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HISTORIA SOCIAL DEL FLAMENCO
Alfredo Grimaldos
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LA TRAGICOMEDIA FLAMENCA
Con el caray, caray, caray,
hay que ver las cosas
que pasan en Cái,
que ni la jambre la vamo a sentí,
¡mire usté que grasia
tiene este país!
(Bulerías de Cádiz)
«El flamenco no se aprende en una academia, se canta con faltas de ortografía», asegura Rancapino, uno de los últimos cantaores clásicos. Gitano de la vieja escuela, el cante constituye para él una filosofía y una forma de vida. Camarón, su inseparable amigo de correrías infantiles, le llamaba El Viejo. Artista de artistas, el reconocimiento de la gran afición flamenca le ha llegado tardíamente.
Comenzó cantando y bailando «al plato» en los bares de su Chiclana natal y se ha convertido en un flamenco de culto. Relata la tragicomedia de su vida con la amarga lucidez de un pícaro superviviente. «El cante “aprendido” no duele», asegura. Y para comprobar la certeza de esa rotunda afirmación, sólo hay que escucharle soltar la voz, por lo bajini, en la barra del bar El Manteca —gloria de la hostelería gaditana—, recreando los ecos de Juan Talega o Manolo Caracol. Su ilustrativo y espontáneo arranque desata la pasión de la concurrencia. Es uno de los personajes más conocidos y queridos de la bahía de Cádiz. Ya quedan pocos flamencos tan auténticos como este gitano, nieto de La Obispa y miembro de una familia que atesora el arte en la sangre: «Yo nací cantando, esto no se aprende. Para poder improvisar, hay que llevarlo dentro. El cante gitano tiene unos reflejos que son difíciles de captar y controlar. Hay veces que parece que se te va a ir, pero lo recoges».
Era aún un chiquillo que levantaba pocos palmos del suelo cuando comenzó a buscarse la vida en la calle, y desde entonces no ha parado de pelear. «He pasado muchas fatigas, de niño, comiendo las cáscaras de las naranjas y mendrugos de pan duro... —recuerda—. En mi calle había un niño, hijo de la panadera, que salía todas las tardes con media telera untada de manteca colorá. Y yo, que estaba esmayao, le decía: “Venga, Paco, vamos a jugar a la viyarda”. Empezaba yo primero, le daba al palo y no veas dónde lo mandaba. Mientras él iba a recogerlo, yo le sujetaba el bocadillo, y cuando volvía, ya sólo quedaba un chusco».
Prosigue su relato con cierto poso de amargura, pero sin que se le borre la sonrisa de la boca: «Fíjate, en verano, con el calor que hacía, cargar haces de leña siendo tan pequeño. Me iba con los de un camión a recoger leña al campo, porque me daban parte de su bocadillo. Iba subido al vehículo por fuera de la cabina, agarrado a la puerta. Y ese camión dando saltos por medio del campo. El conductor me hacía cosquillas en las orejas con un palo y yo no me podía soltar; hasta me hacía heridas. Ellos se reían. Todavía me ocurren cosas muy desaborías».
VOZ RONCA Y NUDILLOS ENCALLECIDOS
Sus nudillos están encallecidos de hacer compás miles de veces en los mostradores, de soltar la voz en los bares, sin guitarra, marcándose él mismo los tiempos. Asegura que esa dolorosa escuela de la vida es la que le ha hecho expresarse como él lo hace. Con una capacidad comunicativa estremecedora. Su inconfundible voz opaca —justita, no necesita más— es la idónea para acariciar los tercios en sus tonos bajos. Rehuye con sabiduría el grito estridente y es capaz de mecer al aficionado entre la queja trágica de la seguiriya y la dulzura vitalista de los aires salineros por alegrías. Lo atesora todo: conocimiento, un sonido flamenquísimo y compás natural. «Al cante de verdad no se le da su sitio —se queja—. Los dineros se los lleva el que no sabe abrir la boca, ni duele cantando, ni nada. Los que han aprendido con discos. Y uno, que lleva toda la vida en esto...».
«Tengo la voz ronca de haber andado tanto tiempo descalzo», afirma con semblante serio. Se expresa con absoluta precisión, proporcionando titulares constantemente. Su exquisito lenguaje metafórico no necesita dar vueltas innecesarias. Posee una irónica y cruda capacidad narrativa que lo convierte en un cronista de la talla de El Lazarillo de Tormes. «Aquí no me tires fotos, que luego me cae Hacienda en todo lo alto», bromea en la puerta de un banco madrileño, donde va a cobrar un talón de Autores. Antes, casi ningún flamenco registraba sus obras y, claro, no se cobraban los derechos que generaban sus creaciones, pero eso, afortunadamente, ha cambiado bastante. Al salir de la oficina bancaria, con los «derechos» en el bolsillo y la cara iluminada, nos cuenta un breve chiste: «Un gitano que va a un banco y le dice el director: “¿Cuánto necesitas?”. Y le contesta el gitano: “¿Cuánto hay ahí?”».
«Los artistas estamos ahora mejor, pero el flamenco, no —precisa Rancapino—. Los jóvenes se van a lo comercial. Eso es lo que está de moda, no el cante puro. Los chavales están muy ilusionados con los grupos y eso, pero lo que hacen no debería llamarse flamenco, porque es otra música. ¿Qué tienen que ver Maíta vende Cá o Navajita Plateá con una soleá de Manolo Caracol, una seguiriya de Manuel Torre o unas bulerías de Camarón? Lo que hacen es desvirtuar la pureza flamenca y confundir a la gente».
ERRANTE POR SU CHICLANA
Alonso Núñez Núñez nació en la localidad gaditana de Chiclana de la Frontera, en un hogar gitano donde se respiraba flamenco. Su nombre de hidalgo medieval fue herencia de un tío suyo, y lo de Rancapino, el apelativo familiar que siempre ha utilizado como nombre artístico, se lo puso un vecino. «De chiquitillo, yo estaba corriendo en cueros a todas horas —recuerda—. Como tenía la piel muy renegrida, un gitano de Chiclana, El Mono, me decía siempre: “¿Dónde vas, que pareces un pino quemado?”».
Su abuela, La Obispa, se convirtió en la primera referencia artística del joven Alonso. Ella nunca fue profesional, pero cantaba muy bien, con mucha personalidad, y en cualquier momento se encontraba dispuesta a animar las fiestas y reuniones familiares. La Perla de Cádiz se tiraba días enteros escuchando sus cosas, y de ella cogió algunos tercios de bulerías que ya son inmortales, como ese de «Páseme usted el Estrecho, que lo mando yo...». Una letra que también interpreta habitualmente Rancapino.
El padre del cantaor contaba con escasos recursos económicos para sacarles adelante a él y a sus siete hermanos, así que el joven Alonso tuvo que echarse a la calle muy pronto: «Yo tenía nueve años y mucha hambre cuando empecé a buscarme la vida. Entonces bailaba “La Raspa” y me daban una gorda o un real. También hacía el cochinito, imitando el ruido de los cerdos, y como yo era muy chico, a la gente le hacía gracia. Así me crié, errante por mi Chiclana. En algunos bares, cuando iba a cantar o bailar, me agarraba el dueño por una oreja y me sacaba. “¡Fuera de aquí, que eres muy feo!”, me decía, y me tiraba a la calle como si fuera un gato».
Pronto conoció a Camarón, que era cuatro años más joven que él. «Mi tía Juana, su madre, venía a Chiclana a vender las alcayatas gitanas que hacía su marido, Luis, pariente de mi padre. Las llevaba a una ferretería que se llamaba Olmo. Como yo, de chiquitito, andaba por todas las calles, cuando la veía, le decía que me quería ir con ella, porque al llegar a La Isla, siempre me daba un dulce o un trozo de pan con manteca colorá. Y para mí eso era una delicia. Yo les caía muy bien a los padres de Camarón, les hacía mucha gracia: tan pequeño, muy feo y con mi flequillo...».
Otras veces era el padre de Camarón el que visitaba Chiclana, acompañado por sus amigos El Gafas y Currito, dos gitanos de La Isla muy populares. La relación entre José y Alonso continuó estrechándose. «Mi tío Luis padecía asma y tenía que echarse aire con un aparato, pero cantaba muy bien, sobre todo por seguiriya —recuerda con nostalgia Rancapino—. Algunas de las veces que venía a mi pueblo, se traía a Camarón. Cuando ya había tomado unos vinos, cogía a José, que era muy pequeñito, y lo sentaba en el mostrador. Y Camarón le cantaba a su padre por bulerías y fandangos».
Con doce años, Camarón ya iba solo a Chiclana, en busca de Rancapino. Le llevaba hasta allí algún taxista de La Isla de San Fernando, a cambio de un cantecito. Una vez juntos, los dos amigos se dirigían, invariablemente, hacia el establecimiento de Miguel Pérez, un barbero muy aficionado al flamenco. «Como a José le gustaba tanto tocar la guitarra, enseguida cogía la de Miguel y empezábamos a cantar en la barbería —rememora Rancapino—. No veas, aquello se llenaba de gente, hasta la calle. Camarón me decía que iba a cantar un fandango de Valderrama, y se ponía a imitarle. Después hacía un fandango de Porrina, y al final, decía que iba a cantar como su primo Rancapino, y me imitaba a mí. Era un artista especial. Muy grande»…
(continuará)
[ Fragmento de: Alfredo Grimaldos. “Historia social del flamenco” ]
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Mucho se ha escrito sobre el flamenco, pero este fragmento es, sin duda, lo más cabal que he leído.
ResponderEliminarY para abundar en lo universal del tema, unas citas de James Petras y Todd Cavaluzzi, en mi opinión pertinentes:
" La música 'rhythm blues', que tiene sus raíces en las antiguas canciones espirituales de los esclavos, crecía y se expresaba en las comunidades y guetos en los cuales nació. Hoy, los cantantes captan y empaquetan la rabia social como un bien comercial; el artista que comercia con la rebeldía encuentra un vehículo para su ascenso social en el mundo de las grandes corporaciones, ese mundo que domina la economía y que a su vez crea los suburbios desolados que engendran la rabia.
La diferencia entre los cantantes de blues y folk de antaño, y los cantantes de música pop de hoy, está en la dicotomía entre la temática de las canciones, la POSICIÓN DE CLASE y las afinidades sociales de los intérpretes. Desde los años sesenta, la brecha entre las letras y las realidades de clase ha crecido, hasta constituir una parodia viviente. Ello podría ser tema de bromas, si no fuera por las consecuencias políticas y sociales más amplias que lo acompañan ".
" Los cantantes pop desvían la ira hacia una representación teatral inofensiva, en la cual las poses y las voces roncas son vistas como intrascendentes en la vida real: la política de los gestos individuales. Los "rebeldes" millonarios distraen y canalizan a la audiencia hacia una especie de catarsis periódica que es esencialmente privada y apolítica. Las letras violentas son la demagogia musical de la provocación personal, y son parte de una red comercial altamente rentable ".
" Michael Jackson realiza un vídeo musical en una favela de Río, a donde llega en helicóptero, bajo el resguardo de 50 guardaespaldas armados de los barones de la droga, llevando máscara y guantes para protegerse de la gente: los millones de pobres en el trasfondo sirven para enriquecer su empresa con millonadas. Otro saqueo multinacional a los negros pobres del Tercer Mundo ".
Completo aquí: https://arrezafe.blogspot.com/2013/01/capitalismo-y-musicos-pop_4.html
Salud y comunismo
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Muy instructiva la entrada que aportas de tu enciclopédico blog. Y si la acompañamos con las experiencias “reales y no mistificadas ni mercantilizadas” que le cuenta Rancapino a Grimaldos, me llevan a otra luminosa cita de Walter Benjamin: “La tradición cultural de los oprimidos nos enseña que el «estado de excepción» que vivimos es la regla”
ResponderEliminarSalud y comunismo
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