lunes, 16 de enero de 2023

 

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DIARIO DE MOSCÚ

 

Walter Benjamin

 

 

 

13 de diciembre

 

Pasé la mañana agudizando mi sentido de la orientación en la ciudad y llegué a la oficina de correo central caminando por los bulevares interiores, y volví por la plaza Lubianka rumbo a Dom Herzena. Resolví el misterio del hombre del alfabeto: se dedicaba a vender letras que uno puede adherir a las botas para evitar que sus dueños se las confundan por accidente. Mientras caminaba, me vi nuevamente desbordado por la cantidad de negocios que vendían adornos navideños. Incluso una hora antes, cuando me había asomado a la calle por un breve lapso junto con Asja, ya estaban abarrotando la Amskaya Tverskaya. Los adornos parecen más brillosos del otro lado de la vidriera que cuando se los ve colgados del árbol de navidad. Mientras bajábamos por Amskaya Tverskaya, nos cruzamos a un grupo de Komsomoles marchando y tocando música. Música similar a la de las tropas soviéticas, que parece una mezcla de canciones con silbidos. Asja me habló de Reich. También me pidió el último número de Pravda. Por la tarde, en lo de Asja, Reich nos leyó el borrador de su artículo sobre El revisor de Meyerhold. Era bastante bueno. Reich ya se había quedado dormido en una silla en la habitación de Asja cuando me puse a leerle a ella partes de Calle de sentido único. En el transcurso de mi extensa caminata matinal también observé a las vendedoras del mercado, campesinas paradas junto a sus canastos con mercancías (a veces en lugar de canastos usan uno de esos trineos que en invierno sirven como cochecitos de bebé). En dichos canastos suele haber manzanas, caramelos, nueces, figuras de azúcar, y todos ellos se asoman por entre la ropa. Uno podría pensar que se trata de abuelas que empaquetaron todos los dulces que encontraron para llevárselos a sus nietos y que ahora simplemente están tomando un pequeño descanso a la veda del camino. Volví a ver al chino que hace flores de papel como las que le llevé a Stefan de Marsella. Aquí, las figuras de papel suelen adquirir más comúnmente la forma de peces exóticos.

 

También hay hombres cuyas canastas están repletas de juguetes de madera: coches y palas de madera. Los coches son rojos y amarillos; las palas, en cambio, alternan entre un color y otro. Otros comerciantes deambulan cargando sobre sus hombros las veletas que ofrecen. Las terminaciones de todos estos artículos son mucho más sencillas y más sólidas que en Alemania, y su origen rústico es bien visible. Vi a una mujer que en una esquina vendía adornos navideños. Bolas de cristal, rojas y amarillas, que resplandecían bajo el sol. Parecía un canasto de manzanas encantadas, con cada una de las frutas salpicada por diferentes tonalidades de rojos y amarillos. La relación entre la madera y el color es más estrecha aquí que en cualquier otra parte. Esto se deja ver tanto en los juguetes más rústicos como en los más sofisticados. Algunos mongoles suelen merodear los muros de Kitay-gorod. Probablemente, ni el invierno mongol sea menos crudo que el de aquí, ni sus andrajosos abrigos de piel sean peores que los de los moscovitas. Aun así, ellos son los únicos por los que uno logra apenarse ante las condiciones climáticas adversas. Separados unos de otros por menos de cinco pasos, venden maletines de cuero; todos ofrecen exactamente los mismos maletines. Seguramente exista algún tipo de pacto al respecto, ya que es difícil pensar que se prestan a participar seriamente de una competencia tan estéril. Aquí, tal como sucede en Riga, los carteles de los negocios están pintados en un estilo primitivo muy atractivo, son varios los motivos: zapatos que caen de un canasto, un perro Pomerania que huye con una sandalia en su boca. Frente a una casa de comida turca dos carteles colgantes muestran a unos comensales que llevan su tarbush con el símbolo de la media luna creciente estampado en él. No miente Asja al decir que en todos lados, incluso en las publicidades, la gente prefiere verse representada a través de una acción real, concreta. Por la noche fuimos con Reich a lo de Illés. Más tarde se nos unió el director del Teatro de la Revolución, lugar en el cual el 30 de diciembre se va a estrenar una obra de Illés. Este director es un antiguo general del Ejército Rojo que tuvo un rol fundamental en el aniquilamiento de Wrangel, obteniendo en dos oportunidades la orden del día del ejército de Trotsky. Más tarde cometió una estupidez que frenó su carrera política, y fue gracias a sus antecedentes como hombre de letras que le otorgaron la dirección del teatro, un puesto que de todas maneras no requiere demasiado esfuerzo. Parece ser bastante tonto. La conversación no fue de lo más animada. Además, tomé el consejo que me había dado Reich, fui precavido con mis palabras. Uno de los temas de conversación fue la teoría del arte de Plekhanov. La habitación de Illes tenía unos pocos muebles, entre los cuales destacaban una desvencijada cama infantil y una bañera. Su hijo estaba todavía levantado cuando llegamos, cuando lo mandaron a dormir dio un gran berrinche y, en efecto, no se dormiría en todo el lapso que duró nuestra visita.

 

 

 

[ Fragmento de: Walter Benjamin. “Diario de Moscú” ]

 

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2 comentarios:

  1. "Las terminaciones de todos estos artículos son mucho más sencillas y más sólidas que en Alemania, y su origen rústico es bien visible". Acertada observación. Aún hay vehículos soviéticos fabricados en los años '50 funcionando perfectamente, sobre todo camiones, cuyos usuarios los exhiben con manifiesto orgullo.

    Salud y comunismo


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  2. Parece mentira que los 'rústicos comunistas' no practicaran el civilizado timo de la 'obsolescencia programada'...¡Con razón fue tan fácil hacerles implosionar!

    Salud y comunismo

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