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FASCISTAS Y ROJOS
Michael Parenti
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DEDICATORIA
A los rojos y a los otros incontables héroes anónimos que resistieron a los Camisas Negras del ayer, y que continúan su lucha hasta el día de hoy en contra de los camisas blancas corporativos.
En memoria de Sean Gervasi y Max Gundy, valiosos amigos y defensores de la justicia social.
Per chi conosce solo il tuo colore, bandiera rossa, tu devi realmente esistere, perchè lui esista …
tu che già vanti tante glorie borghesi e operaie, ridiventa straccio, e il più povero ti sventoli.
( Para el que solamente conoce tu color, bandera roja, debes existir realmente, para que él exista …
Tú, que ya te jactas de tantas glorias burguesas y obreras, vuelve a ser un trapo, para que el pobre te agite.)
Pier Paolo Pasolini
PREFACIO
Este libro invita a aquellos inmersos en la ortodoxia prevaleciente del «Capitalismo democrático» a dudar de puntos de vista iconoclastas, a cuestionar los dogmas de la mitología del libre mercado y la persistencia del anticomunismo tanto de derecha como de izquierda, y a considerar de nuevo, con una mente receptiva pero no acrítica, los esfuerzos históricos de los tan calumniados rojos, y de otros revolucionarios.
La ortodoxia política que demoniza al Comunismo impregna toda la perspectiva política. Incluso la gente de izquierda ha internalizado la ideología liberal/conservadora que equipara al Fascismo y al Comunismo como gemelos totalitarios igualmente malvados, dos grandes movimientos de masas del siglo XX. Este libro intenta mostrar las enormes diferencias entre el Fascismo y el Comunismo tanto en el pasado como en el presente, tanto en la teoría como en la práctica, especialmente en lo que respecta a cuestiones de igualdad social, acumulación de capital privado e interés de clase.
La mitología ortodoxa también nos invita a creer que las democracias occidentales (con Estados Unidos a la cabeza) se han opuesto a ambos sistemas totalitarios con igual vigor. De hecho, los líderes estadounidenses se han dedicado sobre todo a hacer del mundo un lugar seguro para la inversión transnacional y el sistema de ganancias privadas. En pos de este objetivo han utilizado al Fascismo para proteger al Capitalismo, mientras afirman estar salvando la democracia de las garras del Comunismo.
En las páginas siguientes analizo cómo el Capitalismo se propaga y se beneficia del Fascismo, el valor de la revolución en el avance de la condición humana, las causas y efectos de la destrucción del Comunismo, la relevancia continua del Marxismo y el análisis de clase, y la naturaleza despiadada del poder en manos de la clase capitalista.
Hace más de un siglo, en su gran obra Les Misérables, Víctor Hugo se preguntaba: «¿Llegará el futuro?». Estaba pensando en un futuro de justicia social, libre de las «terribles sombras» de la opresión impuesta por unos pocos sobre la gran masa de la humanidad. Últimamente, algunos eruditos han anunciado «el fin de la historia».
Con el derrocamiento del Comunismo, la épica lucha entre sistemas alternativos ha terminado, dicen. La victoria del Capitalismo ha sido arrasadora. No hay grandes transformaciones a la vista. El libre mercado global está aquí para quedarse. Lo que ves es lo que vas a conseguir, por ahora y para siempre. Esta vez la lucha de clases ha terminado definitivamente. Así se responde a la pregunta de Hugo: el futuro sí ha llegado, aunque no el que él esperaba.
Esta teoría intelectualmente anémica del fin de la historia fue aclamada como una exégesis brillante y recibió una generosa acogida por parte de los comentaristas y críticos de los medios controlados por las corporaciones. Sirvió perfectamente a la cosmovisión oficial, diciendo lo que los altos círculos nos habían estado diciendo durante generaciones: que la lucha entre clases no es una realidad cotidiana sino una noción obsoleta, que un Capitalismo sin trabas estaba aquí para quedarse ahora y para siempre, que el futuro pertenece a quienes controlan el presente.
Pero la pregunta que realmente deberíamos hacernos es, ¿tenemos futuro? Más que nunca, con el planeta mismo en juego, se hace necesario imponer un control de la realidad sobre aquellos que saquearían nuestros limitados recursos ecológicos en busca de ganancias ilimitadas, aquellos que desecharían nuestros derechos y extinguirían nuestras libertades en su búsqueda intransigente de ganancia individual.
La historia nos enseña que todas las élites gobernantes tratan de presentarse como el orden social natural y duradero, incluso aquellas que se encuentran en graves crisis que amenazan la reproducción de sus estructuras jerárquicas de poder y privilegio. Y todas las élites gobernantes son desdeñosas e intolerantes con los puntos de vista alternativos.
La verdad es incómoda para aquellos que pretenden servir a nuestra sociedad cuando en realidad solo se sirven a sí mismos a nuestra costa. Espero que este esfuerzo desmonte la gran mentira. Puede que la verdad no nos haga libres, como afirma la Biblia, pero es un enorme paso en esa dirección.
Michael Parenti
CAPÍTULO I
RACIONALIDAD FASCISTA
Mientras caminaba por la Pequeña Italia de Nueva York, pasé por una tienda de novedades que exhibía carteles y camisetas de Benito Mussolini dando el saludo fascista. Cuando entré en la tienda y le pregunté al empleado por qué se ofrecían esos artículos, respondió:
«Bueno, a algunas personas les gusta. Y, ya sabes, tal vez necesitemos a alguien como Mussolini en este país».
Su comentario fue un recordatorio de que el fascismo sobrevive como algo más que una curiosidad histórica. Peor que los carteles o las camisetas son las obras de varios escritores empeñados en «explicar» a Hitler, o «reevaluar» a Franco, o de alguna otra manera higienizar la historia fascista.
En Italia, durante la década de 1970, surgió una verdadera industria artesanal de libros y artículos que afirmaban que Mussolini no solo hacía que los trenes funcionaran a tiempo, sino que también hacía que Italia funcionara bien. Todas estas publicaciones, junto con muchos estudios académicos convencionales, tienen una cosa en común: dicen poco o nada sobre las políticas de clase de la Italia fascista y la Alemania nazi.
¿Cómo trataron estos regímenes los servicios sociales, los impuestos, los negocios y las condiciones laborales? ¿En beneficio de quién y a expensas de quién? La mayor parte de la literatura sobre el Fascismo y el Nazismo no nos lo dice.
Los plutócratas escogieron a los autócratas
Comencemos echando un vistazo al fundador del Fascismo.
Benito Mussolini nació en 1883, hijo de un herrero. Su niñez estuvo marcada por peleas callejeras, arrestos, encarcelamientos y violentas actividades políticas radicales. Antes de la Primera Guerra Mundial, Mussolini era socialista. Brillante organizador, agitador y talentoso periodista, se convirtió en editor del periódico oficial del Partido Socialista. Sin embargo, muchos de sus camaradas sospechaban que estaba menos interesado en promover el Socialismo que en promoverse a sí mismo. De hecho, cuando la clase alta italiana lo tentó con reconocimiento, apoyo financiero y la promesa de poder, no dudó en cambiar de bando.
Al final de la Primera Guerra Mundial, Mussolini el socialista, que había organizado huelgas de trabajadores y campesinos, se había convertido en Mussolini el fascista, que rompía las huelgas en nombre de los banqueros y los terratenientes. Haciendo uso de las enormes sumas que recibió de los acaudalados se proyectó en la escena nacional como el cabecilla de i fasci di combattimento, un movimiento compuesto por exoficiales del ejército con camisas negras y diversos matones que no se guiaban por ninguna doctrina política clara más que un patriotismo militarista y una aversión conservadora a todo lo relacionado con el Socialismo y la organización de los trabajadores. Los Camisas Negras fascistas se dedicaron a atacar a sindicalistas, socialistas, comunistas y cooperativas agrícolas.
Después de la Primera Guerra Mundial se había establecido en Italia un patrón de democracia parlamentaria. Los salarios estaban mejorando y los trenes volvían a funcionar con normalidad. Pero la economía capitalista experimentaba una recesión de posguerra. Las inversiones se estancaron, la industria pesada operaba muy por debajo de su capacidad y las utilidades empresariales y las exportaciones de agronegocios estaban disminuyendo.
Para mantener la tasa de ganancia los grandes terratenientes y empresarios tendrían que recortar los salarios y elevar los precios. El Estado, a su vez, tendría que proporcionarles subsidios masivos y exenciones de impuestos. Para financiar este bienestar corporativo la población tendría que pagar impuestos más altos, y los servicios sociales y el gasto público tendrían que recortarse drásticamente —medidas que hoy en día se nos hacen familiares.
Pero el gobierno no tenía vía libre para seguir por este camino. Para 1921, muchos trabajadores y campesinos italianos estaban sindicalizados y tenían sus propias organizaciones políticas. Habían conquistado el derecho a la organización, junto con mejoras en los salarios y las condiciones de trabajo, luego de manifestaciones, huelgas, boicots, tomas de fábricas y la ocupación forzada de tierras de cultivo.
Para imponer la austeridad sobre los trabajadores y los campesinos los intereses económicos dominantes tendrían que abolir los derechos democráticos que ayudaron a las masas a defender sus modestos niveles de vida. La solución fue aplastar sus sindicatos, organizaciones políticas y libertades civiles. Los empresarios y los grandes terratenientes querían tener a alguien al mando que pudiese quebrar el poder de los trabajadores organizados y los trabajadores agrícolas e imponer el orden con puño de hierro a las masas. Benito Mussolini, acompañado de sus cuadrillas de Camisas Negras, parecía el candidato perfecto para esta tarea.
[ Entre enero y mayo de 1921, «los fascistas destruyeron 120 sedes laborales, atacaron 243 centros socialistas, además de otros edificios, asesinaron a 202 trabajadores (sin contar a los 44 que murieron a manos de la policía y la gendarmería) e hirieron a 1.144». Durante este período fueron detenidos 2.240 obreros y sólo 162 fascistas. Entre los años 1921 y 1922 hasta la toma del poder estatal por parte de Mussolini «se prendió fuego a 500 lugares de trabajo y tiendas cooperativas, y se disolvieron 900 municipios socialistas».]
En 1922, la Federazione Industriale, compuesta por los líderes de la industria, junto con representantes de las asociaciones bancarias y agroindustriales, se reunieron con Mussolini para planificar la «Marcha sobre Roma», la cual recibiría un financiamiento de 20 millones de liras. Con el respaldo adicional de los principales oficiales militares y jefes de policía de Italia, tuvo lugar la «revolución» —en realidad, un golpe de Estado— fascista.
Dos años después de tomar el poder estatal, Mussolini cerró todos los periódicos de la oposición y aplastó a los partidos Socialista, Liberal, Católico, Demócrata y Republicano, que en conjunto obtenían alrededor del 80% de los votos. Los líderes sindicales, los líderes campesinos, los delegados parlamentarios y otros críticos del nuevo régimen fueron apaleados, exiliados o asesinados por escuadrones terroristas fascistas. El Partido Comunista Italiano soportó la represión más severa de todas, pero logró mantener una valiente resistencia clandestina que finalmente se convirtió en una lucha armada contra los Camisas Negras y las fuerzas de ocupación alemanas.
En Alemania tuvo lugar un patrón similar de complicidad entre fascistas y capitalistas. Los trabajadores y campesinos alemanes habían conquistado el derecho a sindicalizarse, la jornada laboral de ocho horas y el seguro de desempleo. Pero para elevar los niveles de ganancias la industria pesada y las grandes finanzas necesitaban reducir los salarios de sus trabajadores y recibir subsidios estatales masivos, además de recortes de impuestos.
Durante la década de 1920, las Sturmabteilung o SA nazis, las tropas de asalto de camisas pardas, financiadas por empresas, se utilizaron principalmente como una fuerza paramilitar antilaboral cuya función era aterrorizar a los trabajadores y campesinos. Para 1930, la mayoría de los magnates habían llegado a la conclusión de que la República de Weimar ya no satisfacía sus necesidades y era demasiado complaciente con la clase trabajadora. Aumentaron considerablemente el dinero destinado a Hitler, impulsando al partido nazi hasta que logró relevancia nacional. Los magnates proporcionaron a los nazis generosos fondos para flotas de automóviles y altavoces para saturar las ciudades y pueblos de Alemania, junto con fondos para organizaciones del partido nazi, grupos juveniles y fuerzas paramilitares. Para el momento de la campaña de 1932 Hitler había reunido suficientes fondos como para volar a cincuenta ciudades en apenas dos semanas.
En esa misma campaña los nazis obtuvieron el 37,3% de los votos, el porcentaje más elevado que lograron obtener en una elección nacional democrática. Nunca tuvieron a la mayoría de la gente de su lado. Si es que llegaron a tener algún tipo de base confiable, generalmente se encontraba entre los miembros más ricos de la sociedad. Además, elementos de la pequeña burguesía y muchos lumpenproletarios sirvieron como matones del partido, organizados en las tropas de asalto de las SA. Pero la gran mayoría de la clase obrera organizada apoyó a los comunistas o socialdemócratas hasta el final.
En las elecciones de diciembre de 1932 tres candidatos se presentaron a la presidencia: el Mariscal de campo conservador von Hindenburg, el candidato nazi Adolfo Hitler y el candidato del Partido Comunista Ernst Thaelmann. En su campaña, Thaelmann argumentó que votar por Hindenburg equivalía a votar por Hitler y que Hitler llevaría a Alemania a la guerra. La prensa burguesa, incluidos los socialdemócratas, denunciaron que esta perspectiva estaba «inspirada en Moscú». Hindenburg fue reelegido mientras que los nazis perdieron aproximadamente dos millones de votos en la elección del Reichstag en comparación con su pico de más de 13,7 millones.
Como es común, los líderes socialdemócratas rechazaron la propuesta del Partido Comunista de formar una coalición de emergencia contra el nazismo. Como ha sucedido históricamente en muchos otros países, en Alemania los socialdemócratas prefirieron aliarse con la derecha reaccionaria antes que hacer causa común con los rojos3. Mientras tanto, varios partidos de derecha se unieron a los nazis y en enero de 1933, pocas semanas después de las elecciones, Hindenburg solicitó a Hitler el convertirse en canciller.
Al asumir el poder estatal, Hitler y sus nazis siguieron una agenda político-económica no muy diferente a la de Mussolini.
Aplastaron las organizaciones obreras y erradicaron a los partidos de oposición y clausuraron los medios de comunicación independientes. Cientos de miles de opositores fueron encarcelados, torturados o asesinados. En Alemania, como en Italia, los comunistas sufrieron la represión política más severa en relación a los demás grupos.
Aquí había dos pueblos, el italiano y el alemán, con diferentes historias, culturas e idiomas, y supuestamente diferentes temperamentos, que terminaron con las mismas soluciones represivas debido a las apremiantes similitudes de poder económico y conflicto de clases que prevalecían en sus respectivos países. En países tan diversos como Lituania, Croacia, Rumania, Hungría y España, surgió un régimen fascista similar
[ A principios de 1924, los funcionarios socialdemócratas del Ministerio del Interior utilizaron tropas paramilitares fascistas de la Reichswehr y Free Corps para atacar a los manifestantes de izquierda. Encarcelaron a 7.000 trabajadores y clausuraron periódicos del Partido Comunista / Richard Plant, The Pink Triangle ]
que hizo todo lo posible para salvar al gran capital de la imposición democrática…
(continuará)
( Fragmento de: Michael Parenti. “Fascistas y Rojos” )
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