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RUSIA EN 1931. REFLEXIONES AL PIE DEL KREMLIN
César Vallejo
I.
La urbe socialista y la ciudad del porvenir
(…) Burgo, entre mongol y tártaro, entre búdico y cismático-griego, Moscú es una gran aldea medieval, en cuyas entrañas maceradas y bárbaras se aspira todavía el óxido de hierro de las horcas, el orín de las cúpulas bizantinas, el vodka destilado de cebada, la sangre de los siervos, los granos de los diezmos y primicias, el vino de los festines del Kremlin, el sudor de mesnadas primitivas y bestiales. Cada rincón de la ciudad lo testifica plásticamente: su plano irregular y abrupto, sus muros amarillos y blancos, las calzadas empedradas, los tejados rojos y salpicados de musgo; en fin, el decorado elemental y asiático.
Sólo que junto a las ruinas del pasado anterior a 1917, se advierten las ruinas y devastaciones producidas por la revolución de octubre y las guerras civiles que la siguieron. El bombardeo, los saqueos y destrucciones se hallan aún impresos en las puertas desquiciadas, en las ventanas rotas, en los techos volados, en los muros partidos, en los monumentos y edificios mutilados. Especialmente, las iglesias, los palacios y las estatuas sufrieron una revisión histórica implacable. Se ve que, aparte de la ruinosa ciudadela de Iván el Terrible, sobrevive allí la ruinosa ciudadela de la revolución, es decir, los vestigios de un tremendo huracán político.
Pero, además de ser Moscú un conjunto de ruinas prerrevolucionarias y un conjunto de escombros de la revolución, es la capital del Estado proletario. La urbanización obrera se acelera con ritmo sorprendente. Esta urbanización abraza dos actividades: construcción de casas totalmente nuevas y transformación de las antiguas en alojamientos colectivos para obreros. Una tercera parte de la ciudad es ya nueva. A la margen izquierda del Moscova, la casi totalidad de las casas son de reciente construcción. ¿Su estilo? Un estilo rigurosamente soviético. Sobriedad de concepción, líneas simples, ángulos rectos, material sólido, ingeniería despreocupada del absorbente mito monumental y decorativo de la arquitectura de Occidente. Nada más lejos, por otro lado, de la miseria arquitectónica de las «casas para obreros» que el capitalismo construye —cuatro muros y un techo—, como si se tratase de encerrar en ellas, no ya a seres humanos, sino a boyadas de trabajo o ganado de camal. Las casas proletarias del Soviet son amplias, confortables, higiénicas. Sobre todo, higiénicas. Cada casa es una pequeña ciudad, con jardines, biblioteca, salas de baño, club y hasta teatro. Nada de colorines murales. Nada de banal ni de superfluo. Nada de barroco ni de churrigueresco. Se ha pretendido asimilar estas construcciones al rascacielo de Nueva York y a la nueva arquitectura alemana. Mas ni ésta ni aquél reúnen, como la arquitectura soviética, el confort y la sencillez, la elegancia y la simplicidad, la solidez y la belleza.
A cada uno de estos tres aspectos urbanos de Moscú corresponde un sector social particular. La población reaccionaria se destaca y diferencia rotundamente del elemento bolchevique y de las masas obreras soviéticas. Son tres capas sociales, cuya mentalidad, costumbres e intereses diversos y, a veces, opuestos, coexisten, sin embargo, en la ciudad actual. Luc Durtain lo ha constatado en parte, aunque clasificando la población por generaciones, es decir, con criterio individualista, en lugar de clasificarla según los ciclos del progreso social, es decir, con criterio colectivo. Luc Durtain sigue un procedimiento geológico y, para estudiar el fenómeno ciudadano, le da cortes verticales, en lugar de seguir un procedimiento biológico, seccionándolo horizontalmente. Luc Durtain, siendo médico, olvida el método de Darwin. Nos gustaría ver cómo Durtain estudia un tallo, cortándolo fibra a fibra, en vez de darle cortes horizontales.
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Contemplando el panorama de Moscú, desde una de las torres del Kremlin, pienso en la ciudad del porvenir. ¿Cuál será el tipo de la urbe futura? La ciudad del porvenir, la urbe futura, será la ciudad socialista. Lo será en el sentido en que Walt Whitman concibe el tipo de gran ciudad: como el hogar social por excelencia, donde el género humano realiza sus grandes ideales de cooperación, de justicia y de dicha universales. Lo será en el sentido en que Marx y Engels la conciben: como la forma más avanzada de las relaciones colectivas, cuando la sociedad cesa de ser una jauría de groseros individualismos, un lupanar de instintos bestiales —y menos que bestiales, viciosos—, para empezar a ser una estructura política y económica esencialmente humana, es decir, justa y libre y de una libertad y una justicia dialécticas, cada vez más amplias y perfectas.
¡La ciudad del porvenir! ¿Dónde, en efecto, y mejor que en la ciudad socialista, podrá producirse ese maravilloso fenómeno futuro? Porque la ciudad del porvenir ha de ser construida sólo por el socialismo, y ella misma ha de ser la más prodigiosa cristalización socialista de la convivencia humana. Concebir la urbe del porvenir dentro del sistema capitalista —como lo hacen los filósofos, profetas, políticos y escritores burgueses— es un absurdo y un contrasentido. Equivale a pretender edificar un rascacielo de mil pisos con barro o cualquiera otro de los materiales deleznables y rudimentarios empleados en las construcciones primitivas.
No es la ciudad del porvenir Nueva York. El simple espectáculo de sus maravillas mecánicas no la inviste del título ni de las cualidades suficientes para ser la urbe del futuro. Estas maravillas mecánicas constituyen apenas uno de los materiales —el más anodino— del tipo de ciudad a que aspira la humanidad. Indudablemente, el confort material, las facilidades de rapidez y precisión con que el progreso industrial encauza y motoriza la vida urbana, son necesarios a la ciudad del porvenir. Mas no basta que la sociedad produzca y consuma estos elementos de vida, al azar. Menester es que su producción y consumo se democraticen, se socialicen. Menester es socializar el trabajo, la técnica, los medios e instrumentos de la producción, de una parte; y de la otra, la riqueza. El mundo de los justos no es posible sin esta doble socialización. ¿Los Estados Unidos la han realizado? El capitalismo, en general, lleva consigo, según Marx, los gérmenes de ambos procesos. Pero en los Estados Unidos, el progreso de la técnica ha determinado únicamente una cierta socialización del trabajo. Los medios e instrumentos de la producción —fábricas y tierras— y los productos, continúan de propiedad de unos cuantos. La fabricación de un alfiler es obra de cincuenta obreros; está socializada, está hecha en sociedad.
Pero el dueño del alfiler, el que se aprovecha de su venta —una vez deducida una mínima parte para el pago de los jornales—, es un solo patrón, dos o cuatro. A Nueva York le falta, pues, la socialización integral del trabajo, de las fábricas y de los productos. Mientras en los Estados Unidos la propiedad, el trabajo y la riqueza no se hayan socializado integralmente, no es ni será Nueva York la ciudad del porvenir. Para que las maravillas mecánicas y eléctricas de Nueva York hagan de esta urbe la ciudad del porvenir, deben ser socializadas en su creación y en su aprovechamiento. Si esto no sucede y si, por el contrario, la propiedad, los progresos de la técnica, el trabajo y los productos se basan, como hasta ahora, en la injusticia, en la explotación de la mayoría por una minoría y en la división de clases, Nueva York seguirá siendo una selva de acero en que se desarrolla el drama regresivo y casi zoológico de millones de indefensos trabajadores, devorados por unos cuantos patronos, y sus maravillas industriales —tan decantadas ya y exageradas— seguirán siendo el producto sangriento e inhumano de ese drama…
(continuará)
[ Fragmento de: César Vallejo. “Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin” ]
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Magnífico fragmento. Yo tuve la fortuna de recorrer una Moscú aún soviética. En ella pude comprobar la importancia social de la distribución de la energía básica, como la calefacción, la electricidad y el agua, garantizadas para toda la población mediante cuatro centrales térmicas que las suministraban a toda la ciudad en todo momento.
ResponderEliminarNo hay nostalgia en la persona enferma que anhela recuperar la salud y lucha para conseguirlo, sino una aspiración tan natural como legítima. Eso sí, confieso que me habría gustado estar cerca de Lenin, de Fidel, de Ho Chi Minh en los amaneceres que ellos y tantos representaron para los avasallados.
Salud y comunismo
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ResponderEliminarAunque con varios años de diferencia y en distantes fases de la experiencia soviética, los diarios moscovitas escritos por un ‘pensador’ como Walter Benjamin y un ‘poeta’ como César Vallejo, marxistas cada uno a su manera, coinciden en una mirada crítica que no eluden las revolucionarias conquistas sociales ni las insuficiencias o defectos del proceso de construcción de lo que se llamó ‘el socialismo en un solo país’. En fin, tanto las luces como las sombras de esa pionera experiencia, y hay que valorar en su justa medida lo que significa ‘pionera’ en el campo de la revolución, componen un valioso conjunto de prácticas, ensayos, experimentos, pruebas, errores… que deben de contribuir al aprendizaje de todos aquellos que aspiran a sepultar el capitalismo y construir la sociedad sin clases. En la lección magistral que con sus textos nos ofrecen Benjamin y Vallejo destaca sobre todo el respeto a la verdad, siempre revolucionaria y contradictoria, y también al lector, al que ahorran esos
«Cuentos para niños con todos los buenos a un lado y todos los malos al otro»
Salud y comunismo
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Cuentos que alcanzan su apogeo en el feroz anticomunismo imperialista y su máxima difusión en las innumerables películas realizadas por Hollywood. Y aquí, aunque" los buenos de un lado" no fueran tan buenos como ellos mismos proclamaban, "los malos del otro" eran peores de lo que la mayoría pudiera imaginar. Y no lo digo yo, lo dice y confirma la historia.
EliminarSalud y comunismo
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El capitalismo, como señaló Marx, no se limita a ‘fabricar’ el producto sino que en paralelo ‘crea’ tanto los supuestos deseos como las artificiales necesidades del previamente alienado ‘consumidor’ al que la ‘tentadora e irresistible’ mercancía/fetiche va destinado. En el terreno de la lucha ideológica, más de lo mismo. En nuestra época, la infantilización y el vaciamiento de las mentes que padecen, que padecemos todos, los ‘consumidores de entretenimiento y desinformación’ llevada a cabo por los grandes medios de fabricación y difusión del producto ‘conocimientos’, bajo lo que podríamos llamar: “La dictadura cotidiana del smartphone y las redes (anti) sociales”, instrumentos de dominación que han llegado a naturalizar su propia existencia fuertemente ‘adictiva’ (o sea patológica), como si fueran consustanciales a la esencia humana”.
EliminarEn resumen, con tan cautivas y vulnerables mentes receptoras, se explica el nivel tosco y groseramente elemental de los muy primarios mensajes que emiten, pero también, y esa es la clave, la enorme eficacia y la extraordinaria facilidad con que este mensaje/consigna se llega a establecer en la ‘mente colectiva’ del ‘sentido común dominante’.
De ahí la imprescindible insistencia en reivindicar y divulgar un pensamiento, que por supuesto y en primer lugar sea mínimamente asequible, pero necesariamente crítico, materialista y dialéctico, que permita, inmersos conscientes o no de la lucha de clases a nivel ideológico, una ‘recepción crítica’ de la apabullante propaganda con la que el Sistema siembra su doctrina, persuade, controla y acaba dominando las mentes y las conductas de la mayoría de la población.
Salud y comunismo
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