martes, 26 de diciembre de 2023

 

[ 512 ]

 

EL MÉTODO YAKARTA

 

 

Vincent Bevins

 

 

(…)

 

02

Indonesia independiente

 

 

 

UNA NUEVA VIDA PARA FRANCISCA

 

(…) Pero luego llegó a conocerlo. Pasaban horas y horas charlando de historia, de la lucha anticolonial y de las formas en las que su infancia había sido injusta, retorcida por la dominación europea. Hablaban de cómo podían luchar para que todo fuera como debía ser. Resultaba emocionante. Zain era emocionante y Francisca estaba dispuesta a reconocerlo. Empezaron a trabajar juntos sin descanso, unidos por una causa común. Esa causa, por supuesto, era la independencia.

 

No sin cierta ironía, el contacto directo con Europa había sido siempre importante para fomentar los movimientos revolucionarios en el tercer mundo. El movimiento independentista indonesio echó sus primeras raíces en Holanda, y fue en París donde Ho Chi Minh recibió su educación política. Cuando se trasladaban a estudiar o a trabajar en las capitales imperiales, los súbditos de las colonias a menudo entraban en contacto con ideas que nunca se había permitido que llegaran a su tierra natal. Gran parte del colonialismo se había basado en la lógica de «Haz lo que digo, no lo que hago». O más bien, en la práctica de «Haz lo que dicen los blancos, no lo que hacen». De este modo, mientras que los europeos ampliaban la educación a toda la población y sus intelectuales debatían los méritos del socialismo y del marxismo, gran parte de todo esto estaba prohibido en las colonias. A los nativos se les podían ocurrir cosas. Por ejemplo, en el Congo, controlado de manera despiadada por los belgas desde que el rey Leopoldo II fundara el Estado Libre del Congo en 1885 (y Estados Unidos se apresurara a ser el primer país del mundo en reconocer la colonia), las autoridades prohibían las publicaciones de izquierdas y las revistas liberales a la moda que circulaban libremente en Europa. Temían incluso que las clases obreras negras vivieran juntas en espacios urbanos: ¿no conllevaría esto la subversión o, aún peor, el bolchevismo? Los jóvenes congoleses estudiaban a la familia real belga, pero no el movimiento por los derechos civiles estadounidense, mientras que la Revolución francesa se explicaba con mucha cautela para que todo aquello no pareciera excesivamente atractivo en las ediciones africanas de los libros de texto.

 

La justificación de las autoridades europeas en el Congo era la siguiente:

 

«Todos los que vivan en la colonia coincidirán en que los negros son aún niños, tanto intelectual como políticamente».

 

En el caso de Francisca y de Zain, que empezaron su noviazgo formal a finales de la década de 1940, la lucha por la independencia de las colonias estaba íntimamente ligada a la política de izquierdas. Así fue como Francisca, defensora acérrima de la libertad indonesia, entró de manera natural en los círculos socialistas, pues las dos luchas llevaban mucho tiempo interconectadas. En los años treinta y cuarenta prácticamente ningún europeo apoyaba la independencia de las colonias salvo la izquierda. El Partido Comunista Indonesio, Partai Komunis Indonesia (PKI), fue fundado en 1914 con el nombre de Asociación Socialdemócrata de las Indias gracias a la ayuda de izquierdistas neerlandeses. A lo largo de la década de 1920, el partido trabajó con Sukarno y los grupos musulmanes pro-independencia; más tarde, durante la ocupación japonesa, se implicó de manera activa en la lucha contra el fascismo.

 

Francisca oyó algo acerca del socialismo en las reuniones estudiantiles y le gustó, pero no se implicó excesivamente en ninguna de las batallas ideológicas más intrincadas. No tomó parte en los debates sobre el denominado Caso Madiun y los choques entre los comunistas y las fuerzas republicanas de Sukarno dentro del movimiento revolucionario. Fue mucho más fácil elegir bando cuando los Países Bajos lanzaron un segundo intento de reconquistar Indonesia. A modo de protesta, todos los estudiantes con becas neerlandesas las devolvieron y Francisca se unió a ellos cuando abandonaron las clases. Más tarde, ese mismo año, aprovechó la oportunidad de ir a Budapest para asistir al segundo Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Estaba organizado por la Federación Mundial de la Juventud Democrática. Francisca sabía, por supuesto, que en aquel contexto «Democrática» significaba en realidad «socialista» y que Hungría estaba aliada con la Unión Soviética, pero nada de esto hizo que la perspectiva del viaje fuese menos atractiva.

 

No todos los estudiantes indonesios se podían permitir asistir, pero Francisca tenía el dinero para el billete, así que se subió al tren y cruzó lo que los occidentales empezaban a llamar «telón de acero». No vio ningún telón. Para Francisca —con la mirada fija al otro lado de la ventanilla, por la que pasaba la Alemania de posguerra y después Austria y Hungría—, el viaje fue maravilloso. Europa estaba hecha pedazos, pero, aun así, Budapest era cautivadora. Y allí nadie la trataba como ciudadana de segunda, lo que sí que sucedía en su propio país. Pero nada la preparó para el festival de la juventud en sí. Conoció a estudiantes izquierdistas de todo el mundo, de naciones de toda Asia, de África, ¡incluso de Estados Unidos! Para Francisca fue una verdadera conmoción: solo había visto estadounidenses en las películas.

 

Empezó a conversar con los estudiantes estadounidenses y quedó todavía más impresionada cuando vio juntos a un hombre negro y a una mujer blanca. No sabía mucho de política internacional, pero lo sabía todo sobre el racismo en Estados Unidos. Así que les preguntó:

 

«¿Cómo es que habéis venido juntos? ¿No os resulta difícil? ¿No os obligan a estar separados?».

 

Los estudiantes soltaron una risita y asintieron:

 

«Bueno, sí, pero nos las apañamos», respondió la chica.

 

 

Francisca conoció después a estudiantes de Corea y del Congo. En la delegación congolesa, Francisca jura que se encontró con un joven encantador apellidado Lumumba, pero no sabía gran cosa de él entonces. Los estudiantes mostraban sus danzas tradicionales y llevaban a cabo otras actividades culturales de todos los rincones del planeta. Eran una demostración de unidad internacional, así como del orgullo que sentía cada nación. Cuando describe este encuentro, pasados los años, la voz de Francisca se aflauta tanto que prácticamente se transforma en un silbido.

 

En 1950, Francisca y Zain se casaron en secreto. Tuvieron que escapar a Praga porque las autoridades neerlandesas le habrían exigido a Francisca el permiso de su padre, que por algún motivo todavía no se había prestado a concederlo (a la pareja no le importaban mucho los motivos). El viaje fue otra pequeña aventura, en la que pusieron en práctica sus habilidades lingüísticas, dado que la humilde ceremonia se tuvo que celebrar en alemán. Sin problema. Entonces Zain sabía inglés, indonesio, neerlandés y batak (la lengua de su familia en la isla de Sumatra), y Francisca hablaba con fluidez alemán, francés, indonesio, neerlandés e inglés, además de un poco de bahasa ambon.

 

El padre de Francisca se dejó convencer poco después y dio su bendición al nuevo matrimonio. Y, lo que era más importante para ellos, ambos se establecieron rápidamente como miembros productivos de una sociedad recién estrenada. Nada más regresar a una nueva Indonesia independiente, Francisca empezó a trabajar de bibliotecaria: un trabajo de ensueño, podía estar rodeada una vez más de libros. No le fue difícil conseguir el puesto. La nueva república estaba hambrienta de trabajadores cualificados y todavía dependía de bibliotecarios neerlandeses que trabajaban con ella. Fruto de una desatención deliberada por parte de los Países Bajos, la población indonesia presentaba graves carencias educativas. Cuando finalmente los neerlandeses se retiraron, únicamente en torno a un 5 por ciento de los sesenta y cinco millones de indonesios sabía leer y escribir.

 

«Creo que este fue uno de los peores crímenes del colonialismo —afirma Francisca—. Después de tres siglos y medio de ocupación neerlandesa, quedamos sin apenas conocimientos de nuestro propio pueblo y de nuestra cultura».

 

Mientras tanto, Zain empezó a trabajar de periodista y consiguió un puesto en un periódico llamado Harian Rakyat (Diario del Pueblo). Era el periódico del Partido Comunista Indonesio, el PKI. Suponía una gran oportunidad para un recién llegado, y Francisca se alegró mucho por él. A sus ojos nada tenía de extraño trabajar para un periódico comunista entonces. Francisca sabía que Zain estaba próximo al Partido Comunista y probablemente fuera miembro, pero nada de esto tenía especial relevancia. Después de los enfrentamientos de 1948, el Partido Comunista se había reorganizado y se había integrado en la nueva nación. El PKI era una parte más de la revolución patriótica multipartidista. El PKI formaba parte de la nueva Indonesia de Sukarno.

 

Gracias a sus habilidades lingüísticas, a Zain le asignaron un papel de lo más atractivo en el periódico. Empezó a escribir sobre cuestiones internacionales y a traducir noticias del extranjero para el público local. Y, para alguien implicado en la liberación del tercer mundo y en la lucha contra el «imperialismo» (por emplear el vocabulario de su periódico), los inicios de la década de 1950 fueron unos tiempos increíblemente interesantes.

 

Las tropas estadounidenses estaban por aquellas fechas en Corea, enzarzadas en una guerra que pocas personas habían previsto que se desencadenara. Después de que los japoneses abandonaran la península de Corea, que habían dominado con una brutalidad todavía mayor a la desplegada en Indonesia, el país fue dividido en dos. Durante el dominio japonés, lo que quedaba del partido comunista (Stalin hizo ejecutar a gran parte de sus líderes a finales de la década de 1930) combatió en una feroz guerra de guerrillas contra los invasores a lo largo de Corea y de Manchuria, hasta que fueron obligados a exiliarse en Siberia. Uno de estos comunistas, Kim Il-sung, se hizo con el poder en la mitad norte en 1945. En el sur, las fuerzas de ocupación estadounidenses tomaron a Syngman Rhee, un cristiano anticomunista que llevaba décadas viviendo en Estados Unidos, y lo plantaron como líder. Su Gobierno autoritario puso en la diana a la izquierda y, utilizando la amenaza del comunismo como justificación, masacró a decenas de miles de personas en Jeju, una isla que llevaba desde la guerra controlada por «comités populares» independientes. En 1950 estalló la guerra en la línea divisoria. Las tropas comunistas del norte rápidamente se abrieron paso hacia Seúl, lo que llevó a Estados Unidos a reclamar en la ONU una actuación militar conjunta para contraatacar. Por motivos que no están claros, Stalin ordenó a su embajador no participar en la votación en la ONU, en lugar de elevar una protesta, y la propuesta de Estados Unidos salió adelante con facilidad. Las tropas estadounidenses y de la ONU devolvieron a Corea del Norte a la frontera original, pero luego siguieron avanzando, en un intento por tomar todo el país. Los soviéticos ofrecieron poca ayuda, pero, para sorpresa de Washington, el agotado y andrajoso Ejército Rojo de Mao se movilizó para ayudar a los comunistas coreanos, en gran medida porque sentían que tenían una deuda con los coreanos por la asistencia que los insurgentes de Kim habían prestado contra los japoneses en Manchuria. En los posteriores tres años de disputa en punto muerto, Estados Unidos arrojó más de seiscientas mil toneladas de bombas en Corea, más de las utilizadas en todo el escenario del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, y vertió treinta mil toneladas de napalm en la naturaleza. Más del 80 por ciento de los edificios de Corea del Norte fueron destruidos. Se estima que la campaña de bombardeos mató a un millón de civiles.

 

En Corea, los chicos de la CIA también pusieron a prueba algunas de las estrategias que habían utilizado en Europa del Este. Miles de agentes coreanos y chinos reclutados por Estados Unidos fueron infiltrados en el Norte durante la guerra. Una vez más fue un fracaso absoluto. Más tarde, documentos clasificados de la CIA concluyeron que las operaciones resultaron «no solo ineficaces, sino probablemente también moralmente reprensibles en cuanto al número de vidas perdidas». La CIA no supo hasta más tarde que toda la información de inteligencia que la agencia recopiló durante la guerra había sido fabricada por los servicios secretos norcoreanos y chinos.

 

Una vez más, las bien financiadas operaciones encubiertas de la CIA contra soldados comunistas reales y curtidos en batallas, soldados centrados en alcanzar la victoria, quedaron en nada. En Irán, no obstante, donde no existía tal contingente, la joven CIA encontró su primera gran victoria…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

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