jueves, 17 de noviembre de 2022


 

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CULTIVOS

Julián Rodríguez

 

(…)

 

4

 

 

He encontrado estas anotaciones en una copia encuadernada de Doble, subtitulada «Copia de trabajo» (no está fechada):

 

«Mejor que ascender, subir. Mejor que automóvil, coche. Mejor que desear, querer. Mejor que amar, querer. Mejor que entregar, dar. Mejor que hermosa, guapa. Mejor que elevar, levantar».

(HAY PALABRAS QUE HABRÍA QUE EVITAR SIEMPRE. CUIDADO CON ELLAS.)

 

Y estas otras en los diez folios que aparecen grapados a la última página de esa «Copia de trabajo» (anotaciones que sí están fechadas, noviembre de 2003):

 

En el primer folio, dos frases: «Corregir excesos del lenguaje», «Dar a leer».

 

En el segundo, un programa de trabajo: «Material preparatorio para una conferencia: análisis de diferentes momentos de la novela social española y sus conexiones con la narrativa de avanzada (releer Doña Perfecta, Misericordia»).

 

En el tercero, comentarios míos a varios libros de César Arconada (fragmentos de La turbina, fragmentos de sus artículos sobre Galdós, y fragmentos de sus artículos sobre la narrativa rusa de los años veinte y treinta) y extracto de la introducción de Gregorio Torres Nebrera a Reparto de tierras.

 

En el cuarto, notas que escribí a propósito de Central eléctrica de Jesús López Pacheco y un análisis de ese libro y sus conexiones con La turbina de Arconada.

 

En el quinto, más comentarios: sobre la idea de vanguardia en la novela social del primer momento (léase Arconada); sobre Faulkner y la novela social del segundo momento (léase López Pacheco); y algunas ideas (no todas mías) sobre el uso del lenguaje en los autores españoles citados (lirismo + experimentalismo).

 

En el sexto y séptimo se reproduce, con abundantes notas al margen, parte de un artículo sobre El homóvil de López Pacheco que yo mismo escribí para el suplemento de cultura del periódico La Vanguardia y que extracto aquí:

 

«Pretendidamente a años luz de Central eléctrica, sin duda bebe de ella y de algunos de sus mejores momentos: los dedicados a la “casa de máquinas”, arrancando de unas pertinentísimas citas de Machado, Cervantes y Marx, entre otros, para girar también hacia los paisajes del pasado pero redibujándolos no con nostalgia sino con Auto-Cad. El homóvil podría explicarse mejor que con la lectura de otras piezas narrativas de López Pacheco, con la del libro de poemas de 1996 Ecólogas y urbanas. La nota que lo cierra es reveladora del método de trabajo, debería escribir de composición –él mismo cita a Luigi Nono–, de su autor: los neologismos presentes en ambos títulos, la construcción en puzzle, las notas como meandros, las intersecciones de sentido y forma; y los mensajes alzados contra algunos vicios de la vida contemporánea a la par que la reivindicación de un imaginario elaborado de una combinación de la escritura tradicional y de la moderna. Si El homóvil es postmarxista, también lo es neodadaísta, y, a la postre, postmoderno. Esta “polinovela” sobre el encargo a un escritor de un texto “imposible”, y que encierra al menos tres novelas –una “de acción”, otra “intelectual” y otra más de “fantaciencia años setenta”, demodée y encantadora por lo obsoleta–, tiene un lugar principal como apostilla crítica al resabido libro sobre la condición postmoderna de Lyotard –precisamente un encargo del gobierno de Canadá, donde López Pacheco vivió parte de su vida–, aunque ese lugar que ocupe no sea sólo el de la crítica directa, como han señalado otros, al consumismo salvaje de las sociedades capitalistas, sino, sobre todo, el de un nuevo juego –una vuelta de tuerca al tema de las “máquinas” en Duchamp– propuesto para abordar las posibilidades de experimentación y de “proyección artística” –cito palabras suyas– que aún quedan dentro de esas sociedades, y juego, en cuanto tal, con resultado: a pesar de los fatalismos, de los mismos mensajes apocalípticos que vienen de la propia “cuerda crítica”, contra los agoreros, restan resquicios para la insumisión vital y artística; lo demuestran algunos personajes de la novela».

 

El octavo y noveno folios son fotocopias de un texto de López Pacheco titulado «Sobre la eficacia de la literatura social y el malentendido del arte comprometido», que el autor escribió, bajo el título «Cuatro notas a manera de epílogo», para la reedición en 1982 de Central eléctrica:

 

«Un típico latiguillo de algunos critibas [para López Pacheco critiba es a crítico lo que escriba a escritor: “Entre los críticos tiene que haber, y creo que hay, critibas, criticanos, criticantes y criticadores. No creo necesario, ahora, intentar la caracterización de todas estas categorías. Baste insistir en que todas ellas implican un cierto grado de proximidad y dependencia, consciente o inconsciente, respecto a la ideología dominante. Hace falta aún precisar que, como suele ocurrir con las clasificaciones, ésta que propongo no es en modo alguno tajante, pues en muchos críticos, y hasta buenos críticos, se dan, mezcladas en diversas proporciones, las características de dos o más categorías”], del que se hace eco más de un buen crítico, consiste en decir que la novela social llegó a ser inútil cuando los temas que trataba empezaron a ser aireados por la prensa y por los  libros de sociología. Por este mismo argumento, en todos los países donde la prensa sensacionalista airee y hasta huracanee las crónicas de sucesos y donde se publiquen estudios de criminología, se hacen inútiles las novelas policíacas, de crónica negra y de aventuras; donde se publiquen revistas eróticas y, por ejemplo, los libros de Freud y de Reich, sobran las novelas amorosas y eróticas; y donde se publiquen las obras de los grandes psicólogos, sobran las novelas basadas en la creación de caracteres complejos; y donde se publiquen las obras de Aristóteles, Espinoza, Kant, Hegel y Heidegger, están de más las llamadas novelas metafísicas; y donde proliferen la ciencia y su divulgación deben desaparecer los cuentos y relatos de ciencia ficción; etcétera. Suele ocurrir, sin embargo, precisamente lo contrario, y no sería difícil descubrir por qué y a quién conviene que sea así. Pero, además, la falacia del argumento queda aún más patente si se tiene en cuenta que la prensa y los medios de difusión, en los países donde se supone que hay libertad de palabra, casi siempre están controlados por monopolios y semimonopolios o grandes compañías que más que informar, desinforman: la prensa libre sólo es libre para el que tiene una, como dijo no sé quién. Los tratados de sociología y la información periodística sobre la sociedad, en una sociedad clasista, no invalidan, en modo alguno, la literatura de intenciones sociales; lo que sí puede hacer la llamada libertad de información, y con tanta o mayor eficacia que la censura, es crear una sensación de libertad que adormezca o desvíe el deseo de libertad, tanto en la literatura como en la vida. Es muy fácil descubrir por qué y a quién conviene que sea así. Un último criterio de los critibas y de algunos críticos que quiero discutir es el de la supuesta ineficacia de la literatura social. Atribuyendo a los escritores “sociales”, con razón en general, un deseo de cambiar la sociedad, realizan el malabarismo sofístico de atribuirles la suficiente ceguera mental como para confundir los libros con las armas. Para cambiar la sociedad, le dicen al autor “social”, son infinitamente más eficaces las armas o la acción política que las novelas o los poemas; y se quedan calvos al decirlo. Chistes fáciles, citas de Octavio Paz o Carlos Fuentes y algún adjetivo o adverbio que exprese ingenuidad combinados con alusiones al “arte comprometido” suelen acompañar las invitaciones, no siempre veladas, a abandonar la pluma y coger el fusil. De mí puedo decirles, y creo que esto vale para muchos escritores, y no sólo de mi generación, que jamás he tenido la ilusión de que una obra literaria pueda cambiar la sociedad; pero también que, puesto que mi principal vocación ha sido, desde muy temprano, la de escritor, he aspirado a que mis obras literarias puedan contribuir, repito contribuir, a cambiar la sociedad. Contribución indirecta y mínima, en todo caso, y siempre difícil de medir, pero que no por ello deja de ser contribución. El sofisma empieza cuando se compara la posible eficacia literaria con la eficacia política o bélica. Ni siquiera el Canto General de Neruda, con sus millones de lectores (pero no olvidemos que uno de ellos fue el Che Guevara), puede ser comparado en eficacia política o bélica con una huelga general o una guerrilla bien planeadas. Pero mientras el mundo siga siendo, para la mayoría de sus habitantes, ancho y ajeno, en el mundo tendrá que haber huelgas generales y guerrillas, pero también –probablemente– novelas y poemas. La literatura realista lo que ofrece a sus lectores es un conocimiento de la realidad, y su contribución a los cambios sociales y políticos, si existe, pasa a través de ese conocimiento. Sucede, sin embargo, que a los critibas e ideólogos próximos o dependientes de la ideología dominante les molesta que la literatura proponga un conocimiento profundo y total de la realidad o de algunos de sus aspectos que la clase en el poder se esfuerza por mantener desconocidos o mal conocidos. Prefieren y preconizan una literatura que proponga un enturbiamiento total de la vida mediante la superposición de esquemas ideológicos de confirmada eficacia mitificadora. Una clase ascendente ataca siempre con la realidad, una clase descendente se defiende siempre con la irrealidad, con mitificaciones e idealismos, en buena parte readaptados de la vieja clase a la que ella misma derrotó. En el fondo de esta cuestión de la eficacia creo que hay un cierto error de planteamiento de la teoría y la práctica del llamado “arte comprometido”. Y el error arranca desde el principio, quizá desde Sartre. Pienso que habría que invertir los términos: “arte comprometido” es el que está comprometido con la clase dominante, que es algo real y concreto que continuamente está exigiendo e imponiendo el compromiso a escritores y artistas; el arte que, dentro de su campo específico, afronta la realidad, con frecuencia enfrentándose con la clase dominante y su ideología, es una arte libre –y casi siempre arriesgado y poco “brillante”–, un arte que preconiza el cambio, el cual es siempre algo sin concretar, todavía no real, algo que exige verdadera libertad de imaginación. Sólo dos cosas, pues, pueden hacer que la literatura realista sea ineficaz: su propia falta de calidad literaria y/o, aunque tenga ésta, la falta de lectores; si aquélla es atribuible al autor o a cada obra en particular, la falta de lectores para las obras de calidad no se puede explicar sin tener en cuenta también la acción interesada y poderosa de los que, por uno u otro medio, logran controlar la cultura y su difusión».

 

En el décimo folio, sólo una frase, referida a Doble: «No publicar».

 

 

[ Fragmento de: Julián Rodríguez. “Cultivos” ]

 

*

2 comentarios:

  1. Para mí, este fragmento es el eje del escrito: "...a los critibas e ideólogos próximos o dependientes de la ideología dominante les molesta que la literatura proponga un conocimiento profundo y total de la realidad o de algunos de sus aspectos que la clase en el poder se esfuerza por mantener desconocidos o mal conocidos". Lo cual es aplicable no sólo a la literatura, sino a las demás artes o artesanías (parafraseando al autor: mejor que arte, artesanía).

    Salud y comunismo

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    1. LA REALIDAD Y SUS RELATOS

      Cierto que la realidad objetiva de la que formamos parte es una cosa, y la percepción subjetiva que se tiene de ella, es, en principio, inevitablemente otra. Pero también es verdad que, mediante el análisis de nuestras propias experiencias personales y sociales (praxis), y la imprescindible ampliación de conocimientos mediante el estudio en cierta medida crítico, extenso y profundo de la rica y compleja realidad en la que estamos inmersos, podemos corregir en gran medida y superar las limitaciones de nuestra ‘pasiva’ percepción subjetiva –no olvidemos que en gran medida determinada por el tergiversado ‘relato’ de la ideología dominante– y del tirón vencer la tentación acomodaticia y ególatra del pancista subjetivismo, ese ‘derecho’ que tanto favorece al orden establecido.

      Salud y comunismo

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