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HISTORIAS DE ALMANAQUE
Bertolt Brecht
El señor K. y la consecuencia
Un día planteó el señor K. a uno de sus amigos el siguiente problema:
—Desde hace algún tiempo mantengo cierta relación con un hombre que vive enfrente de mi casa. Yo no tengo ganas de continuar ese trato, pero lo malo es que si bien no veo motivos para continuar como hasta ahora, tampoco encuentro justificación alguna para interrumpir esa relación. Ahora bien, he podido averiguar que cuando mi vecino compró la casita que antes sólo tenía en alquiler, mandó arrancar un ciruelo que había delante de su ventana y que le quitaba la luz. Mi pregunta es si debo tomar ese hecho como pretexto cara a los demás, o por lo menos frente a mí mismo, para romper con él.
Al cabo de algunos días, el señor K. informó a su amigo:
—Por fin he roto con mi vecino. Figúrese que hacía ya meses que había solicitado del antiguo casero que arrancara aquel árbol porque le quitaba la luz. Mas en cuanto la casa pasó a ser de su propiedad, mi vecino mandó arrancar el árbol, cuajado como estaba de fruta todavía verde. He roto con él por su comportamiento inconsecuente.
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La paternidad de las ideas
Alguien reprochó al señor K. el que sus ideas fuesen con demasiada frecuencia hijas del deseo. A lo que replicó el señor K.:
—Jamás existió una idea cuyo padre no fuera el deseo. Únicamente cabe discutir sobre la atribución a tal o cual deseo. No hay que llegar al extremo de sospechar que un niño determinado podría no tener padre, pues basta con recelar que el establecimiento de la paternidad presenta en tal caso grandes dificultades.
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Originalidad
—Son hoy incontables —se lamentaba el señor K.— los que se jactan en público de poder escribir sin ayuda de nadie grandes libros, y esto es algo por lo demás generalmente aceptado. El filósofo chino Chuang-Tseu escribió en su madurez un libro de cien mil palabras integrado por citas en sus nueve décimas partes. Hoy ya no es posible escribir libros como ése: falta el espíritu. Por eso se fabrican las ideas en el taller personal y a quien no produce en cantidad suficiente se le tacha de holgazán. Claro que tampoco hay pensamientos que uno pueda hacer suyos, ni fórmulas que uno pueda citar. ¡Qué poco necesitan todos ésos para desarrollar su actividad! ¡Una pluma y unas cuartillas es cuanto pueden mostrar! Y sin ayuda de nadie, con el escaso material que un solo hombre puede llevar en sus brazos, ellos levantan sus chozas. ¡No conocen edificios más grandes que aquellos que es capaz de construir una sola persona!
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Éxito
Al ver pasar a una actriz, el señor K. comentó:
—Es hermosa. Su acompañante dijo:
—Ha tenido éxito últimamente gracias a su belleza.
—Es hermosa gracias a que ha tenido éxito —replicó, irritado, el señor K.
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Sobre la alteración de la regla que dice:
«Cada cosa a su tiempo»
En cierta ocasión, siendo huésped de una familia a la que no conocía demasiado, el señor K. advirtió que sus anfitriones habían dispuesto ya sobre una mesilla instalada en un rincón del dormitorio, si bien perfectamente visible desde el lecho, el cubierto para el desayuno. Después de alabar mentalmente a sus anfitriones por la prontitud con que se habían liberado de sus obligaciones con él, el señor K. sigue dándole vueltas al asunto y se pregunta si también él habría preparado el cubierto para el desayuno antes de acostarse. Tras meditarlo un rato, el señor K. llega a la conclusión de que aquel modo de obrar sería en él lo correcto en determinadas circunstancias. Asimismo le parece correcto el que también otros se ocupen de vez en cuando de esa cuestión.
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El señor K. y los gatos
Al señor K. no le gustaban los gatos. No le parecía que fuesen amigos del hombre; por eso él tampoco quería ser su amigo.
—Si tuviéramos los mismos intereses —decía—, su actitud hostil me traería sin cuidado.
Sin embargo, al señor K. le fastidiaba tener que echar a los gatos de su silla.
—Tumbarse a descansar cuesta trabajo —explicaba—, y ese trabajo merece verse coronado por el éxito.
Cuando los gatos acudían a maullar frente a su puerta, el señor K. se levantaba, aunque hiciera frío, y los dejaba entrar al calor.
—Los gatos hacen sus cálculos —comentaba—; cuando llaman, se les abre. Si se les deja de abrir, no vuelven a llamar. Llamar representa ya un progreso.
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El animal favorito del señor K.
Preguntado por su animal preferido, el señor K. respondió que el elefante, y dio las siguientes razones: En el elefante se combinan la astucia y la fuerza física. La suya no es la escasa astucia necesaria para eludir una persecución o atrapar una presa, sino la astucia que tiene a su disposición la fuerza para realizar grandes empresas. Por donde quiera que pasa, este animal deja una huella bien visible. Tiene además buen carácter y sabe aceptar una broma. Es tan buen amigo como buen enemigo. Es muy grande y pesado y, sin embargo, es también muy rápido. Su trompa proporciona a un cuerpo enorme hasta los alimentos más pequeños: por ejemplo, nueces. Tiene orejas móviles: no oye más que lo que le conviene. Vive muchos años. Es muy sociable, y no sólo en su trato con otros elefantes. En todas partes se le ama y se le teme a un tiempo. Una cierta comicidad es la causa de que a veces incluso se le adore. Tiene una piel muy espesa: contra ella se quiebra cualquier cuchillo, pero su natural es tierno. Puede ponerse triste. Puede también enfadarse. Le gusta bailar. Se interna siempre en la espesura para morir. Le encantan los niños y otros animales de pequeño tamaño. Es gris y sólo llama la atención por su masa. No es comestible. Es buen trabajador. Le gusta beber y se pone alegre. Hace algo en pro del arte: proporciona marfil.
[ Fragmento de: Bertolt Brecht. “Historias de almanaque” ]
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