miércoles, 9 de noviembre de 2022

 

[ 275 ]

 

DIARIO DE MOSCÚ

 Walter Benjamin

 

[ 04 ]

 

 

1926

9 de diciembre

 

Asja vino nuevamente por la mañana. Le di algunas cosas y luego salimos a caminar. Asja habló de mí. Al llegar al Liverpool, dimos la vuelta y yo me fui a casa, donde ya Reich esperaba por mí.

 

Ambos trabajamos durante una hora (yo estaba escribiendo el artículo sobre Goethe). Luego nos fuimos al Instituto Kameneva para gestionar una reducción en la tarifa de mi habitación. Desde ahí nos fuimos a almorzar, pero esta vez no fuimos a la VAPP. La comida estaba deliciosa, especialmente la sopa de repollo colorado. Después, partimos rumbo al hotel Liverpool a encontrarnos con su amable propietario, originario de Letonia. Hacía doce grados (centígrados) de temperatura. El almuerzo me había dejado bastante cansado, por lo cual no pude ir caminando a lo de Lelevich, tal como había planeado. Tuvimos que hacer un pequeño trayecto en coche. Pasamos por un parque enorme, a través del cual se alzan varios complejos de vivienda. Hacia el final del parque se encontraba una hermosa casa de madera blanca y negra, en cuya segunda planta se hallaba el departamento de Lelevich.

 

Cuando estábamos entrando nos topamos con Bezymensky, que se estaba yendo. Una empinada escalera de madera terminaba en una puerta que daba a la cocina, que contaba con una chimenea. Luego, un vestíbulo muy sencillo, lleno de abrigos. Después cruzamos una habitación, al parecer una alcoba, para llegar hasta el estudio de Lelevich. Me cuesta describir su apariencia: bastante alto, llevaba puesta una túnica rusa azul, hombre de pocos movimientos (parecía que la pequeñez del estudio, atestado de gente, lo mantenía pegado a su silla, en el escritorio). Lo que llama más la atención al verlo es su larguísima cara, como desarticulada, de facciones anchísimas. Su barbilla es la más larga que alguna vez haya visto, descontando la del inválido Grommer, y está apenas hendida.

 

Da la impresión de ser una persona muy tranquila, pero, al mismo tiempo, al verlo uno tiene la sensación de estar frente a esa actitud taciturna del fundamentalista. Le hizo a Reich una serie de preguntas sobre mí. Enfrente, sobre la cama, había dos personas sentadas. El que llevaba una túnica negra era joven y buen mozo. Allí sólo se congregaban representantes de la oposición literaria que habían ido a pasar con Lelevich la última hora antes de su partida: lo iban a deportar. Al principio, el destino era Novosibirsk. «Usted no necesita una ciudad, cuyo círculo de influencia es, al fin y al cabo, limitado. Usted necesita una provincia entera», le habían dicho. Pero luego consiguió disuadirlos y ahora lo estaban enviando para que esté «a disposición del Partido» a Saratov, que está ubicada a veinticuatro horas de Moscú; sin que él supiera todavía qué tareas le tenían previstas, si se desempeñaría como editor, como corredor de una cooperativa estatal o haciendo cualquier otra cosa. Durante la mayor parte de nuestra estadía, su esposa se dedicó a recibir a las visitas en la habitación contigua. Ella es una persona de expresión sumamente enérgica, a la vez que armónica, de estatura pequeña y exponente del tipo ruso meridional. Lo va a acompañar los primeros tres días. Lelevich posee el optimismo del fanático: lamenta no poder escuchar el discurso que habrá de pronunciar Trotsky al día siguiente ante la Komintern en favor de Zinoviev; piensa que el Partido se encuentra próximo a dar un giro en su rumbo. Al despedirnos en el pasillo le pedí a Reich que le brindara algunas palabras de aliento de parte mía. Luego fuimos a ver a Asja. Puede que el juego de dominó que mencioné en realidad haya sido este día. Llegando la noche, Reich y Asja tuvieron la intención de venir a visitarme, pero finalmente Asja vino sola. Le tenía preparados algunos regalos: una blusa, unas medias. Conversamos, y me di cuenta de que ella es capaz de recordar cualquier detalle que nos involucre a ambos. (Esa tarde, ella me había dicho que pensaba que yo en realidad estaba bien, que no era cierto que me encontrara en medio de una crisis personal). Antes de que se fuera, le leí una parte de Calle de sentido único que habla sobre las arrugas. Después, la ayudé a ponerse las botas. Ya me encontraba dormido cuando se personó Reich en mi cuarto, a la medianoche, para darme noticias tranquilizadoras y que las compartiera con Asja la mañana siguiente. Le había surgido una posibilidad de mudarse. Reich compartía habitación con un loco, lo cual complicaba aún más la ya difícil empresa de tener un alojamiento digno.

 

 

10 de diciembre

 

Fuimos a visitar a Asja por la mañana. Dado que las visitas matutinas están prohibidas, hablamos con ella brevemente en el lobby del sanatorio. Se encuentra cansada, acaba de darse por primera vez un baño de ácido carbónico, que la hizo sentir muy bien. Después me voy al Instituto Kameneva. El trámite que necesito para que me reduzcan la tarifa del hotel se suponía que estuviera listo, pero no lo estaba. En otro orden de cosas, mientras me encontraba en la antesala del instituto, tuve una dilatada conversación con un caballero desocupado y con una señorita sobre cuestiones muy diversas, relativas al teatro. Al día siguiente me recibiría la mismísima Kameneva. Para la noche tratamos de conseguir boletos para el teatro. Lamentablemente, ya no quedan boletos disponibles para la opereta. Reich me deja en la VAPP; pasé allí dos horas y media con mi gramática rusa, y luego retornó Reich junto con Kogan para que fuéramos a almorzar.

 

A la tarde fui a ver a Asja, pero sólo por un rato. Ella había discutido con Reich por cuestiones relativas a la vivienda y me dijo que me fuera. Me fui a la habitación del hotel a leer a Proust y comer mazapán. Ya de noche, volví al sanatorio y en la entrada lo encontré a Reich, que salía a comprar cigarrillos. Esperamos en el pasillo unos minutos hasta que apareció Asja. Reich nos acompañó a tomar el tranvía, que nos llevó hasta el estudio musical. Nos recibió el administrador, quien nos mostró una carta de felicitación, en francés, de parte de Casella. Nos hizo una recorrida de todo el lugar. El lobby ya estaba atestado de gente incluso antes del horario de apertura. La gente viene al teatro directamente desde su trabajo. Nos muestra el salón de conciertos. En el lobby hay una alfombra extraordinariamente llamativa y no muy bonita. Quizás se trate incluso de una alfombra cara, una Aubusson. Las paredes están decoradas con pinturas antiguas originales, una de ellas ni siquiera está enmarcada.

 

Tal como ocurre en la sala de recepción del Instituto para las relaciones culturales internacionales, aquí uno puede encontrarse con muebles de valor incalculable. Teníamos asientos en segunda fila para presenciar La novia del Zar de Rimsky-Korsakov, la primera ópera que Stanislavsky puso en escena recientemente. Conversamos con Asja sobre Toller, de cómo ella lo había acompañado, de las ganas de él de hacerle un regalo, de ella eligiendo el cinturón más barato y de las absurdas observaciones que él le hacía. Durante uno de los recesos, decidimos ir al lobby. Son tres recesos, demasiado largos, que fatigaron a Asja. Charlamos sobre la bufanda italiana de color amarillo-ocre que llevaba puesta. Le dije que mi sensación es que ella se siente incómoda cuando está conmigo. Durante el último intervalo, se nos acercó el administrador y Asja conversó con él, quien me invitó a presenciar la nueva producción (Eugene Onegin). Una vez finalizada la obra, y no sin esfuerzos, fuimos a recoger nuestros abrigos. Dos empleados del teatro acordonaron la escalera para poder controlar a la multitud que se dirigía hacia los pequeñísimos guardarropas. El regreso fue idéntico al camino de ida, en un tranvía sin calefacción, con las ventanas congeladas…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Walter Benjamin. “Diario de Moscú” ]

 

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