lunes, 23 de enero de 2023

 

[ 325 ]

 

ESCRITOS CORSARIOS

 

Pier Paolo Pasolini

 

 

1 de febrero de 1975


EL ARTÍCULO DE LAS LUCIÉRNAGAS

 

 

«La distinción entre fascismo objetivo y fascismo sustantivo se remonta nada menos que al diario “Il Politecnico”, es decir al tiempo inmediato a la finalización de la guerra…» Así comienza una intervención de Franco Fortini sobre el fascismo («L’Europeo», 26-12-1974): intervención que, como se dice, yo suscribo plenamente en su totalidad. No puedo, sin embargo, suscribir el tendencioso exordio. En efecto, la distinción entre «fascismos» hecha sobre «Il Politecnico» no es ni pertinente ni actual. Ella podía tener validez hasta hace cerca de una decena de años: cuando el régimen democristiano era todavía la simple y pura continuación del régimen fascista.

 

Pero hace una decena de años, ha sucedido «algo». «Algo» que no existía y que no era previsible no sólo en los tiempos del «Politécnico», ni siquiera un año antes de que sucediera (o sin más, mientras sucedía).

 

La confrontación real entre «fascismos» no puede ser por lo tanto «cronológicamente» entre el fascismo fascista y el fascismo democristiano: sino entre el fascismo fascista y el fascismo radicalmente, totalmente, imprevisiblemente nuevo que ha nacido de aquella «cosa» que ha sucedido hace una decena de años.

 

Porque soy un escritor, y escribo polemizando, o por lo menos discuto con otros escritores, se permítanme dar una definición de carácter poético-literario de aquel fenómeno que ocurrió en Italia hace una decena de años. Ello servirá para simplificar y abreviar nuestro discurso (y probablemente para comprenderlo mejor).

 

En los primeros años del sesenta, a causa del envenenamiento del aire y sobre todo, en el campo, a causa del envenenamiento del agua (los ríos azules y los arroyos transparentes) comenzaron a desaparecer las luciérnagas. El fenómeno ha sido fulminante y fulgurante. Después de pocos años las luciérnagas no existían más. «Son ahora un recuerdo, bastante desgarrador, del pasado: y un hombre anciano que tenga tal recuerdo, no puede reconocer en los nuevos jóvenes a sí mismo joven, y por lo tanto no puede tener los bellos sentimientos de antes». Aquella «cosa» que sucedió hace una decena de años la llamaré por lo tanto «desaparición de las luciérnagas».

 

El régimen democristiano ha atravesado dos fases absolutamente distintas, que no solamente no se pueden confrontar entre sí, buscando una cierta continuidad, sino que se han convertido en incompatibles históricamente.

 

La primera fase de este régimen (como justamente han siempre insistido en llamarla los radicales) es la que va desde el fin de la guerra a la desaparición de las luciérnagas, la segunda fase es la que va desde la desaparición de las luciérnagas a hoy. Observémoslas cada una por vez.

 

Antes de la desaparición de las luciérnagas. La continuidad entre fascismo fascista y fascismo democristiano es completa y absoluta. Callo en este sentido, lo que se decía entonces, quizá precisamente en «Il Politecnico»: la depuración fallida, la continuidad de los códigos, la violencia policial, el desprecio por la Constitución. Y me contengo sobre aquello que después ha contado en una conciencia histórica retrospectiva. La democracia que los antifascistas democristianos oponían a la dictadura fascista era descaradamente formal.

 

Se fundamentaba sobre una mayoría absoluta obtenida mediante los votos de nutridos estratos de capas medias y de enormes masas campesinas, orientadas por el Vaticano. Esta orientación del Vaticano era posible sólo si se fundaba en un régimen totalmente represivo. En este universo los «valores» que contaban eran los mismos del fascismo: la Iglesia, la patria, la familia, la obediencia, la disciplina, el orden, el ahorro, la moralidad. Estos «valores» (como por otra parte durante el fascismo) eran «también reales»: pertenecían a las culturas particulares y concretas que constituían la Italia arcaicamente agrícola y paleoindustrial. Pero en el momento en que eran asumidos como «valores» nacionales no podían más que perder toda realidad, y convertirse en atroz, estúpido, represivo conformismo de Estado: el conformismo del poder fascista y democristiano. Provincianismo, rusticidad e ignorancia sea de las élites que, a nivel distinto de las masas, eran iguales tanto durante el fascismo como durante la primera fase del régimen cristiano. Paradigmas de esta ignorancia eran el pragmatismo y el formalismo vaticanos.

 

Todo ello resulta claro e inequívoco hoy, porque entonces se alimentaban, por parte de los intelectuales y de los opositores, esperanzas insensatas. Se esperaba que todo ello no fuese por completo verdad y que la democracia formal finalmente contase en algo.

 

Ahora, antes de pasar a la segunda fase, debo dedicar algunas líneas al momento de transición.

 

Durante la desaparición de las luciérnagas. En este período la distinción entre fascismo y fascismo operada en «Il Politecnico» podía funcionar. En efecto: el gran país que se estaba formando dentro del país —es decir la masa obrera y campesina organizada por el PCI— y los intelectuales más avanzados y críticos, no habían advertido que «las luciérnagas estaban desapareciendo». Ellos estaban bastante informados por la sociología (que en aquellos años había puesto en crisis el método del análisis marxista): pero eran informaciones todavía no vividas, en sustancias formalistas. Nadie podía sospechar la realidad histórica que constituiría el futuro inmediato: ni identificar que aquello que entonces se llamaba «bienestar» con el «desarrollo» que habría de realizar en Italia, por primera vez plenamente, el «genocidio» de que habla Marx en su Manifiesto.

 

Después de la desaparición de las luciérnagas. Los «valores», nacionalizados y por lo tanto falsificados, del viejo universo agrícola y paleocapitalista, de pronto no cuentan más.

 

Iglesia, patria, familia, obediencia, orden, ahorro, moralidad no cuentan más. Y no sirven siquiera en cuanto falsos. Sobreviven en el clérico-fascismo marginado (aunque el MSI en sustancia los repudia). Para sustituirlos están los «valores» de un nuevo tipo de cultura, totalmente «distinta» con relación a la cultura campesina y paleo-industrial. Esta experiencia ha sido hecha ya por otros estados. Pero en Italia es completamente particular, porque se trata de la primera «unificación» real sufrida por nuestro país mientras en los otros países se superpone, con una cierta lógica, a la unificación monárquica y a la ulterior unificación de la revolución burguesa industrial. El trauma italiano del contacto entre el «arcaísmo» pluralista y la nivelación industrial tiene quizás un solo precedente: la Alemania antes de Hitler. También aquí los valores y las diversas culturas particulares fueron destruidos por la violenta homologación de la industrialización: con la consiguiente formación de aquellas masas enormes, ya no más antiguas (campesinos, artesanos) y tampoco modernas todavía (burgueses), que han constituido el salvaje, aberrante, imponderable cuerpo de las tropas nazistas.

 

En Italia está sucediendo algo similar: Y todavía con mayor violencia, porque la industrialización de los años setenta constituye una «mutación» decisiva también con respecto a la alemana de hace cincuenta años. No estamos más como todos saben hoy, frente a «tiempos nuevos», sino a una nueva época de la historia humana: de aquella historia humana cuyos vencimientos son milenarios. Era imposible que los italianos reaccionaran peor que lo que lo hicieron ante este trauma histórico. Se convirtieron en pocos años (especialmente en el centro-sur) en un pueblo degenerado, ridículo, monstruoso, criminal. Basta solamente salir por las calles para comprenderlo. Pero, naturalmente, para comprender los cambios de la gente, es necesario amarla. Sin embargo, a este pueblo italiano yo lo había amado: fuera de los esquemas del poder (más bien, en oposición desesperada a ellos), o fuera de los esquemas populistas y humanitarios. Se trataba de un amor real, radicado en mi manera de ser. He visto por lo tanto «con mis ojos» el comportamiento coactivo del poder del consumo recrear y deformar la conciencia del pueblo italiano, hasta una irreversible degradación. Hecho que no había ocurrido durante el fascismo fascista, período en el cual el comportamiento estaba completamente disociado de la conciencia. Vanamente el poder «totalitario» insistía y reiteraba sus imposiciones de conducta: la conciencia no estaba implicada en ellos. Los «modelos» fascistas no eran más que máscaras para ponerse y llevar. Cuando el fascismo fascista cayó, todo estaba como antes. Lo he visto así también en Portugal: después de cuarenta años de fascismo, el pueblo portugués celebró el primero de mayo como si lo hubiese celebrado el año anterior.

 

Es ridículo por lo tanto que Fortini retrotraiga la distinción entre fascismo y fascismo a la primera postguerra: la distinción entre el fascismo fascista y el fascismo de esta segunda fase del poder democristiano no solamente no tiene equivalente en nuestra historia, sino tampoco en toda la historia.

 

De todas formas yo no escribo el presente artículo sólo para polemizar sobre este punto, aunque me importe mucho este aspecto. Escribo el presente artículo en realidad por una razón muy distinta. Hela aquí:

 

Todos mis lectores habrán advertido por cierto el cambio de los poderosos democristianos: en pocos meses, se han convertido en máscaras fúnebres. Es verdad: ellos continúan desenfundando sonrisas radiantes, de una sinceridad increíble. En sus pupilas se coagula la verdadera luz beata del buen humor. Cuando no se trata de la amigable luz de la argucia y de la malicia. Cosa que a los electores agrada, parece, tanto como la felicidad plena. Además, nuestros poderosos continúan impertérritos sus coloquios incomprensibles: en los cuales sobrenadan las flatus vocis de las habituales promesas estereotipadas.

 

En realidad son precisamente máscaras. Estoy seguro que sosteniendo estas máscaras no se encontraría siquiera un montón de huesos o de cenizas: se encontraría la nada, el vacío.

 

La explicación es simple: hoy en Italia hay un dramático vacío de poder. Pero éste es precisamente el punto: no un vacío de poder legislativo o ejecutivo, no un vacío de poder de orientación ni, finalmente, un vacío de poder político en cualquier sentido tradicional. Sino un vacío de poder en sí.

 

 

¿Cómo hemos arribado a este vacío? O, mejor, «¿cómo han arribado allí los hombres del poder?»

 

La explicación es simple: los hombres del poder democristiano han pasado de la «fase de las luciérnagas» a la «fase de la desaparición de las luciérnagas» sin advertirlo. En lo que pueda parecer próximo al delito su irresponsabilidad sobre este punto ha sido absoluta: no han sospechado mínimamente que el poder, que ellos detentaban y operaban, no estaba simplemente sufriendo una «normal» evolución, sino que estaba cambiando radicalmente de naturaleza.

 

Se habían ilusionado con que en su régimen todo había permanecido sustancialmente igual: que, por ejemplo, podrían contar eternamente con el Vaticano: sin advertir que el poder, que ellos mismos continuaban a detentar y a operar, no tenía ya nada que ver con el Vaticano como centro de la vida campesina, retrógrada, pobre. Se habían ilusionado con poder contar eternamente con un ejército nacionalista (como sus predecesores fascistas): y no veían que el poder, que ellos continuaban conservando y operando, ya maniobraba para fundar ejércitos nuevos en cuanto transnacionales, casi policías tecnocráticos. Y lo mismo se puede decir con relación a la familia, obligada, sin solución de continuidad desde los tiempos del fascismo, al ahorro, a la moralidad: ahora el poder del consumo imponía a la familia cambios radicales, basta aceptar el divorcio, y ya, potencialmente, todo el resto, sin más límites (o al menos hasta los límites consentidos por la permisividad del nuevo poder, peor que totalitario en cuanto violentamente totalizante).

 

 

Los hombres del poder democristiano han soportado todo esto creyendo que lo administraban. No han advertido que esto era «otra cosa»: incompatibles no sólo con ellos sino con toda una forma de cultura. Como siempre (ver Gramsci) solamente en la lengua se habían advertido los síntomas. En la fase de transición —o sea «durante la desaparición de las luciérnagas»— los hombres del poder democristiano habían casi bruscamente cambiado su manera de expresarse, adoptando un lenguaje completamente nuevo (por lo demás incomprensible como si fuera latín), especialmente Aldo Moro. Es decir (por una enigmática correlación), aquel que aparecía como el menos implicado de todos en las cosas horribles que fueron organizadas desde 1969 hasta hoy, en la tentativa, hasta ahora formalmente exitosa, de conservar el poder de cualquier manera.

 

Digo formalmente porque, repito, en realidad, los poderosos democristianos cubren, con sus maniobras de autómatas y sus sonrisas, el vacío. El poder real opera sin ellos y no tienen nada más que inútiles aparatos en las manos que sólo hacen visible de sus personas a la chaqueta oscura.

 

De todas formas, en la historia el «vacío» no puede subsistir: sólo puede ser predicado en abstracto y por absurdo. Es probable que, en efecto, el «vacío» del cual hablo esté ya llenándose, a través de una crisis y de un reordenamiento que no puede dejar de conmover a la nación entera. De ello es un índice, por ejemplo, la espera «morbosa» del golpe de estado.

 

Casi como si sólo se tratase de «sustituir» el grupo de hombres que nos ha tan atrozmente gobernado durante treinta años, llevando a Italia al desastre económico, ecológico, urbanístico, antropológico, En realidad, la falsa sustitución de estas «cabezas de alcornoque» (tal vez no menos sino quizás más fúnebremente carnavalescas), realizada mediante el refuerzo artificial de los viejos aparatos del poder fascista, no servirá para nada (y quede claro que, en este caso, la «tropa» sería ya por su constitución, nazista). El poder real que desde hace una decena de años han servido las «cabezas de alcornoque» sin advertir la realidad: he aquí algo que podría ya haber colmado el «vacío» (desvaneciendo también la posible participación en el gobierno del gran país comunista que ha nacido en la gangrena de Italia: porque no se trata de «gobernar»). De este poder «real» nosotros tenemos imágenes abstractas y en el fondo apocalípticas: no podemos imaginarnos qué «formas» asumirán, sustituyendo directamente a los sirvientes que lo han tomado por una simple «modernización» de técnicas. De todos modos, en cuanto a mí (si ello tiene algún interés para el lector) quede claro: yo daría a la Montedison entera por una luciérnaga.

 

 

 

[ Fragmento de: Pier Paolo Pasolini. “Escritos corsarios” ]

 

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2 comentarios:

  1. Con ligeros matices, en este lúcido y extraordinario escrito se pueden percibir significativas concomitancias con la historia contemporánea de este colonizado país.

    Salud y comunismo

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    1. Dices bien, hay más de un punto en común entre esa prolongación del fascismo –¡¿derrotado en la Segunda Guerra Mundial?!– implementada en Italia por la Democracia Cristiana, al dictado de Washington y con la bendición del Vaticano (Sciascia también documenta en sus obras esta pervivencia del fascismo encarnada en la DC), y la prolongación del franquismo, al dictado de Washington y con la bendición del OPUS-Vaticano, implementada en España (FRANCOCRACIA o Régimen del 78) por los hábiles chaqueteros franquistas, la imprescindible complicidad del PCE y sobre todo por un nuevo PSOE fabricado según instrucciones y financiación de la CIA en Suresnes-74. Si entramos en detalles cambian las formas y los colores, pero en esencia ganan las coincidencias marcadas por la batuta del Imperio yanqui.

      Michael Parenti lo formula muy clarito:


      «Las élites dirigentes no son omnipotentes ni infalibles. Sufren confusiones y retrocesos y tienen diferencias entre ellos mismos. A veces buscan a tientas los caminos que aseguren el desarrollo de sus intereses ante las circunstancias cambiantes, aprendiendo a base de tentativas y errores. Con todo ello su acumulación de capital permanece inalterable. Relativamente pocos en número, consiguen la mayoría de lo que se puede conseguir. Sus fortunas sirven a su poder y su poder a sus fortunas».

      Salud y comunismo

      *

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