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LA LUCHA DE LA CULTURA
Michael Parenti
( 14 )
HIPERINDIVIDUALISMO,
REALIDAD Y PERCEPCIÓN.
OBJETIVIDAD Y EL PARADIGMA DOMINANTE
Los símbolos legitimadores importantes de nuestra cultura se miden a través de una estructura social que está en gran medida controlada por organizaciones centralizadas y lucrativas. Esto es cierto especialmente en nuestro universo de la información, cuyo mercado masivo está monopolizado por los medios que son propiedad de las corporaciones.
Los reporteros y editores de noticias que trabajan para estos conglomerados gigantescos y multimillonarios creen que son objetivos en su tratamiento de las noticias. Si se les presiona sobre el asunto dicen que son profesionales que sólo cuentan los hechos, que evitan introducir opiniones personales en sus reportajes, que van derechos a las fuentes para conseguir su historia sin ningún sesgo ideológico en su trabajo. Fox News, una cadena de noticias que tiene tendencia derechista y está especializada en comentarios reaccionarios, proclama ser “la única cadena de noticias que es limpia y equilibrada”, como dicen sus anuncios en cada corte de programación. Y lo mismo ocurre con los muchos otros eruditos y columnistas que superpueblan los medios de las corporaciones; la mayoría parece creer que sus trabajos representan la verdad sin adornos. Aun cuando manifiesten una opinión personal, se sienten ajustados a los hechos. En resumen, creen en su objetividad.
La crítica usual de la objetividad es que ésta no existe. Desde el primer minuto que uno se sienta a escribir la primera línea de una historia, está haciendo juicios de valor, seleccionando y omitiendo cosas. Lo que es más, la propia naturaleza de la percepción la convierte en una experiencia predominantemente subjetiva. No somos sólo receptores pasivos que absorben un flujo de imágenes e información. La percepción convierte estímulos organizados y datos en unidades comprensivas. En una palabra, la percepción en sí misma es un acto de edición selectiva.
Las diferencias y distorsiones que surgen se deben no solamente a sesgos de la percepción, sino que están arraigadas en su misma fisiología. Recientemente se informó de que a algunas personas, ciegos de nacimiento, se les había devuelto la vista por medio de unas técnicas quirúrgicas nuevas. Uno de los resultados inesperados fue que, aunque los mecanismos fisiológicos de la vista estaban reconstruidos, los pacientes todavía no podían ver demasiado. Podían adivinar formas vagas y sombras, pero no podían distinguir objetos específicos e imágenes. Los investigadores llegaron a la conclusión de que nosotros no vemos con nuestros ojos, sino con nuestros cerebros, y los cerebros de estas personas privadas de la vista no habían desarrollado su capacidad de organizar la percepción visual.
También en contra de las manifestaciones fáciles de objetividad está el entendimiento de que todos tenemos nuestra manera propia de ver las cosas. Todos nos parecemos unos a otros en algunas cosas básicas, pero no hay dos personas exactamente iguales. Hay alguna parte de nuestra experiencia perceptiva que está formada idiosincrásicamente, situada exclusivamente en nosotros mismos.
Pero esto no deberíamos subestimarlo. Incluso en esta época del hiperindividualismo la percepción no es enteramente, o incluso en su mayoría, idiosincrásica. Los selectores y filtros mentales que utilizamos para organizar nuestra entrada de información, generalmente no son creación nuestra. La mayoría de nuestras aparentemente personales percepciones están formadas por una variedad de cosas externas a nosotros, tales como la cultura y la ideología dominantes, las creencias éticas, los valores sociales, la información disponible, nuestra posición dentro de la estructura social y nuestros intereses materiales. Respecto a la influencia de nuestros intereses materiales en nuestras percepciones, podríamos recordar la cita de Upton Sinclair:
“Es difícil que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”.
En 1921 Walter Lippmann señaló que gran parte de la percepción humana está preconfigurada culturalmente. “La mayor parte de nosotros”, escribió Lippmann, “no vemos primero y después definimos, primero definimos y después vemos. En la floreciente y retumbante confusión del mundo exterior, recogemos lo que nuestra cultura ya ha definido para nosotros, y tendemos a percibir que lo que hemos recogido de una forma estereotipada para nosotros, es por nuestra cultura. Las ideas y percepciones que apoyan el clima de opinión dominante es más fácil que sean aceptadas como objetivas, mientras que aquellas que chocan con él generalmente las consideramos como algo más allá de los límites y carecen de credibilidad. Por eso, más a menudo de lo que nos damos cuenta, aceptamos o rechazamos una idea dependiendo de su aceptabilidad dentro de la cultura dominante. De modo similar a Lippmann, Alvin Gouldner escribió sobre las “presunciones de fondo” de la cultura, que son los factores sobresalientes de nuestras percepciones. Nuestra predisposición a aceptar algo como cierto, o rechazarlo como falso, descansan menos sobre sus argumentos y evidencias y más sobre cómo se alinea con las ideas preconcebidas incluidas en la cultura dominante, presunciones que hemos interiorizado debido a su continua exposición. En nuestra cultura, entre los que configuran la corriente principal, esta unanimidad de sesgo implícito se considera “objetividad”.
Hoy día raramente nos referimos a las presunciones de fondo de Gardner, pero un término equivalente puede ser el de “paradigma dominante”. Algunos incluso llevan pegatinas en sus vehículos que nos urgen a “Subvertir el paradigma dominante”. Un paradigma es un armazón teórico científico básico desde el cual se pueden derivar y comprobar hipótesis clave. En la forma de hablar popular el paradigma dominante simplemente se refiere a la ortodoxia que predetermina qué conceptos y etiquetas tienen credibilidad y cuáles no. Es la ortodoxia de la persona educada.
Si lo que pasa por ser objetividad es poco más que un entorno simbólico de autoconfirmación definido culturalmente, y si la verdadera objetividad —cualquiera que pudiera ser— es inalcanzable, parecería que estamos atrapados en un subjetivismo en el que un paradigma es tan creíble (o increíble) como otro. Nos enfrentamos con la conclusión infeliz de que la investigación para la verdad social supone poco más que escoger entre una variedad de configuraciones simbólicas ilusorias. Como argumentó David Hume hace dos siglos, el problema de lo que constituye la realidad en nuestras imágenes nunca puede resolverse, ya que nuestras imágenes sólo se pueden comparar con otras imágenes y nunca con la verdadera realidad.
¿Podemos pensar alguna vez que una opinión subjetiva, imperfecta, es mejor que otra? Sí, aunque es una regla tosca; las opiniones disidentes que son menos fiables desde el punto de vista del paradigma dominante están más expuestas a ser puestas en duda enérgicamente. La gente considera la opinión heterodoxa con escepticismo, asumiendo que nunca tendrá posibilidades de ser escuchada. Habiendo estado condicionados la mayor parte de sus vidas por la ortodoxia de la corriente principal, están menos inclinados a prestar su interés de forma automática y sin pensarlo a un análisis que no les es familiar, que no encaja con su entorno. Entonces se convierten en auto-censores y desconectan. Si existe la elección de considerar una perspectiva nueva o emplear viejos argumentos contra ella, es notable cómo rápidamente la gente se va a los viejos argumentos. Todo esto hace que disentir sea mucho más difícil pero mucho más urgente.
La gente que nunca se queja de la ortodoxia de su educación política es la primera en quejarse de la “corrección política” dogmática de cualquiera que la ponga en duda. Lejos de buscar una diversidad de opiniones, se defienden a sí mismos de exponerse a tal diversidad, prefiriendo dejar inamovibles sus opiniones políticas convencionales.
Una vez di un curso a gente de clase media en la Universidad de Cornell. A mitad del curso algunos estudiantes empezaron a quejarse de que sólo veían un lado, una perspectiva. Yo señalé que de hecho las discusiones de las clases comprendían una variedad de perspectivas y algunas de las lecturas eran de lo más común. Pero la verdad era, hay que admitirlo, que el contenido predominante de las clases y las lecturas que les encargaba eran sustancialmente críticas con los medios de la corriente principal y con el poder de las corporaciones en general. Entonces les pregunté: “¿Cuántos de vosotros habéis estudiado estas perspectivas en vuestros muchos otros cursos de ciencias sociales? De los cuarenta estudiantes —la mayoría veteranos que habían recibido muchos otros cursos de ciencias políticas, economía, historia, sociología, psicología, antropología y comunicación de masas— ninguno levantó la mano (una medida del nivel de diversidad ideológica de Cornell). Entonces les pregunté: ¿Cuántos de vosotros os habéis quejado a los otros profesores de que sólo veíais un lado? ” De nuevo no se levantó ninguna mano, lo que me hizo decir: Así que vuestra protesta no es realmente porque sólo veáis un lado, sino que, por primera vez, estáis saliendo de un lado y os estáis sometiendo a otros puntos de vista, y eso no os gusta. Su petición no era investigar la opinión heterodoxa, sino aislarse de ella.
Desprovisto del apoyo de las presunciones de su entorno y del sistema de creencias dominante, el punto de vista que se desvía suena a demasiado improbable y demasiado controvertido como para ser considerado una idea equilibrada o una opinión fiable. Las opiniones convencionales encajan tan confortablemente en el paradigma dominante que se las considera afirmaciones sin discusión, como “la naturaleza de las cosas”. La verdadera eficacia de la manipulación de la opinión reside en el hecho de que no sabemos que estamos siendo manipulados. Las formas más insidiosas de opresión son las que se ínsinúan en nuestro universo de comunicaciones y en los recesos de nuestras mentes sin que nos demos cuenta de que están actuando sobre nosotros. Las ideologías más poderosas no son las que sobreviven a todos los ataques, sino las que nunca son atacadas, porque, en su ubicuidad, no aparecen más que como una verdad sin adornos.
Una opinión heterodoxa suministra la ocasión de probar la ortodoxia predominante. Nos abre a argumentos e información que los que mantienen el paradigma dominante han malinterpretado o ignorado completamente. La opinión disidente no es sólo una opinión entre muchas. Su tarea rebate la ideología reinante y amplía las fronteras del debate. La función de la opinión establecida es justo la contraria, mantener los parámetros del debate lo más estrechos posible.
Después de todo lo dicho y hecho, nosotros no estamos predestinados a un relativismo sin objeto. Incluso si el problema de la percepción permanece sin resolver de acuerdo con la epistemología, el sentido común y la vida diaria nos obligan a emitir juicios y a actuar como si algunas imágenes de la información fueran más fiables que otras. No siempre podemos saber lo que es cierto, pero podemos desarrollar alguna eficacia en cuestionar lo que es falso. Al menos para algunos propósitos los mecanismos racionales tienen su uso en la detección del error, de forma que incluso si la “realidad desnuda” nos elude constantemente, tenemos la esperanza de poder llegar a una aproximación a esa verdad. Lo falso puede descubrirse a veces por un proceso de realimentación, como cuando los acontecimientos nos demuestran lo contrario de lo que se nos dice, por ejemplo, como cuando en 2004 las cacareadas bombas de destrucción masiva, que eran la justificación para invadir Iraq, no se materializaron por ninguna parte.
A veces la opinión ortodoxa está tan enraizada que la evidencia se convierte en irrelevante, pero también hay veces en que el punto de vista oficial y los medios corporativos tienen dificultad en presentar su realidad. Hay límites a la eficacia manipuladora de la propaganda. En 2003 la propaganda oficial prometía una rápida y fácil “liberación” de Iraq, pero la realidad nos trajo resultados innegablemente diferentes que pusieron en evidencia el punto de vista oficial. La propaganda de la Casa Blanca no dijo que las tropas de los Estados Unidos fueron “recibidas con alegría por el pueblo iraquí”, pero el curso de los acontecimientos nos llevó a una guerra de resistencia costosa y prolongada. La propaganda nos dijo que “un puñado de terroristas fanáticos” estaba causando la mayoría de los problemas, pero ¿cómo podía un puñado de hombres doblegar a dos divisiones de marines y al 82º cuerpo aerotransportado e infligir miles de bajas?
Y al igual que con Iraq ocurrió con Vietnam. Durante años la prensa transmitió el punto de vista oficial sobre la guerra de Vietnam, pero mientras pudo paliar lo que estaba ocurriendo en Indochina no pudo ignorar totalmente la terrible actualidad de la propia guerra. Todavía prevalecía el paradigma dominante. El debate sobre la guerra estaba limitado entre los que decían que se podía ganar y los que decían que no. Aquellos de nosotros que decíamos que el problema no era el resultado final, sino que no teníamos derecho a intervenir, que la intervención no era por el interés del pueblo indochino ni el del pueblo americano, nunca tuvimos un sitio en los medios de la corriente principal, porque nuestra ideología era equivocada y no éramos objetivos.
El paradigma dominante a menudo puede suprimir e ignorar la actualidad entera, como cuando los bombardeos sobre Camboya durante la guerra de Vietnam, una masacre de la que la Casa Blanca mantuvo ignorante al público y al Congreso durante algún tiempo. Sin embargo la supresión total no siempre es posible, incluso en un estado totalitario, como descubrió el ministro de propaganda de Hitler, Dr. Joseph Goebbels, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Goebbels intentó sin éxito convencer al público alemán de que los ejércitos nazis estaban consiguiendo victoria tras victoria. Pero después de un tiempo la gente notó que los nazis estaban perdiendo la guerra, porque las batallas “victoriosas” estaban teniendo lugar en zonas cada vez más cercanas a la frontera alemana y finalmente dentro de la propia Alemania.
Junto con los límites de la realidad también tenemos nuestros poderes de deducción crítica. Creo que fue el filósofo Morris Raphael Cohen quien dijo una vez que el pensamiento es la moral de la acción y la lógica es la moral del pensamiento. Un componente de la lógica es la consistencia. Sin hacer ninguna investigación empírica por nuestra parte, podemos observar la evidencia interna para comprobar que, como cualquier mentiroso, la línea oficial y la prensa que la sirve están llenas de inconsistencias y contradicciones. Raras veces se hace responsable a los medios de lo que dicen, los políticos pueden producir alegremente información y opiniones que inadvertidamente revelan la falsedad de afirmaciones anteriores, sin una palabra de explicación. Podemos señalar la ausencia de evidencias que apoyen sus afirmaciones. Podemos preguntar por qué las declaraciones que aparecen una y otra vez en los medios no se miden contra realidades demostrables. Ya sabemos la respuesta: es porque encajan confortablemente dentro del paradigma dominante. Podemos preguntar por qué ciertos acontecimientos e informaciones importantes se ignoran totalmente. De nuevo la respuesta es porque no encajan adecuadamente dentro del paradigma dominante. Debemos por tanto estar atentos a cómo la línea oficial nos invita a creer una cosa u otra sin que haya ninguna razón para creerla.
Hay un rayo de esperanza: la socialización dentro de la cultura convencional no opera con un efecto perfecto. Si no fuera así, si estuviéramos inmersos hasta el fondo en el paradigma dominante, entonces yo no podría haber sido capaz de desarrollar estos pensamientos críticos y vosotros no habríais sido capaces de entenderlos.
Todas las sociedades de cualquier clase y complejidad tienen sus disidentes y críticos, o al menos sus escépticos tranquilos y sus no creyentes. Ninguna sociedad, ni siquiera la “primitiva”, está tan pulcramente encajada como algunos observadores externos nos podrían hacer creer. Incluso entre los trobrianders, los zunis, los kwakiutl y otros pueblos “primitivos”, hay escépticos que piensan que los mitos de su cultura son sólo eso, mitos, historias fabricadas y poco convincentes. La cultura ejerce sus efectos sobre nosotros de forma imperfecta, y a veces para bien.
En nuestra sociedad la realidad es más un problema para la clase dirigente que para nosotros. Tienen que retocarla y falsearla constantemente para encubrir sus planes reaccionarios. Los que están en la cumbre entienden que la cultura política corporativa no es un sistema auto-sostenido místicamente. Saben que deben trabajar sin descanso para propagar la ortodoxia reinante, utilizar apariencias democráticas para ocultar las políticas plutocráticas.
Así que hay un elemento de lucha e indeterminación en todas nuestras instituciones sociales. Al menos, a veces, hay un límite para las falsedades que la gente tiene que tragar. Frente a toda la manipulación ideológica monopolista muchos individuos desarrollan un escepticismo o una desafección total, basada en la creciente disparidad entre realidad social e ideología oficial. Junto con la estabilidad institucional tenemos un fermento popular. Junto con la manipulación de las elites tenemos un amplio escepticismo. Junto con la clase dirigente coercitiva tenemos una resistencia masiva, aunque no tanta como algunos desearíamos.
Hace años William James observó cómo la costumbre puede operar como un sedante, mientras que lo novedoso (incluida la disidencia) se rechaza como irritante. Sin embargo yo argumentaría que después de un tiempo los sedantes se pueden convertir en sofocantes e irritantes. La gente a veces tiene hambre de perspectivas críticas que le den una explicación más significativa de las cosas. Sabiendo esto tendremos una mayor posibilidad de movernos contra la corriente. No es cuestión de convertirse en instrumento ciego de cualquier opinión particular, sino de resistirse a las falsedades de una cultura sutil pero dominada ideológicamente por las corporaciones. En las luchas sociopolíticas de este mundo, la cultura es un campo de batalla clave. Los guardianes ideológicos lo saben, y también lo debemos saber el resto de nosotros.
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[ Fragmento de: “La lucha de la cultura / Michael Parenti ]
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