sábado, 18 de junio de 2022

 

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LA VOLUNTAD

Azorín

 

 

“El maestro saca del bolsillo un periódico y lo despliega.

 

—Hoy he leído aquí —añade—, una crónica de un discípulo mío… se titula La Protesta… quiero leértela porque pinta un período de nuestra vida que acaso, andando el tiempo, se llame en la historia La época de La regeneración.

 

Y Yuste, bajo la higuera que plantó S. Pascual, un místico, un hombre austero, inflexible, ha leído este ejemplar de ironía amable:

 

«Y en aquel tiempo en la deliciosa tierra de Nirvania todos los habitantes se sintieron tocados de un grande y ferviente deseo de regeneración nacional.

 

¡Regeneración nacional! La industria y el comercio fundaron un partido adversario de todas las viejas corruptelas; el Ateneo abrió una amplia información en que todos, políticos, artistas, literatos, clamaron contra el caciquismo en formidables Memorias; los oradores trinaban en los mitins contra la inmoralidad administrativa…

 

Y un día tres amigos —Pedro, Juan, Pablo—, que habían leído en un periódico la noticia de unos escándalos estupendos, se dijeron: «Puesto que todo el país protesta de los agios, depredaciones y chanchullos, vamos nosotros, ante este caso, a iniciar una serie de protestas concretas, definidas, prácticas; y vamos a intentar que bajen ya a la realidad, que al fin encarnen, las bellas generalizaciones de monografías y discursos».

 

Y Pedro, Pablo y Juan redactaron una protesta. «Independientemente de toda cuestión política —decían— manifestamos nuestra adhesión a la campaña que D. Antonio Honrado ha emprendido contra la inmoralidad administrativa, y expresamos nuestro deseo de que campañas de tal índole se promuevan en toda Nirvania». Luego, los tres incautos moralizantes imaginaron ir recogiendo firmas de todos los conspicuos, de todos los egregios, de todos los excelsos de este viejo y delicioso país de Nirvania…

 

Principiaron por un sabio y venerable exministro. Este exministro era un filósofo; era un filósofo amado de la juventud por su bondad, por sus virtudes, por su inteligencia clara y penetrante. Había vivido mucho; había sufrido los disfavores de las muchedumbres tornadizas; y en su pensar continuo y sabio, estas íntimas amarguras habían puesto cierto sello de escepticismo simpático y dulce…

 

—¡Oh, no! —exclamó el maestro—. Yo soy indulgente; yo creo, y siempre lo he repetido, que todos somos sujetos sobre bases objetivas, y que son tan varios, diversos y contradictorios los factores que suscitan el acto humano, que es preferible la indiferencia piadosa a la acusación implacable… Y tengan ustedes entendido que una campaña de moralidad, de regeneración, de renovación eficaz y total, sólo puede tener garantías de éxito; sólo debe tenerlas, en tanto que sea genérica, no específica, comprensora de todos los fenómenos sociales, no determinadora de uno solo de ellos…

 

Pedro, Juan y Pablo se miraron convencidos. Indudablemente, su ardimiento juvenil les había impulsado a concreciones y personalidades peligrosas. Había que ser genérico, no específico. Y volvieron a redactar la protesta en la siguiente forma: «Independientemente de toda cuestión política, manifestamos nuestra adhesión a toda campaña que tienda a moralizar la Administración pública, y expresamos nuestro deseo de que campañas de tal índole se promuevan en Nirvania».

 

Después, Pedro, Juan y Pablo fueron a ver a un elocuente orador, jefe de un gran partido político.

 

—Yo entiendo, señores —les dijo—, que es imposible, y a más de imposible injusto, hacer tabla rasa en cierto y determinado momento, de todo aquello que constituyendo el legado de múltiples generaciones, ha ido lentamente elaborándose a través del tiempo por infinitas causas y concausas determinadoras de efectos que, si bien en parte atentatorios a nuestras patrias libertades, son, en cambio, y esto es preciso reconocerlo, respetables en lo que han coadyuvado a la instauración de esas mismas libertades, y a la consolidación de un estado de derecho que permite, en cierto modo, el libre desarrollo de las iniciativas individuales. Así, en resumen, yo he de manifestar que, aunque aplaudo, desde luego, la noble campaña por ustedes emprendida, y a ello les aliento, creo que hay que respetar, como base social indiscutible, aquello que constituye lo fundamental en el engranaje social, o sea los derechos adquiridos…

 

Otra vez los tres ingenuos regeneradores tornaron a mirarse convencidos. Indudablemente, el ilustre orador tenía razón; había que hacer una enérgica campaña de renovación social, pero respetando, respetando profundamente las tradiciones, las instituciones legendarias, los derechos adquiridos. Y Pedro, Juan y Pablo, de nuevo redactaron su protesta de este modo: «Independientemente de toda cuestión política, y sin ánimo de atentar a los derechos adquiridos, que juzgamos respetables, ni de subvertir en absoluto un estado de cosas que tiene su razón de ser en la historia, manifestamos nuestro deseo de que los ciudadanos de Nirvania trabajen en favor de la moralidad administrativa.»

 

Siguiendo en sus peregrinaciones los tres jóvenes visitaron luego a un sabio sociólogo. Este sociólogo era un hombre prudente, discreto, un poco escéptico, que había visto la vida en los libros y en los hombres, que sonreía de los libros y de los hombres.

 

—Lo que ustedes pretenden —les dijo— me parece paradójico e injusto. ¡Suprimir el caciquismo! La sociedad es un organismo, es un cuerpo vivo; cuando este cuerpo se ve amenazado de muerte, apela a todos los recursos para seguir viviendo y hasta se crea órganos nocivos que le permitan vivir… Así la sociedad española, amenazada de disolución, ha creado el cacique que, si por una parte detenta el poder para favorecer intereses particulares, no puede negarse que en cambio subordina, reprime, concilia estos mismos intereses. Obsérvese a los caciques de acción, y se les verá conciliar, armonizar los más opuestos intereses particulares. Suprímase el cacique y esos intereses entrarán en lucha violenta, y las elecciones, por citar un ejemplo, serán verdaderas y sangrientas batallas…

 

Por tercera vez Pedro, Juan y Pablo se miraron convencidos y acordaron volver a redactar la protesta en esta forma:

 

«Respetando y admirando profundamente, tanto en su conjunto como en sus detalles, el actual estado de cosas, nos permitimos, sin embargo, hacer votos por que en futuras edades mejore la suerte del pueblo de Nirvania, sin que por eso se atente a las tradiciones ni a los derechos adquiridos.

 

Y cuando Pedro, Juan y Pablo, cansados de ir y venir con su protesta, se retiraron por la noche a sus casas, entregáronse al sueño tranquilos, satisfechos, plenamente convencidos de que vivían en el más excelente de los mundos, y de que en particular era Nirvania el más admirable de todos los países.»

 

 

El maestro calló. Y como declinara la tarde, al levantarse para regresar al pueblo, dijo:

 

—Esto es irremediable, Azorín, si no se cambia todo… Los unos son escépticos, los otros perversos… y así caminamos, pobres, miserables, sin vislumbres de bonanza… arruinada la industria, malvendiendo sus tierras los labradores… Yo les veo aquí en Yecla morirse de tristeza al separarse de su viña, de su carro… Porque si hay algún amor hondo, intenso, es este amor a la tierra… al pedazo de tierra sobre el que se ha pasado toda la vida encorvado…”

 

 

[ Fragmento de: Azorín. “La voluntad” ]

 

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1 comentario:

  1. Y todavía una vuelta de tuerca más a su proclama tras consultar con la CIA.

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