lunes, 14 de noviembre de 2022

 

[ 278 ]

 

LA GALLINA CIEGA

 

MAX AUB

 

(...)

 

 

5 de septiembre (1969)

 

Desde el balcón de la casa de mi hermana (¡un casi rascacielos en Moneada!), en medio de la huerta, ésta se abre, redonda a la redonda, verde oscura y clara hasta la rayuela del mar; ya no hay, barracas.

 

Pasamos por Cuart y lo que fue la casa de mis padres, la que no conocí, ahora ya medio deshecha. Reviven las fotografías. ¿Dónde quedó todo?

 

Vamos camino de Sagunto a comer con todos los M. en un restaurante a la altura del Puig; un hotel nuevo, hermoso, acogedor, excelente. Mis sobrinos —sólo conocía a uno—, sus mujeres —no conocía a ninguna—, sus hijos. La humanidad no es fea. De pronto me siento mi padre. No me puedo figurar haciendo de tío abuelo. Ni me siento abuelo con mis nietos sino padre de su madre, y mis hijas son todas unas chiquillas; así que la diferencia de edad con mis nietos no es mucha y podemos hablar aunque ya no puedo luchar con ellos: me pueden. La verdad es que deben de verme como soy. Y se engañan. Al fin y al cabo debo de tener la edad de mis sobrinos. Susana podría ser mi hija.

 

La vista es hermosa. El Puig, la huerta, el mar. Todo es verde flor. Flores, frutas, piedras, tierras de colores buenas de comer.

 

Y nos vamos a Sagunto. P. vuelve a los días de su infancia; yo me acuerdo de sus tíos, de su casa en la Glorieta. Ahora sí, subiendo hacia la iglesia y el castillo, nada ha cambiado.

 

P. va a ver a una amiga suya que no ha visto hace más de cincuenta años. Entramos en la casa como si nada:

 

—¿Tú quién eres?

 

Y se reconocen y pegan la hebra como si fuese ayer.

Si me pensara quedar compraría esa casa con esa puerta de piedra, ahí tras la iglesia:

 

—No podría, ahí viven unas diez familias. No pagan alquiler y no hay quien los eche…

 

El castillo, el teatro, el museo. Un helado, una horchata. El pueblo, la plaza, las calles. Todo está como estaba.

 

P. y su amiga siguen hablando sentadas en unas sillas bajas. Romanones hace una gambeta y el Gallo sale a torear. Volvemos por la carretera vieja.

El doctor Damiá, amigo de la niñez de P. No se habían visto desde que tenían diez años. Vivían en casas cercanas, en el Cabañal; jugaron juntos unos años. Charlan, recuerdan cien nombres de vecinos y vecinas de los que fueron y pasaron, los que todavía andan aquí y allá, los que no tienen paradero conocido. Quedaron los apellidos y los apodos. Me recuerda jovenzuelo, a mi padre —por el café y el chamelo— en el café de la esquina de la «Acequia del gas» y la calle de la Reina, lo que le lleva a contar lo sucedido a Blasco Ibáñez en otro café cercano (—¡Cómo hablaba aquel hombre!):

 

—Yo le escuchaba desde el balcón de casa que daba justo frente del café. Con su barba y su melena. ¡Cómo hablaba! ¡No se le oía más que a él! Porque entonces no había coches ni tranvías en aquel trozo del Cabañal y, de pronto, La Trucha —que le decíamos—, una beata que vivía al lado de casa, empezó a gritar:

 

—Lladres, sinvergüenzas, ladrones…

 

Al principio no le hicieron caso. Pero ella fue aumentando el diapasón de la voz y el de los insultos hasta que llegó al no se puede más. Entonces los oyentes gritaron:

 

—¡Vamos por ella!

 

Empezaron a trepar por la fachada (todas las casas a lo sumo un piso, como no fuesen barracas). Blasco se asustó y llamó a la gente al orden:

 

—No es más que una beata. Déjenla. No vale la pena. ¡Tened lástima de su ignorancia!

 

Era tanta la influencia que ejercía sobre la gente que se tranquilizaron y siguió su perorata. La verdad es que La Trucha se había metido en su sala y cerrado el balcón.

 

¡Dichoso Cabañal de hace sesenta años!, y aun cincuenta, con su café, su dominó y su julepe; algún que otro valiente, sus pescadores y sus cigarreras, que iban en la «perrera» (por los cinco céntimos que costaba el pasaje) hasta la Glorieta cuando todavía la Fábrica de Tabacos estaba en la actual Audiencia, hablando y oliendo fuerte; viejas, gordas, viejas gordas, hablando a más y mejor, gritando de un extremo a otro del remolque; fondonas, bigotudas, muchas desdentadas, todas pechugonas, con sus entrepanes con tortilla de patatas, longanizas, morcillas, «atún, tomaca y pimiento» aderezado con piñones. Alguna que otra comiendo «tramusos» y cacahuetes. Todas impregnadas de tabaco fuerte.

 

Las más viejas se quedaban en las aceras remendando redes, sentadas en sillas bajas, mientras otras, jóvenes, las ponían a secar en el cemento de la «Acequia del gas» o en los anchos solares y las vías más o menos abandonadas que dividían la parte trasera de las casas de la calle de la Reina de las otras lejanas que daban ya al mar.

 

¿Qué diferencia entre Blasco y estos jóvenes de hoy que incitan al pueblo contra los poderes? Poca, como no sea en favor de Blasco que, por lo menos, durante su juventud, dio la cara y no se acogió al exilio dorado más que a la vejez. De su estancia en la Argentina y en México tal vez sería mejor no hablar. Por lo menos, a los mexicanos no les gusta hacerlo.

 

Posibles títulos para este libro: Lejos de la funesta manía de pensar o España, 1969…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Max Aub. “La gallina ciega” ]

 

*


2 comentarios:

  1. La memoria en sí puede llegar a ser un arma. Dentro de ella, en sus sinuoso pasadizos, hay todo un insospechado y poderoso arsenal.

    Salud y comunismo

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  2. Marx: «Todo profundo problema filosófico se reduce a un hecho empírico puro y simple».


    La memoria histórica-personal, puede ser un arma de doble filo. Ellos (pongamos mis escasos amigos que siguen fieles al PCE) procuran reducir el foco histórico-memorístico (sólo grandezas, nada, o una menudencia, de miserias) y una vez tamizado y mutilado lo real, pasan a ‘congelarlo y enmarcarlo’ y, aquí está lo peor del autoengaño: tratarlo como un todo. Es decir, una vez que han dejado fuera elementos reales pero denasiado ‘incómodos e inadecuados’ su teórico constructo ‘sin espinas’ niega la genuina interrelación práctica que contribuye de forma objetiva a conformar la contradictoria y verdadera realidad. Nosotros, digo los que estamos interesados en conocer la realidad al completo sin exclusiones o injertos interesados, esa realidad que nos rodea y que necesitamos conocer en toda su extensión y profundidad para conseguir aprehenderla, comprender su funcionamiento y en definitiva cumplir el objetivo revolucionario de transformarla, por el contrario debemos ampliar el foco y no excluir ninguno de sus componentes verdaderos, o sea siguiendo a Gramsci, revolucionarios, nos gusten o no. Analizar antecedentes, causas, efectos, consecuencias… que relacionados entre sí han ido y van configurando el complejo y dialéctico proceso de la auténtica realidad de los hechos. Sólo a partir de ahí, es posible la efectiva praxis revolucionaria.

    Salud y comunismo

    *

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