lunes, 13 de noviembre de 2023


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FASCISTAS Y ROJOS 


Michael Parenti


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¿A quién apoyaron los fascistas?


Existe una vasta literatura sobre quién apoyó a los nazis, pero relativamente poca sobre a quién apoyaron los nazis después de que llegaron al poder. Esto está de acuerdo con la tendencia de la erudición convencional de evitar por completo el tema del Capitalismo siempre que se pueda decir algo desfavorable al respecto. ¿Qué intereses apoyaron Mussolini y Hitler?


Tanto en Italia en la década de 1920 como en Alemania en la década de 1930 resurgieron viejos males que se creía que habían pasado permanentemente a la historia a medida que las condiciones laborales se deterioraban precipitadamente. En nombre de salvar a la sociedad de la Amenaza Roja se prohibieron los sindicatos y las huelgas. Las propiedades sindicales y las cooperativas agrícolas fueron confiscadas y entregadas a ricos propietarios privados. Se abolieron las leyes de salario mínimo, el pago de horas extras y las normas de seguridad en las fábricas. Las exigencias de eficiencia se convirtieron en pan de cada día. El despido o el encarcelamiento les esperaba a aquellos trabajadores que se quejaran de las inseguras o inhumanas condiciones de trabajo. Los trabajadores trabajaban más horas por menos paga. Los miserables salarios fueron severamente recortados, en Alemania entre un 25 y un 40 por ciento, en Italia un 50 por ciento. En Italia, se reintrodujo el trabajo infantil. 


[ Esto no quiere decir que las diferencias culturales no puedan conducir a variaciones importantes. Considere, por ejemplo, el horrible papel que jugó el antisemitismo en la Alemania nazi en comparación con la Italia fascista. ]


Por supuesto, se arrojaron algunas migajas al populacho. Hubo conciertos gratuitos y eventos deportivos, algunos magros programas sociales, un subsidio para los desempleados financiado en su mayor parte por las contribuciones de los trabajadores y vistosos proyectos de obras públicas diseñados para evocar el orgullo cívico.


Tanto Mussolini como Hitler mostraron su gratitud a sus patrocinadores de las grandes empresas al privatizar muchas acerías, centrales eléctricas, bancos y compañías navieras estatales perfectamente solventes. Ambos regímenes recurrieron al erario público para reflotar o subsidiar la industria pesada. La agricultura de agronegocios se expandió y se subsidió fuertemente. Ambos estados garantizaron un rendimiento del capital invertido por las gigantescas corporaciones mientras asumían la mayoría de los riesgos y pérdidas de las inversiones.


Como suele ocurrir con los regímenes reaccionarios, el capital público fue desvalijado por el capital privado. Al mismo tiempo se incrementaron los impuestos al pueblo, pero se redujeron o se eliminaron para los ricos y las grandes empresas. El impuesto a las herencias de los ricos se redujo drásticamente o fue directamente abolido.


¿El resultado de todo esto? En Italia, durante la década de 1930, la economía se vio afectada por la recesión, una deuda pública asombrosa y una corrupción generalizada. Pero las utilidades empresariales aumentaron y las fábricas de armamentos se afanaron en apurar la producción de armas para la guerra que se avecinaba. En Alemania el desempleo se redujo a la mitad con la considerable expansión de los trabajos que generó el sector armamentístico, pero la pobreza aumentó debido a los drásticos recortes salariales. Y de 1935 a 1943 las utilidades empresariales aumentaron sustancialmente, mientras que los ingresos netos de las grandes empresas subieron un 46%. Durante la década de 1930, en los Estados Unidos, Gran Bretaña y Escandinavia, los grupos de altos ingresos experimentaron una modesta disminución de su participación en el ingreso nacional; pero en Alemania, el 5% más rico disfrutó de utilidades del 15%.


[ A pesar de toda esta evidencia la mayoría de los escritores han ignorado la estrecha colaboración del Fascismo con las grandes empresas. Algunos incluso argumentan que las empresas no fueron beneficiarias sino víctimas del Fascismo. ]



Angelo Codevilla, un escriba conservador del Hoover Institute, dijo con vehemencia: «Si el Fascismo significa algo, significa la propiedad y el control de los negocios por parte del Gobierno».


Así, el Fascismo se tergiversa como una forma mutante del Socialismo. De hecho, si el Fascismo significa algo, significa el apoyo total del gobierno a las empresas y la represión severa de las fuerzas antiempresariales y prolaborales.


¿Es el Fascismo simplemente una fuerza dictatorial al servicio del Capitalismo? Puede que esa no sea toda su razón de ser, pero ciertamente es una parte importante de su raison d’être, la función a la que el propio Hitler se refirió cuando habló de salvar a los empresarios y banqueros del bolchevismo. Es un tema que merece mucha más atención de la que ha recibido.


El ex-izquierdista y conservador renacido Eugene Genovese (New Republic, 4/1/95) llegó con entusiasmo a la conclusión de que es una «interpretación sin sentido» ver «al Fascismo como un engendro del gran capital». Genovese respaldó a Eric Hobsbawm, quien argumentó que la clase capitalista no era la fuerza principal detrás del Fascismo en España. En respuesta, Vicente Navarro (Monthly Review 1/96 y 4/96) señaló que «los principales capitalistas españoles», respaldados por al menos un millonario petrolero de Texas y otros elementos del capital internacional, de hecho, financiaron la invasión y el golpe fascista de Franco contra la República Española. Una de las principales fuentes de ingresos, escribe Navarro, fue el imperio financiero de Juan March, fundador del Partido Republicano de Centro (sucesor del Partido Liberal) y dueño de un periódico liberal (El Día). Pese a ser considerado un modernizador y una alternativa al sector oligárquico, latifundista y reaccionario del capital, March hizo causa común con estos mismos oligarcas al ver que los partidos obreros cobraban fuerza y sus propios intereses económicos se veían afectados por la República reformista.


Si bien los fascistas podrían haber creído que estaban salvando a los plutócratas de los rojos, de hecho, la izquierda revolucionaria nunca fue lo suficientemente fuerte como para tomar el poder estatal en Italia o Alemania. Las fuerzas populares, sin embargo, fueron lo suficientemente fuertes como para reducir las tasas de ganancia e interferir con el proceso de acumulación del capital. Esto frustró los intentos del Capitalismo de resolver sus contradicciones internas trasladando cada vez más sus costos a las espaldas de la población trabajadora. Con revolución o sin revolución, esta resistencia obrera democrática era problemática para los intereses de los acaudalados.


Además de servir a los capitalistas, los líderes fascistas se sirvieron a sí mismos, obteniendo dinero en cada oportunidad. Su codicia personal y su lealtad de clase eran dos caras de la misma moneda. Mussolini y sus cohortes vivían lujosamente, retozando dentro de los círculos más altos entre ricos y aristócratas. Los oficiales nazis y los comandantes de las SS amasaron fortunas personales saqueando los territorios conquistados y robando a los presos de los campos de concentración y de otras víctimas políticas. Se acumuló vastas cantidades de riqueza a través de negocios secretos bien conectados, además de la subcontratación de mano de obra esclava de los campos de concentración a empresas industriales como I.G. Farben y Krupp.


Hitler suele ser retratado como un fanático ideológico al que no le interesaban las vulgaridades materiales. De hecho, acumuló una inmensa fortuna, gran parte de ella de formas cuestionables. Expropió obras de arte del dominio público. Robó sumas enormes de las arcas del partido nazi. Inventó un nuevo concepto, el «derecho de personalidad», que le permitió cobrar una pequeña tarifa por cada sello postal con su imagen, actividad que le hizo ganar cientos de millones de marcos.


[ Ya había un sello de von Hindenburg para honrar su presidencia. El viejo Hindenburg, que no tenía simpatía por Hitler, dijo sarcásticamente que haría de Hitler su ministro de correos, porque «entonces podría lamerle el reverso».]


La mayor fuente de riqueza de Hitler era un fondo secreto para sobornos al que los principales empresarios alemanes depositaban regularmente. Hitler «sabía que mientras la industria alemana ganara dinero, sus fuentes privadas de dinero serían inagotables. Por lo tanto, se aseguraría de que la industria alemana nunca estuviera mejor que bajo su gobierno —lanzando, por un lado, gigantescos proyectos de armamento», o lo que hoy llamaríamos grandes contratos de defensa.


Hitler vivió dándose indulgencias en lugar de ser un santurrón. Durante todo el tiempo que ocupó el cargo obtuvo resoluciones especiales de la oficina de impuestos alemana que le permitieron eludir impuestos sobre la renta o la propiedad.


Tenía un parque automotor de limusinas, apartamentos privados, casas de campo, un vasto personal de servicio y una majestuosa propiedad en los Alpes. Sus momentos más felices los pasó entreteniendo a la realeza europea, incluidos el duque y la duquesa de Windsor, quienes fueron parte de su club de admiradores…


(continuará)




[ Fragmento de: Michael Parenti. FASCISTAS Y ROJOS Racionalidad fascista y la destrucción del Comunismo ]



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