lunes, 15 de enero de 2024

 

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LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO

 

Norman G. Finkelstein

 

( y 07 )

 

 

III.

La doble extorsión

 

La expresión «superviviente del Holocausto» designaba originariamente a aquellos que habían pasado por el excepcional trauma de soportar los guetos judíos, los campos de concentración y los campos de trabajos forzados, muchas veces por este orden. El número de personas que encajaban en esta definición de supervivientes del Holocausto cuando terminó la guerra suele situarse en torno a 100.000. Hoy día, la cifra de supervivientes que siguen con vida no puede superar la cuarta parte de la original. Haber sufrido los campos de concentración se convirtió en el martirio por excelencia y, por ello, muchos judíos que habían vivido en otros lugares durante la guerra se hicieron pasar por supervivientes de los campos. Esta superchería tuvo además otro motivo de índole material. El gobierno alemán de posguerra indemnizó a los judíos que habían vivido en guetos o en campos de concentración. Numerosos judíos reinventaron su pasado con objeto de satisfacer ese requisito para recibir una indemnización.

 

«Si todos los que hoy día aseguran ser supervivientes, lo son —solía exclamar mi madre—, ¿a quién mató Hitler?»

 

 

Muchos estudiosos han puesto en duda la fiabilidad de los testimonios de los supervivientes. «Un elevado porcentaje de los errores que descubrí en mi propio trabajo —comenta Hilberg— podía atribuirse a los testimonios». La desconfianza se halla incluso dentro de la industria del Holocausto, y, así, por ejemplo, Deborah Lipstadt observa con ironía que los supervivientes del Holocausto aseveran frecuentemente que fueron interrogados personalmente por Josef Mengele en Auschwitz.

 

Fallos de la memoria aparte, los testimonios de algunos supervivientes del Holocausto pueden ponerse en tela de juicio por otros motivos. Como a los supervivientes se les reverencia hoy día como si fueran santos profanos, nadie se atreve a poner en entredicho lo que dicen. Afirmaciones disparatadas se dan por buenas sin ningún comentario. Elie Wiesel recuerda en sus aclamadas memorias que, recién liberado de Buchenwald, cuando solo contaba dieciocho años, leyó «La crítica de la razón pura…, ¡no vayan a reírse!, en yidish». Aun sin tener en cuenta que el propio Wiesel confiesa que en aquella época «no tenía ni idea de gramática yídica», hay que decir que La crítica de la razón pura nunca se ha traducido al yidish. Wiesel también recuerda con toda suerte de intrincados pormenores a un «misterioso estudioso del Talmud» que «llegó a dominar el húngaro en dos semanas», solo para sorprenderle. Wiesel declara a un semanario judío que «muchas veces se queda ronco o pierde la voz» mientras lee en silencio libros, porque los lee «interiormente en voz alta». Y, ante un reportero del New York Times, rememora la ocasión en que le atropelló un taxi en Times Square. «Recorrí volando toda una manzana. El taxi me golpeó en la esquina de la Calle 45 con Broadway y la ambulancia me recogió en la Calle 44». «La verdad que ofrezco carece de adornos —dice Wiesel con un suspiro—, no sé hacerlo de otra forma».

 

En los últimos tiempos, la expresión «superviviente del Holocausto» se ha redefinido y ha pasado a designar no solo a quienes sufrieron a los nazis, sino también a quienes lograron huir de ellos. Lo que da cabida, por ejemplo, a más de 100.000 judíos polacos que encontraron refugio en la Unión Soviética tras la invasión nazi de Polonia. Sin embargo, «quienes vivieron en Rusia no recibieron un trato distinto del de los ciudadanos de ese país», observa el historiador Leonard Dinnerstein, mientras que «los supervivientes de los campos de concentración parecían muertos vivientes». Un participante de una web sobre el Holocausto afirmaba que, pese a que había pasado la guerra en Tel Aviv, era un superviviente del Holocausto porque su abuela murió en Auschwitz. A juzgar por los criterios de Israel Gutman, Wilkomirski es un superviviente del Holocausto porque su «dolor es auténtico». El departamento del Primer Ministro israelí ha situado recientemente la cifra de «supervivientes vivos del Holocausto» en cerca del millón. El motivo básico de esta revisión inflacionaria tampoco es difícil de hallar. Sería complicado apoyar la avalancha de nuevas solicitudes de indemnizaciones si solo siguieran con vida un puñado de supervivientes del Holocausto. De hecho, los principales cómplices de Wilkomirski estaban conectados de una manera u otra con la red de indemnizaciones del Holocausto. Su amiga de la infancia de Auschwitz, «la pequeña Laura», recibió dinero de un fondo suizo para las víctimas del Holocausto pese a que en realidad era una estadounidense asidua de los cultos satánicos. Los principales promotores israelíes de Wilkomirski participaban activamente en organizaciones relacionadas con las indemnizaciones por el Holocausto o estaban patrocinados por ellas.

 

La cuestión de las indemnizaciones nos ofrece una visión singular de la industria del Holocausto. Como hemos visto, al ponerse de parte de los Estados Unidos en la guerra fría, Alemania fue rápidamente rehabilitada y el holocausto nazi se olvidó. A pesar de todo, a comienzos de los años cincuenta, Alemania entabló negociaciones con las instituciones judías y suscribió diversos convenios de indemnización. Prácticamente sin presiones externas, Alemania ha pagado hasta el momento unos 60.000 millones de dólares en concepto de indemnización.

 

En primer lugar, compararemos este comportamiento con el de los Estados Unidos. Entre cuatro y cinco millones de hombres, mujeres y niños murieron como resultado de las guerras de EEUU en Indochina. Tras la retirada estadounidense, rememora un historiador, Vietnam tenía una desesperada necesidad de ayuda. «En el Sur quedaron destruidas 9.000 de las 15.000 aldeas, veinticinco millones de hectáreas de tierras de cultivo y doce millones de hectáreas de bosque, y murieron millón y medio de animales de granja; se calcula que había 200.000 prostitutas, 879.000 huérfanos, 181.000 discapacitados y un millón de viudas; las seis ciudades industriales del Norte estaban muy deterioradas, igual que las ciudades y capitales de provincia y que 4.000 de las 5.800 comunidades agrícolas». Sin embargo, el presidente Carter se negó a pagar ninguna indemnización y adujo que «la destrucción era recíproca». El secretario de defensa de Clinton, William Cohen, declaró que no veía la necesidad de «disculparse, ciertamente, por la guerra en sí», y opinó: «Ambas naciones han quedado heridas. Las dos tienen sus cicatrices de guerra. Nosotros, desde luego, tenemos las nuestras».

 

El gobierno alemán se propuso indemnizar a las víctimas judías mediante tres convenios diferentes suscritos en 1952. Los particulares que lo solicitaron recibieron pagos establecidos según lo dispuesto en la Ley de Indemnización (Bundesentschädigungsgesetz). Otro acuerdo independiente suscrito con Israel pretendía subvencionar la absorción y rehabilitación de varios centenares de miles de refugiados judíos. Al mismo tiempo, el gobierno alemán negoció un acuerdo económico con la Conferencia sobre Solicitudes Materiales Judías contra Alemania, donde se habían unido las principales organizaciones judías, incluidos el Comité Judío Americano, el Congreso Judío Americano, el Bnai Brith, el Comité Conjunto de Distribución y otros. El objetivo era que la Conferencia sobre Solicitudes Materiales asignase el dinero recibido —diez millones de dólares anuales durante doce años, o alrededor de mil millones de dólares según el cambio actual— a las víctimas judías de la persecución nazi que no se habían beneficiado debidamente del proceso de indemnización. Mi madre fue una de ellas. Pese a ser una superviviente del gueto de Varsovia, del campo de concentración de Majdanek y de los campos de trabajos forzados de Czestochowa y Skarszysko-Kamiena, mi madre solo recibió 3.500 dólares del gobierno alemán. Otras víctimas judías (muchas de las cuales no lo eran en realidad) recibieron pensiones vitalicias de Alemania, con lo que las cantidades totales que percibieron algunas de estas personas ascendían a cientos de millares de dólares. El dinero entregado a la Conferencia sobre Solicitudes Materiales iba destinado a las víctimas judías que habían recibido una indemnización mínima.

 

El gobierno alemán trató de establecer explícitamente en el convenio suscrito con la Conferencia sobre Solicitudes Materiales que los fondos solo se podrían destinar a los supervivientes judíos, definidos estrictamente, que habían sido injusta o inadecuadamente indemnizados por los tribunales alemanes. La Conferencia manifestó que consideraba una afrenta que se pusiera en duda su buena fe. Una vez culminado el acuerdo, la Conferencia sacó una nota de prensa en la que se ponía de relieve que el dinero se emplearía para «los judíos perseguidos por el régimen nazi a quienes la legislación vigente o en proyecto» no podía «proporcionar un remedio». Los términos definitivos del acuerdo exigían que la Conferencia emplease el dinero «para aliviar, rehabilitar y realojar a las víctimas judías».

 

La Conferencia sobre Solicitudes Materiales no tardó en anular el acuerdo. Incurriendo en una flagrante violación de la letra y del espíritu del mismo, la Conferencia destinó el dinero a la rehabilitación de las comunidades judías en lugar de a la rehabilitación de las víctimas judías. Hasta tal punto que una de las directrices que estableció prohibía que el dinero «se asignara directamente a individuos». Ahora bien, siempre barriendo para casa, la Conferencia eximió del cumplimiento de esta norma a dos categorías de víctimas: los rabinos y los «líderes judíos destacados» recibieron pagos individuales. Las organizaciones que componían la Conferencia sobre Solicitudes Materiales emplearon la mayor parte del dinero en financiar sus proyectos favoritos. Los beneficios que llegaron a recibir las verdaderas víctimas judías fueron indirectos o accidentales en el mejor de los casos[9]. Sustanciosas cantidades de dinero se desviaron hacia las comunidades judías del mundo árabe y facilitaron la emigración judía desde Europa del Este. Sirvieron asimismo para subvencionar actividades culturales como museos del Holocausto y cátedras universitarias para el estudio del Holocausto, y también un buque teatro del Yad Vashem donde se acogía a los «gentiles justos».

 

Más recientemente, la Conferencia sobre Solicitudes Materiales trató de adueñarse de las propiedades judías desnacionalizadas en la antigua República Democrática Alemana, cuyo valor asciende a centenares de millones de dólares y que, en justicia, corresponderían a los herederos judíos. Cuando los judíos defraudados por este y otros abusos comenzaron a atacar a la Conferencia, el rabino Arthur Hertzberg lanzó maldiciones a diestro y siniestro y se burló del asunto diciendo que no era una «cuestión de justicia», sino una «pelea por dinero». Cuando los alemanes o los suizos se niegan a pagar una indemnización, el cielo no es suficientemente grande para abarcar la justa indignación de la comunidad judía estadounidense organizada. Pero, cuando las elites judías roban a los supervivientes judíos, no se trata de un problema ético: es una simple cuestión de dinero.

 

Mi difunta madre solo recibió una indemnización de 3.500 dólares, pero otras personas han sacado pingües beneficios del proceso de indemnización. El sueldo anual declarado de Saul Kagan, secretario ejecutivo de la Conferencia sobre Solicitudes Materiales desde hace largo tiempo, es de 105.000 dólares. A la vez que atendía sus obligaciones en la Conferencia, Kagan fue declarado culpable de 33 cargos relacionados con la disposición ilícita de fondos y créditos cuando dirigía un banco neoyorquino. (La sentencia fue revocada tras múltiples apelaciones.) Alfonse D’Amato, exsenador de Nueva York, actúa de mediador entre los demandantes judíos y los bancos alemanes y austriacos y cobra sus servicios a razón de 350 dólares la hora más gastos. Durante los primeros seis meses dedicados a esta labor, D’Amato ganó 103.000 dólares. Anteriormente, Wiesel había alabado a D’Amato por su «sensibilidad hacia el sufrimiento judío». Lawrence Eagleburger, que fue secretario de Estado del presidente Bush, tiene un sueldo anual de 300.000 dólares en calidad de presidente de la Comisión Internacional de Seguros de la Era del Holocausto. «Se le pague lo que se le pague —opinó Elan Steinberg, del Consejo Judío Mundial—, es una verdadera ganga». Kagan se embolsa en doce días, Eagleburger en cuatro días y D’Amato en diez horas todo el dinero que mi madre recibió por haber sufrido seis años de persecución nazi.

 

Ahora bien, si se concedieran premios a los mercachifles del Holocausto más emprendedores, el primero se lo llevaría sin duda Kenneth Bialkin. Célebre líder de los judíos estadounidenses durante varios decenios, Bialkin dirigió la LAD y presidió la Conferencia de Presidentes de Grandes Organizaciones Judías Estadounidenses. Actualmente, representa a la compañía aseguradora Generali en contra de la Comisión Eagleburger a cambio de una «sustanciosa cantidad de dinero».

 

 

* * *

 

En los últimos años, la industria del Holocausto se ha convertido lisa y llanamente en una red de extorsión. En supuesta representación del mundo judío al completo, incluidos muertos y vivos, está reclamando los activos judíos de la era del Holocausto en Europa entera. Esta doble extorsión de los países europeos y de los legítimos reclamantes judíos, que ha sido adecuadamente denominada «el último capítulo del Holocausto», se marcó como primer objetivo Suiza. En primer lugar, pasaré revista a las alegaciones en contra de los suizos. A continuación, me remitiré a las pruebas que demuestran que buena parte de las acusaciones se basan en engaños y, además, podrían dirigirse más ajustadamente contra quienes las lanzan que contra quienes las reciben.

 

En mayo de 1995, con ocasión de la celebración del cincuentenario del final de la Segunda Guerra Mundial, el presidente de Suiza presentó formalmente disculpas porque su país hubiera negado refugio a los judíos durante el holocausto nazi. Más o menos en la misma época, volvió a plantearse la cuestión conflictiva latente desde hace largo tiempo del capital judío depositado en cuentas corrientes suizas antes y durante la guerra. En un reportaje ampliamente difundido, un periodista israelí citaba un documento —erróneamente interpretado, como luego se descubriría— donde se demostraba que los bancos suizos todavía tenían en depósito miles de millones de dólares ingresados por judíos en la era del Holocausto.

 

El Congreso Judío Mundial, organización moribunda hasta que lanzó una campaña denunciando como criminal de guerra a Kurt Waldheim, cogió al vuelo esta nueva oportunidad de revitalizarse. Suiza era una presa fácil, eso se había comprendido desde el principio. Serían pocos quienes simpatizarían con los ricos banqueros suizos enfrentados a los «supervivientes del Holocausto necesitados». Y, lo que era aún más importante, los bancos suizos eran altamente vulnerables a las presiones económicas de los Estados Unidos.

 

Edgar Bronfman, presidente del CJM e hijo de un miembro de la Conferencia sobre Solicitudes Materiales Judías, y el rabino Israel Singer, secretario general del CJM y magnate de los negocios inmobiliarios, se reunieron con los banqueros suizos a finales de 1995. Más adelante, Bronfman, heredero de la fortuna de la alcoholera Seagram (se calcula que su capital personal asciende a 3.000 millones de dólares), informaría modestamente a la Comisión de Banca del Senado de que hablaba «en nombre del pueblo judío», así como de «los seis millones, quienes no pueden hablar por sí mismos». Los banqueros suizos declararon que solo habían podido localizar 775 cuentas inactivas no reclamadas, que en conjunto sumaban 32 millones de dólares. Ofrecieron esta cantidad como base de las negociaciones con el CJM, que la rechazó por estimarla inadecuada. En diciembre de 1995, Bronfman hizo frente común con el senador D’Amato. Este último se encontraba en el peor momento de su popularidad, según las encuestas, y con una campaña electoral para el Senado a la vista, por lo que recibió con los brazos abiertos esta oportunidad de mejorar su posición en la comunidad judía, crucial por sus votos y llena de acaudalados donantes. Antes de conseguir que los suizos se dieran por vencidos, el CJM, trabajando con toda la gama de instituciones del Holocausto (incluidos el Museo Conmemorativo del Holocausto de EEUU y el Centro Simon Wiesenthal), movilizó a la clase política estadounidense al completo. El presidente Clinton, que enterró el hacha de guerra ante D’Amato (aún estaban celebrándose las audiencias sobre el caso Whitewater) para prestar su apoyo, once organismos del Gobierno Federal, así como el Congreso y el Senado, y también numerosos gobiernos estatales y locales del país, todos ellos recibieron presiones de ambos partidos mayoritarios hasta que, uno tras otro, los cargos públicos se prestaron a denunciar a los pérfidos suizos.

 

Empleando como trampolín las Comisiones de Banca de la Cámara y del Senado, la industria del Holocausto orquestó una desvergonzada campaña de difamación. La prensa, infinitamente complaciente y crédula, estaba dispuesta a ponerle titulares gigantes a cualquier noticia relacionada con el Holocausto, por muy disparatada que fuera, y, gracias a ello, la campaña de denigración resultó imparable. Gregg Rickman, principal asesor legislativo de D’Amato, se jacta en un libro que escribió al respecto de que a los banqueros suizos se les obligó a comparecer «ante el tribunal de la opinión pública, donde nosotros controlábamos el orden del día. Los banqueros estaban en nuestro terreno y, convenientemente, éramos juez, jurado y ejecutor». Tom Bower, importante investigador de la campaña contra tante investigador de la campaña contra los suizos, comenta que la solicitud de D’Amato de que se celebrasen audiencias fue «un eufemismo para designar un juicio público o un tribunal de pacotilla»…

 

 

[ Fragmento de: Norman Finkelstein. “La industria del Holocausto” ]

 

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4 comentarios:

  1. El colonial nazi-sionismo ha exprimido y exprime la victimización hasta alcanzar niveles inéditos, chantaje que, finalmente, ha desembocado en el lento pero persistente holocausto de la población palestina.

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  2. Lo que Finkelstein nos cuenta “con pelos y señales” en su demoledor libro “La industria del Holocausto”, es algo más que el carácter fanático, racista y genocida del Ente Sionista que conocemos como Israel. Cuando unn judío no sionista como él afirma que, la industria del Holocausto, que basa su sacrosanto relato en una burda adulteración de los hechos históricos, se ha convertido lisa y llanamente en una “red de extorsión”, está señalando el exacerbado y terminal nivel de corrupción que ha alcanzado “el portaviones yanqui” situado en Oriente Medio. Finkelstein no sólo denuncia el papel criminal, en lo económico y lo moral, que el sionismo ejecuta incluso contra las auténticas víctimas judías del nazismo alemán, o ya criminal a secas –Netanyahu hoy trata de salvar su infame carrera política al estilo de Reagan, Clinton, Bush u Obama–, es decir declarando guerras de rapiña y asesinando inocentes… palestinos, sirios, yemeníes, iraníes o iraquíes sino sobre esa cosa (constructo abstracto) que ellos llaman “pueblo elegido víctima del holocausto”, a la que utilizan como excusa y coartada para, en plan pacífico, extorsionar y chantajear países amigos-enemigos (Alemania, Suiza, Rusia…) y organismos internacionales, valiéndose en unos casos del “privilegio nuclear” o también del antes-de-octubre-2023 todopoderoso MOSAD. Como afirma Caitlin Johnstone, todo para ejercer por cualquier medio un control fáctico sobre nuestra sociedad. Ese, por ejemplo, es el aspecto más significativo, y más oscurecido, de la historia del “agente sionista” Epstein, que ayudó a algunos personajes famosos (Clinton, Trump, El príncipe Andrés… y vete tú a saber cuanto prestigioso líder del Mundo Libre) a violar a menores mientras eran secretamente filmados… por si llega el caso…

    De lo que ya no cabe ninguna duda es de que el sionismo es un tigre de papel con los días contados… aún así, ¿hasta cuando se les consentirá que sigan asesinando impunemente a niños, mujeres, jóvenes, ancianos, periodistas, médicos, enfermeras, conductores de ambulancia…?



    Salud y comunismo

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    1. Dice Shahid Bolsen, yo creo que acertadamente, que incluso el gran capital corporativo está empezando a abandonar el destructivo y decadente imperialismo para trasladarse a zonas más estables y seguras. Sobre ello habría mucho que analizar y hablar, pero no cabe duda de que, de ser así, la implosión definitiva de los USA no hará sino acelerarse. Trágicamente, Gaza ha despellejado al rey, que ya no sólo deambula desnudo, sino que, apestado, muestra a las claras los signos de su descomposición. Esta vez no va a haber propaganda ni publicidad que lo salve.

      Salud y comunismo

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    2. Me gustaría compartir tu optimismo, pero tengo serias dudas sobre la ‘probable’ ineficacia del aparato publicitario-propagandístico del imperialismo. Desde luego no veo signos de descomposición en las sociedades occidentales, que todo lo más protestan montando “procesiones pácificas” que poco o ningún daño le hacen no ya al sistema, sino incluso a los gobiernos, progres o carcas, que mientras tanto obedecen fielmente los dictados del Imperio yanqui.

      Ahora bien, otra cosa es la “JUNGLA”. Del mismo modo que la guerra de la OTAN contra Rusia no empezó el 22 de febrero de 2022, el genocidio palestino cometido por el IV Reich Sionista no comienza el 7 de octubre de 2023, sino que:

      LOS PALESTINOS HAN SUFRIDO DURANTE 75 AÑOS DE APARTHEID, 56 DE OCUPACIÓN Y 13 DE BLOQUEO LA PÉRDIDA, Y EN ESTOS MOMENTOS MÁS QUE NUNCA, DE CENTENARES DE MILES DE VIDAS.

      Los palestinos y los hutíes de Yemen no tienen nada que perder, sólo la miserable vida a la que están encadenados por las políticas del Eje imperialista anglosajón y la Red Sionista Mundial. Pero, y esto pienso que es lo extraordinario en estos tristísimos días, al modo de los revolucionarios cubanos parecen haber llegado al ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!

      Salud y comunismo

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