miércoles, 22 de noviembre de 2023



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FASCISTAS Y ROJOS 


Michael Parenti


( y 3 )



¡Alabanzas a Adolf y a Benito!


El Fascismo italiano y el Nazismo alemán tenían sus admiradores dentro de la comunidad empresarial estadounidense y la prensa privada. Banqueros, editores y empresarios, incluidos personajes como Henry Ford, viajaron a Roma y Berlín para rendir homenaje, recibir medallas y firmar jugosos contratos. Muchos hicieron todo lo posible para avanzar en el esfuerzo de guerra nazi, compartiendo secretos militares e industriales y participando en transacciones secretas con el gobierno nazi, incluso después de que Estados Unidos entrara en la guerra. 


Durante la década de 1920 y principios de la de 1930, importantes medios de comunicación como Fortune, Wall Street Journal, Saturday Evening Post, New York Times, Chicago Tribune y Christian Science Monitor elogiaron a Mussolini como el hombre que rescató a Italia de la anarquía y el radicalismo.


Hicieron girar fantasías rapsódicas de una Italia resucitada donde la pobreza y la explotación habían desaparecido repentinamente, donde los rojos habían sido vencidos, reinaba la armonía y los Camisas Negras eran adalides de una «nueva democracia».


La prensa de lengua italiana en los Estados Unidos se unió con entusiasmo al coro. Los dos periódicos más influyentes, L'ltalia de San Francisco, financiado en gran parte por el Bank of America de AP Giannini, e Il Progresso de Nueva York, propiedad del multimillonario Generoso Pope, miraban con buenos ojos al régimen fascista y sugerían que Estados Unidos podría beneficiarse de un orden social parecido.


Algunos disidentes se negaron a sumarse al coro que rezaba «¡Amamos a Benito!». The Nation recordó a sus lectores que Mussolini no estaba salvando la democracia sino destruyéndola. Progresistas de todas las corrientes y varios líderes sindicales se opusieron al Fascismo. Sin embargo, su perspectiva crítica recibió poca exposición en los medios de comunicación privados.


Como con Mussolini, también con Hitler. La prensa no miró con poca amabilidad a la dictadura nazi de der Führer. Se decía por todas partes «¡Denle una oportunidad a Adolfo!»; aquello, por supuesto, engrasado con dinero nazi. A cambio de una cobertura más positiva en los periódicos de Hearst, por ejemplo, los nazis pagaron casi diez veces la tarifa de suscripción estándar del servicio de noticias del INS. A cambio, William Randolph Hearst instruyó a sus corresponsales en Alemania para que presentaran informes amistosos sobre el régimen de Hitler. Los que se negaron fueron transferidos o despedidos. Los periódicos de Hearst incluso abrieron la sección de opinión a destacados líderes nazis como Alfred Rosenberg y Hermann Göring.


A mediados y finales de la década de 1930 Italia y Alemania, aliados con Japón —otro país donde se había afianzado el Fascismo—, buscaban agresivamente una parte de los mercados mundiales y el botín colonial, un expansionismo que los puso en conflicto cada vez más con naciones capitalistas occidentales más estables como Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos. A medida que la sombra de la guerra se extendía, la opinión de la prensa estadounidense sobre las potencias del Eje dio un giro hacia la crítica.




El uso racional de una ideología irracional 


Algunos escritores enfatizan las características «irracionales» del Fascismo. Al hacerlo, pasan por alto las funciones político-económicas racionales que desempeñó el Fascismo. La política es en gran medida la manipulación racional de símbolos irracionales. Por supuesto, esto aplica a la ideología fascista, cuyos llamamientos emotivos han cumplido una función de control de clase.


Primero fue el culto al líder, en Italia: il Duce, en Alemania: der Feuhrerprinzip. Con el culto al líder vino la idolatría del Estado. Como escribió Mussolini, «la concepción fascista es del Estado, y ella es del individuo, en cuanto aquél coincide con el Estado». El Fascismo predica el gobierno autoritario de un Estado que lo abarca todo y un líder supremo. Ensalza los impulsos humanos más encarnizados de conquista y dominación, mientras rechaza el igualitarismo, la democracia, el colectivismo y el pacifismo como doctrinas impregnadas de debilidad y decadencia.


El compromiso la paz, escribió Mussolini, «es hostil al Fascismo». La paz perpetua, afirmó en 1934, es una doctrina «deprimente». Sólo en la «lucha cruel» y la «conquista» podían alcanzar los hombres o las naciones su más alta realización.


«Aunque las palabras son cosas hermosas», afirmó, «los rifles, las ametralladoras, los aviones y los cañones son aún más hermosos». Y en otra ocasión escribió: «Sólo la guerra eleva a la máxima tensión todas las energías humanas e imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen la virtud de afrontarla».


Irónicamente, la mayoría de los reclutas del ejército italiano no tenían las agallas para el belicismo de Mussolini, y tendían a retirarse de la batalla una vez que descubrían que el otro lado estaba empleando munición real.


La doctrina fascista enfatiza los valores monistas: Ein Volk, ein Reich, ein Fuehrer (un pueblo, un imperio, un líder). La gente ya no debe preocuparse por los conflictos de clase, sino que debe verse a sí misma como parte de un todo armonioso (…), una visión que beneficia al statu quo económico al encubrir el sistema actual de explotación de clase. Esto en contra de una agenda de izquierda que aboga por la articulación de demandas populares y una mayor conciencia de la injusticia social y la lucha de clases.


Este monismo está reforzado por llamamientos atávicos a las raíces míticas del pueblo. Para Mussolini, era la grandeza de Roma; para Hitler, el antiguo Volk. Una obra escrita por un pronazi, Hans Jorst, titulada “Schlageter” y presentada ampliamente en toda Alemania poco después de que los nazis tomaran el poder (Hitler asistió a la noche inaugural en Berlín) enfrenta el misticismo Volk contra la política de clase. En un punto de esta obra, August habla con su padre, Schneider: 



August: No me lo vas a creer, papá, pero (…) la juventud ya no presta atención a estos viejos slogans. (…) La lucha de clases se está extinguiendo.


Schneider: Entonces… ¿qué es lo que tienes?


August: La comunidad, el Volk.


Schneider: ¿Y eso es un slogan?


August: ¡No, es una experiencia!


Schneider: Dios mío… Nuestra lucha de clases, nuestras huelgas, no fueron una experiencia, ¿verdad? El Socialismo, la Internacional, ¿a lo mejor fueron fantasías?


August: Fueron necesarias, pero (…) son experiencias históricas.


Schneider: Entonces… el futuro que le depara a tu comunidad, a tu Volk. Dime, ¿cómo lo ves en realidad? Pobres, ricos, saludables, de élite, menesterosos… todo esto deja de existir para ti, ¿verdad?


August: Mira, papá… la élite, los menesterosos, los pobres, los ricos… todo eso existirá siempre. Lo que en realidad es relevante es la importancia que uno le da a aquella pregunta. Para nosotros la vida no encuentra sus límites en el trabajo ni en el mercado. En cambio, creemos en la existencia humana como un todo. Ninguno de nosotros considera que ganar dinero es lo más importante; lo que deseamos es servir. El individuo es un corpúsculo en las arterias de su pueblo.



Los comentarios del hijo son reveladores: «la lucha de clases se está extinguiendo». La preocupación del padre por los abusos del poder de clase y la injusticia de clase se descarta fácilmente como un estado de ánimo sin realidad objetiva. Incluso se equipara falsamente con una crasa preocupación por el dinero. («Ninguno de nosotros considera que ganar dinero es lo más importante»). Presumiblemente, los asuntos relacionados con la riqueza deben dejarse en manos de quienes la tienen. Tenemos algo mejor, dice 


August: una experiencia totalista y monista como pueblo, todos nosotros, ricos y pobres, trabajando juntos por más gloria. 


Convenientemente se pasa por alto cómo los «gloriosos sacrificios» son soportados por los pobres en beneficio de los ricos. La posición enunciada en esa obra y en otra propaganda nazi no revela una indiferencia de clase; muy por el contrario, representa una aguda conciencia de los intereses de clase, un esfuerzo bien diseñado para enmascarar y silenciar la fuerte conciencia de clase que existía entre los trabajadores en Alemania. En medio de aquella astuta negación podemos ver cómo admiten, en secreto, lo que pretenden negar…




[ Fragmento de: Michael Parenti. “Fascistas y Rojos Racionalidad fascista y la destrucción del Comunismo ]


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