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JUAN DE MAIRENA
Antonio Machado.
(…)
(Prácticas de oratoria).
“—Señores (habla Rodríguez, aventajado discípulo de Mairena): Nadie menos autorizado que yo para dirigiros la palabra: mi ingenio es nulo; mi ignorancia, casi enciclopédica. Encomiéndome, pues, a vuestra indulgencia. ¿Qué digo indulgencia? ¡A vuestra misericordia!
LA CLASE. ¡Bien!
MAIRENA. No se achique usted tanto, señor Rodríguez. Agrada la modestia, pero no el propio menosprecio.
—Señores (habla Rodríguez, erguido, ensayando un nuevo exordio): Pocas palabras voy a deciros; pero estas pocas palabras van a ser buenas. Aguzad las orejas y prestadme toda la atención de que seáis capaces.
Silencio de estupefacción en la clase.
UNA VOZ. Nos ha llamado burros.
EL ORADOR (mirando a su maestro). ¿Sigo?
MAIRENA. Si es cuestión de riñones, adelante.
* * *
Amar a Dios sobre todas las cosas —decía mi maestro Abel Martín— es algo más difícil de lo que parece. Porque ello parece exigirnos: primero, que creamos en Dios; segundo, que creamos en todas las cosas; tercero, que amemos todas las cosas; cuarto, que amemos a Dios sobre todas ellas. En suma: la santidad perfecta, inasequible a los mismos santos.
* * *
Nuestro amor a Dios —decía Spinoza— es una parte del amor con que Dios se ama a sí mismo. «¡Lo que Dios se habrá reído —decía mi maestro— con esta graciosa y gedeónica reducción al absurdo del concepto de amor!». Los grandes filósofos son los bufones de la divinidad.
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De lo uno a lo otro es el gran tema de la metafísica. Todo el trabajo de la razón humana tiende a la eliminación del segundo término. Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía en lo otro, en «La esencial Heterogeneidad del ser», como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno.
* * *
(Fragmento de clase).
MAIRENA. Señor Martínez, salga usted a la pizarra, y escriba:
Las viejas espadas de tiempos gloriosos…
Martínez obedece.
MAIRENA. ¿A qué tiempos cree usted que alude el poeta?
MARTÍNEZ. A aquellos tiempos en que esas espadas no eran viejas.
III
(De política).
En España —no lo olvidemos— la acción política de tendencia progresiva suele ser débil, porque carece de originalidad; es puro mimetismo que no pasa de simple excitante de la reacción. Se diría que solo el resorte reaccionario funciona en nuestra máquina social con alguna precisión y energía. Los políticos que pretenden gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción de fondo que sigue en España a todo avance de superficie.
Nuestros políticos llamados de izquierda, un tanto frívolos —digámoslo de pasada—, rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento que el tiro.
* * *
Consejo de Maquiavelo: No conviene irritar al enemigo.
Consejo que olvidó Maquiavelo: Procura que tu enemigo nunca tenga razón.
Se habla del fracaso de los intelectuales en política. Yo no he creído nunca en él. Se le confunde con el fracaso de ciertos virtuosos de la inteligencia, hombres de algún ingenio literario o de alguna habilidad aneja a la literatura y a la conversación —médicos, retóricos, fonetistas, ventrílocuos—, que no siempre son los más inteligentes.
* * *
Claro es que en el campo de la acción política, el más superficial y aparente, solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela.
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Y en cuanto al fracaso de Platón en política, habremos de buscarlo donde seguramente no lo encontraremos: en su inmortal República. Porque esta fue la política que hizo Platón.
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[ Fragmento de: Antonio Machado. “Juan de Mairena” ]
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