, que lo sucedido en Bahía de Cochinos demostraba que el poder no estaba en los Estados Unidos en las firmes manos de un líder—, regresó de Viena descorazonado y con ansias de devolver el golpe.

 

 

Eran momentos de tensión entre Jrushchov y Ulbricht, que esperaba un apoyo político más firme de los soviéticos y justificaba la diferencia entre ambas zonas alemanas por el hecho de que los rusos habían estado sacando recursos del este en concepto de reparaciones, mientras los occidentales vertían millones de dólares de ayuda al oeste. Ante la perspectiva de que la situación en Berlín se prolongase durante mucho tiempo, y vista la necesidad de cortar el flujo de ciudadanos que pasaban al oeste y, a la vez, de dificultar las numerosas actividades de espionaje y subversión que se organizaban desde la zona occidental, Jrushchov aceptó en agosto de 1961 la sugerencia de Ulbricht de levantar una barrera de separación entre ambas zonas de Berlín, lo que de algún modo aliviaría la tensión. Kennedy diría en privado: «un muro es muchísimo mejor que una guerra», pero no dejó de aprovechar «el muro de la vergüenza» como objeto de propaganda.

 

Los soviéticos manejaban estas cuestiones con prudencia, pero no se podía esperar lo mismo de Ulbricht y de los alemanes orientales, como lo demostró el incidente que se produjo en el check-point Charlie, en una ocasión en que los soldados de la Alemania oriental pidieron la documentación a un diplomático de la misión norteamericana en Berlín, Allan Lightner, que el 22 de octubre de 1961 se disponía a cruzar con su esposa la frontera de la zona oriental para dirigirse a la ópera. Como representante de una de las cuatro potencias ocupantes, Lightner se negó a aceptar la autoridad de los funcionarios de la Alemania del este para pedirle la documentación y exigió hablar con un funcionario soviético. Se produjeron forcejeos y escenas de tensión, y el 27 de octubre llegó a haber hasta 33 tanques soviéticos frente a los tanques norteamericanos del otro lado (de hecho el general Clay había pedido a Washington autorización para hacer una incursión en Berlín Este), en una situación que se resolvió cuando, a la mañana siguiente —como consecuencia, al parecer, de un contacto de Jrushchov con Kennedy a través de su hermano Robert y del coronel Bolshakov—, los tanques soviéticos empezaron a retirarse y los norteamericanos hicieron lo mismo veinte minutos más tarde.

 

El incidente pudo haber tenido consecuencias muy graves, puesto que tanto soviéticos como norteamericanos pusieron en estado de alerta sus fuerzas en el mundo entero: mientras en el check-point Charlie tenían lugar estos incidentes, cuatro submarinos norteamericanos aguardaban en el mar del Norte con sus misiles Polaris preparados para atacar objetivos de la Unión Soviética. Pero la forma en que se resolvió el conflicto tuvo la virtud de convencer a Jrushchov de que los norteamericanos no iban a entrar en una guerra por Berlín, lo que explica que decidiera, tras el XXII congreso del PCUS, en octubre de 1961, anular el ultimátum que le había planteado a Kennedy en Ginebra.

 

Eran momentos en que algunos pensaban en Norteamérica que se necesitaba una política de negociaciones para resolver el problema alemán, ya que entendían que los soviéticos estuviesen preocupados por el hecho de que se hubiesen colocado armas nucleares en la Alemania occidental y que se hablase de conceder su control a la OTAN o incluso a los propios alemanes, en momentos en que estos tenían a su frente alguien tan poco de fiar, desde el punto de vista soviético, como Adenauer.

 

 

Eisenhower y Foster Dulles no habían sido capaces de entender que lo que los rusos querían era seguridad y, si Kennedy se la hubiese ofrecido, la guerra fría habría podido terminar, por lo menos en su escenario europeo. Pero aunque Kennedy mantuvo el control del armamento atómico en manos norteamericanas y evitó que los alemanes occidentales pudiesen acceder a él, con el fin de desvanecer los miedos de los soviéticos, no podía hacer más concesiones por razones de prestigio. Como dijo uno de sus asesores: «A medida que la crisis se hace más tensa, la capacidad de la administración para sumarse a cualquier política que implique “concesiones” a los soviéticos disminuye, por miedo a que la oposición la ataque como “apaciguamiento”».

 

 

 

[ Fragmento de: Josep Fontana. “Por el bien del imperio” ]

 

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